Para los que han leído el libro «la Insurrecciòn de Trujillo» de Margarita Giessecke debe estar claro que el APRA se creó en un contexto de gran ascenso de la lucha de clases y que se construyó al calor de conspiraciones e insurrecciones contra los gobiernos de turno. Y en efecto, esa acción conspirativa contra […]
Para los que han leído el libro «la Insurrecciòn de Trujillo» de Margarita Giessecke debe estar claro que el APRA se creó en un contexto de gran ascenso de la lucha de clases y que se construyó al calor de conspiraciones e insurrecciones contra los gobiernos de turno. Y en efecto, esa acción conspirativa contra gobiernos autoritarios como el de Sánchez Cerro, Odrìa o Velasco, es la que le ha permitido mantener una mística y disciplina partidaria hasta nuestros días. Y son justamente de estos factores de los que vive el alanismo pro imperial ahora.
Por tanto, por más a la derecha y degenerados que estén los apristas ochenteros, no implica que no tengan aparato partidario. Al contrario, eso lo vemos no solo con el martirologio de Mantilla sino ahora con el preso por los narcoindultos Facundo Chinguel. Y si de conspiración hablamos, pues, que mejor que la crisis política que le generó al gobierno con el caso de la ex líder cocalera Nancy Obregón.
Y es que en política las respuestas vienen por a quién benefician los acontecimientos. Y es obvio que en el caso Obregón los únicos beneficiados son los apristas. Ahora, estos salen a la ofensiva, donde Velásquez Quesquén le increpa a Omar Chehade, que «el nacionalismo está infiltrado de narcoterroristas».
Es más, Martha Chávez y el propio Alan García, acaban de sentar una denuncia contra Ollanta Humala por ser «autor mediato del narcoterrorismo en el Perú».
Como si fuera una novela de ficción, los que durante años gobernaron con acusaciones y pruebas serias de corrupción y vínculos con el narcotráfico (Carlos Langber, los Sánchez Paredes y el colombiano Oscar Cuevas en los 80s), ahora acusan al nacionalismo de estar vinculados al narcotráfico a partir de la integración en sus filas de ex liderezas cocaleras que representaban a más de 300 mil ciudadanos.
Al cocalero Evo Morales, también se le acusó de narcoterrorista, pero él es hoy el presidente de Bolivia.»…Bolivia, el tercer productor más grande de hoja de coca, ha fomentado su propio enfoque heterodoxo hacia el control del crecimiento de la hoja de coca…Aún a pesar de la desavenencia con los EEUU, y para sorpresa de muchos, el experimento ha conducido a una baja significativa de las plantaciones de coca en el país…», redactó el New York Times el año pasado. Y según la ONU, Bolivia redujo en 2011 en 12% los plantíos ilegales de coca.
No obstante, ni para García ni para los mass media, esta cuestión objetiva reconocida por la ONU, es una posibilidad en Perú. Entonces, por más certero que sean los «narcoaudios», lo que está primando aquí es una conspiración política del APRA. La misma conspiración que quiso revocar a Susaba Villarán, así como a Toledo, como acaba de declarar el ex vicepresidente Raúl Diez Canseco.
Y en efecto, las denuncias de corrupciòn que terminaron rompiendo la bancada toledista (aliado de Ollanta), las movilizaciones legitimas contra la repartija que lograron no solo «parchar a los congresistas otorongos» sino, que se queden los magistrados apristas en el TC, el caso Obregón tildando a Ollanta de cómplice de «narcoterroristas», y ahora, el último audio filtrado a la prensa, donde se escucha al premier Jiménez con el ministro Cateriano y el juez San Martin, «influyendo» a favor del Estado en el caso Chavín de Huantar, manifiesta claramente que hay un gabinete en la sombra que tiene una estrategia de tirarse abajo todo el caso de los narcoindultos para evitar que Alan García termine preso.
De esta forma, estamos ingresando a una fase tenebrosa y más inestable de la política peruana, donde la narcopolìtica está en la agenda nacional, al gobierno le rebota como un boomerang sus acusaciones de corruptos al APRA, y donde Ollanta no tiene los reflejos ni los cuadros ni el aparato ni la mística necesaria para hacerles frente.
Y es que el APRA tiene no solo un partido (y «portátiles» con consignas como «no a la reelección conyugal», «no a la repartija», «¿y dónde está el gas barato?», «el Perú necesita gobierno», etc.), sino aliados en los poderes facticos y en la policía (Hidalgo y Moran) y FF.AA., controla el Poder Judicial, el TC, la Central de Trabajadores del Perú (construcción civil, estatales, ESSALUD, etc.), y fundamentalmente, un líder carismático y maquiavélico, que el Sr. Issac Humala y los mass media, califican como una gran personalidad de la política peruana.
Así las cosas, parece caerse la estrategia política del nacionalismo de querer mantener su popularidad confrontando con el APRA y el fujimorismo. La captura de «Alipio» y «Gabriel» es un golpe para el terrorismo senderista, pero estos puntos de popularidad se esfumarán en los próximos días si el APRA no es arrinconada.
La perspectiva esta al rojo vivo. Ollanta quiere dialogar, pero eso implicaría la renuncia de su premier y uno nuevo gabinete tendría que tener más de 80 votos de aprobación de congresistas lo cual es difícil de alcanzar con la nueva correlación de fuerzas congresales. De no conciliar, el APRA, atizarán más las contradicciones, planteando incluso la vacancia presidencial de Ollanta por incapacidad moral y política para gobernar la nación.
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