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Túnez ha sustituido a Libia como la última vía de escape hacia Europa por los miles de desplazados, tanto de África como de Medio Oriente y en menor escala de Asía Central. Tras un peregrinaje de miles de kilómetros, que en muchos casos no logran terminar muriendo en las soledades del Sáhara, perdidos o abandonados en mitad del desierto por traficantes que optaron por no concluir su trabajo, los sobrevivientes pretender llegar a algún puerto del sur del Mediterráneo a riesgo de todo por llegar a la costa europea.
Tras el inicio de la violencia étnica-religiosa del pasado 3 de mayo en el estado indio de Manipur entre las tribus meiteis (hindúes) y los kukis y nagas (cristianos), que dejaron al menos 140 muertos, más de 500 heridos y cerca de 80.000 desplazados, además de la destrucción y el saqueo de miles de viviendas, locales comerciales y edificios públicos, así como la quema de cientos de vehículos particulares y oficiales, docenas de iglesias y madires o devasthana (templos hindúes) –lo que ratificó el carácter profundamente sectario de la crisis-, si bien parece que fue desactivada, permanece en un peligroso estado latente. El pasado domingo día 2 en una aldea kuki, en el distrito de Churachandpur, fue decapitado un hombre y otros tres ejecutados con disparos sin que hasta ahora se conozcan las consecuencias del hecho y si el crimen se enmarca en el contexto de la crisis reciente.
Tras el ataque explosivo, reivindicado por la organización terrorista al-Shabbab, al restaurante del hotel Pearl Beach en la playa de Lido, uno de los más lujosos de Mogadiscio, la capital de Somalia, resultaron muertas nueve personas, seis civiles y tres militares, además de que otras veinte fueron heridas.
Cumplidos ya dos años de la muerte Abubakar Shekau, el alucinado emir de Boko Haram que desde que asumió el mando en 2009 llevó a su organización al epítome del terror, aunque desde esa muerte parecen haberse apaciguado las acciones contra sus clásicos objetivos: el ejército y la sociedad civil, han atacado desde delegaciones del Gobierno central a mercados, desde altos funcionarios a simples conductores de transportes públicos.
El pasado miércoles 31de mayo, con reproches cruzados, se han interrumpido al menos temporariamente, las negociaciones que se llevaban en la ciudad saudita de Jeddah, entre las partes beligerantes que desde el 15 de abril libran la guerra civil en Sudán, las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) -el ejército regular al mando del General Abdel Fattah al-Burhan- y lo que se conoce cómo la Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) un grupo paramilitar crecido a la sombra de la dictadura de Omar al-Bashir, liderado por Mohamed Hamdan Daglo, alias Hemetti.
Esos mundos distópicos que solo encontrábamos en la fantasía de algunas narraciones que, entre otras cosas, hablaban de las guerras por el agua, parecen estar haciéndose un lugar en la realidad.
La guerra civil de Sudán entra en su peor estadio: la naturalización. Por lo que levemente las coberturas acerca de los muertos y las masacres, los avances o retrocesos, que se siguen produciendo, van abandonando los titulares y sigilosamente pasan a ocupar un espacio cada vez más discreto y breve en la información general.


