Traducido por Nemoniente
Esta semana estamos asistiendo en torno a España a un nuevo capítulo del intento de construir, violentamente, una nueva constitución material de la Unión Europea. A la ortodoxia ultraliberal alemana se asocia una perentoria jerarquización de los espacios, imaginada como de costumbre con poca fantasía: los márgenes de Europa son la primera línea, y del presunto centro se irradian las pautas de una terapia de shock que tiene como objetivo determinar una auténtica transformación «antropológica», según discursos que ya se encuentran en los propios órganos de la prensa «liberal» de Europa septentrional. El neoliberalismo muestra hoy totalmente -a partir de la generalización de la deuda como principal dispositivo de gobierno- su fondo autoritario, punitivo y laboral: cada intersticio de la vida se ha puesto a trabajar, en un auténtico revival paradójico de la teoría del valor-trabajo (se aumenta la edad de jubilación, se suprimen los días festivos, se intenta meter a los jóvenes en el mercado de trabajo lo antes posible). Pero, ¿de qué trabajo estamos hablando? Las estadísticas de desocupación, en particular juvenil, alcanzan cifras impensables hasta hace poco tiempo, las políticas de austeridad tienen un efecto multiplicador sobre la depresión económica, y nadie se cree ya la fábula, continuamente aplazada, de una próxima recuperación.
¿De verdad el euro es «irreversible», como ha afirmado estos días Mario Draghi? El hecho de que lo diga el propio gobernador del BCE suena sospechoso. La impresión es que solo son irreversibles el carácter general y omnipresente de la crisis y la incapacidad de las políticas llevadas a cabo para prefigurar una salida efectiva. Estas políticas modifican la constitución material de la Unión Europea (y de los países miembros), generalizan la pobreza, la precariedad y el sufrimiento social, siembran terror, dejando entrever en el horizonte solo una continuación de la crisis en función de su gestión. La misma alternativa entre neoliberales y neokeynesianos, que satisface a muchos medios, aparece desde este punto de vista un tanto engañosa, considerada la generalidad y la falta de ejemplificaciones políticas de las posiciones reconducidas al polo neokeynesiano. La situación europea, sin olvidar que la dinámica de la crisis se profundiza a nivel global (con el «ralentización» de esenciales polos de desarrollo, desde USA a Brasil y China), presenta hoy características paradójicas, de conjunto: las mismas geografías imaginadas e impuestas, con la reconstrucción de situaciones «periféricas» en países como España e Italia, no parecen tener ninguna posibilidad de funcionar, en la medida en que el ataque al consumo termina siendo una amenaza para los propios países «centrales». Si la crisis no tiene márgenes, no está claro cuáles deberían los nuevos «márgines»: en el horizonte se perfila una propagación de la propia crisis dentro del presunto «centro» de la Unión Europea.
Creemos que sobre este punto se debe ser absolutamente claro: la cura impuesta no hace sino reproducir la enfermedad. La progresión catastrófica de la crisis y de su gestión no puede interrumpirse sino por la generalización de un movimiento de rechazo y de revuelta, que implique al conjunto de las figuras sociales que están sufriendo la violencia. Tanto el febrero griego como el julio español han prefigurado esta generalización, que ha provocado en ambos cosas una temporalidad de las luchas dentro y contra la crisis a medio plazo que -realmente con características diversas (años de revueltas permanentes en Grecia, las acampadas en España)- han construido materialmente un terreno nuevo. Por otra pate (en Italia, pero también por ejemplo en Portugal y en Irlanda) las formas de resistencia se han desplegado en una dinámica mayormente fragmentada, con dificultad para determinar momentos realmente recompositivos. Superar esta fragmentación debe ser el primer objetivo en los próximos meses, en torno a la que construir la más amplia convergencia de fuerzas. Es sobre la asunción de la prioridad de este objetivo, solo aparentemente previsto, que se verifican los comportamientos de todos los que hoy se sitúan en una perspectiva de construcción de una alternativa radical alternativa a lo existente. Hoy ya se dan algunos elementos esenciales de programa político -desde la construcción de nuevos elementos de welfare en torno a las formas existentes de la cooperación social a la combinación de la lucha sobre el salario y sobre la renta, desde la centralidad del autogobierno de los commons a la lucha contra las privatizaciones-. Para profundizarlos y hacerlos inmediatamente posibles es necesario sin embargo abrir un nuevo espacio político, y esto solo es posible a través de la generalización del movimiento de rechazo y de revuelta del que hablamos. Nos parece que se puede comenzar a trabajar de inmediato en un proyecto articulado sobre tres dimensiones, distintas analíticamente pero gestionadas de modo combinado.
En primer lugar, se trata de profundizar un movimiento en sentido propiamente destituyente, apuntando a afirmar la ingobernabilidad de los márgenes, es decir de las sociedades europeas más golpeadas por la crisis, la imposibilidad para determinar una salida neoliberal de una crisis que es también crisis del neoliberalismo. El objetivo de las movilizaciones debe ser inmediatamente la caída de los gobiernos de la austerity, dentro de un proceso de combinación y articulación entre las movilizaciones que continuarán desarrollándose en países como España y Grecia y de las que pueden abrirse en países como Italia. Los puntos fuertes de estas movilizaciones pueden ser los más diversos: indudablemente las experiencias de lucha más significativas de los últimos años en Italia (desde las movilizaciones de los precarios de la cultura y del espectáculo al movimiento NOTAV) podrán jugar un papel importante, así como la reapertura de un frente de lucha en la enseñanza podrá funcionar como elemento multiplicador de la movilización. El ataque generalizado al sector público, además, determinará movimientos de lucha que debemos ser capaces de sacar inmediatamente de un terreno de mera resistencia (más o menos corporativa), planteando el problema más general de atribuir un nuevo significado común a la institucionalidad considerada en su conjunto. Pero el problema fundamental, sobre esta primera dimensión, sigue siendo el de dirigir globalmente la movilización hacia el objetivo de la ingobernabilidad, es decir aquella solución de continuidad sin la cual no es posible abrir un razonamiento y experimentaciones prácticas sobre una salida distinta de la crisis.
En segundo lugar, se trata de comenzar a construir instituciones de autogobierno que activen formas de nueva «mutualidad» y de tutela social contra los efectos más violentos de la crisis. La experiencia argentina del 2001-2002 (las asambleas de barrios, la experimentación de la gestión directa de servicios sociales, la generalización del intercambio no monetario) continúa ofreciendo ejemplos muy sugestivos en este sentido, pero también se dan experiencias significativas en España y Grecia. Más allá del impacto inmediato de estas prácticas para hacer frente a la crisis, no debe subestimarse el efecto a medio plazo que pueden tener para la construcción material de una nueva solidaridad, capaz de mantener procesos de recomposición entre figuras sociales diversas. Desde este punto de vista, nos parece que el rol esencial, en Italia, pueda y deba ser jugado por dos de los movimientos más importantes durante estos años: el de los migrantes y el de las mujeres, o mejor dicho, la cuestión de la sexualidad. Se trata de movimientos que han incidido profundamente sobre el terreno de la «vida cotidiana», que han acumulado formidables experiencias enfrentándose al racismo y al sexismo diario, y que tienen la potencialidad de garantizar esa apertura de las experimentaciones en torno al tema del autogobierno que constituye un elemento esencial en un momento en que ganan terreno retóricas y prácticas de tipo populistas, nacionalista y xenófoba.
En tercer lugar (pero, insistimos, con urgencia), se trata de asociar a este elemento de apertura que podemos definir «intensiva» (es decir, dirigido sobre el interior del tejido social) un elemento de apertura «extensiva». Ya hemos dicho que solo la concatenación y la articulación entre las movilizaciones en diversos países europeos, partiendo de los más golpeados por la crisis pero extendiéndose a los demás, puede determinar la solución de continuidad hoy necesaria. Pero al mismo tiempo, en el momento en que se plantea el objetivo inmediato de subvertir la arquitectura de la Unión Europea tal como se ha ido radicalmente reestructurando dentro de la crisis, no se puede sino insistir en que hoy no hay soluciones «retornando» a la soberanía nacional. Por tanto, es de vital importancia multiplicar inmediatamente momentos de confrontación e iniciativa política a nivel transnacional (partiendo también de los países más expuestos a la crisis) para hacer posible el objetivo de la reconquista de un espacio europeo liberado del espectro de la deuda y de los dispositivos de mando organizados en torno a la misma haciendo intolerables nuestras vidas.
Fuente: https://n-1.cc/pg/blog/read/
Fuente original en italiano: http://uninomade.org/senza-