Ya sabemos dónde estamos: en un momento en el que se ha producido un cambio radical en las condiciones del contrato social simbólico que ciudadanía europea, élites económicas y poder político habían firmado después de la II Gran Guerra. Ahora ya da igual si este contrato era una excepción insostenible en el capitalismo (sí lo […]
Ya sabemos dónde estamos: en un momento en el que se ha producido un cambio radical en las condiciones del contrato social simbólico que ciudadanía europea, élites económicas y poder político habían firmado después de la II Gran Guerra. Ahora ya da igual si este contrato era una excepción insostenible en el capitalismo (sí lo era) o si podría haber perdurado si la izquierda no hubiera sucumbido ideológicamente de una manera tan absoluta. El estado social se ha perdido y no va a volver si no lo traemos de vuelta. Las condiciones materiales de vida se han precarizado hasta límites inimaginables hace muy poco tiempo y lo han hecho muy rápidamente; pero también nos vemos inundados por una ola de corrupción, de falta de cualquier consideración ética de la vida pública y de inmunidad para los poderosos que hacen aun más pesada la carga de la desigualdad. La certeza de que nos gobierna una especie de mafia cuyo único objetivo es rapiñarlo todo y enriquecerse a cualquier precio resulta insoportable. Finalmente, la represión cierra el círculo; era lo que faltaba y ya ha llegado. Hemos pasado por el cabreo, por la desafección política, por los intentos organizativos más o menos exitosos, por estar a la defensiva, por la frustración, la desesperanza y el agotamiento. Pero lo que cambia las cosas es que tuvimos el 15M, y lo que aprendimos allí es la base de todo lo que ahora proponemos y de las batallas que vamos ganando.
Los políticos profesionales se dividen entre los que entendieron algo del 15M y los que no. La mayoría de la gente hemos aprendido (ha sido un aprendizaje lento y doloroso en el que muchos están aun a mitad de camino) que el régimen neoliberal ha liquidado no sólo nuestras vidas, sino también el marco político tal como lo conocíamos; la desregulación financiera, propiciada por los mismos que ahora lloran lágrimas de cocodrilo, ha inutilizado la política que conocíamos de manera tácita; ha dado un auténtico golpe de estado. El poder político ya no gobierna sino que se ha convertido en gestor de los verdaderos gobernantes: los poderes económicos y financieros. Por eso, al mismo tiempo que el neoliberalismo hunde en la pobreza a millones de personas ha ido abriéndose paso la evidencia de que no es posible una vuelta a las políticas keynesianas auspiciada desde dentro de las instituciones y puesta en marcha por los mismos que abrieron la puerta a la insaciabilidad de los mercados. Simplemente, estas personas, estas instituciones, ya no tienen capacidad para hacerlo. La sospecha de que esto es así fue haciéndose evidente poco a poco y este convencimiento estaba en la base del grito que fue el 15M. Lo que esto quiere decir es que cualquier solución tendrá que venir forzada desde fuera, desde la presión y la organización social, y pasa por la ruptura del actual marco político.
El 15M fue una enmienda a la totalidad a todos los partidos políticos, al sistema en su conjunto. Desde ese momento, todas las batallas que se han ganado, algunas muy significativas, y las resistencias que se han emprendido no tienen nada que ver con estos partidos que ni siquiera saben dónde ponerse, ni tienen que ver con lo que solíamos llamar ideología, con lo que se ha votado antes, ni tiene que ver por tanto con los relatos políticos que venían funcionando. Aunque resulte extraño decirlo el 15M ha hecho emerger un sujeto político que llevaba varias décadas desaparecido: la gente. Desde sus propias necesidades, pero también desde la convicción de que hay cosas que no pueden arrebatarnos, la gente se comenzó a organizar y a luchar, y ha aprendido a luchar junta. Y lo ha hecho al margen de los partidos y de los sindicatos tradicionales (desaparecidos): la PAH, las huelgas de las basuras, de la lavandería hospitalaria, los preferentistas, las feministas… Son batallas libradas por lo básico, por la propia vida, pero también algunas de ellas son por lo común: por la sanidad o la educación pública, o por el barrio.
Estas batallas, además, sin ser violentas, han servido para romper dos tabúes paralizantes: el respeto a la autoridad y el miedo a ser asociado a cualquier forma de violencia. Son huelgas salvajes, son resistencias que no son obedientes a ninguna autoridad, que no están dispuestas a poner sus reivindicaciones en manos de la promesa vaga de ningún partido. Necesitamos una vivienda, un trabajo digno, un salario digno, nuestro barrio, un parque, una escuela infantil, nuestra sanidad pública, nuestra educación…lo necesitamos ahora y vamos a pelearlo ahora, nosotros y nosotras, y nos da igual lo que diga la Troika y nos dan igual las palabras «de responsabilidad» que suelen usar los partidos políticos. No son luchas que hagan de la violencia una estrategia, pero tampoco son obedientes ni temerosas y si el poder es violento y reprime y niega derechos básicos no hay que tener miedo a resistirse. Los antisistema son ellos. La comprensión de esta realidad ha supuesto un vuelco muy importante; se ha legitimado socialmente el derecho a la resistencia frente a las políticas o las leyes injustas y se ha legitimado mayoritariamente, lo que es inusitado.
Y estas batallas también han roto la cuerda que unía siempre cualquier protesta con los partidos políticos que operan dentro del marco institucional. La Marea Blanca está compuesta por gente de todo tipo, incluso muchos votantes del PP; en la PAH, entre los preferentistas, hay votantes de todos los partidos. El 15M fue, entre otras cosas, el catalizador del sentimiento de una ciudadanía que coincide mucho más de lo que los estrechos márgenes de los partidos políticos dejan ver. Hay una mayoría social, votante hasta ahora de distintos partidos, que quiere libertad e igualdad, sanidad pública, educación de calidad, vivienda, trabajo, derechos sociales y laborales, que exige ser tomada en cuenta y que aspira a una vida digna y lo más feliz posible, lo que excluye la precariedad, la pobreza, la desigualdad. Una ciudadanía que no quiere que la macroeconomía le robe la vida, que quiere que se la devuelvan. Eso pasa por construir un relato que se atreva a impugnar la discursos la actual Unión Europea y la hegemonía del capital; eso tiene que pasar necesariamente por construir plataformas electorales que no pacten con los aliados/sustentadores de este régimen sino que busquen converger con la ciudadanía y con otras plataformas similares en Europa para construir una fuerza que pueda plantarle cara a los poderes económicos que han fagocitado a los partidos tradicionales y a las instituciones. Lo que la indignación ciudadana quería y sigue queriendo no sólo es otra política, sino otra manera de hacer política.
Es ahí donde surge Podemos, que no es un partido, ni una candidatura, sino que es una propuesta para que la indignación popular tenga un cauce y para radicalizar la democracia. Desde mi punto de vista lo que es absolutamente urgente es romper con los relatos políticos al uso, con la inercia en el discurso establecido de manera que se escuche la voz de la indignación. Lo urgente es llevar nuestra voz a Europa para que en otros países comiencen a forjarse alianzas del mismo tipo, alianzas de ruptura con lo existente. Se trata de creer que es posible hacer la política que exige la mayoría de la gente. Estamos en las calles, hemos estado en las plazas, tenemos que estar también en las instituciones. Las elecciones no son suficientes, pero no podemos dejarles las instituciones a los que nos están arruinando la vida con el objetivo de enriquecerse. Y eso sólo puede hacerse desde la unidad de todos los que vemos que es imprescindible hacerlo y no desde los aparatos de los partidos, que tienen sus propias y perversas dinámicas y que, en todo caso, sienten pavor ante cualquier iniciativa que pueda venir de fuera.
Podemos es a mí entender un intento necesario para construir una alternativa que pueda ganar en las urnas con el apoyo de la calle, de los movimientos sociales, de las miles de plataformas ciudadanas de todo tipo que han surgido, de las mareas, de la PAH. Tiene que ser posible hacer otras políticas distintas, dirigidas de verdad al bien común de las personas y no a las cifras macroeconómicas ni tampoco al propio partido; en definitiva, políticas que tengan en cuenta que la política tiene como objeto a la vida y no a las cosas. Podemos es un intento por construir un espacio político donde se pueda hacer, pensar y «decir» otra política. Puede salir bien o mal, pero es necesario intentarlo; no dejar de intentarlo.
Fuente: http://blogs.publico.es/econonuestra/2014/02/04/cambiar-europa-haciendo-otra-politica/