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America Latina. ¿una pausa?

Fuentes: La lettre de la Fondation Gabriel Péri – nº28 – junio 2010

Traducción Susana Merino

La cascada de elecciones que atraviesa al continente latinoamericano desde el 2006 ha fortalecido el viraje hacia la izquierda iniciado en 1999 con la elección de Chávez en Venezuela seguido en 2002 por la de Lula en Brasil. Mientras tanto se volcaron Argentina, Uruguay y Bolivia. Luego Chile, Haití, Costa Rica, Nicaragua, Ecuador se unen a esta nebulosa de las izquierdas donde cada una está marcada por una trayectoria singular profundamente anclada en la historia del propio país. Es decir ¡cuánto se ha modificado el equilibrio político en la región!. La tormenta electoral que ha afectado así a una decena de países del continente, sucede al triple ciclo de las dictaduras, las «transiciones democráticas» y el neoliberalismo que ha marcado al continente desde hace cuarenta años. En esta tormenta los equipos muy identificados con la derecha solo han conservado el poder en Colombia, El Salvador y muy ajustadamente en México.

Un arco iris de izquierdas

Estas experiencias traducen en todas partes el agotamiento de las políticas, asumidas en cambio por muy diferentes movimientos sociales, diversos en su composición y en su manera de actuar: huelgas sindicales, movimientos campesinos, cortadores de rutas («piqueteros»), asambleas barriales, movimientos indígenas. Los aportes ideológicos son múltiples y se inspiran en la teología de la liberación, en el marxismo, en el indigenismo, en el feminismo, en la ecología, en el nacionalismo expresado a partir de la voluntad del dominio de los propios recursos naturales.

Más allá de las desilusiones democráticas largamente compartidas, estas experiencias son todas herederas de una situación catastrófica. Cuando la izquierda accede al poder, debe reconquistar márgenes perdidos de soberanía económica y establecer un nuevo tipo de relaciones internacionales que haga a sus países menos dependientes.. Debe enfrentar también a poblaciones muy pobres y por lo tanto a fuertes expectativas populares hacia la que deben dirigirse señales muy claras. Es urgente aliviar la miseria de las capas marginales permaneciendo atento al empobrecimiento de las maltrechas clases medias que habiendo condenado a los regímenes anteriores esperan mucho de estas nuevas experiencias. La magnitud de la tarea es inmensa porque desde hace veinte años el modelo de las «transiciones democráticas» se ha ido agotando lentamente y dejando a los países exangües. Todo está por construirse: los sistemas de salud, las obras de infraestructura, el control de los propios recursos desde los hidrocarburos hasta el agua, la puesta en marcha de la reforma agraria, el aumento de la autonomía alimentaria, la alfabetización de los adultos, la escolarización de los jóvenes.

Las respuestas son diferentes y muestran la presencia de un arco iris de izquierdas. Pero existe un deseo de compartir experiencias, de cooperación, de destino común que se encarnan en el impulso hacia la integración continental. El tema de los reagrupamientos regionales tiene gran importancia en América Latina y constituye por una parte un buen termómetro de las relaciones con los EEUU y por la otra de las relaciones de buena vecindad entre los países del continente. Se encaran dos proyectos. Por un lado la voluntad de una integración continental bajo el dominio de los EEUU (ALCA) orientado a expandir el NAFTA (Canadá, EEUU y México) hasta la Tierra del Fuego y por el otro múltiples proyectos de reagrupacion regionales. El peso de Brasil (casi el 50% del PBI continental) resulta decisivo para el equilibrio por cuanto puede jugar el papel de relevo del gendarme regional, algunas ventajas mediante, o ponerse a la cabeza de una resistencia continental. El último período ha estado caracterizado por la reactivación del Mercosur y la aparición de otro proyecto con vocación continental el ALBA que agrupa especialmente a Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Impotente, EEUU ha debido asistir a la creación de la UNASUR, vasto agrupamiento de toda América Latina sin haber podido hacer pié en ella. Debe agregarse a esto la reciente creación del Banco del Sur planteado como un banco de desarrollo continental. Pero a pesar del fracaso de su proyecto de integración continental los EEUU parecen querer seguir manteniendo presión hacia esta dirección, arañando algo en una primera etapa a través de los acuerdos bilaterales de libre comercio.

Un nuevo ciclo electoral en marcha

Un nuevo ciclo electoral está en marcha en el continente. Entre 2009 y 2011 la región enfrentará catorce elecciones presidenciales. Es decir que hay alternativas posibles en la medida de las consecuencias de la crisis usamericana que ha golpeado a los más pobres y pueden mostrar resentimiento absteniéndose de movilizarse contribuyendo de este modo a debilitar a las mayorías actualmente instaladas. El colchón electoral de Chávez en Venezuela está sufriendo un desmoronamiento y si la oposición muy fragmentada logra unirse, puede montarse sobre las cotidianas insatisfacciones de la población: inseguridad, corrupción, falta de viviendas, penurias alimentarias, cortes de energía. Este caso es bastante emblemático de las dificultades en los cambios latinoamericanos. El poder político ha sido completamente conquistado y las instituciones organizadas pero la oligarquía mantiene su poder económico y financiero y el régimen a causa de no haber sabido diversificar sus clientes, se mantiene tributario para sus ingresos petroleros de quién considera su principal enemigo pero que le procura el 90% de sus recursos externos. El poder del sector privado en el aparato productivo ha crecido. ¿Cómo se puede hacer creíble en tales condiciones el discurso sobre el «socialismo del siglo XXI»? En el Brasil Lula sería seguramente reelegido si pudiera presentarse, pero la candidata respetada que él ha respaldado tiene muchas dificultades en elevar las cifras de las encuestas y es posible que no pueda capitalizar en su favor el paso de Brasil de potencia emergente al de potencia emergida, que contribuye a reestructurar el orden mundial.

El reciente período muestra que la llegada de los movimientos de izquierda al gobierno no significa sin embargo la toma del poder y que los discursos que entusiasman y son radicales no son suficientes para enfrentar concretamente los problemas radicales. El nuevo ciclo electoral ya se ha cobrado dos víctimas: Honduras y Chile. Si se le agrega los regímenes colombiano, mexicano, salvadoreño y guatemalteco que están en las manos de los conservadores, los EEUU disponen de una arco de aliados en el continente. La farsa electoral de Honduras que no ha sido más que la continuación del golpe de estado focalizó la atención porque se trataba de un país especialmente miembro del ALBA que por otra parte solo pudo demostrar su impotencia frente a los acontecimientos y debió dejar a Brasil asumir el primer lugar.

Cuba que había superado ya el hundimiento de su principal aliado, la Unión soviética, ha sabido hacer frente a la progresiva retirada de su líder carismático sin mayores sobresaltos. La isla busca establecer relaciones no conflictivas con el nuevo presidente Obama que por razones de política interna no parece querer tomar la mano que se le tiende. En Washington el equipo local encargado de seguir a la América Latina, no es diferente en lo esencial del equipo de Bush, algo que crea incomodidades. Las condiciones de vida en Cuba no son buenas en cuanto a la preservación de los avances sociales que resultan difíciles de mantener en períodos críticos. Los cincuenta años de experiencia cubana pueden sintetizarse en treinta años de prosperidad seguidos de veinte años de crisis. La espera de mejoras es grande y solo podría producirse investigando nuevas formas de gestión económica. El crecimiento de las desigualdades está conduciendo a un casi dualismo económico y la ausencia de libertad política socava la legitimidad histórica de la Revolución aún cuando su prestigio es todavía muy grande a escala continental. Cuba se halla hoy perfectamente integrada a las instancias políticas continentales y ha sabido edificar excelentes relaciones con las izquierdas latinoamericanas, incluidas todas las tendencias. El mantenimiento de la hegemonía política gubernamental no se considera negociable en lo esencial, el régimen trata de limitar los problemas nacidos en una sociedad que se ha convertido en dual y que busca quebrar su aislamiento diplomático y económico. En ese contexto, la experiencia vietnamita es motivo de gran atención.

El papel de Washington

Todas estas evoluciones se hallan bajo la atenta mirada de los EEUU, cuyo interés por la región se mantiene pese a su «fijación» en Medio Oriente. A partir de los años sesenta ha adoptado tres actitudes sucesivas con relación a América latina: el anticomunismo y la ideología de la «seguridad nacional», la lucha contra el narcotráfico y finalmente la lucha contra el terrorismo.

La primera justificó su apoyo a la mayor parte de las dictaduras, su voluntad de aislar a Cuba, de voltear su régimen y su intervención en las estrategias antiguerrilleras. La Alianza para el Progreso de los años sesenta y setenta fue su aspecto presentable. La lucha contra la droga se tradujo en el Plan Colombia cuyo financiamiento está fundamentalmente dirigido a reforzar el potencial militar de los países participantes. En cuanto al enfrentamiento al terrorismo luego del 11 de setiembre de 2001 no agregó ningún fruto a juzgar por el rechazo de los cinco países más grandes del continente (Argentina, Brasil, México, Chile y Venezuela) a aprobar la intervención en Irak. Los EEUU permanecen obsesionados por dos formas de evolución. El estado fracasado como en Colombia que se transformaría en un pantano en caso de una intervención más directa y en el que un «putsch» no resolvería nada. Droga y terrorismo representan para ellos la segunda pesadilla. La primera es ciertamente real pero a menudo instrumentalizada. La segunda se relaciona ampliamente con el fantasma bushiano y podría reaparecer bajo la presidencia de Obama. De todas maneras en la lista de urgencias de la Casa Blanca, América Latina no encabeza la lista.

Necesitan primero administrar la retirada de Irak y tratar el expediente Afganistán-Pakistan igualmente preocupante sin descuidar la salida de la crisis. Pero algo es seguro los EEUU no pueden tratar ya a América Latina como su patio de servicio. Los mecanismos de depredación y de dominación perduran, pero están siendo objeto de reacciones cada vez más fuertes aun cuando el cursor político pueda variar en la región.

Michel Rogalski es Economista, Director de la revista Recherches Internationales