Van pasando los días y reposan ya las primeras lecturas que se hicieron sobre los resultados del referéndum por la permanencia, o no, del Reino Unido en la Unión Europea; el famoso brexit. La gran mayoría de dichas lecturas se han correspondido directamente con las de aquellos sectores especialmente interesados en que esta Europa se […]
Van pasando los días y reposan ya las primeras lecturas que se hicieron sobre los resultados del referéndum por la permanencia, o no, del Reino Unido en la Unión Europea; el famoso brexit.
La gran mayoría de dichas lecturas se han correspondido directamente con las de aquellos sectores especialmente interesados en que esta Europa se mantenga en los parámetros que conocemos y sufrimos: privilegios a los mercados, procesos de privatizaciones, destrucción del estado del bienestar, subordinación de lo político a los intereses de las élites económicas, precarización de la vida y ausencia de democracia real y participativa.
En este sentido, la inmensa mayoría de los medios de comunicación masivos y las élites políticas y económicas tradicionales han orientado de forma intencionada sus análisis. Así, han hablado sobre la ignorancia y atraso de Gales y la Inglaterra rural en comparación con los espacios urbanos y modernos, como Londres. También han escrito largamente sobre la desconsideración de las personas más mayores, atrapadas en simples y censurables consignas identitarias, mientras cerraban el paso con su voto masivo por la salida a las posibilidades de una vida mejor a las más jóvenes, expulsándolas de las grandes opciones que ofrecía esa vieja Europa para el futuro inmediato (sarcasmo evidente). Otros al contrario han presentado a los más jóvenes como pasivos y alejados de la política con su abstención.
Una línea más, complementaria a las anteriores, ha planteado la victoria de las posturas más xenófobas y racistas, que han sido aplaudidas inmediatamente y al unísono por la ultraderecha del continente. Ésta última se ha visto rearmada en sus postulados neofascistas y refuerza sus demandas para exigir también en sus respectivos países nuevos referéndums que puedan acabar con la odiada unión de casi 50 años. Unión que no ha hecho sino, por una parte, abrir las puertas a la indeseada emigración extracontinental o de la empobrecida Europa oriental y, por otra, socavar la soberanía y la grandeza de los viejos estados nación. Esta visión en su raquítica y pseudofascista lectura.
Todas estas explicaciones contienen algunas certezas en mayor o menor medida, y es innegable que todas ellas han incidido de forma muy importante en el resultado final. Pero hay otras lecturas del brexit que, interesadamente, se ocultan o se reducen a las últimas y pequeñas crónicas de los grandes medios de comunicación o de concienzudos y expertos analistas de lo europeo.
Por ejemplo, se ha escondido conscientemente la posibilidad de que dentro de la opción de salida del Reino Unido (rechazada por Irlanda del Norte y Escocia) de la Unión Europea también haya una fuerte corriente de protesta y enfado de las clases populares, trabajadoras y medias, contra las políticas neoliberales de austeridad y recortes de derechos que se han hecho una constante en las decisiones de Bruselas y de Frankfurt, ya sea desde la Comisión o desde el Banco Central Europeo. Protesta también ante la inoperancia e invisibilidad del Parlamento; esa institución que se supone debería representar a toda la población europea y velar, legislativamente hablando, por los intereses de las grandes mayorías, pero que no es sino mera correa de transmisión de los deseos y decisiones de las minoritarias pero poderosas élites económicas del viejo continente. Parlamento Europeo al que se envía a la clase política de los estados en situación de retiro dorado y que desde su inacción política es cómplice necesario de los recortes de infinidad de derechos laborales, sociales, políticos que cercenan aquello que durante unas pocas décadas permitió definir a una parte del continente como la Europa del Bienestar y que, pese a no ser la sociedad más justa posible, volver a ella hoy parece una utopía inalcanzable.
Desde el inicio de la aplicación de las políticas neoliberales, bajo el gobierno de Margaret Thatcher, los pueblos y ciudades inglesas y galesas han entrado en una etapa postindustrial que no responde a un nivel superior económico, sino al empobrecimiento y abandono propios del desmantelamiento minero e industrial de estos territorios. Y de alguna forma Europa, a través de sus élites políticas y económicas, responde a ese mismo direccionamiento y se hace cómplice del mismo. En los años 90 del siglo pasado, las famosas telenovelas venezolanas que inundaron nuestras televisiones nos presentaban un país rico en petróleo en el que prácticamente todo era clase media con un alto nivel de vida. La realidad, sin embargo, eran millones de personas empobrecidas que se arracimaban en barriadas de chabolas, en un mundo real a años luz de lo que dichos culebrones televisivos nos presentaban. Después descubrimos con cierta sorpresa el enfado de esos millones de hombres y mujeres y su intento por cambiar la dura, desigual e injusta realidad a través de nuevos y diferentes gobiernos. Pues bien, salvando las distancias, que son muchas, el paralelismo en gran medida es evidente. Cuando pensamos en Gran Bretaña visualizamos inmediatamente la cosmopolita City londinense, el centro de esa ciudad lleno de diversidad y modernidad, de pubs y oficinas financieras, donde todo es clase media alta feliz. Pero la realidad del brexit nos permite descubrir que ésta es diferente en cuanto salimos a los suburbios de las ciudades o nos acercamos a la renombrada campiña inglesa o a las montañas galesas. No son paisajes bucólicos, sino deprimidos y arrinconados por el neoliberalismo que en sus políticas económicas solo busca rendimiento y beneficios económicos, olvidándose de las personas.
Posiblemente esta situación ayuda también a explicar mejor las razones de la opción mayoritaria por el brexit de estas grandes áreas rurales y semiurbanas: el enfado con las élites londinenses que, en común acuerdo con las del resto del continente, llevan décadas propiciando esta degradación de las condiciones de vida de las grandes mayorías. Llevan años alimentando con sus decisiones una multiplicidad de crisis que ahora se visualizan más allá de la económica y que alcanzan a lo social, político, medioambiental, de identidad, ideológica en suma. Así, Bruselas y Londres se ven igualmente alejadas de la realidad de la vida cotidiana de las clases populares y medias. Por supuesto, en ese caldo de cultivo se explica también mejor, la facilidad con la que se enraizan posturas y actitudes xenófobas y racistas que ubican a la emigración como la causa principal que agravará aún más la situación, las cuales además ya han dado lugar a diferentes ataques. Pero ésta también es una opción históricamente alimentada por determinadas élites económicas y políticas para desviar de la población la búsqueda de los verdaderos culpables de la situación; si desviábamos la atención y enfado de las mayorías hacia aquellos/as que están aún peor conseguimos que no se cuestionen el sistema dominante.
A la par de lo anterior, Europa no se ha caracterizado, especialmente en las dos últimas décadas, por defender y extender valores de solidaridad entre su ciudadanía. Los llamamientos a la cooperación siempre están llenos casi en su totalidad de aspectos economicistas, preocupaciones por ampliar la colaboración entre empresas y por facilitar las condiciones de mercado para éstas mismas y para las transacciones financieras. Por el contrario, las grandes declaraciones, que a veces contienen llamamientos a la unidad y solidaridad entre los pueblos de Europa, son en su mayor parte percibidas por la ciudadanía como cantos de sirena que no responden nunca a la verdadera intencionalidad de esas élites económicas y políticas. En la misma línea, la poca democracia real que la población ha podido ver en la famosa troika en estos últimos años, en especial para con el pueblo griego, promueve cada vez un mayor rechazo hacia la Unión Europea. Y es esta otra lectura posible que sin duda también ha incidido en el resultado del brexit en Inglaterra y Gales. El inconsciente social y popular sigue diciendo que queremos una Europa unida, pero no ésta que se está construyendo entre las élites, sino que queremos otra basada verdaderamente en principios de democracia participativa, justicia y equidad social. Posiblemente Reino Unido hubiera votado mayoritariamente por ser parte de esa otra Europa.
Jesus González Pazos, Miembro de Mugarik Gabe.
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