La retórica es agresiva, a veces amenazadora, pero las acciones reales muy limitadas. Europa no converge en un consenso cuando se trata de adoptar un frente común ante Rusia. Después del derribamiento del vuelo MH17 de Malaysia Airlines y las acusaciones que apuntan a la supuesta responsabilidad de Moscú, la Unión Europea está empantanada en […]
La retórica es agresiva, a veces amenazadora, pero las acciones reales muy limitadas. Europa no converge en un consenso cuando se trata de adoptar un frente común ante Rusia. Después del derribamiento del vuelo MH17 de Malaysia Airlines y las acusaciones que apuntan a la supuesta responsabilidad de Moscú, la Unión Europea está empantanada en sus divisiones y sus conflictos de intereses. Una de las líneas de ruptura pasa por el eje Londres/Berlín/París. Francia tiene en juego los poco más de mil millones de euros equivalentes al contrato firmado en 2011 con Rusia por la venta de armamento militar. Londres y Berlín están atadas por negocios millonarios. Gran Bretaña y Alemania dependen de los intereses rusos en ambos países y de sus propias inversiones en Rusia. Lo que está en la ruleta rusa es tan gigantesco que a nadie le conviene mucho que las sanciones o la crisis lleguen a mayores. Ello explica en mucho el jueguito cínico de luces y sombras que los europeos despliegan en su estrategia ante Moscú. Un valet ininterrumpido de acusaciones, amenazas, sanciones ligeras y, detrás del telón, la intención de proteger el edificio de una relación que ha hecho de cada socio de Moscú un ente dependiente. «Tenemos el dedo en el gatillo, el disparo vendrá más tarde», dice una fuente anónima francesa citada por el diario Le Monde. Sin embargo, el escenario de la relación con Moscú tiene congelado el supuesto «disparo».
En el caso del contrato francés, se trata de dos navíos portahelicópteros Mistral construidos por la empresa DCNS de Saint-Nazaire (mil puestos de trabajo creados). El contrato también incluye unos 200 millones de euros en transferencia tecnológica y la capacitación de la tripulación. Los barcos se llaman Vladivostok y Sebastopol. El primero debe ser entregado a finales de 2014 y el Sebastopol (es el nombre de una ciudad de Crimea) en 2016. Estos navíos poseen una polivalencia única: son capaces de asumir varias funciones, que van desde el comando, el transporte de tropas hasta un hospital. También cuentan con dispositivos de altísima tecnología: un sistema de comunicación destinado a los combates tácticos (Senit 9) así como un radar ultrasofisticado. Apenas comenzaron las discusiones en torno de este contrato (2008), los aliados de París, la OTAN, por ejemplo, criticaron a Francia. Y desde que estalló el conflicto en Ucrania varios países de la Unión Europea presionan para que París anule o demore la venta. Francia adoptó un perfil bajo y, aunque evocó en tono discreto la cuestión, siempre mantuvo en pie el contrato. El vice primer ministro ruso, Dmitri Rogozine, reiteró hace unos días que si el contrato se anulaba, «Francia perdería más que Rusia».
Sin embargo, bajo la presión de sus socios europeos y, en particular, del primer ministro británico, David Cameron, el presidente francés, François Hollande, aclaró el 21 de julio que el primer barco «está prácticamente terminado y debe ser entregado en octubre». Si así no fuera, dijo Hollande, «habría que devolverle a Rusia los 1,1 mil millones de euros que pagó». En cuanto al segundo barco, el Sebastopol, el presidente empleó una retórica doble que ilustra por de más la realidad. El jefe del Estado dijo que «todo dependerá de la actitud de Rusia, lo digo claramente. Pero en el estado actual, no hay ninguna sanción decidida que nos obligue a renunciar».
Quien más presiona para que se anule la venta es el premier británico Cameron, quien dijo que resultaba «inconcebible» que una venta así se llevara a cabo en este momento, al tiempo que abogó para que los europeos adoptaran más sanciones contra Moscú. Ahora bien, David Cameron tampoco es un campeón de la moral. La city se ha convertido con el correr de los años en el territorio predilecto de los millonarios rusos y de los negocios. Empresas mastodónticas del sector de los hidrocarburos como GazProm, Rosneft o Loukoïl, el operador de telefonía MegaFon o el banco Sberbank, hay en total unas 70 empresas rusas con cotizaciones en la Bolsa de Londres. Y las millonarias casas de los barrios chics de Kensington o de Chelsea, cuyo club de fútbol es propiedad del oligarca ruso Roman Abramovich, están ocupadas por rusos muy pudientes. Por ello, París le exige a Londres la misma vara: que Cameron se ocupe de los intereses rusos en Londres. Nada más que en el sector inmobiliario londinense, éstos representan más de 600 millones de euros. Si los rusos se van, el mercado se cae.
En cuanto a Alemania, otro país con perfil bajo y ánimo muy negociador, las cuestiones financieras y energéticas también determinan su posición diplomática. Para Berlín, Rusia es un mercado clave. La primera economía europea importa de Rusia un tercio del petróleo y el gas que consume. Berlín es el primer socio comercial europeo de Rusia y el tercero a escala mundial. Alemania tiene instaladas 6000 empresas en territorio ruso y 300 mil puestos de trabajo alemanes dependen de las buenas relaciones con Moscú. Siemens, EON, el grupo de distribución Metro, el sector automotor alemán, el de la química o el de la mecánica de alta precisión están muy imbricados en Rusia como para cerrarle la puerta a Vladimir Putin.
La retórica es un perfil para los medios, los negocios una realidad esencial para las economías. Rusia y Europa están absorbidas por el remolino de sus propias contradicciones. La catástrofe del Boeing de Malaysia Airlines puso a Vladimir Putin en una encrucijada que no figuraba en el guión original del proyecto de la «Nueva Rusia» que él mismo presentó el pasado 17 de abril. A su vez, Occidente es un títere patético. Según el dictador de turno, el ex presidente egipcio Hosni Mubarak, la junta militar egipcia o el presidente Sirio Bashar al Assad, las potencias occidentales le exigen a uno lo que le perdonan al otro.
Con Rusia se les cayó de nuevo la máscara, exactamente como ocurrió durante la Primavera Arabe. En el caso del conflicto en Ucrania, la Unión Europea no puede tapar con su palabrerío su responsabilidad directa en el conflicto. Fue ella la que puso al rojo vivo la cuestión de las fronteras. Pierre Verluise, profesor en geopolítica y director del portal diploweb.com, recuerda la etapa esencial en las páginas del semanario l’Express: «Entre noviembre de 2013 y junio de 2014, la Unión Europea firmó tres acuerdos de asociación: con Georgia, Moldavia y Ucrania. En los tres casos, se trata de acuerdos con Estados que no son soberanos en la totalidad de su territorio. Lo que es muy audaz de parte de la Unión Europea. En estos tres países, Rusia ocupa parte de las tierras: Osetia del Sur y Abjasia en lo que atañe a Georgia, Transnistria en Moldavia y Crimea en Ucrania, incluso una parte en Ucrania oriental».
Los países de Europa central y oriental que conocieron el yugo soviético, en especial Polonia y Lituania, viven con la pesadilla de aquella experiencia. Los de Europa occidental tienen otra: que la crisis se acabe lo más pronto posible para conservar así todas las prerrogativas y beneficios económicos de su relación con Moscú. Lo demás, es retórica. Ya lo demostró hasta el ridículo la Primavera Arabe: no se trata de saber quién es culpable o inocente, quién es demócrata o dictador. Lo esencial consiste en exaltar la culpabilidad cuando los intereses son pequeños o en taparla si el socio es estratégico y los intereses son demasiado grandes. Armas, industria, energía o finanzas, eso es lo único que rige y regirá la posición de Occidente, sea quien fuere el socio o el interlocutor que esté enfrente.
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-251314-2014-07-23.html