El 11 de noviembre de 2008 la policía francesa realizó una espectacular operación policial en Tarnac, un pueblecito del departamento de Corrèze. Detuvieron a unas veinte personas, de las que nueve acabarían siendo acusadas de «asociación ilícita con fines terroristas»en relación con determinados sabotajes que se habían realizado contra la red ferroviaria francesa, sin más […]
El 11 de noviembre de 2008 la policía francesa realizó una espectacular operación policial en Tarnac, un pueblecito del departamento de Corrèze. Detuvieron a unas veinte personas, de las que nueve acabarían siendo acusadas de «asociación ilícita con fines terroristas»en relación con determinados sabotajes que se habían realizado contra la red ferroviaria francesa, sin más pruebas que la autoría de un libro, «La insurrección que viene«, cuyo título parece tan apropiado para los tiempos que corren. De los detenidos, ocho han sido liberados bajo fianza, mientras que el más conocido de todos, Julien Coupat, continúa preso. Por este motivo, hace unos días, los ocho (Aria, Benjamin, Bertrand, Elsa, Gabrielle, Manon, Matthieu, Yldune) publicaron una carta en Le Monde, dirigida a los jueces.
«Hace ya cuatro meses que el folletín mediático-judicial titulado «el caso Tarnac» no parece querer terminar jamás. ¿Saldrá Julien (Coupat) en Navidad? ¿El año nuevo? ¿Tendrá suerte el viernes 13? No, finalmente le mantendrán en prisión todavía un poco más, encerrado en su nuevo papel de jefe de una célula invisible. Como parece que algunas personas tienen todavía interés en que esta mascarada perdure más allá de lo grotesco, va a hacer falta endosarnos una vez más el papel que se nos ha confeccionado («los 9 de Tarnac»), para una necesaria clarificación colectiva. Pues ahí está.
Primero. Mientras los periodistas registraban hasta nuestros cubos de la basura, la pasma echaba el ojo hasta el interior de nuestros rectos. Es bastante desagradable. Desde hace meses ustedes abren nuestro correo, escuchan nuestros teléfonos, acosan a nuestros amigos, filman nuestras casas. Ustedes disponen de estos medios.
Nosotros, los nueve, los sufrimos, como tantos otros. Atomizados por vuestros procedimientos, nueve por uno, mientras que ustedes, ustedes son toda una administración, toda una policía y la lógica de un mundo. En el punto en el que nos encontramos, los dados están un poco trucados, la hoguera ya está preparada. Que tampoco nos pidan ser buenos jugadores.
Segundo. Por supuesto, necesitan «individuos» constituidos en «célula», pertenecientes a la «esfera de influencia» de una fracción del tablero político. Lo necesitan, porque es su única y última forma de influir una parte creciente del mundo, irreductible a la sociedad que ustedes pretenden defender. Tienen razón, algo pasa en Francia, pero ciertamente no es el renacimiento de una «ultraizquierda». Sólo somos figuras, una cristalización, después de todo más bien vulgar, de un conflicto que atraviesa nuestra época. La punta mediático-policial de un enfrentamiento sin piedad que lleva a un orden que se hunde a dirigirse contra todo lo que pretende poder sobrevivirle.
Ni que decir tiene que a la vista de lo que pasa en Guadalupe, en Martinica, en los suburbios y en las universidades, entre los viticultores, los pescadores, los trabajadores ferroviarios y los sin papeles, pronto les hará falta más jueces que profes para contener todo eso. Ustedes no comprenden nada. Y no cuenten con los finos sabuesos de la DCRI [Dirección Central de Investigación Interior] para que se lo expliquen.
Tercero. Constatamos que hay más alegría en nuestras amistades y nuestras «asociaciones de malhechores» que en sus despachos y tribunales.
Cuarto. Si bien parece que ustedes dan por sentado que la seriedad de su empleo les lleva incluso a interrogarnos sobre nuestro pensamiento político y nuestras amistades, nosotros no sentimos que tengamos el deber de hablarles. Ninguna vida será absolutamente transparente a ojos del Estado y de su justicia. Allí donde ustedes quisieron ver más claro, parece más bien que propagaron la opacidad. Y nos cuentan que a partir de ahora, para no sufrir vuestra mirada, son cada vez más numerosos aquellos que se dirigen a manifestaciones sin teléfono móvil, que encriptan los textos que escriben, que dan hábiles rodeos al volver a casa. Como se suele decir: qué pena.
Quinto. Desde el inicio de este «caso», ustedes parecen haber querido otorgar mucha importancia al testigo de un mitómano, también llamado «anónimo». Se obstinan, es audaz, en otorgar un poco de fe a este montón de mentiras, a esta práctica que honró a Francia hace décadas: la delación. Lo cual sería casi conmovedor si no condicionara la acusación de cargo de Julien, y por tanto su mantenimiento en detención. Si este tipo de «testimonio» no justificara arrestos arbitrarios, como en Villiers-le-Bel después de los disturbios.
Finalmente, habiendo entendido que el margen de libertad que nos queda será en adelante bastante reducida, que el único punto a partir del cual podemos sustraernos a su influencia reside en los interrogatorios a los que nos someten a intervalos regulares. Que cuatro peticiones de puesta en libertad de Julien han sido rechazadas. Que es nuestro amigo. Que no es más de lo que somos nosotros. Decidimos que a partir de este día, en la tradición heroica de un Bartleby, «preferimos no hacerlo». Vaya, que no les diremos nada más y esto hasta que lo liberen, hasta que abandonen su imputación y la de terrorismo para todos nosotros. En resumen, hasta que abandonen las diligencias.
A todos quienes, allí donde se encuentren, luchan y no se resignan. A todos a quienes el resentimiento no ahoga y que hacen de la alegría una cuestión de ofensiva. A nuestros amigos, nuestros hijos, nuestros hermanos y nuestras hermanas, los comités de apoyo. Ningún miedo, ninguna compasión. Ningún héroe, ningún mártir. Precisamente porque este asunto no ha sido nunca jurídico hay que transportar el conflicto al terreno político. Lo que la multiplicación de los ataques de un poder cada vez más absurdo nos pide no es otra cosa que la generalización de prácticas colectivas de autodefensa allí donde sea necesario.
No hay nueve personas que salvar sino un orden que tumbar.»