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Cómo se viene anunciado desde hace varios años, las bandas terroristas vinculadas el Daesh y a al-Qaeda buscaban llegar a los países del litoral del golfo de Guinea y lo han logrado.
Frente a la parsimonia internacional, la guerra civil sudanesa, que estalló el pasado 15 de abril entre las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF, por sus siglas en inglés) bajo las órdenes del jefe del ejército, el general Abdel-Fattah Burhan y las Fuerzas de Apoyo Rápido de Sudán (RSF, por sus siglas en inglés) lideradas por Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemetti -un antiguo contrabandista y pastor de camellos reconvertido en general tras sus aberrantes servicios al dictador Omar al-Bashir en el genocidio de Darfur en la primera década de este siglo-.
La Unión Europea (UE) sigue intensificando sus operaciones en el Mediterráneo para evitar la llegada de más refugiados al continente, imprime mayor presión política y aporta millones de euros para que los países emisores contengan en sus territorios a los miles de desplazados que sueñan con la oportunidad de llegar finalmente a algún punto de la costa europea. Más allá de estos esfuerzos, que representan miles de millones de euros, el 2022 ha sido el año que mayor cantidad de migrantes llegaron desde 2016.
Túnez ha sustituido a Libia como la última vía de escape hacia Europa por los miles de desplazados, tanto de África como de Medio Oriente y en menor escala de Asía Central. Tras un peregrinaje de miles de kilómetros, que en muchos casos no logran terminar muriendo en las soledades del Sáhara, perdidos o abandonados en mitad del desierto por traficantes que optaron por no concluir su trabajo, los sobrevivientes pretender llegar a algún puerto del sur del Mediterráneo a riesgo de todo por llegar a la costa europea.
Tras el inicio de la violencia étnica-religiosa del pasado 3 de mayo en el estado indio de Manipur entre las tribus meiteis (hindúes) y los kukis y nagas (cristianos), que dejaron al menos 140 muertos, más de 500 heridos y cerca de 80.000 desplazados, además de la destrucción y el saqueo de miles de viviendas, locales comerciales y edificios públicos, así como la quema de cientos de vehículos particulares y oficiales, docenas de iglesias y madires o devasthana (templos hindúes) –lo que ratificó el carácter profundamente sectario de la crisis-, si bien parece que fue desactivada, permanece en un peligroso estado latente. El pasado domingo día 2 en una aldea kuki, en el distrito de Churachandpur, fue decapitado un hombre y otros tres ejecutados con disparos sin que hasta ahora se conozcan las consecuencias del hecho y si el crimen se enmarca en el contexto de la crisis reciente.
Tras el ataque explosivo, reivindicado por la organización terrorista al-Shabbab, al restaurante del hotel Pearl Beach en la playa de Lido, uno de los más lujosos de Mogadiscio, la capital de Somalia, resultaron muertas nueve personas, seis civiles y tres militares, además de que otras veinte fueron heridas.
Cumplidos ya dos años de la muerte Abubakar Shekau, el alucinado emir de Boko Haram que desde que asumió el mando en 2009 llevó a su organización al epítome del terror, aunque desde esa muerte parecen haberse apaciguado las acciones contra sus clásicos objetivos: el ejército y la sociedad civil, han atacado desde delegaciones del Gobierno central a mercados, desde altos funcionarios a simples conductores de transportes públicos.


