La perspectiva, anunciada por las encuestadoras, de una victoria de Hollande plantea el interrogante de la relación entre socialdemócratas y el mercado después de diez años ininterrumpidos de gobiernos liberal-conservadores.
La campaña electoral para las elecciones presidenciales se cerró a media noche casi con el mismo dato constante con que empezó: siete sondeos de opinión ponen al socialista François Hollande a la cabeza de la primera vuelta, que se celebra este domingo. Su rival, el presidente Nicolas Sarkozy, aparece en segundo lugar, a una distancia que oscila entre uno y dos puntos, pero que, según la mismas encuestas, se amplía en hasta diez puntos en la perspectiva de la segunda vuelta del próximo 6 de mayo. La perspectiva, anunciada por las encuestadoras, de una victoria del socialista François Hollande plantea el interrogante de la relación entre socialdemócratas y mercados después de diez años ininterrumpidos de gobiernos liberal-conservadores.
En el acto con el que lanzó su candidatura, François Hollande pronunció la frase que nadie esperaba, una suerte de hacha de guerra clavada en el corazón del liberalismo predador: «Mi adversario, mi verdadero adversario, no tiene nombre, ni rostro, ni partido. Nunca presentará su candidatura y, por consiguiente, no saldrá electo. Sin embargo, ese adversario gobierna. Ese adversario es el mundo de las finanzas». Hace muchos años que el socialismo europeo no recurría a su fondo de valores históricos. En respuesta a ello, la derecha francesa, con su candidato a la cabeza, Nicolas Sarkozy, salió a contar la historia del lobo: si ganan los socialistas habrá «caos», los mercados se abalanzarán contra el país con «ataques especulativos y «Francia terminará de rodillas». Con esos anuncios escatológicos, los liberales buscaron resucitar los miedos que se apoderaron de los mercados al día siguiente de la victoria del difunto presidente socialista François Mitterrand, en mayo de 1981. Ahuyentados por el famoso «programa común» de la izquierda, los capitales salieron despavoridos y la Bolsa de París perdió en cuatro días 17,1 por ciento de su valor.
El contexto actual es distinto. Los mercados aún no anticiparon con signos negativos la probable victoria del socialismo francés. El responsable de la sección economía de un gran banco francés confiaba, bajo el anonimato, al diario Libération que «nadie imagina una desconfianza repentina de los mercados financieros sólo porque Francia esté gobernada por un socialista». La mayoría de los analistas descartan una «confrontación» entre el mercado y la socialdemocracia. En parte porque la crisis es muy fuerte, en parte porque, por paradójico que resulte, el PS adelantó fórmulas que los mercados juzgaron más «coherentes» con la situación actual. Una de ellas, la esencial, consistió en decir que el rigor económico y los ajustes sin crecimiento no conducen a nada. Henri Sterdyniak, responsable del Departamento Economía de la Globalización en el Observatorio francés de Coyunturas Económicas, OFCE, señaló al semanario Challenge’s que «el candidato socialista optó por una estrategia progresiva de reducción de la deuda pública y del déficit. Tiene una estrategia. Su programa es prudente».
Prudencia no equivale a ausencia de metas. De hecho, el contexto de 2012 es muy distinto del de las elecciones de 2007 y, sobre todo, de las de 2002, cuando el ex primer ministro socialista Lionel Jospin perdió las elecciones presidenciales tras caer en la primera vuelta, donde fue superado por el candidato de extrema derecha Jean Marie Le Pen, a su vez derrotado por Jacques Chirac. Jospin había creado un hito irrepetible cuando, apenas empezó la campaña, dijo que su programa «no era socialista». Jospin solía decir «sí a la economía de mercado, no a la sociedad de mercado». François Hollande se ha mostrado a la vez más preciso y más a la izquierda que Lionel Jospin. Bajo el gobierno de Jospin (1997-2002) se llevó a cabo un amplio proceso de privatización de las empresas públicas. Comparado con la derecha, 140 mil millones de francos en privatizaciones (1986-1997), Jospin fue mucho más lejos: 210.000 millones. Parte de la visión socialista fue adelantada en una entrevista exclusiva que Benoït Hamon, el representante del ala más a la izquierda del PS y actual portavoz del partido, le dio a Página/12.
«En Francia hacen falta cuatro o cinco leyes para modificar radicalmente la naturaleza del lazo entre los mercados financieros y la economía real. Con una ley sobre las transacciones financieras, otra sobre la separación entre banco al público y banco de negocios, otra sobre las comisiones bancarias, otra que apunte hacia una reforma de la jubilación fundada sobre el impuesto al capital, otra ley sobre la fiscalidad para que la renta pague tanto como las ganancias obtenidas mediante el trabajo. Con esos textos ya hay un cambio considerable. No hay nada de revolucionario en esto, todo es auténticamente socialdemócrata.»
En el programa de François Hollande figuran como metas la reducción del déficit del PIB a 3 por ciento en 2017 gracias al aumento de los impuestos, la separación de los bancos en dos categorías, de depósito y de especulación, alza del 15 por ciento de los beneficios bancarios, eliminación de los productos financieros tóxicos y creación de una tasa, impuesto, sobre todas las transacciones financieras. En cuanto a la política fiscal, Hollande puso la barrera bien alta: 45 por ciento de impuestos suplementarios más allá de 150.000 euros de ganancias, 75 por ciento por encima del millón, restauración del impuesto sobre las grandes fortunas, ISF, e imposición a los llamados «exiliados fiscales», es decir, a los ciudadanos que se domicilian en Mónaco, Suiza y Lichtenstein para no pagar impuestos.
El punto de ruptura radical del socialismo representado por François Hollande se sitúa a nivel europeo. A diferencia de Sarkozy, Hollande ya se inscribió en un camino de confrontación con la dominante Alemania de la canciller Angela Merkel. En primer lugar, el aspirante socialista aseguró que renegociaría el pacto presupuestario europeo aprobado hace unos meses y mediante el cual se impone a los Estados de la Unión Europea una disciplina fiscal férrea bajo, incluso, la amenaza de sanciones si no se respetan sus criterios. Ese pacto es una creación alemana. Hollande antepuso igualmente otro principio: en contra del rigor extremo como única vía de la recuperación, una estrategia de crecimiento. El socialista francés pagó cara su iniciativa.
El semanario alemán Der Spiegel reveló la existencia de un pacto entre la canciller alemana, Angela Merkel; el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy; el primer ministro británico, David Cameron, y el presidente del Consejo italiano, Mario Monti, para no recibir a François Hollande. Aunque se negó la veracidad de ese pacto, Hollande no fue recibido por ninguno de estos líderes. A ellos se les agregó luego el primer ministro polaco, Donald Tusk. Los mercados se muestran hoy tan serenos como François Hollande. ¿Reconciliación? ¿Conciencia mutua de que es preciso pactar algunas concesiones y regular para evitar lo peor? ¿O simplemente un compás de espera del liberalismo antes de una de sus ya reiteradas estocadas? Una vez más, Benoït Hamon había señalado a Página/12 que de lo que aquí se trataba era de «alejar la economía europea de las convulsiones de los mercados». Las propuestas de Hollande son modestas y precisas. No hay un enunciado revolucionario ni de ruptura total. Más bien una sensatez reguladora. La izquierda más ardiente encontrará que es muy poco, que los estragos del liberalismo se merecen otra respuesta. Otros dirán que el hecho mismo de poder hablar y de que haya medidas detalladas en un programa es un gran paso. A este respecto, Benoït Hamon había dicho a Página/12: «Creímos que podíamos construir un modelo con los liberales. Por consiguiente, los socialdemócratas europeos tienen una gran responsabilidad con la crisis actual».
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-192355-2012-04-21.html