Cualquier estudio sociológico o político serio, muestra que en el Paraguay muchos vicios y resabios de la dictadura stronista (1954-1989) siguen presentes, en las leyes, (malas) costumbres, prejuicios y hasta partidos políticos, con sus dirigentes reciclados. El propio Alfredo Stroessner había declarado desde su exilio dorado en Brasil que para que sigan siendo los mismos […]
Cualquier estudio sociológico o político serio, muestra que en el Paraguay muchos vicios y resabios de la dictadura stronista (1954-1989) siguen presentes, en las leyes, (malas) costumbres, prejuicios y hasta partidos políticos, con sus dirigentes reciclados. El propio Alfredo Stroessner había declarado desde su exilio dorado en Brasil que para que sigan siendo los mismos de antes, sólo él faltaba en el nuevo gobierno «de la transición democrática»; refiriéndose a los malos políticos que durante décadas fraguaron elecciones, exiliaron, mataron a sus compatriotas y se autoproclamaron dueños y señores de las diversas regiones de la república.
El Partido Colorado rigió la vida política paraguaya por más de sesenta años, desde su histórica alianza al dictador Higinio Morínigo en 1947, pasando por los fugaces e inestables gobiernos semi democráticos (1948-1954), la larga dictadura de Stroessner y el gobierno «de transición» encabezada por quien lo defenestró, su consuegro también colorado, el Gral. Andrés Rodríguez. Esta afición al poder, a casi toda costa, se sostuvo a través de numerosas acciones, prácticas y jugadas políticas que aún hoy en día siguen repercutiendo en la vida de los paraguayos; en cuestiones sociales legales, económicos, políticos y culturales.
Así, cuando el Partido Colorado ganó la mayoría de los escaños en las elecciones para la constituyente de 1991, muchos supusieron que entre otras cosas se ocuparían principalmente de proteger a toda costa su carácter de partido de gobierno. Y no se equivocaron, una de las acciones tomadas en este sentido fue establecer en la nueva Constitución Nacional paraguaya (Art. 120°) la prohibición de voto a los nacionales residentes en el exterior, luego de tres acalorados días de debate. Un detalle, que en el resto del mundo, usualmente se norma a través de leyes o reglamentos, entre otras cosas porque una constitución es mucho más difícil de cambiar al requerir más voluntades, esfuerzos, pactos y tiempo. Además, se tomaron la molestia de establecer en un artículo que las modificaciones a cuestiones electorales sólo podrán ser realizadas luego de transcurridos 10 años de la promulgación de la carta magna.
Conscientes de que fueron justamente sus gobiernos (mediante exilios forzosos, persecuciones políticas o problemas económicos), los que históricamente habían expulsado más compatriotas, no les quedaba más que temer al voto en el exterior e impedir el derecho humano al voto a los paraguayos que ya habían sufrido la pena de tener que abandonar el país (o la región) para proteger sus vidas y/o las de sus familias, o simplemente para encontrar fuera lo que dentro no podían.
En esta línea, el propio General Rodríguez, siendo presidente de la república, el mismo día de una de las primeras elecciones pluripartidistas de la historia paraguaya, cerró las fronteras e impidió el ingreso de los paraguayos que residían en ciudades cercanas al país o que simplemente estaban retornando a sus hogares; esto, con el fin de asegurar un poco menos de votos para su opositor y líder del Partido Liberal, Domingo Laíno. Los sucesivos gobiernos del mismo partido, ni se plantearon ni hablaron del problema, también porque las crisis económicas de los años de 1990 expulsaron muchas más personas de las que habían retornado tras la caída de la dictadura, y posterior apertura democrática. España, Argentina y Estados Unidos se convirtieron en el destino de miles de paraguayos en la búsqueda de trabajo o un mejor ingreso, hecho que repercutió fuertemente en la integración familiar, el tejido y el capital social, la vida comunitaria, y la estabilidad de la joven democracia.
Pero en el 2008, una amplia alianza política terminó con la hegemonía colorada de 60 años, y el izquierdista ex obispo Fernando Lugo inauguraría una nueva era democrática. Un gobierno, cuya alianza con el derechista Partido Liberal, hacía prever numerosos problemas y desacuerdos que efectivamente se fueron dando, pero que también tendría sus coincidencias, sobre todo en temas en los que la mayoría tiene qué ganar o deseaba hacer algo por quiénes se merecían la restitución de derechos. Los liberales -que hasta poseen organizaciones de base en otros países-, tenían mucho qué ganar; pero, la idea se movería y tomaría fuerza desde un joven movimiento político, el Frente Guasú, un conglomerado de partidos de izquierda oficialista, el cual canalizó su pedido de modificación de la constitución no directamente a través de sus legisladores en el congreso nacional, sino desde una iniciativa popular (figura constitucional) acompañada por un total de 120 mil firmas de ciudadanos con derecho a voto, cuatro veces más a lo establecido como mínimo en la carta magna (Art. 290°). Finalmente, el actual ministro de educación (liberal y oficialista) Víctor Ríos, presentaría como diputado la iniciativa para el referéndum y obtendría prácticamente el unánime apoyo del congreso, aunque este último acto no sería totalmente sincero.
Los del Partido Colorado no tuvieron más que aceptar a regañadientes la propuesta, con el temor de perder la casi invisible credibilidad que le queda entre los electores, pero no por eso se quedarían de brazos cruzados. A las campañas personales de algunos de sus dirigentes por el «no», le siguió sólo dos días antes de la celebración del esperado referéndum, la acción de unos sectores del partido que se valdrían de una ex figura política de menor calibre para dar una patada desesperada de último momento tratando de impedir la celebración de la consulta. El ex diputado Luis Villamayor presentaría un pedido de urgencia a la Corte Suprema (dominada por una mayoría de su mismo partido), una argucia legal para que se anule el proceso por supuesta inconstitucionalidad. Pedido que de ser aceptado habría obligado a proceder a una reforma constitucional en vez de a una enmienda, un proceso muy complicado, que requiere de más votos de congresistas y que habría despilfarrado mucho del erario. Justamente, con hipocresía y cinismo el ex diputado declararía: «van a gastar una suma de 8 millones de dólares, cuando bien pueden invertir en educación, salud, obras públicas para el desarrollo sustentable del país», es decir, reclamaría mediante un sofismo que se invierta en un proceso democrático dinero que él desea llevar a lo que su partido descuidó por décadas. La repudia general, el rechazo de toda la opinión pública y gran parte de los medios de comunicación y la ciudadanía en general, harían que el intento no prosperara aún. Sin embargo, existe la posibilidad de una anulación de todo el proceso, hecho que pondría en jaque a dos de los poderes de la república (ejecutivo y legislativo) y a toda la ciudadanía, algo que podría desatar una crisis institucional con posibles consecuencias drásticas e inesperadas.
Primer referéndum democrático
La singularidad de este evento consiste en que es la primera vez en la era democrática que los paraguayos tienen la oportunidad de expresarse a través de una consulta ciudadana, pese a que ya desde 1992 la constitución establece al referéndum y al plebiscito como figuras. El único antecedente anterior es el plebiscito de 1940 para aprobar una constitución redactada por el gobierno del Gra. Estigarribia. Esta consulta, número 54 en su tipo en la región -según el Tribunal de Justicia Electoral-, logró sumar a Paraguay a las 110 naciones del mundo que permiten votar a sus nacionales no radicados en el país, además, permitirá que se candidaten a cargos.
Las cifras preliminares de la Justicia Electoral indicaron una amplia victoria del Sí por el voto paraguayo en el exterior, ganando además en prácticamente todas las mesas electorales. Casi un 78 por ciento apoyó la modificación de la constitución, contra un 21 por ciento que lo rechazó. Una gran diferencia, previsible, pero trascendente sobre todos para los emigrantes, situación en la que se encontraría el 12 por ciento del total de paraguayos.
La participación fue de sólo un 13 por ciento de electores, pero con un ausentismo motivado fundamentalmente por la falta de disputa de cargos, la escasísima publicidad y capacitación, y las anti-cívicas costumbres (no practicadas en esta ocasión) de comprar los documentos a los electores o arrastrarlos en vehículos de los partidos políticos a votar a su local correspondiente, con almuerzo incluido. La desmotivación también provino desde las amenazas de boicot por parte los empresarios de transporte (tal vez coincidentemente un sector históricamente vinculado al coloradismo), con una huelga que casi se inicia ayer, debida a un ilógico e intolerable reclamo contra la decisión del congreso de que el pasaje sea gratuito el día de las elecciones, mientras reciben millonarios subsidios estatales por su mal servicio.
La poca participación es llamativa y preocupante, muestra problemas de educación cívica y de interés en asuntos políticos; no obstante, no quita importancia a una victoria que es principalmente de los residentes en el exterior, personas cuya importancia va más allá de sostener la economía con sus remesas de 500 millones de dólares al año (3% del Producto Interno Bruto corriente), pues son ampliamente reconocidos por la población local por su arduo trabajo, estudio y esfuerzo a favor de sus familias o del propio país, y que en muchos casos no quieren o no deberían estar en el exterior. Desde un comienzo fue un claro signo de lo que hoy iba a suceder el hecho de que prácticamente no existan paraguayos sin parientes o amigos que hayan sido exiliados o hayan migrado por motivos económicos. Así, la elección ganada con el voto de los residentes, lo fue por los medio millón de residentes en Argentina y los al menos cientos de miles en EE.UU., España, etc., quiénes se organizaron y promovieron el apoyo de sus parientes y compatriotas a través de la prensa, las redes sociales y el teléfono. Los mismos que hoy festejan un reconocimiento tácito a su dignidad y valía como compatriotas.
Lo menos que se espera es que esta victoria democrática sirva de ejemplo a los países latinoamericanos y del mundo que aún le niegan el derecho al voto y elegibilidad a sus compatriotas residiendo en otros países; y que también podría servir de puntapié para otras reformas, buscando profundizar las democracias y reconocer los derechos a los numerosos grupos sociales o étnicos que históricamente han sido discriminados o segregados. Un triunfo de los migrantes no sólo paraguayos sino de todos los países, porque es un aliento al reconocimiento a sus derechos y dignidad, un llamamiento a reconocer la libertad humana de ir a otras partes, y de intercambiar culturas y saberes.
En Paraguay las que perdieron fueron las fuerzas del pasado, las mismas que establecieron un artículo absurdo en una constitución de las más progresistas, fueron las mismas que buscaron las maneras más burdas de impedir o desacreditar la fiesta cívica de hoy, con la cobardía de no hacer abiertamente campaña por el No. La victoria del Sí es un llamamiento cívico de la ciudadanía, que tendrá impacto en otros debates políticos, sobre todo en el sostenido reclamo por desbloquear las listas cerradas, vigentes para candidatos al congreso, juntas departamentales y municipales; un pedido que ha sido una y otra vez rechazado por los parlamentarios de turno, pese a haber sido presentado vía iniciativas populares, iniciativas legales de congresistas y amplios pedidos de electores. El reiterado reclamo ciudadano de no sentirse representado por sus diputados, senadores y concejales, en algún momento deberá ser atendido, y el acto de hoy lo confirma. Además, todavía quedan muchas propuestas que atender, por lo que se espera que se multipliquen las consultas populares en temas como incluir la revocatoria de mandatos, permitir la doble ciudadanía, y otros cambios que en general buscarán facilitar la democracia participativa en la nación sudamericana que aunque hoy enseñó, todavía tiene mucho que aprender en civismo y participación.
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