En las aguas al sur del complejo de islas griegas del Dodecaneso [un archipiélago de 160 islas, en su mayoría deshabitadas], al sur de la isla de Creta y alrededor de Chipre, las flotas de guerra de los dos Estados se posicionan constantemente frente a frente. Además, los poderosos buques de guerra estadounidenses y franceses están permanentemente presentes en las mismas aguas. Al mismo tiempo, las “iniciativas” diplomáticas y geopolíticas han entrado en la agenda diaria.
Las fuerzas armadas de Grecia y Turquía están en estado de preparación para el combate y los ejercicios militares que utilizan potencia de fuego real se han vuelto muy comunes. En los medios de comunicación de ambos países hay un desfile diario de oficiales veteranos e “intelectuales” nacionalistas, que tratan de formatear la opinión de las poblaciones de ambos lados del Egeo en la perspectiva paranoica de una guerra total.
En esta situación, la posibilidad de un “incidente caliente” (es decir, una confrontación militar breve y limitada) ahora representa una amenaza inmediata, ya sea como un “accidente” o como una “escalada” voluntaria de las partes. Lo peor es la proliferación de voces en Grecia que afirman que en caso de un “incidente caliente” se debe evitar una política de moderación y optar por una generalización impetuosa de la guerra “hasta la victoria”.
La alianza internacional que durante la Guerra Fría se conoció como el “Campo Occidental” se ha puesto del lado de Grecia. Dentro de sus filas hay diferentes niveles de preparación para el enfrentamiento directo con Turquía, pero no hay duda de que estas fuerzas apoyan las principales posiciones del estado griego en su competencia con Turquía.
Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, firmó el acuerdo para una mejora estratégica de la cooperación militar con Grecia. Este acuerdo prevé la modernización de la base militar estadounidense en Souda (Creta) y el establecimiento de nuevas bases militares de la OTAN y de los Estados Unidos en la Grecia continental. Según el Departamento de Estado, Estados Unidos ve al Estado griego como un pilar estratégico en el “arco de contención” contra Rusia y China en el Mediterráneo oriental. El experimentado e “hiperactivo” embajador de Estados Unidos en Atenas, Geoffrey Pyatt, también ha afirmado esto mismo y varias veces en intervenciones públicas.
Es impresionante constatar que la firma de este acuerdo y la convergencia general con la política estadounidense ya fueron orquestadas por el gobierno de Alexis Tsipras, en pleno acuerdo con el partido derechista Nueva Democracia.
La Unión Europea está aumentando su presión sobre Turquía, advirtiendo a Erdogan de que en la próxima cumbre del Consejo Europeo, los días 24 y 25 de septiembre, podría decidir sobre sanciones económicas y diplomáticas graves en su contra.
Los líderes de Alemania, que asumen la presidencia de la UE este semestre, pero que también tienen importantes actividades industriales y de inversión dentro de la economía turca, están desarrollando la denominada orientación del “palo y la zanahoria” en lo que se refiere a la posición que debería tener la UE hacia Erdogan. Aquí, en Atenas, este enfoque se presenta como “vacilante” ante un enfrentamiento necesario. Sin embargo, durante una semana, los rumores semioficiales sugieren que sería posible una negociación entre Mitsotakis y Erdogan. Esto se decidirá en los próximos días.
Por otro lado, Francia, bajo el liderazgo de Emmanuel Macron, parece haber cruzado el Rubicón, provocando un delirio de excitación en los medios griegos. Francia ha obtenido una base naval permanente en Chipre, el portaaviones Charles de Gaulle (buque insignia de la Armada francesa) “patrulla” en la zona durante los momentos más críticos. Macron ha aprobado un programa de armamento masivo para el estado griego, que incluye la entrega de modernos buques de guerra (fragatas Belharra) y aviones de combate Rafale.
Las fuerzas euroatlánticas afirman que con esta política están defendiendo la paz en el Mediterráneo oriental.
Durante la reciente conferencia de los “7 del Mediterráneo” (Francia, España-Pedro Sánchez, Italia-Giuseppe Conte, Portugal-Antonio Costa, Malta-Robert Abela, Chipre-Nikos Anastasiades y Grecia-Kyriakos Mitsotakis) en Ajaccio-Córcega el 10 de septiembre, Macron invocó la idea de una “Pax Mediterranea”, que fue recibida con vítores del primer ministro griego Mitsotakis y con una cólera furiosa proveniente de Ankara.
La “Pax” de Macron tiene poco que ver con la libertad, la igualdad y la fraternidad. Al día siguiente de la pomposa “Declaración” de Ajaccio, el campamento de Moria en Lesbos ardió y los miles de refugiadas y refugiados que estaban encarcelados allí – frente a la abyección racista y la amenaza del coronavirus – se mantienen en situación desastrosa y el gobierno busca imponer por la fuerza la reconstitución de un campo que en realidad solo será de detención. Nadie puede olvidar que la miseria que aqueja a las y los refugiados tiene sus raíces en el acuerdo racista firmado entre la UE, Turquía y Grecia.
Esta “Pax” tiene poco que ver con la democracia, aunque los gobiernos representados en Ajaccio puedan reclamar un mandato democrático vinculado a las elecciones. El actual “programa” Pax Mediterranea de Macron es promovido sobre el terreno por una alianza diferente, la del “eje” que, junto con Grecia y Chipre, incluye al Estado de Israel y al régimen dictatorial del general Sissi de Egipto. Después de los últimos movimientos diplomáticos de Israel [acuerdo entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein], es posible que este “eje” se ensanche, incorporando algunas de las monarquías más reaccionarias del mundo árabe.
Finalmente, la “Pax” de Macron no es tan “mediterránea”. Más allá del evidente alineamiento militar y diplomático con Estados Unidos, también está el aspecto financiero. La petrolera francesa Total y la italiana Eni, que se apresuraron a participar en el proyecto de extracción de hidrocarburos del Mediterráneo Oriental y el ambiguo proyecto de construcción del oleoducto submarino para el Mediterráneo Oriental, operan bajo la “coordinación” (es decir, bajo la supervisión) de la americana Noble Energy, que es parte del gigante multinacional Chevron.
Estas son las realidades detrás de la demagogia barata sobre la “paz en el Mediterráneo”.
La ruptura
En la década de 1970, las relaciones greco-turcas estuvieron al borde de un choque militar, después del golpe militar [1974] orquestado por los griegos en Chipre y la invasión militar turca que siguió y condujo a la partición de la isla.
La caída de la junta militar en Grecia (finales de 1974), el temor de los gobernantes burgueses por las devastadoras consecuencias de la guerra total y la presión ejercida por Europa y Estados Unidos para preservar la unidad del “ ala sureste” de la OTAN, en aquellos momentos, anularon esta perspectiva. Las clases dominantes de ambos lados del Egeo se vieron obligadas a contenerse en un contexto de “coexistencia competitiva”, donde dos “subimperialismos” competían por la hegemonía regional, pero limitaban sus ambiciones en función del contexto más amplio.
Los acontecimientos recientes son el resultado de dos factores.
El primer factor, bajo el liderazgo de Erdogan, ha habido una ruptura en las relaciones de Turquía con el Estado de Israel, luego con Estados Unidos y el “campo occidental” en general. Tras el fallido intento de golpe de 2016, esta ruptura se ha hecho más evidente y ya está produciendo resultados políticos y diplomáticos. Aunque sería un error tomar esta evolución como un hecho definitivo. Turquía es un país grande, ocupa un lugar geográfico crucial, sigue siendo importante para la OTAN y los “cambios” repentinos en su orientación geopolítica no son infrecuentes en su historia.
El segundo factor que ayuda a comprender la crisis actual es el descubrimiento de reservas de petróleo en el fondo del Mediterráneo oriental, primero en aguas israelíes y egipcias, luego frente a Chipre y por último al sur de Creta. El potencial de explotación de estas reservas (un potencial que aún no está claro en la mayoría de los casos) ha planteado la cuestión de las zonas económicas exclusivas (ZEE), es decir, cuestiones de derechos soberanos en aguas que, hasta ahora, eran tratadas como aguas internacionales.
Es la combinación de estos dos factores lo que ha dado vida al “eje” militar/económico/diplomático de Israel-Chipre-Grecia-Egipto. El proyecto del oleoducto del Mediterráneo Oriental (East Med) conduce a una delimitación de las ZEE en el Mediterráneo Oriental que divide el mar exclusivamente entre los Estados miembros del “eje”. Estos últimos se han asegurado de ceder rápidamente los derechos de investigación, extracción y explotación comercial de hidrocarburos a un poderoso consorcio de transnacionales estadounidenses y europeas del sector de los combustibles fósiles. Para este proyecto, es fundamental salvaguardar la continuidad geográfica entre las ZEE de Israel, Chipre y Grecia, para que se pueda materializar la instalación del gasoducto EastMed de 1900 km. Para hacer esto, Turquía debe ser marginada en el Mediterráneo oriental y los derechos de otros países como Palestina, Líbano y Siria deben ser seriamente reducidos.
Hemos escrito en varias ocasiones que es extremadamente dudoso que un plan de este tipo pueda llegar a buen término pacíficamente.
La izquierda radical internacional es consciente de la naturaleza reaccionaria y antidemocrática del régimen de Erdogan. Conoce sus constantes ataques contra las y los trabajadores, las y los militantes kurdos, el movimiento social y la militancia de izquierda. La repulsión contra esta situación está justificada y es correcta. Pero sería un error tratar al pueblo turco como una entidad unificada e impotente, incapaz de pensar y actuar por sí misma. Por ejemplo, las encuestas en Turquía han demostrado que una gran parte de la población no está de acuerdo con la decisión de Erdogan de convertir la antigua Hagia Sophia en una mezquita.
Pero para quienes vivimos en países vecinos, nuestras tareas son más complejas. Tenemos que enfrentarnos al “enemigo en casa” y nos vemos obligados a luchar contra “nuestro” peligroso nacionalismo.
Son muchos quienes no se adhieren al frenesí belicista y esperan que, en última instancia, se evite un enfrentamiento militar gracias al derecho internacional y las instituciones competentes. Hasta ahora, resultó ser una ilusión.
Turquía no ha firmado muchos de los acuerdos internacionales que rigen el derecho del mar. Pero hoy, al darse cuenta del equilibrio negativo de poder que existe en su contra y calcular que las demandas maximalistas de Grecia no pueden mantenerse, promueve iniciativas que pueden ser tramitadas ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Pero exige decisiones para toda la gama de disputas entre Grecia y Turquía.
Por el contrario, Grecia afirma que sus demandas están fundadas y justificadas por el derecho internacional. Pero se niega a participar en cualquier procedimiento legal internacional que incluya decisiones sobre cuestiones que el Estado griego ha “resuelto” mediante acciones unilaterales (militarización de las islas del Egeo oriental, extensión de su soberanía sobre islas y rocas en disputa, extensión de su espacio aéreo a 10 millas, que está más allá de sus aguas territoriales que se extienden a 6 millas). Al mismo tiempo, parte de la burocracia estatal, sabiendo muy bien que las demandas de Grecia sobre su ZEE son maximalistas, se resiste a cualquier perspectiva de recurrir al Tribunal Internacional, advirtiendo que en tal proceso legal, el resultado podría ser un compromiso “perjudicial para los intereses de la nación”.
Esto significa que el enfrentamiento continúa con el método del “hecho consumado” que consiste en imponer unilateralmente hechos sobre el terreno. Como hemos visto este verano, este método implica la amenaza de un “incidente caliente”, que puede resultar difícil de controlar y conducir a la guerra.
Historia
Es trágico e irónico que todo esto esté sucediendo 100 años después de la última guerra greco-turca de 1918-1922, por la que ambos pueblos pagaron un alto precio.
Al final de la Primera Guerra Mundial, las grandes potencias de la época presionaban por la partición del Imperio Otomano, animando así al líder griego Eleftherios Venizelos a invadir Asia Menor. El ejército griego entró en Anatolia, ocupando porciones de tierra al este de la costa y llegando a las afueras de la capital turca, Ankara.
Pero cuando ingleses, franceses e italianos obtuvieron las anexiones que buscaban, se volcaron a normalizar sus relaciones con el nuevo régimen turco de Kemal Ataturk, abandonando a sus antiguos aliados. El colapso del ejército griego fue inmediato. Durante el contraataque turco, 1,5 millones de grecófonos de Asia Menor abandonaron sus hogares y se establecieron como refugiados en Grecia. Su trágica experiencia, a causa de este aventurerismo del ejército griego, llevó a su radicalización: los refugiados formaron la columna vertebral del movimiento obrero y de la izquierda comunista durante las décadas de 1930 y 1940.
Pero la historia también proporciona otro ejemplo instructivo. En 1930, al darse cuenta de que se avecinaba una crisis financiera, Venizelos y Ataturk firmaron conjuntamente un acuerdo de paz y asociación que preveía el reconocimiento mutuo de las fronteras existentes y una reducción del gasto militar. La modernización capitalista inicial en ambos países se basó en una política de paz y cooperación. En 1934, el belicista Venizelos propuso a Kemal Ataturk postularse para el Premio Nobel de la Paz …
Hoy, los dos países se enfrentan a una grave crisis económica y social. En medio de tal crisis, la política de armamentos es absurda. Un enfrentamiento militar será devastador para todos los pueblos, a ambos lados del mar Egeo y, sin embargo, sigue siendo posible.
Tomar posición contra la guerra, defender la paz como un bien mayor de las masas populares, rechazar unilateralmente los armamentos, romper con las alianzas imperialistas son puntos insustituibles del “programa” de cualquier política emancipadora. En la actual crisis climática, esta política antibelicista debe combinarse con el rechazo a la estrategia extractivista que amenaza con enviarnos al matadero de la guerra como carne de cañón para las ganancias del Big Oil, de las grandes compañías petroleras.
Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur