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América Latina: La desneocolonización

Fuentes: Rebelión

En el sistema-mundo que se configuró a partir del descubrimiento de América y de la formación de los imperios coloniales europeos en los siglos XV-XVI, al Nuevo Continente le correspondió, en una primera etapa, una posición colonial, subordinada, dependiente y el principio de una relación no de diálogo europeo-americano, sino de monólogo europeo y, por […]

En el sistema-mundo que se configuró a partir del descubrimiento de América y de la formación de los imperios coloniales europeos en los siglos XV-XVI, al Nuevo Continente le correspondió, en una primera etapa, una posición colonial, subordinada, dependiente y el principio de una relación no de diálogo europeo-americano, sino de monólogo europeo y, por consiguiente, de intercambio y desarrollo desigual. Esa situación colonial se prolongó a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, hasta que a finales precisamente de ese siglo y principios del siguiente, la maduración de las ideas y la comprensión de las desventajas que esa situación conllevaba condujo a determinados grupos sociales a la rebelión anticolonial, a la lucha por la emancipación. Tuvieron lugar así las revoluciones y guerras de independencia de Estados Unidos, Haití y las futuras repúblicas hispanoamericanas, no siendo irrelevante que en ellas los protagonistas fueron, en el primer caso los propios colonos de origen británico, en el segundo, caso extraordinario, los esclavos negros privados de todos los derechos, tanto por su metrópoli, como por sus amos de origen francés y en el tercer caso, con la salvedad del fenómeno indígena mejicano en el primer momento, por los criollos, descendientes de los colonizadores españoles. De este modo, al terminar el primer cuarto del siglo XIX se cerraba, en la mayor parte del continente americano, incluido el Imperio de Brasil, la etapa colonial y se abría la siguiente fase.

¿ Qué trajo consigo la descolonización de América?

Pues, salvo en el caso notable de los Estados Unidos y no, por cierto, en la totalidad de ellos ( los estados sureños mantuvieron una relación de dependencia comercial con el Reino Unido hasta la Guerra de Secesión), el comienzo de una nueva etapa histórica, caracterizada por el neocolonialismo, es decir, por la continuación de la dependencia y subordinación, pero ahora no bajo las formas puras coloniales – políticas, administrativas y militares-, sino bajo formas de dependencia económica y diplomática, sobre todo, que en última instancia imposibilitaron, con consecuencias trágicas, un desarrollo económico, social y político autónomo de las naciones latinoamericanas.

Pulverizado el sueño bolivariano de una América Latina unida, las élites gobernantes de los nuevos estados latinoamericanos aceptaron una relación, en aparente pie de igualdad, con las potencias anglosajonas – Reino Unido y Estados Unidos -, que habían alentado su independencia. De ese modo, durante la mayor parte de los siglos XIX y XX, América Latina formó parte del universo neocolonial británico, primero, y estadounidense, después, que haciendo bandera de las excelencias del libre comercio prolongaron la relación de intercambio desigual que Latinoamérica venía padeciendo desde los comienzos mismos de la colonización. Por si fuera poco, esa relación neocolonial, consentida por la mayor parte de las élites latinoamericanas, se agravó cuando en las últimas décadas del siglo pasado, casi antesdeayer como quién dice, triunfó en el mundo la noción de una globalización neoliberal que alcanzó sus mayores éxitos en América Latina. Con la complicidad de numerosos gobiernos militares dictatoriales e, incluso, de gobiernos legítimos democráticos, sobre la mayor parte de Latinoamérica se abatió un enjambre de compañías transnacionales, y no sólo norteamericanas, sino también europeas, incluidas las españolas, que con el pretexto de contribuir con sus inversiones al desarrollo latinoamericano, continuaron la campaña secular de expoliación de los recursos del Nuevo Continente. La naturaleza del saqueo ha debido ser tal que, finalmente, ha provocado la reacción de las capas populares, comprendidos los indígenas, invisibilizados hasta ahora, y las imprecisas capas medias.

América Latina tiene fama de ser la región mundial con mayores desigualdades económico-sociales, pero la pasada de los últimos decenios por el dispensario neoliberal ha sido decisiva. Arruinados y más empobrecidos que nunca, millones de latinoamericanos no sólo dirigen la vista al tradicional vecino del Norte, sino que muchos de ellos han emprendido el camino del exilio económico hacia el Viejo Mundo. Ahora bien, si una parte de los sufridos ciudadanos latinoamericanos ha buscado la solución a sus problemas en la incierta aventura de la emigración, la mayor parte de los pueblos de América Latina parece haber decidido hacer frente, con determinación, a los retos del presente y abrirse a la esperanza de un futuro mejor.

Con los precedentes, al menos, de César Augusto Sandino, en Nicaragua y del gobierno democrático guatemalteco de Jacobo Arbenz, abatidos ambos por la intervención estadounidense, triunfó en 1959, en Cuba, una revolución que a su inicial perfil antineocolonial y nacionalista, añadió, por razón de las circunstancias, un carácter comunista. Precisamente el contexto en el que tuvo lugar, la Guerra Fría, imposibilitó el éxito de experiencias semejantes. Estados Unidos y las élites latinoamericanas se encargaron de impedirlo, manu militari. Ni siquiera la experiencia democrática de Chile, con Salvador Allende, fue tolerada. Ha sido necesario llegar al final de la Guerra Fría y a la democratización de los regímenes políticos en Latinoamérica, para que los pueblos de muchos de esos países, movilizándose, en ocasiones hasta el punto de alcanzar casi la insurrección popular, hayan promovido gobiernos democráticos, capaces de plantar cara al neocolonialismo y hasta al imperialismo. Es como si una corriente irresistible empujara a la gente común, a la gente del pueblo, a defender del expolio, del pillaje lo que legitimante es suyo y no de unos pocos. De un extremo a otro de América Latina triunfan los partidos de izquierdas en los procesos electorales, defraudando, a veces, y satisfaciendo las expectativas depositadas en ellos, otras. Pero, en cualquier caso, escuchando o no la voz de los de abajo, el mensaje es claro. Los pueblos de América Latina han dicho, basta, hasta aquí hemos llegado, es el momento de superar la miseria, la pobreza, el hambre, es el momento de empezar algo nuevo.

Si mi impresión es cierta se está acabando una etapa dramática del devenir de América Latina. Estamos en la coyuntura histórica del principio del fin del neocolonialismo, asistiendo a experiencias, motejadas por sus enemigos de » populistas», como la venezolana y la boliviana, pero a las que podrán seguir otras. No es un proceso irreversible, sin duda, pero si la voluntad de la inmensa mayoría de los latinoamericanos es la de cerrar un capítulo triste de su historia, para iniciar otra etapa más esperanzadora, difícilmente podrá negarse que ha llegado la hora de la desneocolonización de América Latina.