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El 7 de julio fue asesinado el presidente de Haití, Jovenel Moïse, luego de ser brutalmente torturado y desmembrado. Tal magnicidio fue realizado por un grupo de mercenarios integrado por 26 colombianos y 2 estadounidenses de origen haitiano residentes en Miami. Esos mercenarios fueron hasta hace poco tiempo miembros activos del Ejército colombiano.
En las calles de pueblos y ciudades se realiza una masacre a la vista de todo el mundo, que tiene como epicentro a la ciudad de Cali, donde la policía, el Esmad, el Goes y sus círculos paramilitares asesinan a diario a los jóvenes que protestan, a los que califican como vándalos que deben ser liquidados. Mientras eso sucede, los “falsos positivos” vuelven a ser noticia episódica por varias razones coincidentes, en las que destacamos dos: la muerte de Raúl Carvajal, el viajero que denunció durante 13 años el asesinato de su hijo por el Estado y la presentación de Juan Manuel Santos ante la Comisión de la Verdad para hablar sobre su papel en la realización de esos crímenes cuando fue ministro de Defensa. En este artículo contrastamos estos dos hechos, por lo que revelan de los crímenes de estado y de la impunidad y cinismo de los poderosos de Colombia.
Las clases dominantes de América Latina, siempre racistas, clasistas, sexistas, propagadoras del odio y de la violencia contra los pobres, cultoras de la desigualdad y la opresión, cuentan con sus ideólogos orgánicos a escala nacional e internacional.
De las jaulas de la guardia fronteriza (Trump) a las jaulas del Pentágono (Biden).