Romano Prodi, con una mayoría casi inexistente en el Senado, intentará formar un gobierno que nace débil pero que es la única alternativa al retorno de Silvio Berlusconi. Éste, con el respaldo de George W Bush, se atrincheró en no reconocer el ajustado triunfo de la centroizquierda en Italia. Es una asonada inquietante que no tiene precedentes en Europa occidental
La Cassazione, la Suprema Corte italiana, después de una semana de recuentos exigidos por el primer ministro Silvio Berlusconi, que pretendió que «los resultados deben cambiar», confirmó el miércoles que la Unión, la coalición de centroizquierda italiana, ganó las elecciones del pasado domingo 9 de abril. En la Cámara de diputados mantuvo una ventaja de apenas 24.755 votos. Es apenas el 0,07 por ciento, pero, a causa de la ley electoral impuesta por Berlusconi pocas semanas antes de los comicios, le vale a la centroizquierda un premio en escaños que le otorga una cómoda mayoría de 348 contra 281 de la derecha. Los problemas para Romano Prodi surgen en el Senado. En la Cámara alta un sistema electoral pensado por Berlusconi previendo hacer menos grave una eventual derrota, dio un virtual empate. La centroizquierda deberá intentar gobernar con una mayoría de 158 senadores contra 156 de la derecha, y serán decisivos los senadores elegidos por los italianos en el exterior.
El resultado del recuento modificó en apenas unos cientos de votos el resultado electoral anunciado el pasado martes 11 de abril. Se confirmó que Italia no tiene una tradición de fraudes electorales y que el gobierno de Berlusconi, que mantuvo en sus manos el proceso electoral, no fue víctima de ningún complot comunista. Perdió no tanto por la propuesta política de la centroizquierda sino por su naturaleza propicia a la jugada sucia y a las artimañas. Con la anterior ley electoral la Casa de la Libertad (CDL) hubiese ganado. La pretensión de Berlusconi de confirmar los presuntos fraudes dejó muy mal parado a su ministro del Interior, Giuseppe Pisanu. Era su deber confirmar que el proceso electoral se había desarrollado de manera regular -como realmente sucedió-, pero las pretensiones de su jefe de partido eran que «al menos un millón cien mil papeletas» fueron manipuladas por los «comunistas».
EL RESULTADO DEBE CAMBIAR. La Italia poselectoral no parece un país al borde de la guerra civil ni dividido entre el bien y el mal. Vivió con desconcierto pero también con normalidad una semana en la cual posiblemente Berlusconi evidenció síntomas graves de autismo. Es difícil evaluar su estrategia política. Aparentemente no está coordinada ni siquiera con sus aliados y parece focalizada en su personal incapacidad de aceptar la derrota más que en un racional cálculo político. Sería una estrategia hija del Silvio que se compara con el emperador Justiniano o con Napoleón, o que declara -sin que nadie lo interne en un manicomio- que él es el «ungido de Dios» y que no puede ni siquiera considerar la hipótesis de ser derrotado por «ese señor» -Prodi- al que definió públicamente como «un idiota». Si así no fuera, estaríamos realmente frente a un plan subversivo con el cual estaría colaborando activamente el gobierno de Estados Unidos. Y esto también es parte del carácter del multifacético Berlusconi. Como miembro de la logia masónica secreta P2, dirigida por el fascista Licio Gelli, respaldó a la dictadura argentina y el «plan de renacimiento democrático» que en los setenta y ochenta pretendía instaurar en Italia un gobierno autoritario. Desde el martes 11 entabló su estrategia en varias direcciones. De un lado estaba la protesta por los fraudes comunistas, el pedido del recuento y el no reconocimiento de la victoria de la centroizquierda sancionada por su propio ministro del Interior. Del otro, ofrece la albóndiga envenenada de una «gran coalición» a la alemana. Su intención es probablemente abrir un diálogo con la parte de la centroizquierda que opina que el gobierno que nacerá será demasiado débil para prosperar. Los días siguientes serán un circo de anuncios de descubrimientos de nuevos supuestos fraudes que al final resultarán inventados. Significativa ha sido la postura de la administración estadounidense que nunca ha abandonado a su aliado en la guerra de Irak. Lo hizo apenas ayer, jueves de tarde. Más de 24 horas después del dictamen de la Corte, el vocero del Departamento de Estado Sean McCormack declaró que el gobierno de Estados Unidos «trabajará con el gobierno de Prodi». Nada más, ni un llamado, ni siquiera un mensajito de celular le mandó Bush a Prodi. Durante estos días -es la interpretación más sensata- Bush ha estado negociando un retraso en el retiro italiano de Irak, ya anunciado por Prodi, o la impunidad para los agentes de la cia que secuestraron en Milán al ciudadano egipcio Abu Omar o a los asesinos en Bagdad del agente secreto Nicola Calipari. El ministro de Justicia saliente, Roberto Castelli, declaró que estos casos no se pueden dejar en manos «antiamericanas».
Así, para ganar apenas 469 papeletas de los 40 millones de votos emitidos, Berlusconi durante más de diez días sembró el veneno de la desconfianza en la democracia italiana. Y el cuento no se ha terminado. A pesar del veredicto final, Berlusconi se enfrascó con su partido en el no reconocimiento de su derrota. Lo respalda la Liga Norte mientras sus otros dos aliados tomaron caminos distintos. Los democristianos de la udc felicitaron a Prodi apenas se dio a conocer el dictamen. Si éste lograra empezar su labor como primer ministro, algunos de sus 21 senadores podrían ser tentados a respaldarlo. Los nacionalistas (posfascistas) de Alianza Nacional no lo felicitaron pero «tomaron acto148; -aceptaron- a regañadientes el resultado electoral. Berlusconi ni eso.
Así que todavía no ha finalizado el tétrico espectáculo ofrecido al mundo por Berlusconi y los suyos. Hace dos semanas, el semanario satírico toscano Il Vernacoliere editó una portada que anunciaba: «Berlusconi no quiere perder, y si pierde quiere que volvamos a votar hasta que gane y luego no votamos nunca más». Como en la Edad Media el juglar fue el único que se atrevió a decir la verdad: jamás en la historia de la Europa occidental de posguerra alguien se había atrevido a poner en vilo la democracia en pos de no admitir su derrota personal, deslegitimar a sus opositores e impedir un sereno cambio de mando.
LOS PROBLEMAS DE LA UNIÓN. El diario británico The Financial Times predijo esta semana que el gobierno de Prodi será incapaz de mejorar las cuentas públicas italianas y que esto causará el quiebre del país, del euro y el fracaso de la moneda única europea en el año 2015. Es un viejo deseo de los centros económicos de los países anglosajones que sin embargo difícilmente se hará realidad. Sin embargo el panorama que enfrenta Prodi es objetivamente difícil. La realidad es que el gobierno de Berlusconi colocó las cuentas del país fuera de control y que si hoy Italia quisiera entrar en el euro estaría muy lejos de poder cumplir los requisitos mínimos.
Prodi deberá formar un gobierno de izquierda sabiendo que una política de expansión del gasto público es imposible a causa de los agujeros heredados del gobierno de Berlusconi. Deberá formar un gobierno con pocas posibilidades de satisfacer a sus electores y de realizar su programa y también con pocas posibilidades de satisfacer los apetitos de su clase política. El primer problema le hará difícil la vida con la parte radical de su coalición, el segundo le hará la vida imposible con la parte moderada. Intentará formar un gobierno con mucha autoridad nombrando como ministros a todos los líderes de la coalición y probablemente poniendo como ministro de Economía a un hombre prestigioso y grato para los mercados como Tommaso Padoa Schioppa, del Banco Central Europeo, o Mario Monti, apreciado comisario europeo de la Libre Competencia.
Sin embargo el camino que conduce al gobierno se cruza con la elección del nuevo jefe del Estado. Carlo Azeglio Ciampi, presidente saliente, ha compilado una agenda que prevé en la próxima semana la toma de posesión de las dos cámaras, con la elección de sus presidentes. En el Senado irá el centrista Franco Marini. En la Cámara, Prodi quisiera anclar al comunista Fausto Bertinotti pero los Democráticos de Izquierda quieren imponer a su presidente, Massimo d’Alema. El ajedrez sería de fácil solución si D’Alema estuviera seguro de poder ser presidente de la República. En los diez primeros días de mayo la izquierda de la coalición quiere que Ciampi encargue oficialmente a Prodi formar gobierno y que éste tenga ya la lista de ministros para obtener rápidamente el voto de confianza. Luego se votaría al sucesor de Ciampi con Prodi ya en su cargo. Sin embargo Ciampi no está de acuerdo con este mapa de ruta. Piensa que siendo él presidente saliente, sería una cortesía institucional dejar que fuera su sucesor quien nombrarara a Prodi. Entre una hipótesis y la otra hay al menos 15 o 20 días en los cuales Berlusconi quedaría como jefe de gobierno y probablemente sin reconocer aún a Prodi y tramando contra él. Italia hoy no se puede permitir cortesías institucionales.