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En el marco del empantanamiento de la contraofensiva rusa en Ucrania, conflicto que si aún no ha terminado con la victoria de Moscú solo se debe a los denodados esfuerzos de Estados Unidos y el séquito servil europeo, que a riesgo de pulverizar sus propias economías y llevar a sus pueblos a vivir consecuencias sociales inimaginables un año atrás, han acatado cada una de las acciones ordenadas por Washington para de una vez y por todas terminar con la posibilidad de un mundo multipolar.
El coronel Abdoulaye Maïga, primer ministro interino de Malí, en representación del gobierno de su país en su intervención ante el plenario general de las Naciones Unidas, el pasado sábado 24, acusó al Gobierno de Emmanuel Macron “de faltar a los valores morales universales y de haber traicionado la pesada herencia humanista de los filósofos de la Ilustración transformándose en una junta al servicio del oscurantismo”.
Un complejo mosaico de países, partidos políticos y organizaciones armadas, con intereses contrapuestos, enturbian cualquier posibilidad de establecer una paz duradera en Yemen.
En el marco del conflicto en Ucrania, y las devastadoras consecuencias que ha generado en Occidente, Estados Unidos, único responsable de la situación, ha mostrado que su única intención no solo es perpetuarse en búsqueda del desgaste ruso, sino ampliarlo mucho más allá de las fronteras europeas extendiéndose hasta el extremo Oriente, lo que claramente ha evidenciado la provocadora visita de la presidenta de la Cámara de Representantes norteamericana, Nancy Pelosi, a Taiwán a principios de agosto pasado, que ha prolongado en una anormal actividad de la marina norteamericana en el estrecho que separa la isla del territorio chino.
Pakistán se bate con las consecuencias de la monstruosa crisis climática que a la velocidad del rayo se cierne también sobre el resto del mundo, primero lidiando con olas de calor desconocidas que terminaron de manera brutal con la primavera, lo que causó un magro rendimiento de los cultivos e incrementó el derretimiento de sus glaciares. Todo ello combinado con la temporada de los monzones, que todavía no ha terminado, hicieron que este año las lluvias no solo fueran más extensas en el tiempo, sino también mucho más virulentas.
Un nuevo suceso ha vuelto a poner en vilo la realidad afgana y a reavivar la guerra que el Daesh Khorasan viene librando contra los talibanes desde que el grupo fundado por Abu Bakr al-Bagdadí, en 2014, logró instalarse en el norte de Afganistán, según la inteligencia iraní, con ayuda de la CIA, en 2015.
Con una operación, ya clásica, del grupo fundamentalista somalí al-Shabaab, la franquicia de al-Qaeda en el cuerno de África, durante la noche del viernes 19, inmediatamente después del Magreb -la oración del atardecer- un grupo de sus muyahidines tomó el hotel Hayat, ubicado en pleno centro de Mogadiscio, la capital del país, tras lo que se inició el asedio de las tropas gubernamentales que se prolongó por unas 30 horas dejando un saldo de 21 muertos y 130 heridos.
Las sangrientas intervenciones norteamericanas, no importa en qué país, siempre, absolutamente siempre, apuntan a empeorar la situación por mala que fuera en su origen. Los ejemplos abundan y solo con ponernos un límite podríamos nombrar Somalia, Afganistán, Irak y Libia, aunque la lista podría extenderse en el mapamundi como un tsunami de sangre.
Tras cinco meses de vigencia de la tregua humanitaria, el pasado miércoles 24 se reiniciaron los combates en distintas áreas de la frontera de Tigray entre los rebeldes separatistas del Frente Popular de Liberación de Tigray (TPLF) y las fuerzas del Gobierno federal.
Bien podría aplicarse la discutida sentencia romana en el caso de una exjueza afgana que desde hace un año huye la justicia de los talibanes. Refugiada en Pakistán, junto a su hijo de 25 años, espera desde noviembre del año pasado el visado que le permita viajar al Reino Unido, lo que Londres le acaba de denegar el pasado sábado día 20.