Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Las iniciativas orquestadas por Estados Unidos para derrocar gobiernos extranjeros promoviendo la agitación popular y la detención de civiles suelen recibir el nombre de un color y, a veces, de una flor. Así, tuvimos una “revolución rosa” en Georgia, un “movimiento verde” en Irán y una “revolución naranja” en Ucrania.
Pero ahora parece que la CIA y las diversas organizaciones que la respaldan se han quedado sin colores para elegir. Esa es la única manera de explicar que llamen a su más reciente iniciativa en Bielorrusia la “revolución de las pantuflas”.
No, no fue el [diario] Guardian quien ideó ese estúpido apodo al mencionarlo en uno de sus titulares (que posteriormente cambió), sino la cadena de televisión Belsat.eu, financiada por el Departamento de Estado de EE.UU., que mencionó las pantuflas a raíz de una fotografía tomada el 31 de mayo.
Un simpatizante de la oposición sujeta un par de pantuflas en una manifestación celebrada en Minsk el 31 de mayo para apoyar elecciones presidenciales libres en agosto.
El 6 de junio Radio Free Europe/Radio Liberty fue el primer medio que utilizó dicho término en un titular.
Ayer [15 de junio] el gobierno de EE.UU. y el Consejo del Atlántico Norte (principal órgano decisorio de la OTAN) mencionaron las pantuflas en una nota sobre Bielorrusia. El Center for European Policy Analysis, organización con sede en Washington, evitó mencionar las “pantuflas”, pero una nota del mismo día trata de ese mismo tema.
Cuando todas estas organizaciones y medios de comunicación financiados por gobiernos occidentales publican simultáneamente notas sobre un país que aún no está occidentalizado, está bastante claro que algo está pasando. Evidentemente alguien ha dado instrucciones a esos tipos.
Entonces, ¿qué pasa en Bielorrusia?
El país goza de una interesante situación geográfica, comprimido entre países alineados a la OTAN y Rusia.
Con 9,5 millones de habitantes, Bielorrusia es bastante pequeño. El presidente Alexander Lukashenko gobierna la nación desde 1994 siguiendo políticas de la era soviética. El país posee una industria bien desarrollada basada en la exportación de maquinaria pesada y el Estado todavía controla buena parte de la economía que dinamiza las ciudades grandes y pequeñas. Por consiguiente, el país ha conseguido evitar la catástrofe económica que sobrevino en Rusia con Boris Yeltsin, pero también se ha quedado al margen del desarrollo económico que tuvo lugar en Rusia cuando el presidente Vladimir Putin asumió el poder.
Desde 1995, Bielorrusia y Rusia tienen un acuerdo para formar un Estado supranacional (el Estado de la Unión):
El Estado de la Unión ofrece a los ciudadanos de Rusia y Bielorrusia el derecho a trabajar y residir permanentemente en cualquiera de los dos países sin necesidad de someterse a los procedimientos formales de inmigración exigidos a ciudadanos extranjeros. Mantienen sus pasaportes y otros documentos de identificación.
El tratado, firmado en 1999, incluye también la defensa común y la integración económica, así como la creación de un parlamento de la Unión y otras instituciones. Su objetivo es, básicamente, la integración de Bielorrusia (y otros estados de la antigua Unión Soviética) en Rusia. Pero si se completara el Estado de la Unión, el papel personal de Lukashenko se vería drásticamente reducido, por lo que el presidente ha hecho lo posible por retrasarlo cuando Rusia ha intentado dar pasos adelante.
Rusia ha subvencionado durante años el precio del gas natural y del petróleo crudo que envía a Bielorrusia. Pero solo una parte este último se emplea en el propio país, ya que Bielorrusia lo refina y vende los productos resultantes a los mercados occidentales para conseguir divisas fuertes. Hasta hace poco, el petróleo subvencionado era la “renta de integración” que Rusia pagaba a Bielorrusia para mantenerla de su lado.
A finales de 2019, Lukashenko y Putin celebraron una cumbre en Sochi. Putin volvió a ejercer presión para avanzar hacia la creación del Estado de la Unión pero Lukashenko continuó dando largas al proceso. Como consecuencia, Rusia interrumpió la “renta de integración exigiendo precios más elevados para su petróleo.
De vuelta de Sochi y enfrentado a un retroceso en su economía, Lukashenko cambió de rumbo. Empezó a cortejar abiertamente a Estados Unidos y otros países occidentales y repentinamente hizo hincapié en la soberanía bielorrusa. Incluso realizó compras de petróleo de esquisto estadounidense:
Lukashenko lleva tiempo haciendo equilibrios para mantenerse cerca de Rusia pero no demasiado cerca. Raramente bloqueó a las políticas rusas, pero a la vez resistió las presiones del Kremlin para la unificación de ambos estados, algo ya acordado en 1999.
[…] Así que cuando en diciembre no consiguieron ponerse de acuerdo sobre los nuevos precios del petróleo que Moscú vende a Minsk, Rusia cortó temporalmente el suministro. Entonces Lukashenko prometió diversificar sus proveedores y compró cargamentos a Azerbaiyán, Noruega y Arabia Saudí, todo ello en los últimos cinco meses, aprovechando el shock producido por el coronavirus en los precios del crudo.
[…] Pompeo visitó Minsk a primeros de febrero, donde concretó su oferta de venta de petróleo estadounidense a “precios competitivos”. Fue el primer viaje del alto diplomático de EE.UU. desde que Lukashenko accedió al cargo. Posteriormente, en abril, ambos países restablecieron formalmente sus relaciones diplomáticas cuando Julie Fiser, una alta funcionaria del Departamento de Estado, fue nombrada embajadora en Bielorrusia, un puesto que llevaba vacante más de una década.
La insostenible estratagema de Lukashenko al decidir comprar petróleo a cualquier otro país funcionó hasta cierto punto. En mayo, Rusia accedió a volver a entregar petróleo a Bielorrusia, aunque solo la mitad de lo que había entregado en años anteriores.
Pero ese acercamiento a “Occidente” tiene un precio. La existencia de una embajadora en la capital supone situar las tramas de cambio de régimen a la orden del día. La repentina atención adquirida por Bielorrusia por parte de las organizaciones afines a Estados Unidos es señal segura de que una de estas conspiraciones está en marcha.
El 9 de agosto, Bielorrusia celebrará elecciones presidenciales y Lukashenko hará todo lo posible por volver a ganarlas.
Por lo general, las revoluciones de colores aprovechan las elecciones controvertidas. Los resultados se ponen públicamente en duda incluso antes de que se produzca la propia elección. Cuando esta se produce finalmente, los medios de comunicación occidentales aseguran que los resultados difieren de las expectativas creadas y que, por tanto, deben haber sido manipulados. Los ciudadanos son empujados a las calles para protestar. Puede que, para aumentar el caos, entren en juego francotiradores que disparen contra la policía y los manifestantes, como sucedió en Ucrania. La revuelta finaliza cuando la represión se generaliza o cuando asume el poder el candidato favorito de Estados Unidos.
El año pasado, la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés) financió al menos 34 proyectos y organizaciones en Bielorrusia. Estados Unidos no actúa así llevado por la generosidad sino para intentar influir en las votaciones.
Aparentemente, Estados Unidos tiene al menos dos candidatos en esa carrera. El primero es el demagógico “hombre de las pantuflas” (que algunos comparan con [Alexei] Navalny, principal opositor ruso a Putin):
Durante las primeras fases de la actual campaña electoral, miles de personas han hecho cola en las calles para firmar las peticiones de apoyo a las candidaturas de los principales rivales de Lukashenko. Los candidatos deben reunir 100.000 firmas antes de comienzos de julio para poder presentarse a las urnas.
Algunos manifestantes contrarios a Lukashenko han empezado a blandir pantuflas en referencia al llamamiento efectuado por el popular bloguero y aspirante a la presidencia Syarhey Tsikhanouski, cuando pidió aplastar al presidente bielorruso “como a una cucaracha”. Esto ha llevado a que se hable de la inminente “revolución de las pantuflas” en línea con los movimientos de protesta que han conseguido derribar otros regímenes totalitarios de la antigua Unión Soviética.
Probablemente hay dos candidatos en liza que pueden tomarse en serio:
Victor Babariko es el antiguo presidente de Belgazprombank y Valery Tsepkalo es un antiguo alto funcionario de la administración de Lukashenko que sirvió como embajador de Bielorrusia en Estados Unidos antes de dirigir más recientemente el Belarus Hi-Tech Park, uno de los mayores grupos de tecnología de la información en Europa Central y Oriental. A diferencia de los candidatos marionetas e independientes a quienes por lo general se permite competir con Lukashenko, Babariko y Tsepkalo tienen la antigüedad y experiencia en el sistema suficientes para ser tomados en serio como alternativas al actual statu quo político.
Se supone que Babariko, como expresidente del [tercer banco de la Federación Rusa] Gazprombank, es el candidato favorito de Rusia, mientras que Tsepkalo es probablemente el que Estados Unidos desearía que alcanzara el poder. Ambos promueven programas neoliberales similares a favor de la privatización y de una economía más abierta.
Lukashenko podría dar pasos para apartar a los candidatos que puedan poner en peligro su posición. La policía afirma haber encontrado 900.000 dólares en una casa propiedad del “bloguero” Tsikhanouski, también acusado de agredir a la policía en una manifestación no autorizada. La pasada semana, la policía intervino en el antiguo banco de Babariko, a quien acusaron de estar involucrado en una trama de evasión fiscal. Tsepkalo fue despedido como director del Belarus Hi-Teck Park por haberlo utilizado para enriquecerse. Existen varios casos evidentes de fraude que podrían utilizarse contra él.
La economía bielorrusa podría contraerse este año. La respuesta de Lukashenko ante la epidemia de Covid-19 ha sido tan nefasta como la de Trump. Los ingresos del Estado procedentes del refinado y venta de productos derivados del crudo ruso subsidiado están en caída.
Hay razones para votar contra su permanencia en el cargo. Pero también hay razones para desear su continuidad.
El PIB per cápita en Bielorrusia está en torno a los 20.000 dólares (PPA). Eso supone el doble que el de su vecina Ucrania y un 30% inferior al de Rusia. La igualdad de ingresos en Bielorrusia es relativamente elevada. La seguridad social y los servicios funcionan razonablemente bien.
Carece de fundamento afirmar que Lukashenko no podría ganar legítimamente la elección.
Una revolución de color, como la que se prepara en estos momentos, probablemente acabaría destrozando el país.
Si Bielorrusia llega a caer en las manos de un candidato patrocinado por “Occidente” su futuro sería desolador. Las empresas estatales serían privatizadas a precios ridículos y buena parte del sistema social estilo soviético, que todavía funciona para la mayor parte de la población, sería desmantelado. Las relaciones económicas con Rusia se resentirían. En último término, Bielorrusia podría acabar peor que Ucrania.
El futuro a largo plazo de Bielorrusia está en su unión con Rusia, país que tiene el interés y los recursos para gestionarlo de un modo apropiado. Las economías de ambos países ya están muy integradas, sus ciudadanos hablan la misma lengua, tienen una historia común y comparten la misma religión.
Rusia tiene un gran interés en mantener a Bielorrusia dentro de su esfera de influencia. Es difícil predecir cuál sería su reacción si se produjera una revolución de color dirigida por Estados Unidos.
Fuente: https://www.moonofalabama.org/2020/06/belarus-a-us-sponsored-color-revolution-is-underway.html#more
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