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Estados Unidos, el mayor consumidor de energía fósil del mundo, ha agredido o apoyado la agresión contra los siete países de la célebre lista revelada en 2003 por el general Wesley Clark: Irak, Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán, todos con petróleo o estratégicamente cercanos a yacimientos petrolíferos. Esta es la verdadera razón por la cual una gigantesca flota estadounidense bloquea las costas de Venezuela y asesina a tripulantes de lanchas de pesca.
Trump piensa una cosa, dice otra y hace una tercera. Ello no impide que entre su aluvión de falacias se deslice de vez en cuando una verdad. ¿Habrá alguien que haya hecho más para convertir a todos los cómplices del imperio en sus enemigos, a todos los neutrales en adversarios y a todas las víctimas en un solo bloque de resistencia?
Para todos y cada uno de estos conflictos se invocan miles de pretextos, desde la defensa del capitalismo y la lucha contra el terrorismo o la droga hasta el “choque de civilizaciones”. Pero el verdadero móvil de tantas hecatombes es neutralizar potencias competidoras y monopolizar los recursos naturales y la energía
Metódicamente las naciones más desarrolladas tecnológica o militarmente se apoderan del territorio y los recursos de las menos avanzadas. Las herramientas del pillaje son las deudas y el atropello armado. Ambas casi inseparables.
Desde el inicio de los tiempos algunos grupos sociales tratan de imponerse a otros para apoderarse de su territorio, patrimonio y fuerza de trabajo aplicando una dialéctica contradictoria: todo lo codiciable para los vencedores, servidumbre para los vencidos.


