Todo el mundo se pone hoy de acuerdo a la hora de señalar que Italia es un país (primera duda: ¿es un país?) partido en dos mitades. Me pregunto si ése sería el tópico más recurrente en el caso de que Berlusconi hubiera revalidado su mandato. ¿Estaba menos dividida la sociedad italiana antes de estas […]
Todo el mundo se pone hoy de acuerdo a la hora de señalar que Italia es un país (primera duda: ¿es un país?) partido en dos mitades. Me pregunto si ése sería el tópico más recurrente en el caso de que Berlusconi hubiera revalidado su mandato. ¿Estaba menos dividida la sociedad italiana antes de estas elecciones, cuando el magnate-mangante estaba al frente del Gobierno y llamaba coglioni a todos aquellos que le daban la espalda?
Al final, quien ha hecho el más rotundo de los ridículos, obligándonos a todos a preguntarnos no ya por su grado de maldad, suficientemente contrastado, sino por su índice de inteligencia, es el propio Berlusconi, quien, tratando de asegurarse la reelección, impuso una reforma electoral dos de cuyos puntos clave -la proporcionalidad y el voto de los residentes en el extranjero- han sido decisivos en su derrota. (A mí, en particular, me dejó perplejo su empeño en que votara la emigración. Parecía no darse cuenta de que, cuanto más alejados de su apabullante dominio mediático estuvieran los electores, más probable resultaba que no le dieran su voto. Que es lo que ha sucedido.)
De natural cenizo, no doy por supuesto nada. Ni siquiera que el nuevo recuento de los votos que ha reclamado Berlusconi no cambie el resultado, por lo demás apretadísimo. Pero, en el caso de que allá por mayo Italia tenga nuevo Gobierno, con Prodi al frente, el panorama habrá experimentado una mejoría interesante.
Se verá beneficiado el escenario internacional, en primer lugar, al desaparecer del proscenio un aliado natural de Bush. No me fío ni un pelo de las inclinaciones de Prodi en materia de política exterior, pero supongo que se verá obligado a cambiar el rumbo de las actuales opciones italianas no sólo para ser fiel a sus promesas electorales, sino también -y sobre todo- para mantener el orden en la muy variopinta coalición que lo ha aupado al Poder. Ese giro puede beneficiar, de paso, al propio Zapatero, ahora sin demasiados apoyos claros entre los gobiernos principales de la UE.
No soy nada experto en política interior italiana, pero doy por hecho que el apartamiento de Berlusconi de las más altas cumbres del poder será un valioso factor de oxigenación. De un lado, dejará de controlar la radiotelevisión pública, aunque siga teniendo influencia en ella. El gran público no se verá sometido al discurso único que ha venido sufriendo en los últimos años. De otro, el tipejo ese habrá de apearse de su insufrible chulería: no hay nada como una buena derrota para que se tambaleen en la peana los que van por la vida de eternos ganadores.
Se insiste mucho -y es razonable- en las dificultades que va a encontrar Prodi, si llega a formar Gobierno, para mantener unidas a las muchas y muy diversas facciones que se han juntado para derrotar a Berlusconi. Entiendo los inconvenientes que tiene su situación, pero también le veo ventajas. Para empezar, no creo que su posición sea tan frágil: al menos durante un cierto tiempo, me parece altamente improbable que ninguno de los integrantes de La Unión se atreva a poner en peligro el tinglado común, lo que permitiría el regreso del grotesco Cavaliere. Quien hiciera algo así firmaría su sentencia de muerte política. Añado a ello que no comparto en absoluto la mala prensa que tienen en el mundo entero los gobiernos débiles . Muy al contrario: a mí, los que me inquietan más son los gobiernos fuertes , apoyados en mayorías monolíticas. Eso les anima a tirar por la calle de enmedio y a adoptar políticas traumáticas. Los gobernantes que se encuentran en una posición débil se ven en la constante obligación de negociar, de tener muy en cuenta los cambiantes estados de ánimo de la población, de considerar las reclamaciones de las minorías… Es tranquilizador. Reduce bastante los riesgos de desastre. Los gobiernos débiles no suelen hacer cosas grandiosas, pero los fuertes casi siempre tienden a lo grande por la vía negativa.
Lo importante, en suma, no es que haya vencido Prodi. Es que ha perdido Berlusconi. Poco a poco -muy poco a poco-, el mundo va teniendo mejor pinta.