Cuando el venidero 2 de mayo los cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) se reúnan en El Salvador, a solicitud de Venezuela, deberán ratificar la Declaración que suscribieron en la II Cumbre de La Habana, Cuba, relativa a que Nuestra América es y debe seguir siendo, como condición indispensable para su […]
Cuando el venidero 2 de mayo los cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) se reúnan en El Salvador, a solicitud de Venezuela, deberán ratificar la Declaración que suscribieron en la II Cumbre de La Habana, Cuba, relativa a que Nuestra América es y debe seguir siendo, como condición indispensable para su destino, una Zona de Paz.
Solo la distensión, a través del dialogo y la concertación, podrá silenciar los tambores de violencia que hacen sonar la derecha en Venezuela, y en el mundo quienes apuestan a una peligrosa guerra devastadora para la humanidad.
Los 33 países latinoamericanos y caribeños miembros de la CELAC, todos firmantes en 2014 de la Declaración de Zona de Paz sobre la Patria Grande, tienen la responsabilidad de frenar en la cita extraordinaria de El Salvador la escalada terrorista que se impone actualmente a la Revolución Bolivariana que lidera el presidente Nicolás Maduro, electo democráticamente por su pueblo.
El uso de la fuerza y la violación de las reglas democráticas por parte de sectores ultraconservadores pueden poner en riesgo la estabilidad lograda en la región, y de hecho crearse escenarios de conflictos entre las naciones desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia.
Alentar las confrontaciones, como las que hemos estado presenciando en varios países, figura en el plan de Estados Unidos, empeñado en fracturar nuevamente Nuestra América con el propósito de hacer prevalecer su viejo precepto de divide y vencerás.
Washington no esconde su intención de recuperar el terreno perdido y volver a hacer de la Patria Grande su traspatio, luego que dejó de serlo con el ascenso al poder por medio de las urnas de varios gobiernos progresistas y antiimperialistas en esta parte del planeta tierra.
Interrumpir esos procesos democráticos y populares de cualquier manera, incluido con golpes de Estado, y a su vez instaurar regímenes neoliberales, como ha sucedido en Brasil, Argentina, Paraguay y Honduras, son «tareas de choque» para la Casa Blanca y el Pentágono.
Washington quiere hacer lo mismo en Venezuela, al igual que en Ecuador, Bolivia, Nicaragua y el Salvador, y para ello financia a las derechas violentas nacionales, además de utilizar a la moribunda e injerencista Organización de Estados Americanos (OEA) como instrumento de presión sobre esas naciones.
La OEA y su secretario general, el uruguayo Luis Almagro, son los principales peones con que cuenta Estados Unidos para materializar su pretensión de derrocar a la Revolución Bolivariana, la ficha que considera esencial derrumbar en su estrategia de crear un efecto dominó conservador, y a la vez reapropiarse de los significativos recursos petroleros venezolanos.
Esa organización continental, bien bautizada por Cuba como «el ministerio de colonias yanqui», siempre ha dividido y confrontado a la Patria Grande en beneficio de los intereses imperiales de Washington, que la financia y domina desde su fundación.
Por el contrario, la CELAC es un mecanismo de concertación política regional que aboga por preservar la unidad en medio de la diversidad, en favor de la paz, la solidaridad y la cooperación.
Corresponde entonces a los representantes de la CELAC que asistan a El Salvador contribuir con todos sus esfuerzos, y a través del dialogo, a que Venezuela viva en paz, como debe ocurrir en toda Nuestra América, cesen las injerencias en sus asuntos internos y se respete así su soberanía e independencia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.