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América Latina y la revolución árabe: ¿Bancarrota del chavismo?

Fuentes: Punto de Vista Internacional

En Europa, los gobiernos tratan de impedir el contagio y la solidaridad entre los trabajadores europeos y las masas árabes en revuelta, agitando el espantajo del islamismo. En América Latina, son los propios dirigentes progresistas venezolanos y cubanos quienes intentan aislar esas revoluciones ascendentes agitando el carácter pretendidamente «anti-imperialista» de los regímenes despóticos libio, sirio […]

En Europa, los gobiernos tratan de impedir el contagio y la solidaridad entre los trabajadores europeos y las masas árabes en revuelta, agitando el espantajo del islamismo. En América Latina, son los propios dirigentes progresistas venezolanos y cubanos quienes intentan aislar esas revoluciones ascendentes agitando el carácter pretendidamente «anti-imperialista» de los regímenes despóticos libio, sirio o iraní, desestabilizados a su vez por esa oleada de fondo de los pueblos en lucha.

La revolución árabe constituye una prueba de fuego para el imperialismo, pero también para las direcciones cubana y chavista. Si es cierto que se vieron sorprendidas por la brusca irrupción de las masas árabes, siguen mostrándose incapaces de comprender la naturaleza, la profundidad y la unidad del proceso revolucionario en curso en toda la región. Parecen no captar en absoluto la poderosa sed de democracia real, de justicia social, de independencia y soberanía que anima a las masas árabes, así como la formidable oportunidad que brinda su lucha para modificar en profundidad las relaciones de fuerza a escala planetaria entre el capital y el trabajo, y frente al imperialismo.

La actitud de Fidel Castro y de Hugo Chávez frente a los acontecimientos de Libia resulta particularmente chocante. De manera menos afirmada en el caso del primero y más bien asumida por parte del segundo, se da a entender que la revuelta del pueblo libio sería fruto de una manipulación, de un complot imperialista cuyo objetivo sería derribar a un régimen enemigo. Curiosamente, esta «tesis» no hace suya la versión oficial del propio régimen libio, quien afirma que es Al-Qaeda quien se encuentra detrás de los «disturbios». Sin embargo, lejos de esas tesis conspirativas delirantes, no hay nada «singular» o «particular» en la revolución Libia, ningún complot extranjero urdido por la CIA o Bin Laden. Muy al contrario, esa revolución se integra plenamente en el proceso de la revolución árabe que se extiende por toda la región. Algo que, por otra parte, no es nada casual, puesto que el régimen dictatorial libio se encuentra atenazado geográficamente entre la revolución tunecina y la revolución egipcia.

A pesar de todo, Fidel Castro ha declarado que «habrá que esperar el tiempo necesario para conocer con exactitud lo que hay de cierto y de mentiras o medias verdades en cuento se nos dice acerca de la situación caótica (sic) en Libia». Sin embargo, saca una conclusión inmediata: «Lo peor sería guardar silencio sobre el crimen que la OTAN se dispone a cometer contra el pueblo libio. Para los jefes de esta organización belicista, hay urgencia. Es necesario denunciarlo». El problema, como lo subrayan Santiago Alba Rico y Alma Allende, es que no son los aviones de la OTAN los que ametrallan hoy al pueblo libio, sino los del régimen de Gaddafi. Así pues, según Fidel, lo urgente no es denunciar la carnicería que está cometiendo Gaddafi contra su pueblo y ponerse del lado de la sublevación popular, sino manifestarse contra la intervención futura e hipotética de la OTAN. En nombre de la amenaza de un crimen a penas esbozada, habría que «guardar silencio» ante un crimen actual y real.

Siguiendo esta misma concepción puramente «campista» («los enemigos de mis enemigos son amigos míos»), el pasado 25 de febrero, el presidente Hugo Chávez, al igual que el presidente nicaragüense Daniel Ortega, aportó su «apoyo al gobierno libio» en el mismo momento en que éste masacraba a su pueblo con artillería pesada. Desde luego, es indudable que el imperialismo está vigilante y desea aprovechar la menor ocasión. Por supuesto, hay que denunciar la doble moral del imperialismo, que condena las víctimas civiles en Libia, pero no en Irak, en Afganistán o Palestina. Pero eso no justifica en modo alguno brindar apoyo a un tirano sanguinario, que justamente ofrece al imperialismo una magnífica ocasión para reequilibrarse y que, a pesar de su charlatanería sobre la pretendida «revolución verde», se encuentra al frente de un sistema de explotación y de un régimen corrupto integrados en el dispositivo imperialista de pillaje de la región y sus recursos.

En Venezuela, organizaciones revolucionarias como Marea Socialista han tomado claramente posición a favor del pueblo libio y contra el dictador Gaddafi. Esperemos que los trabajadores venezolanos y cubanos muestren mayor capacidad de discernimiento que sus dirigentes. Pero, incluso si reconsiderase sus palabras y rectificase, es indudable que las declaraciones catastróficas de Chávez arruinarán inmediatamente y de modo duradero el inmenso prestigio de que gozaba hasta ahora entre las masas árabes. Esa popularidad nació con su oposición declarada a la guerra de ocupación de Afganistán en 2001 y de Irak en 2003, así como a la agresión perpetrada por Israel contra el Líbano en 2006. Esa popularidad alcanzó su punto culminante en enero de 2009, cuando decidió la expulsión del embajador de Israel y de una parte del personal de la embajada para protestar ante la masacre desatada por el Estado sionista contra la población de Gaza, marcando así su «solidaridad sin restricciones con el heroico pueblo palestino». Lo más grave es que, a través de la figura de Chávez, el prestigio de una alternativa identificada como progresista y que tenía la pretensión de construir el «socialismo del siglo XXI» corre el peligro de desacreditarse a los ojos del mundo árabe.

Semejante actitud constituye un formidable regalo para las fuerzas reaccionarias e imperialistas que, actualmente desorientadas por la amplitud de los acontecimientos, tratan, cueste lo que cueste, de recuperar la iniciativa, de controlar y detener la revolución árabe. Además, alineándose vergonzosamente al lado del tirano libio, la dirección chavista se dispara a sí misma un balazo en el pié, dando munición a sus propios adversarios y detractores, que no cesan de acusarla, sin fundamento, de tener una naturaleza «dictatorial». En Europa, en América Latina, en Estados Unidos o en Asia, el pueblo árabe -que se encuentra hoy en día en la vanguardia de la lucha anti-imperialista- debe recibir un apoyo sin reservas por parte del conjunto de las fuerzas progresistas. Sólo así podremos disputar eficazmente al imperialismo su pretensión hipócrita de encarnar los intereses democráticos de los pueblos y desactivaremos efectivamente cualquier amenaza, real o agitada intencionadamente, de una intervención militar.

Artículo publicado en francés el 27 de febrero en la página de la sección belga de la IV Internacional www.lcr-lagauche.be.

 http://puntodevistainternacional.org/spip.php?article352