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América Latina, la oportunidad histórica

Fuentes: Rebelión

América Latina y el Caribe viven un momento estelar de su historia. Esta oportunidad única hacia un mayor nivel de desarrollo humano, no se debe sólo ni necesariamente al giro hacia la izquierda democrática que experimenta la región, sino esencialmente debido a que nuestros pueblos están asumiendo irrefrenable e irreversiblemente el papel que la historia […]

América Latina y el Caribe viven un momento estelar de su historia. Esta oportunidad única hacia un mayor nivel de desarrollo humano, no se debe sólo ni necesariamente al giro hacia la izquierda democrática que experimenta la región, sino esencialmente debido a que nuestros pueblos están asumiendo irrefrenable e irreversiblemente el papel que la historia les había negado, construyendo conciente y soberanamente sociedades democráticas de avanzada que aseguren a todos el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la igualdad.

Resulta inadecuado ubicar el anclaje metódico en la perspectiva de la guerra fría pretendiendo justificar el credo absolutista de que nada puede ser diferente al modelo de Washington. El auge de la izquierda democrática que modela la realidad latinoamericana y caribeña actual remite a un mismo proceso, aunque algunos despistados, y otros más bien cómplices sigilosos del afán divisionista estadounidense, orgullosos además de autoincluirse en ese team, pretendan introducir una disección artificial en el auge progresista en nuestro continente. A pesar de que un país a otro pueda variar el momento, y de que el liderazgo emergente admita la diferencia de un estilo y otro, en el fondo se trata de la misma causa de reivindicación social, la cual un liderazgo renovado interpreta y encauza de forma que esa fuerza sea constructiva y no se diluya en desórdenes internos. Lo gradual o súbito depende de la sintonía y acierto de cada sociedad y su liderazgo político, pero en toda caso el liderazgo tradicionalista y conservador, que se interesa por el hecho económico antes que por el hombre, está de salida en nuestra región.

Los ideólogos de la derecha conservadora aún se regodean en los insensibles y a veces artificiosos indicadores macroeconómicos para escudar el recetario neoliberal que tanto desconsuelo ha sembrado en América Latina y el Caribe. Pero además patrocinan una pretendida inmutabilidad paradigmática que Venezuela rompe obteniendo resultados económicos históricos, con un régimen socioeconómico basado en los valores de la cooperación y la solidaridad en lo interno, y en la complementación en sus relaciones exteriores, promoviendo la iniciativa privada, pero garantizando la creación y justa distribución de la riqueza, y reivindicando la facultad del Estado para racionalizar y regular la economía, pero sobre todo distante de Washington, de su cartilla y de sus apéndices financieros.

La tasa de crecimiento económico al cierre de 2005 (9,3%) fue superior a la meta establecida y precedida en el 2004 por un 17,9%; la de inflación (14,4%) inferior a la prevista y con un superávit global de US$ 5 mil 457 millones en la balanza de pagos, lo que condujo a un nivel de reservas internacionales brutas de US$ 30 mil 368 millones al cierre del año 2005. El crecimiento sostenido, revalidado durante el primer semestre de 2006 (9,6%) refleja que la economía venezolana crece de manera sostenida, significativa y generalizada por undécimo trimestre consecutivo

Pero estos logros económicos no nos animan por sí solos pues no tienen sentido si se limitan al estrechísimo código economicista neoliberal, cuya implantación es rigurosamente incongruente con la extrema desigualdad en el reparto de recursos y oportunidades en nuestro continente, y ese es el verdadero problema que soslaya cualquier obseso neoliberal que sigue pregonando el vedado credo del «goteo». Venezuela rompió esa trampa discursiva y los indicadores de pobreza están quedando como datos históricos. La CEPAL reconoce los efectos del crecimiento económico en la disminución del desempleo (11,4% en 2005 descendiendo 2,5 pp. con respecto a 2004) y en la recuperación de las remuneraciones reales así como en la ejecución de un intenso programa de acción pública social.

En el año 1998, los hogares pobres representaban 43,9% y los pobres extremos 17,1% de todos los hogares del país. Al cierre del año 2005, la pobreza alcanza el 37,9% y el nivel de pobreza extrema es de 15,3%. Pero todavía más demostrativo es el desempeño del Índice de Desarrollo Humano (IDH), indicador promovido por el PNUD que mide los avances promedio de un país en términos de esperanza de vida, logros educacionales e ingresos reales ajustados. En Venezuela, el IDH se ubicó en 0,6917 en 1998 y para el año 2005 alcanzó la cifra de 0,8144 y así el país pasó de la clasificación de desarrollo humano medio al grupo de los países de desarrollo humano alto.

El extravío del fundamentalismo neoliberal niega la primacía del desarrollo humano integral y una existencia digna y provechosa para la colectividad. Ese desprecio brota substancialmente cuando voceros políticos y articulistas de opinión se refieren a América Latina y el Caribe como un continente incivilizado, retrógrado y fracasado, precisamente cuando se está rescatando el más básico de los principios de la democracia: la mayoría, quebrando la exclusión y sin rivalizar con el consenso para ordenar la convivencia, pero sí con el pacto de minorías selectas usurpadoras de la representación. Por supuesto que esta degradación tan cercana al racismo más violento viene cortejada por la prédica de la incapacidad de nuestros pueblos para discernir autónomamente entre lo bueno y malo y por eso la masa tendría siempre que ser corregida por la creída sabiduría de la elite mediante la coerción discursiva-mediática, económica y hasta terrorista. Es la misma ceguera que les impide a los profetas de la buena nueva del desarrollo globalizado neoliberal, comprender y querer mínimamente a la América Latina y Caribeña de hoy.

Arévalo Méndez Romero es embajador de la República Bolivariana de Venezuela ante  España