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Hablan los pescadores de Mazzara del Vallo, testigos del drama de la migración en el Canal de Sicilia

Capitanes intrépidos

Fuentes: Fortress Europe

Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti

«Nos hallamos en medio del paso. Es nuestra zona de pesca y su zona de tránsito». Casi a diario los pescadores del Canal de Sicilia se cruzan con las barcas de los migrantes frente a las costas de Lampedusa. Cada vez más a menudo sustituyen a la Guardia Costera y la Marina militar en los rescates difíciles. El último ocurrió el pasado 28 de noviembre de 2008. Había mar arbolada, olas de  ocho metros y cinco tripulaciones sicilianas tuvieron las agallas de socorrer a 650 personas. Me vine a Mazzara del Vallo, primer puerto pesquero de Italia, para conocer a los protagonistas de ese salvamento: descubrí que no era la primera vez que sucedía. En los últimos años los pescadores de Mazzara han salvado la vida a cientos de hombres y mujeres. Sus historias son increíbles: hombres repescados en alta mar, que flotaban desde hacía horas agarrados a la quilla de una balsa neumática volcada. Se trata de historias dramáticas, de barcas volcadas durante las operaciones de salvamento, de personas ahogadas a dos metros de su salvación. Historias heroicas de marineros que saltan al mar en plena noche para salvar a una mujer que se ha caído al agua. Pero también historias crueles, inefables, de cadáveres encontrados en las redes, devorados por los peces. Son historias de profunda humanidad, de héroes anónimos que no miraron hacia otro lado porque «cuando ves a un niño de tres meses en el mar no piensas ni en el dinero ni en el tiempo perdido: sólo piensas en salvarle la vida».

Fue una niña de pocos meses la primera en subir a bordo del Ghibli la tarde del pasado 28 de noviembre en Lampedusa. «Estaba envuelta en una manta. Abrí el hatillo, le hice unas muecas y ella rompió a reír». Esa niña llevaba tres días en el mar con su madre y otras 350 personas hacinadas en una barcaza de madera de diez metros que se quedó parada 10 millas al sureste de la isla, en medio de la tempestad. Al capitán Pietro Russo no se le olvidará fácilmente el rostro de esa niña. Fue el comandante de la Capitanía de puerto quien le pidió que interviniera. La Guardia costera no tenía medios para salir en plena marejada y en la zona no había naves de la marina militar. A bordo había mujeres y niños, así que el capitán del Ghibli no pudo echarse atrás. Lo mismo que tampoco se echó atrás la víspera el comandante del Twenty Two, Salvatore Cancemi, alias «Schillaci», que no dudó en hacerse a la mar con mar muy gruesa con tal de poner a salvo a los 300 pasajeros de otro barco en la zona.

Lo habían avistado por última vez 15 millas al oeste de la isla, cerca de las peñas de Lampione. Cinco pesqueros de la flota mazaresa rastrearon con las luces de sus faros la zona a pesar de las condiciones prohibitivas del mar. «Las olas eran de ocho metros y soplaban ráfagas de viento del noreste a 70 km/h», cuenta Cancemi. «Hacía demasiada mala mar para intentar un abordaje -dice-, pero tampoco se podía remolcarlos pues el cable se podía romper. Había demasiada resaca, así que decidimos escoltarlos. Nos pusimos a su lado para hacerles de muro contra el viento». Era una barcaza de 12 metros de madera, llena hasta los topes. Las olas pegaban contra el puente de la barca. Trataron de repararse de la marejada detrás de las peñas de Lampedusa, en Cozzo Ponente, usando la sonda en plena noche. Luego los abordaron para permitir el transbordo de los pasajeros. Ese fue el momento más difícil, cuenta el pescador: si se hubieran puesto de lado la barca se habría desequilibrado y habría volcado. No habría sido la primera vez.

Ya le ocurrió el 17 de julio de 2007 a Nicola Asaro, comandante del Monastir, nacido en 1953. Estaban pescando gambas rosadas frente a las costas libias cuando se les acercó una lancha de fibra de vidrio con 26 personas a bordo. «Estaban sin combustible. Querían gasolina, pero nosotros teníamos gasóleo y no podíamos ayudarles». Asaro desplegó la escalerilla para que subieran a bordo. El mar estaba como un plato. De pronto alguien se levantó, empezaron a empujar desde atrás y en un momento la barca se volcó. «Echamos enseguida al mar los salvavidas y algunos cabos. No sabían nadar. Algunos se ahogaron tirándose hacia abajo unos a otros». Al final consiguieron salvar a 14 y recuperar un cadáver. «A los otros 11 los vi ahogarse con mis propios ojos».

Lo mismo les pasó hace unos meses, en junio, al comandante del Ariete, Gaspare Marrone. Estaban arrastrando jaulas para atunes. La barca, con 30 personas a bordo, se volcó a dos metros del pesquero. Cinco de ellos pudieron agarrarse a una jaula;  a los otros 22 los salvó la tripulación. En cambio otros tres, entre los que había una mujer, desaparecieron entre las olas. Un año antes, en setiembre de 2007, Marrone había salvado la vida a 10 hombres a quienes encontró en alta mar, agarrados a la quilla de una barca neumática hundida: un tubo de 20 cm. por 4 m. de largo. Llevaban en el agua más de dos horas desnudos. Sus otros 30 compañeros de viaje se habían ahogado. «Desde lejos parecían boyas. Cuando me di cuenta de que eran hombres no me lo podía creer. Les lanzamos los salvavidas. El jefe de máquinas se tiró para ayudarles: ya no les quedaban fuerzas».

También estaba sin fuerzas un joven mauritano solo en medio del agua que se encontró el pesquero Ofelia el 23 de agosto de 2007 a 70 millas de Lampedusa. «Estaba amaneciendo -cuenta el capitán Antonio Cittadino-. Lo vi por casualidad desde la ventanilla. Al principio me pareció un bidón. Luego vi que algo se movía. Estaba levantando la mano. Era un hombre». Llevaba 48 horas sentado en equilibrio sobre tres tablas de madera del casco de una barca neumática hundida. Era el único superviviente de 47 pasajeros. «Lo subimos a bordo a pulso. Se derrumbó al suelo. No hablaba. Tenía la piel blanca de la sal. Cuando se recuperó, al día siguiente, me llamaba ‘el amigo de Dios'».

Russo, Asaro, Cancemi, Marrone, Cittadino y el resto de capitanes que han sabido responder a la llamada de sus conciencias cubren de honor a Italia. Por eso los ha premiado el Alto Comisionado de las Naciones Unidas con el premio «Por Mar», al valor de quien salva vidas humanas. Un premio importante instituido en 2007 precisamente para afirmar públicamente el valor del salvamento en años en los que la solidaridad en el mar se ha convertido en un delito.

Algo de ello sabe el capitán Zenzeri y los seis marineros tunecinos que tienen un juicio pendiente desde hace dos años en Agrigento. Zenzeri no dudó un segundo al ver a dos niños y una mujer embarazada entre los 44 pasajeros de aquella barca neumática medio desinflada. Era el 8 de agosto de 2007. Los subieron a bordo. Para ellos fue fatal: el fiscal ha pedido dos años y medio de cárcel para los siete marineros imputados y una multa de 440.000 euros. La acusación es de favorecimiento de la inmigración clandestina. También pasan cosas así en la frontera italiana. Se espera la sentencia para el 4 de mayo de 2009.

Cuando estuve con Zenzeri en Túnez, me dijo que, de volver atrás en el tiempo, haría exactamente lo mismo que hizo. Es la ley del mar. La solidaridad jamás ha sido un delito. Está convencido de ello. Igual que los abogados de la defensa -Leonardo Marino y Giacomo La Russa-, que, en caso de condena, han jurado que batallarán hasta llegar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

http://fortresseurope.blogspot.com/2006/01/capitani-coraggiosi.html