Hace más o menos dos años y medio, nuestro casero de los últimos seis años, con mucha pena nos informó que tenía que pedirnos desocupáramos la casa. Nunca en ese tiempo nos atrasamos en el pago del alquiler y nos llegó a tener mucho aprecio por varias cosas. Su razón era entendible. Al final, una […]
Hace más o menos dos años y medio, nuestro casero de los últimos seis años, con mucha pena nos informó que tenía que pedirnos desocupáramos la casa. Nunca en ese tiempo nos atrasamos en el pago del alquiler y nos llegó a tener mucho aprecio por varias cosas. Su razón era entendible. Al final, una necesidad de su familia prácticamente lo obligó a pedirnos la casa. Nosotros entendimos y así se lo explicamos. El nos dijo que tomáramos el tiempo necesario para buscar una casa donde irnos.
Empezamos a buscar casa y acudimos a una empresa de bienes raíces. Una de tantas que llenan la sección de anuncios clasificados de los diarios con una letra casi imposible de leer. Acudimos a ellos porque vimos una casa que nos interesó, cuyo costo podíamos pagar. Estaba el anuncio en la web. Llamamos, acordamos una cita para verla y nos dieron los requisitos. Además de capacidad de pago certificado por una carta de trabajo con antigüedad mayor a un año, referencias comerciales, bancarias y de los antiguos inquilinos. También había que tener dos avales y cada uno de ellos con sus respectivas constancias de trabajo, referencias comerciales y bancarias. A esto había que sumar un mes de adelanto y un mes de depósito. Solo faltó que nos pidieran el nombre del perro de los vecinos y de sus cachorritos con su tipo de sangre, pedigrí y demás.
Pensamos en ese más de un millón de familias sin vivienda en Honduras y en cómo hacen para resolver su problema. Pensamos que si a nosotros que en ese momento estábamos en uno de los estratos asalariados mejor pagados nos había costado tanto alquilar una casa de siete mil quinientos Lempiras (aproximadamente US$ 400), qué pasaría con la mayor parte de compatriotas que no pueden cumplir todos esos requisitos, mucho menos, los que piden para comprar una vivienda.
Hace un par de décadas se estableció por Ley en nuestro país el Régimen de Aportaciones Privada (RAP), mecanismo a través del cual, las personas con sus aportaciones de 1% sobre su salario más las aportaciones salariales, podrían de varias formas adquirir o mejorar sus viviendas o comprar un terreno y construir una nueva. El asunto como muchos otros nació viciado. El negocio definido por los parásitos empresarios y elevado a categoría de ley por sus empleados en puestos de decisión, fue comprar el dinero barato de los aportantes, depositarlo en la banca privada y prestárselo a los mismos aportantes, por supuesto cobrándole jugosos intereses disfrazados de tasas atractivas. En conclusión, alquilar una casa decente para una familia de clase media que no ha podido construir o comprar la propia, está fuera de su alcance, no solo por los precios, sino por un modelo perverso que se ha establecido y que penaliza la pobreza.
Ese sistema se llama Central de Riesgos y funciona en una oficina adscrita a la Comisión Nacional de Banca y Seguros, ente regulador de los bancos y financieras y que ahora ha tomado un papel inquisidor de la vida de los ciudadanos comunes. El sistema funciona sobre una base de datos. Inicialmente de quienes solicitan un crédito en un banco, financiera, cooperativa e incluso una casa comercial. Si alguna vez, te atrasaste en el pago de una o más cuotas, ipso facto, su nombre pasa a una lista negra que puede ser consultada automáticamente desde cualquier rincón del país. Nadie sabe cuán grande es dicha lista, pero, tal como están las finanzas y la crisis que abate al país y a su población trabajadora, no es difícil imaginarse su enorme magnitud. Alquilar una casa ya no es tan sencillo como dar la palabra como hacíamos no hace mucho tiempo.
El sistema es tan absurdo, que si solicitas un préstamo para pagarlo en un año, y un día decide uno pagarlo de una vez, digamos seis meses antes de finalizar el plazo, el banco te penaliza, porque no podes dejar de pagar los intereses a que te habías comprometido cuando firmaste, sin importar que ellos dispondrán de nuevo del dinero para prestarlo nuevamente. Es lo que dicen en mi pueblo: «si enchutas pierdes y si no, también».
Todo esto invariablemente nos lleva a pensar también en el sistema de corrupción e impunidad establecido desde hace mucho en nuestro país. Políticos, empresarios, militares, policías y sus comparsas hacen del estado su instrumento predilecto para enriquecerse. Se calcula que el cincuenta por ciento del presupuesto anual del estado (aproximadamente tres mil doscientos millones de dólares) va a parara manos de los corruptos. El monto es tal, que el estado podría funcionar perfectamente con la mitad del personal y bajar a la mitad todos los impuestos que desangran a la población, en especial a los asalariados. ¿Qué pasa con estos ladrones de cuello blanco con permiso para robar sin temor a ser enjuiciados por sus crímenes? ¿Qué hace la famosa Central de Riesgos cuando un corrupto estafa al estado y se roba millones? En realidad nada. Siguen tan campantes como si nada.
En el otro extremo un 85% de la población se debate en la miseria, buscando un poco de comida para satisfacer sus más elementales necesidades. La vivienda por todo lo mencionado está lejos de ser una. Pululan en las ciudades grandes e intermedias casas, si así puede llamárseles hechas de ripios, cartones y cualquier tipo de material usable, en los cerros mas escarpados, en los cauces y en los lugares más inverosímiles, donde el riesgo, es el pan de cada día.
Ahora que se habla de refundación, es imposible no pensar en la injusticia personificada en el modelo de sociedad que hoy persiste en Honduras. El apartheid contra los pobres es hoy una realidad lacerante. Cada una de las facetas que presenta se nos estrella en la cara y nos reclama el desmontaje de esta injusticia que no puede seguir. El oprobio con que los poderosos de este país han tratado a quienes les han enriquecido no puede continuar. La central de riesgos es solo un mecanismo que ellos han inventado para sojuzgar y afrentar aún más a las personas comunes. Ya no solo basta con empobrecerlas sino que hay que hacer escarnio de su pobreza.
Este perverso y maligno sistema ha sido creado por los poderosos para que la pobreza más abyecta se acompañe de la burla hacia los más pobres. Pero como estos son muchos, es imposible olvidarlos. Lo que es más que seguro es que un día -más temprano que tarde- bajarán de los cerros para decir basta.
Parafraseando a Naomi Klein, les aseguro que esto no es político, es pura física. Imposible seguir postergando el cambio cuando ya no se puede vivir.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.