Recomiendo:
0

Francia

Con los migrantes

Fuentes: Viento Sur

Hemos preferido utilizar en este texto la palabra «migrantes» como término genérico, por dos razones; por una parte, porque remite al derecho universal a «migrar», tal como está definido por las convenciones internacionales; y por otra, porque pone el acento en el hecho de que hoy día este derecho es rechazado a centenares de miles […]

Hemos preferido utilizar en este texto la palabra «migrantes» como término genérico, por dos razones; por una parte, porque remite al derecho universal a «migrar», tal como está definido por las convenciones internacionales; y por otra, porque pone el acento en el hecho de que hoy día este derecho es rechazado a centenares de miles de personas.

2016: el estado de excepción

La primera mitad de 2015 conoció una afluencia masiva de migrantes en Europa. Pero desde otoño de 2015 se observa un cambio radical de política, con la voluntad anunciada por la Unión Europea (UE) de detener brutalmente el movimiento y mantener a los migrantes fuera de la UE con una serie de medidas.

Medidas internas en la UE, como la multiplicación de muros −barreras−, alambradas en las fronteras en los diferentes países miembros de la UE. Al comienzo fue una iniciativa de algunos países que forman el grupo de Visegrad (Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia) pero muy pronto se asistió a la generalización del cierre de fronteras de todos los países, incluyendo Alemania y Francia.

Medidas externas, en primer lugar el acuerdo firmado con Turquía a la que se encargó en adelante, a cambio de dinero, de bloquear la ruta a Europa que pasa por Grecia. Esta externalización a gran escala de la «crisis migratoria» ha dado lugar también a acuerdos con diferentes países del otro lado del Mediterráneo: con Libia y Níger, aunque también con países hasta entonces considerados dictaduras, como Sudán y Eritrea. Un único objetivo: detener a cualquier precio y por cualquier medio a los migrantes. Y un único mensaje dirigido a los migrantes: «no sois bienvenidos».

Esta política de exclusión no se ha limitado a la multiplicación de fronteras interiores y exteriores de la UE. Asistimos también a una política sistemática de «ilegalización» de los migrantes ya presentes en suelo europeo. Por un lado, el aumento de medios y poderes de la agencia Frontex, por otro la creación de hotspots en Grecia y en el sur de Italia. Según la web Migreurop, «los hotspots organizan todo un arsenal carcelario que articula campos de identificación y de clasificación (entre los «malos migrantes» y los «buenos solicitantes de asilo»), campos de espera (para los solicitantes de asilo que pueden ser relocalizados) y campos para preparar la expulsión (para todos aquellas y aquellos considerados indeseables)» («Les hotspots au coeur de l»archipel des camps». Migreurop). Por otro, la UE ha procedido a la cínica ampliación de la lista de «países seguros», como Afganistán (sic) o incluso Sudán (sic), abriendo la vía a medidas de repatriación forzosa a gran escala (política ya puesta en marcha desde hace algún tiempo para los llamados migrantes económicos provenientes sobre todo de los Balcanes). Además, la reactualización del acuerdo de Dublín, momentáneamente suspendido, permite devolver los migrantes al primer país de Europa al que han llegado, ocasión de nuevas deportaciones.

En Francia, la violenta destrucción de la «jungla» de Calais en la primavera de 2016 («zona sur») y después en octubre («zona norte») muestra la voluntad del poder de no tolerar la menor forma de reagrupamiento, en las que se ponen en marcha, de manera autónoma, formas de vida colectiva (y por tanto posibles resistencias). La dispersión de los campamentos junto al metro Stalingrad, en noviembre de 2016, mostró la misma lógica: destruir cualquier espacio que escape a un control policial. Tras estas operaciones policiales, los migrantes han sido dispersados en pequeños grupos por diversos centros (Centro de acogida y de orientación -CAO, Centro de acogida para solicitantes de asilo -CADA, CAO para menores aislados -CAOMI, etc.) por toda Francia, con un único objetivo: aislar, formatear, controlar. Hay numerosos testimonios que muestran que muchos migrantes consideran a estos centros como «prisiones», y aún más porque por lo general las personas solidarias con los migrantes tienen prohibido el acceso a estos centros. Otra faceta de este tratamiento policial: una actividad de solidaridad puede ser considerada delito, como ocurre hoy con los habitantes del valle de la Roya/1.

Estas medidas de encarcelamiento (encierro en campos) que pretenden volver invisibles a los migrantes van acompañadas de una política sistemática de selección y de categorización entre «migrantes legítimos» y «migrantes ilegítimos» (esta segunda categoría no se limita sólo, ni mucho menos, a los «migrantes económicos»). Eso sirve de base a la política de expulsiones.

Esta gestión policial de los migrantes a escala europea va acompañada de un discurso político-mediático para legitimar dicha política, donde valen todos los argumentos, comenzando por la asociación «migrantes-amenaza terrorista» inmediatamente después de los distintos atentados, en Francia y en Alemania, o la campaña antimigrantes que siguió a los incidentes en Colonia en la noche del 31 de diciembre de 2015. Esta auténtica creación de arriba abajo del «escenario migratorio» como un escenario de alto riesgo viene a alimentar, pero también se nutre de él, el ascenso por toda Europa de corrientes xenófobas y racistas. La UE es presentada como amenazada en su territorio y en sus «valores» por una «invasión» de gentes intrínsecamente portadores de crisis. La primera función de esta lógica de estado de excepción desplegada hoy día por la UE contra los migrantes es fabricar la desigualdad de los migrantes, negándoles cualquier posibilidad de hacer oir sus propias voces. En su libro Un monde de camps, Michel Agier define la «forma campo» por tres características: 1º los fuera de lugar o, en expresión de M. Foucault, las personas que están «encerradas fuera»; 2º un régimen de excepción que no reconoce otra ley que la del Estado; 3º una exclusión social resultante de los dos modos precedentes de apartamiento.

Para hablar de los migrantes se suele utilizar el término de «crisis migratoria», aunque de hecho sería más justo hablar de una «crisis de Europa» desvelada por los migrantes. Sobre este punto, el documento New Keywords of the crisis «in» and «of» Europe, redactado por un colectivo de investigadores militantes europeos, proporciona un análisis extremadamente preciso y detallado.

Se puede resumir la política europea contra los migrantes con las palabras siguientes; encarcelamiento / reclusión en campos / invisibilidad / externalización / ilegalización / expulsión / racialización (lista no exhaustiva).

Los migrantes y la «gobernanza humanitaria»

Con la llegada masiva de migrantes, Europa se enfrenta de manera frontal a una situación que existe desde hace décadas, en primer lugar en Africa y en Asia, donde millones de personas, refugiados, desplazados, etc., viven en campos gestionados por instituciones internacionales (ACNUR, Cruz Roja…) complementadas por grandes ONGs. Esta «gobernanza humanitaria» (de hecho, «policial-humanitaria») funciona en los cuatro rincones del mundo, y ahora se ha puesto plenamente en marcha en el marco de la UE.

En el texto de M. Agier Le gouvernement humanitaire et la politique des réfugiés (Actas del coloquio de Cerisy, La philosophe déplacée. Autour de Jacques Rancière) se puede encontrar un análisis preciso y muy clarificador de lo que se debe entender por «gobernanza humanitaria», a la que define como la «mano izquierda» del imperio, mientras la mano derecha hace reinar por la fuerza el orden imperial en las diversas regiones del mundo (Agier retoma aquí la metáfora de P. Bourdieu que designó a los trabajadores sociales como la «mano izquierda del Estado» encargada de reparar los desgastes sociales y culturales provocados por la mano derecha).

Reproducimos aquí algunas citas breves de este texto. Fundamentalmente la gobernanza humanitaria pretende transformar a individuos en «víctimas» anónimas sin voz y sin derechos: «El mundo humanitario está basado en la ficción de una equivalencia entre un régimen de pensamiento universalista (lo humano y su encarnación extrema en el problema planteado por la víctima sin nombre y sin mediación) y un dispositivo mundializado: un conjunto de redes, de agentes y de medios financieros repartidos en diferentes países y recorriendo el mundo en la medida en que son los heraldos de una causa universal como única y exclusiva razón de ser declarada» (p. 416). Y «Conforme pasan las décadas, la imagen dominante del exilio se transforma, toma sucesivamente la apariencia del refugiado, del desplazado interno, después del solicitante de asilo denegado, y por tanto clandestino. Tres identidades históricas que una misma persona puede recorrer en algunos años o algunos meses en su biografía del desplazamiento. Las biografías recorren estas identidades asignadas según el principio de los vasos comunicantes entre categorías y regiones del mundo (…). El actual regreso a la ‘solución de los campos’ que se encuentra en las declaraciones y las políticas de algunos gobiernos europeos para los demandantes de asilo, prolonga una antigua estrategia de alejamiento de los indeseables y prefigura la continuación del uso de la forma campo» (p. 419). Y también: «Mundo flexible y multilocalizado, despliegues materiales y humanos ‘a demanda’ y espacios de campos. La gobernanza humanitaria toma forma en este embrollo de ‘diferentes instancias'».

En otras palabras, la política «policial-humanitaria» aplicada a los migrantes pretende administrar a estos «indeseables» en el marco de una verdadera red de lugares de confinamiento orientados a transformar a los unos en víctimas sin voz y sin derechos (los «refugiados»), y a expulsar a los otros (los «migrantes» o incluso los «inmigrados», «migrantes» por lo general, por oposición al término «refugiados», con una connotación negativa). Como se habrá comprendido, reservamos el término «humanitario» para designar esta política que es tanto mundial como local, política prolongada por diferentes asociaciones y ONGs encargadas de ponerlo en práctica. Por esta razón hablamos de política «policial-humanitaria». Esto no tiene nada que ver, como luego abordaremos, con la solidaridad material, moral, política de individuos y de colectivos que han escogido estar al lado de los migrantes, con los migrantes.

Para escapar a esta visión/partición policial de los migrantes, es crucial dar otro sentido a estos dos términos, no oponiéndolos sino comprendiendo que el uno y el otro se refieren a dos componentes de una identidad en positivo, que da a los migrantes su verdadero rostro. Esta identidad está construida sobre la base de una relación entre dos espacios – dos países: por una parte, aquel del que vienen y que han abandonado, por otra, aquel al que han venido o quieren ir. La oposición entre «buenos» y «malos» migrantes tiende a no tomar en consideración más que una de las relaciones: los «buenos» serían aquellos que a causa de la guerra o de otra situación considerada como «inhumana» habrían abandonado su país de origen, los otros serían quienes habrían decidido construir su vida en un nuevo país. Para definir esta identidad «positiva» es necesario ver que está en juego esta doble relación −aunque de forma variable de una persona a otra, pero necesaria en todos los casos. En cambio, el término «solicitantes de asilo» destaca exclusivamente la gestión «policial-humanitaria» de los migrantes.

Las nociones de «sin partes» y de «culpa» que los define −introducidas por Jacques Rancière en su libro La mésentente (Ed. Galilée, 1995)− pueden servir para caracterizar esta situación de los migrantes, con la precisión de que los migrantes son doblemente «sin partes»: en relación a su país de origen, y en relación al país al que desean ir. Su identidad como migrantes se construye precisamente sobre la base de esta situación de «dos veces sin partes»-

En cuanto a la situación en relación al país de origen, el hecho de migrar es una decisión de una persona o de un conjunto de personas (a menudo una familia) que rechazando la barbarie del país donde viven toman la decisión de asumir el riesgo de ir a reconstruir su vida, una vida digna de ser vivida, «en otro sitio». Las razones de esta partida son múltiples: la guerra, como la que desde hace seis años lleva a ultranza Bachar El Assad contra el pueblo sirio, las dictaduras presentes en países como Eritrea o Sudán, la no-vida hecha de miseria y de corrupción en la mayoría de los países del Africa subsahariana. En cada ocasión, en todos estos casos, se trata de rechazar una vida que se considera imposible. Frente a los poderes existentes o la guerra, en situaciones que dejan poco sitio para una acción, una protesta allí mismo, este rechazo de la no-vida sólo puede tomar la forma de una partida. En ningún caso nos corresponde juzgar las razones en que se basa la decisión de partir. Tanto más porque Occidente es ampliamente responsable de la insostenible situación en Oriente Próximo o en el Africa subsahariana. «Nosotros estamos ahí porque vosotros estábais/estáis allí abajo». Además, todos los relatos que hacen los migrantes de su periplo lo muestran: partir es una empresa de alto, muy alto riesgo.

En lo que se refiere al país de llegada, las fronteras, las alambradas, el confinamiento, los campos, la expulsión (cf. más arriba), todo está levantado y converge en el no-reconocimiento o más bien la negación de su derecho a migrar, de su derecho a vivir allí donde han escogido vivir2. También aquí hay que subrayar la dimensión fundamentalmente racista, postcolonial de esta política de exclusión (sobre la dimensión «postcolonial» de esta política, podemos remitirnos a la denuncia de Achille Mbembe en Politiques de l»inimitié, La Découveerte, 2016). Además, existen migrantes y migrantes: durante los últimos años, decenas de miles de personas procedentes de países del sur de Europa (Grecia, España, Portugal), enfrentadas a la crisis en su país, han partido para instalarse en los países del norte de Europa, en el Caribe o en América Latina. Y estas personas, su decisión de migrar, lo han hecho sin trabas.

Los migrantes como sujetos políticos

La política de la UE, entre multiplicación de fronteras y encarcelamiento/expulsión-deportación pretende privar a los migrantes de todo derecho y ahogar su voz como sujetos, en definitiva hacerlos invisibles. Sólo son masas de ilegales indeseables que hay que clasificar/gestionar/encerrar/expulsar.

De hecho, en la situación que viven hoy día, los migrantes son reveladores de la barbarie del mundo. Ellos lo dicen doblemente. Enfrentándose a los muros, las fronteras y las alambradas que son la negación de derecho de cualquier ser humano a migrar, reafirman y ponen en práctica este derecho declarado imprescriptible por las convenciones internacionales. Y al afirmar «Somos seres humanos», esta cualidad que se les niega violentamente cada día, son la crítica en actos de la política «policial-humanitaria» que pretende negar y hacer invisible cualquier deferendo de los «sin partes» que afecte al orden imperial del mundo.

En La mésentente y en otros escritos, J. Rancière defiende la idea de que una acción, una lucha o un movimiento compete a la política si se presenta como «contingente universal»: «contingente» se refiere a la acción/lucha/movimiento en su singularidad (lugar, momento, actores, objetivos), y «universal» al hecho de que los retos de esta acción o de esta lucha exceden por su significación el acontecimiento en su singularidad. Desde ese punto de vista, los migrantes son plenamente sujetos políticos. Una situación que a muchos les cuesta reconocer al percibir sólo su dimensión «contingente», lo que conduce a considerar a los migrantes sólo a través de lo que se percibe/quiere ver de su situación presente, tal como es definida por las políticas que les son aplicadas.

Me limitaré a tres ejemplos. Cuando a comienzos de 2016 se lanzó El llamamiento de los 800, interpelaba al gobierno, y más directamente a Bernard Cazeneuve, entonces Ministro del Interior, sobre su política hacia los migrantes, pidiendo que fuese una verdadera política de acogida −tras la destrucción de la zona sur de la «jungla» de Calais, los autores cambiaron de tono, desolidarizándose radicalmente de la política de los «socialistas». En vísperas de la destrucción de la zona norte de la «jungla» de Calais, Ensemble publicaba un breve comunicado en el que, denunciando las prácticas del gobierno, se contentaba con pedir/reclamar mejores condiciones de acogida. Una posición compartida por diversas organizaciones y asociaciones que se limitan a una crítica (la «contra») sin contrapartida positiva de solidaridad «aquí y ahora».

La posición de J. Rancière en su último libro de entrevistas La méthode de l»égalité (Ed. Bayard, 2012) es más compleja: aún denunciando las condiciones inhumanas y escandalosas impuestas a los migrantes, considera que su caso no compete a la política. A propósito de Calais, dice: «Es como un choque brutal entre la simple posibilidad de vivir y el orden internacional, tal como está estructurado (…) La actividad de apoyo está siempre un poco en falso, porque esta gente está ante todo ahí para pasar. Lo que buscan en cualquier situación, incluso en las relaciones con la policía, es cómo poder pasar. No está ahí como sujetos políticos». Un poco más adelante, es cierto, corrige en parte esta valoración: «En la tensión entre lo que ocurre en la frontera y lo que ocurre en el centro se ve esta partición del espacio político donde el migrante es dos cosas a la vez. Es puramente un migrante que tiene un pleito con un orden policial que bloquea los pasos, y es un sujeto político en potencia a partir del momento en que reclama vivir allí como vive todo el mundo» (p. 279-280).

En general, los posicionamientos en su inmensa mayoría se limitan a una denuncia (legítima y necesaria) de las políticas llevadas a cabo, pero sin buscar definir una alternativa positiva de solidaridad con los migrantes. Lo que vuelve otra vez a inscribirse, aunque de un modo negativo/crítico, en el espacio policíaco-humanitario, limitándose a la «contra» sin intentar pensar lo que significa «estar con los migrantes». Ahora bien, toda el enfoque de los migrantes parte del «por»: el derecho de todo ser humano a migrar y el derecho de todo ser humano a una vida digna de ser vivida, para expresar la «contra» (denunciar/afrontar las fronteras sin límites y rechazar el encarcelamiento).

Líneas antes hemos dicho hasta qué punto es mistificador hablar de «crisis migratoria» y que de hecho de trata de una crisis de Europa. Nos parece también legítimo hablar de una crisis de la política. Como lo formula J. Rancière (en la misma entrevista): «no tenemos internacionalismo en el sentido de que lo que tiene que ver con los flujos migratorios está constantemente compartido entre una escena de enfrentamiento entre policía e individuos, y una escena propiamente política de afirmación de una parte de los sin partes» (p. 280).

Los migrantes y nosotros

El discurso dominante respecto a los migrantes, el de los medios de comunicación o incluso el de los partidos políticos, proyecta sobre los migrantes representaciones, categorías y con frecuencia clichés predefinidos para darles un (pequeño/muy pequeño) lugar en un discurso cuya coherencia está definida sin ellos. En el dossier de la revista Contretemps «Crisis de la democracia. Emancipar a Europa del neoliberalismo» (nº 31, noviembre 2016) sólo un artículo (de Ugo Palheta) menciona, de pasada, a los migrantes en el marco de una denuncia del racismo «bajo la triple forma de islamofobia, de división represiva de los barrios populares y de la represión de los migrantes» y otra vez, un poco más adelante, a propósito de la intensificación de las violencias policiales durante las movilizaciones contra la ley El Khomri.

Los migrantes no son más que «el objeto» de discursos múltiples, contradictorios: discursos hechos con simpatía, pero también con ignorancia y rechazo odioso. Es urgente y crucial cambiar el paso: no hablar de los migrantes diciendo «nosotros y los migrantes», sino diciendo «los migrantes y nosotros», esto es, hacer de los migrantes un reto, un riesgo de pensamiento y de solidaridad activa, de considerar hasta qué punto los migrantes son, frente a la barbarie del mundo, los portadores de una crítica radical del mundo tal como es. En lo fundamental, esto supone tomar en serio los dos momentos esenciales que les definen. Peleando por el derecho de todo ser humano a migrar, son portadores/actores de una crítica radical de un mundo, de una Europa erizada de muros y de fronteras. Reivindicando el derecho de todo ser humano a una vida digna de ser vivida son la crítica viva, radical, del dispositivo más policial que humanitario en el que se les pretende encerrar.

En Francia, pero también en la mayor parte de los países donde están presentes en Europa, hay muchas iniciativas de solidaridad, material, moral, política y de apoyo (¡nada que ver con la gobernanza humanitaria!). Estas iniciativas, cada una a su manera, parte de la presencia de los migrantes, y más concretamente de los encuentros con algunos de ellos y de los intercambios a que han dado lugar. Se pueden recordar las múltiples iniciativas individuales o colectivas tomadas en Calais en la «jungla», el impresionante movimiento de solidaridad de los habitantes del valle de la Roya, los colectivos de París como La Chapelle en lutte, la acogida solidaria de migrantes por todo el país. Todas estas iniciativas de solidaridad tienen en común el partir de este desafío de humanidad que constituye la presencia «aquí y ahora» de migrantes. En la lucha contra la barbarie del mundo y las guerras que devastan regiones enteras, los migrantes ocupan un lugar esencial. No comprenderlo es cerrar los ojos, al riesgo de resignarse a la impotencia frente a la violencia estatal y policial brutal, inhumana, que hoy día golpea, delante de nuestros ojos, con toda impunidad, a centenares de miles de seres humanos.

Lejos de las citas electorales con todas las demagogias a que darán lugar y con los migrantes excluídos en todos los planos, nos corresponde hacer de 2017 un año con los migrantes.

 

Notas

1/ La Asociación ciudadana Roya «promueve la solidaridad con los migrantes provenientes de Italia que entran en francia por los Alpes Marítimos», según palabras del diario Le Monde, del 9 de enero de 2017. Uno de los miembros de la asociación, Sylvan, destaca: «Si no se les ayuda, partirán ellos mismos por los caminos. Con los riesgos, el frío y la nieve, los gendarmes no recogerán a personas sanas, sino a muertos» .

2/ Médicos sin Fronteras, en su web, con fecha 7 de febrero de 2017, indica que «Los policías acosan a los migrantes confiscándoles sus mantas, utilizando a veces gases lacrimógenos para dispersarlos, llegando incluso a prohibirles sentarse en la fila de espera del centro humanitario de la Chapelle donde esperan una plaza de albergue. Estas prácticas inaceptables ponen en peligro la vida de los migrantes: los equipos de Médicos sin Fronteras han debido atender a ocho personas cercanas a la hipotermia». Desde hace varias semanas, el Centro Humanitario de París, dispositivo del Estado y de la ciudad de París abierto el 10 de noviembre y destinado a acoger y orientar a los migrantes recién llegados, estaba saturado. Unas 100 a 150 personas intentan diariamente ser admitidas, debiendo dormir fuera durante varias jornadas hasta que se libere una plaza. Cuando las temperaturas se han vuelto negativas, las violencias policiales se han multiplicado durante una decena de días, sobre todo en los barrios de la Chapelle y de Pajol: «Las fuerzas del orden despiertan a los migrantes en plena noche y confiscan sus mantas».

Fuente original: http://www.vientosur.info/