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La última guerra antes del fin del mundo ya se libra en Kaduna, un estado en el noroeste de Nigeria, desde por lo menos hace diez años, entre la etnia de mayoría musulmana y esencialmente pastores conocidos como fulanis, que combaten contra los agricultores cristianos renovando un conflicto ancestral que la crisis climática y la guerra en Ucrania han agravado de manera extrema.
Desde hace varias décadas el rock, las drogas y el fútbol, a los que ahora podríamos sumar las redes sociales (ordene a su antojo estos cuatro jinetes del apocalipsis), son los pocos espacios que el sistema ha acondicionado para que los atribulados ciudadanos de estos tiempos podamos acomodar, aunque sea por un rato, nuestros fracasos y frustraciones para descansar el agobio, de saber que esa bestia sanguinaria llamada realidad nos espera allí afuera para seguir devorándonos.
Sin duda Washington, tras el triunfo demócrata en las elecciones de medio término en las que la sociedad norteamericana parece haber dado un cheque en blanco a la Administración Biden, se lanzará a ratificar todas sus políticas guerreristas más allá de sus fronteras y además de estar dispuesto a derrotar a Moscú en Ucrania, a no perder tampoco la oportunidad de ir por Teherán para confirmarse como la única potencia militar a escala mundial frente a la pasividad de Beijing.
El ex Primer Ministro de Pakistán, Imran Khan, fue atacado con “una ráfaga de un arma automática” que no solo alcanzó a herir a Khan en una pierna, sino también a varios acompañantes. En la refriega murió un hombre de su escolta y el atacante fue detenido por la multitud que acompañaba a Khan.
En la tarde del sábado 29 de octubre, en Mogadiscio, capital de Somalia, dos camiones cargados de explosivos fueron detonados, con pocos minutos de diferencia, en el cruce de Zobe, una de las intersecciones más concurridas de la ciudad, levantando un inmenso hongo de humo y polvo que pudo verse desde diferentes puntos de la capital. Apenas producidas las explosiones siguió una andanada de disparos contra el edificio del Ministerio de Educación.
El sábado 22, once civiles fueron asesinados en la comuna de Banibangou, región de Tillabéry en el oeste de Níger, próxima a la frontera con Malí. Este ataque rompió la calma de varios meses. Después de que esa área haya sido teatro de intensas operaciones, tanto por parte de los grupos fundamentalistas que operan en el Sahel cómo del ejército de Níger y sus aliados del G5-Sahel, una fuerza conformada por efectivos de los ejércitos de Burkina Faso, Chad, Mauritania, Níger y Mali, que se retiró hace varios meses, además de fuerzas de la Operación Barkhane (Francia) y Green Berets (boinas verdes) norteamericanos.
Por fin en el Chad las cuestiones políticas se han resuelto y el panorama confuso que se cernió sobre el país tras la muerte en combate del presidente Idriss Déby en abril del año pasado se han aclarado. Y ahora sí, la república del Chad es gobernada por una dictadura en toda la norma. Mahamat Déby, un general de 38 años hijo del difunto presidente que gobernó el país durante treinta años, será presidente hasta el 2024.
Quizás pocos ejemplos mejores que Somalia para ejemplificar cuál es el resultado de las políticas humanitarias de los Estados Unidos imbuidos en el espíritu del “destino manifiesto”, algo así como un reciclado de la del “pueblo elegido” de los judíos, cuando deciden llevar sus principios de democracia, libertad y progreso a países a miles de kilómetros de sus fronteras y con culturas totalmente extrañas a su capacidad y voluntad de compresión.
El viernes 30, en horas de la noche, el capitán de artillería Ibrahim Traore, líder del movimiento que horas antes había derrocado al presidente, el teniente coronel Paul-Henri Damiba, informó en un mensaje televisado a los 21 millones de burkineses de las razones del golpe.