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Absortos en el conflicto de Ucrania y siguiendo a la distancia la incipiente guerra civil de Sudán -que podría deparar un nuevo genocidio al país africano- prácticamente no se atiende la crítica situación de Burkina Faso.

A horas de que expire el alto el fuego en Sudán, acordado por tres días entre las partes a instancias de la Unión Africana (UA) y los Estados Unidos, se conoció la intención del jefe del ejército y virtual presidente del país, el general Abdel Fattah al-Burhan, de extender el acuerdo.

A más de una semana del estallido de los enfrentamientos armados tras una larga disputa política entre los dos hombres fuertes de Sudán, el general Abdel Fattah al-Burhan y el líder del grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), Mohamed Handan Dagalo, conocido como Hemetti, el conflicto gana cada día más intensidad.

En Sudán, como era previsible, fracasó el intento de un alto el fuego entre las tropas del ejército regular del general Abdel Fattah al-Burhan, enfrentada desde el sábado a la banda paramilitar ahora llamada Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) del general Mohamed Hamdan Daglo, conocido como Hemetti.

Desde el sábado 15 de abril Sudán vive un estallido de violencia en el que el ejército se enfrenta en las calles de Jartum con elementos catalogados como paramilitares que hasta hace pocas horas eran parte integral del Gobierno del general Abdel Fattah al-Burhan.

Tras los acuerdos de Pretoria (Sudáfrica), firmados en noviembre del año pasado entre las autoridades de la región rebelde de Tigray y el Gobierno central del Primer Ministro etíope, Abiy Ahmed, finalizó formalmente la guerra interna que durante dos años produjo miles de muertos, millones de desplazados y la destrucción de ciento de miles de viviendas, instalaciones gubernamentales e infraestructura básica para las poblaciones donde se desarrollaron los enfrentamientos, además de poner en riesgo la estabilidad de varios países de la región.

El gran drama de los refugiados que de manera casi cotidiana se ahogan en el mar o mueren intentando cruzar fronteras frente a la mirada indiferente de Europa -responsable fundamental junto a los Estados Unidos- parece corporizarse claramente en Assamakka, un minúsculo pueblo al noroeste de Níger en la región de Agadez de unos 1.500 habitantes y a casi 2.000 kilómetros al sur del Mediterráneo.

La República Islámica de Mauritania (RIM) ha conseguido mantenerse fuera del radar de los muyahidines a pesar de encontrarse muy próxima, geográficamente, al epicentro de la invasión de khatibas integristas vinculadas al Dáesh y a al-Qaeda que asolan desde hace más de una década el norte de Mali y se han expandido a Burkina Faso, Níger y ahora, a toda marcha, avanzan hacia los países del Golfo de Guinea, provocando miles de muertos y millones de desplazados.

En el marco de la celebración del Ramadán el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi, el sábado primero de abril, compartió la cena de ruptura del ayuno, conocida como el Iftar, y en conmemoración de los cincuenta años de la victoria en la guerra de 1973, contra el engendro sionista y sus mandantes, junto con los efectivos militares del comando antiterrorista y el del segundo y tercer ejército de campaña, acantonados al este del Canal de Suez, junto a los jefes de las poderosas tribus locales.

Desde octubre del año pasado, tras la decisión del Gobierno pakistaní de no renovar las visas de cientos de miles de refugiados afganos que llegaron tras la victoria de los talibanes, el riesgo de ser arrestados y deportados se ha convertido en un espectro que les acecha de manera constante.