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Bután o la falsa Shangri La

Fuentes: Rebelión

Para los tibetanos, el término Shangri La es la representación de «una valle mágico» en los Himalayas, lo que ha devenido en un sinónimo de «paraíso», popularizado por el escritor James Milton en la década de los años treinta del pasado siglo. Mientras que Nepal y China afirman poseer bajo sus fronteras Shangri La, es […]

Para los tibetanos, el término Shangri La es la representación de «una valle mágico» en los Himalayas, lo que ha devenido en un sinónimo de «paraíso», popularizado por el escritor James Milton en la década de los años treinta del pasado siglo. Mientras que Nepal y China afirman poseer bajo sus fronteras Shangri La, es Bután quien ha conseguido «vender» la paradisíaca imagen de naturaleza y cultura.

El exotismo que nos presentan las agencias de viaje occidentales contrasta con otra dura realidad que es ocultada intencionadamente o de la que se tiene nulo conocimiento en esos lugares. Como señalaba recientemente una analista local, «tras las sonrisas, hay una verdad mucho más compleja».

El puzzle étnico del país ha tenido gran importancia a la hora de su configuración. Tras grupos separados geográficamente son los principales. En el oeste, los Ngalong (de origen tibetano) que han dominado políticamente el país desde hace décadas; en el este, los Sarchops (los pueblos más antiguos), mientras que los de origen nepalí, los Lhotshampas, en el sur.

Bután ha sido hasta la fecha una monarquía hereditaria, y los diferentes monarcas no han dudado en establecer un sistema de favores y prebendas del que se han beneficiado las clases poderosas de los Ngalongs, excluyendo de todo centro de poder al resto de etnias. Esta política excluyente dio un paso más cuando en 1989 a través de un decreto, «driglam namzha» promovió el lema «una nación, un pueblo», obligando a todos los pueblos a aceptar las costumbres y la cultura de la etnia dominante.

La respuesta de los demás pueblos fue la de sublevarse contra esas medidas, lo que trajo consigo unas medidas más reaccionarias por parte de la monarquía del país, que acrecentarían la política de exclusión. Así, en 1990 más de cien mil personas de origen nepalí fueron expulsadas del país, bajo el pretexto de que eran inmigrantes ilegales o ngolops (anti-nacionales), a pesar de que muchas familias vivían en Bután desde 1624. Desde entonces, estos refugiados se amontonan en siete campos en Nepal, bajo la supervisión del Alto Comisionado para los Refugiados de Naciones Unidas, confiriendo a Bután el dudoso título de ser el país que ha ocasionado el mayor número de refugiados por habitante del mundo.

Reformas reales

Mientras que nos presentan a Bután como «el país del dragón», (en tibetano, Bután se llama Druk-yul), un lugar donde la cultura permanece inmune a los avances de la modernidad, y donde la filosofía impulsada por la monarquía local, «la felicidad nacional bruta» por encima del «producto interior bruto» es el símbolo de este «paraíso terrenal», la estructura estatal y de poder permanece en manos de unos cuantos privilegiados.

Desde noviembre del 2004, el rey ha puesto en marcha algunos cambios tendentes a lograr una transición hacia un sistema «democrático», una reforma donde a pesar de todo su figura y la de su familia seguirá estando por encima de todos. Es evidente que con estas transformaciones el monarca pretende evitar que se repitan los acontecimientos del vecino Nepal, donde la batalla del pueblo nepalí para acabar con la monarquía se está materializando estos meses.

De esta manera, el llamado problema de los refugiados sigue sin resolverse, es más, se intenta que éstos acepten ser ubicados definitivamente en un tercer país (EEUU, Canadá, Australia o Dinamarca, aceptarían recibir algunos); la constitución ha sido concebida sin la participación de los grupos disidentes al monarca; y los partidos políticos, prohibidos hasta marzo del 2007, tienen poco tiempo para establecerse en el nuevo escenario de Bután, sobre todo de cara a las elecciones al parlamento, del próximo 24 de marzo, donde concurrirán tan sólo dos formaciones políticas, el Druk Phuensum Tshogpa (Partido de la Armonía de Bután- DPT) y el Partido Democrático del Pueblo (PDP). Tampoco conviene olvidar en este sentido que los partidos basados en etnias, lenguaje o religión también tienen cerradas las puertas para operar legalmente en el reino asiático.

Por todo ello, las alternativas «democráticas» para el pueblo de Bután se reducen a las organizaciones políticas que funcionarán como el apéndice del sistema monárquico, y no como la alternativa política al actual status quo.

No obstante, y frente a quienes alaban los pasos modernizadores del monarca, algunos no ven más que «una devoción narcisista de la cultura y la identidad por parte del rey, y la mentalidad feudal del mismo ha ocasionado mucho perjuicio a la paz regional, la justicia, los derechos humanos y la democracia».

Más protestas

El pasado 20 de enero, varios artefactos explotaron en diferentes lugares de Bután, y si bien en un primer momento este tipo de violencia de baja intensidad no representa una amenaza muy seria para «la seguridad del país», el contexto elegido, en plena transición, da lugar a diferentes interpretaciones. En primer lugar está la autoría misma de los ataques, reivindicados por un grupo de nueva formación, el Frente Unido Revolucionario de Bután, aunque fuentes de las fuerzas de seguridad del país señalan como posibles autores a la Fuerza de los Tigres de Bután, el Partido Maoísta de Bután o el Partido Comunista de Bután. Finalmente, también hay quien apunta hacia la autoría del Partido Comunista Butanés (Marxista-Leninista-Maoísta) (BCP-MLM), que sería la organización que agruparía a los tres citados anteriormente.

Los últimos ataques armados tuvieron lugar en diciembre del 2006, aunque durante el pasado año, las fuerzas de seguridad lograron desactivar varios artefactos. No obstante, en los campamentos de refugiados, el peso de estas organizaciones crece cada día que pasa. Desde su formación en abril del 2003, el BCP-MLM ha logrado extender sus bases en Nepal e instalar varias de ellas en territorio de Bután. Formado mayormente por jóvenes refugiados, campesinos y estudiantes, sus demandas recogen el derecho a la repatriación de los refugiados, así como una declaración de Bután como una «democracia soberana».

Mientras tanto, el gobierno y la monarquía de Bután se niegan a acceder a la vuelta de los refugiados expulsados, alegando la amenaza para el sistema que representan esos refugiados, «contaminados» por las experiencias revolucionarias de Nepal e India, así como el posible desequilibrio demográfico que ello acarrearía. Por ello apuestan por la solución que supone la acogida de los refugiados en un «tercer país», algo que rechazan de facto las fuerzas políticas antes mencionadas.

Los movimientos revolucionarios de Nepal y el auge de los de India son claros síntomas que preocupan al monarca de Bután, a ello se une la disputa que China e India han mantenido para hacerse con la situación privilegiada en el reino asiático. Si China tiene pendiente el tema de las fronteras con Tibet y Bután, India quiere seguir siendo el vecino que controla la política exterior del mismo.

El paraíso que nos presentan en relación a Bután sigue teniendo muchas grietas, sobre todo en materia política. Con una monarquía dispuesta a imitar otros modelos de transición, que permiten cambiar algo para que no cambie nada. La colaboración de los partido legalizados, correas de transmisión del modelo real y de las élites burocráticas y profesionales surgidas en torno al monarca, son un pilar del nuevo Bután, donde tras el presumible triunfo del DPT, y a pesar del desafío del PDP, el rey permanecerá «como la cabeza del Estado», y tras la sonrisa de postal, Bután seguirá mostrando una realidad muy alejada de Shangri La.

TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)