Prólogo Hoy es viernes 20 de mayo. Son las nueve de la noche. A esta misma hora, en la Puerta del Sol de Madrid y en otras plazas de un centenar de ciudades del Estado español, decenas de miles de personas manifiestan su indignación contra la dictadura de los mercados y un sistema político al […]
Prólogo
Hoy es viernes 20 de mayo. Son las nueve de la noche. A esta misma hora, en la Puerta del Sol de Madrid y en otras plazas de un centenar de ciudades del Estado español, decenas de miles de personas manifiestan su indignación contra la dictadura de los mercados y un sistema político al que niegan su supuesto carácter representativo, y comparten la esperanza en otra sociedad y otra política, que algunos llaman «democracia real» y otros «revolución».
El entusiasmo excusa las abundantes hipérboles sobre el movimiento que se inició en Madrid el 15 de mayo. Se han llegado a hacer analogías con la toma de la Bastilla, con la Comuna de París o con la Plaza de Tahrir.
No estamos, por supuesto, ante una revolución, aunque quizás sí ante deseos de que una revolución barra el viejo mundo capitalista.
Con los pies en tierra, los dieciocho días, 846 muertos, miles de heridos y detenidos de la Plaza de Tahrir frente a una dictadura sanguinaria hasta lograr la caída del dictador, constituyen una de las gestas más heroicas de nuestra época. Lo que estamos viviendo en mi país es nada más, y nada menos, una sublevación de indignación ciudadana, un grito colectivo de ¡basta ya!, en el que ciertamente, se escuchan «ecos» de las revoluciones árabes:
-por ejemplo, la ocupación de un espacio público para que sea efectivamente un espacio público, no simples lugares de tránsito de consumidores y paseantes ensimismados; pequeñas ciudades alternativas, basadas en la convivencia, el intercambio de ideas, el reconocimiento de los intereses, amigos y enemigos comunes, aldeas de la «ciudad futura»;
-también, la potencia organizativa de la comunicación por medio de redes sociales, que permite compartir informaciones y opiniones comprimiendo el tiempo y el espacio, de una manera instantánea y cercana, caótica sin duda, pero adecuada al movimiento que está surgiendo, plural y diverso, en especial a su mayoritaria componente joven, para la cual la red es una forma de relación social natural;
-en fin, la superación y el rechazo del miedo, que se va a poner a prueba esta medianoche, cuando empiece a regir la prohibición de la Junta Electoral Central de las acampadas y la exigencia de que sean desmanteladas por la policía. La gente del «15-M», nombre que se da al movimiento recordando su fecha de nacimiento, ha dicho ya que no se moverán. Y no se moverán.
Estos ecos parecen, y ojalá sean, hilos de un internacionalismo del siglo XXI hecho de aprendizaje y fraternidad, que no transmite programas ni consignas, pero sí impulsos a la imaginación, esa potencia revolucionaria tan olvidada y tan necesaria, especialmente para abrir caminos allí donde parece que no existen. Me dicen que hoy mismo decenas de personas se han concentrado en Ginebra en solidaridad con el movimiento del 15-M; acciones similares están sucediendo en otros lugares del mundo, escuchando también los ecos que llegan de las acampadas de mi país, como un mensaje en la botella lanzado al mar del capitalismo que dice: «haced como nosotras y nosotros». Por fin, hay mar de fondo y se acercan tormentas.
El movimiento del 15-M ha conquistado en apenas unos días una enorme legitimidad desobedeciendo a las normas establecidas, ejerciendo derechos sin preguntarse si cuentan o no con la autorización de los poderes y las normas que rigen la servidumbre ciudadana de todos los días. Aquí reside, a mi parecer, el valor más importante de la experiencia que están viviendo miles de personas. Por eso, no hay que considerarlo como un hermoso pero efímero fuego de artificio: es una linterna duradera que nos muestra brechas que antes no veíamos.
Es también un despertador que interpela a la sociedad, que le plantea problemas políticos reales, más allá de los aburridos ritos de las campañas electorales. Desde el 15 de mayo, pese a que nos encontramos en plena campaña de elecciones municipales y autonómicas, ha sido el movimiento y no las campañas de las candidaturas el protagonista de la actualidad política.
Nos interpela también a las «vanguardias», felizmente desbordadas por un acontecimiento imprevisible, para el que no hay respuestas en los libros, en el que se trata por encima de todo de aprender y participar, procurando que el entusiasmo compartido no evite mirar de frente al movimiento real, sin teorizar demasiado cuando apenas acaba de nacer.
Cada movimiento social construye su propia gramática. Podemos entender con mayor o menor dificultad las gramáticas de ecologismo, el feminismo, el sindicalismo… Pero aún no podemos entender bien la gramática de este nuevo movimiento porque se está construyendo ahora mismo, entre consensos y conflictos que no sabemos cómo concluirán, ni siquiera si concluirán, en un movimiento social articulado.
En todo caso, ahora el 15-M es ahora ciertamente el «movimiento real que critica el orden existente»; o si se quiere, el «anticapitalismo social realmente existente». Tiene ante sí, sin duda, un futuro difícil muy exigente. Pero podemos decir con confianza que ya nada será como antes y todo será mejor que antes.
I.
He querido empezar con una noticia esperanzadora, porque hay pocas razones para la esperanza en los países que son el tema que se me ha asignado: Portugal, Irlanda, Grecia y España, tres de ellos sometidos ya a planes de rescate de la bárbara «troika»: FMI, Unión Europea, Banco Central Europeo, y el cuarto, mi país, en una frontera movediza que puede hundirle en los próximos meses en una situación similar, a voluntad de «los mercados». Uno de esos bufones que llenan las páginas de opinión de los grandes medios tuvo la ocurrencia de bautizar a estos cuatro países como «PIGS», o sea «cerdos». El cerdo es un simpático animal, especialmente generoso con la alimentación humana. Si se quiere utilizar su nombre como un insulto despectivo, habría que aplicarlo a esa «troika» de agentes de las finanzas mal disfrazados de servidores públicos, o bien a sus dirigentes en ejercicio, o recientemente dimitidos.
Se habla de «ayuda», de «planes de rescate». ¿Rescate? El Bloco de Esquerda ha denunciado muy claramente el contenido de estos planes: de los 78.000 millones de euros de la supuesta «ayuda», 12.000 están destinados a los bancos portugueses; 50.000 a los acreedores extranjeros, en su mayoría grandes grupos financieros europeos; además los intereses de la «ayuda» costarán al pueblo portugués, 30.000 millones de euros en intereses.
Así, a la vez que se destruye el «Estado del Bienestar» para la población, se ha creado un «Estado del Bienestar» para las finanzas, cuyo coste pagan las clases trabajadoras con paro, rebajas salariales, recortes de los servicios públicos y pérdida de derechos sociales.
El paro es el problema social más grave de estos países: la tasa está entre el 16% de Irlanda y el 20% de España; es mucho más elevada para los jóvenes: por encima del 45% en España. Se comprende bien la naturaleza de estas ayudas cuando se comprueba que en Grecia, que soporta ya un año de «rescate», se destruyen 1.000 empleos diarios. Nadie duda que procesos similares se vivirán en estos países durante largos años, si no se logra imponer una resistencia eficaz a esta versión europea de los nefastos «planes de ajuste estructural» que asolaron bajo las riendas del FMI tantos países del Sur en los años 80.
En estas condiciones, lo extraño no son las acampadas de las plazas de mi país. Lo que debería extrañarnos es que hayan tardado tanto y no se extiendan ya por toda Europa.
II.
¿Por qué no se han producido estallidos sociales importantes, cuando van a cumplirse ya tres años de la mayor crisis capitalista en un siglo? Propongo para el debate algunas ideas, que pueden servir después para orientar las tareas.
En primer lugar, la crisis avanza socialmente como una inundación lenta, aunque constante, que se va extendiendo de abajo hacia arriba y que ya empieza a afectar seriamente a los sectores sociales de «consumidores solventes», que aún se consideran a salvo de ella y que son la base de estabilidad social y económica del sistema; en los países que estamos considerando estos sectores representan entre un 30 y un 40% de la población.
«Considerarse a salvo» significa fundamentalmente tener ingresos que permiten comprar en el mercado los servicios y derechos sociales que las políticas de «ajuste» van eliminando para la mayoría de la población. A medida que esta capacidad de compra se deteriore, se irán valorizando los servicios y derechos sociales perdidos. Tenderán así a debilitarse los consensos sociales activos que sostienen al sistema y se abrirán posibilidades de convergencia entre una parte de estos sectores sociales y las clases trabajadoras que sufren ya los efectos de la crisis con toda su dureza.
En segundo lugar, la mayoría de la población está ya seriamente afectada por la crisis, pero no cuenta con herramientas de lucha social y política para hacerle frente. Por ello no se reconoce a sí misma como un sujeto colectivo, con una clara conciencia de quien es el adversario y con la convicción de que posible enfrentarse a él y vencerle. En estas condiciones, se desarrolla un malestar fragmentando; las víctimas de la crisis se agrupan en «bolsas» que no se relacionan entre sí, no tienen experiencias continuadas de acción comunes, carecen de expresión política que dirija su desesperación y su rabia contra el capitalismo y están desprotegidas frente a la demagogia de la derecha y la extrema derecha. Después de treinta años de neoliberalismo, con sus efectos devastadores no sólo sociales y políticos, sino también ideológicos y morales, la dinámica dominante del malestar social no se dirige naturalmente hacia la izquierda. Hay ya numerosas pruebas de que puede beneficiar a la derecha y a la extrema derecha, aunque en el caso de estos cuatro países, la extrema derecha no tenga, aún, una expresión política autónoma significativa. Puede considerarse una paradoja, pero la realidad es que, en la más grave crisis capitalista, para construir una alternativa anticapitalista hay que remar contra la corriente.
En tercer lugar, las organizaciones llamadas en primer lugar a defender los intereses de las víctimas de la crisis son las «instituciones de la izquierda»: sindicatos mayoritarios y partidos parlamentarios. Su rotundo fracaso contribuye decisivamente a la desmoralización y desorientación de las clases trabajadoras.
Es cierto que los sindicatos mayoritarios son imprescindibles para organizar movilizaciones y huelgas generales, o que intentan serlo. De hecho, las han organizado en Portugal, España y hasta en diez ocasiones en Grecia. Son además las organizaciones sociales más numerosas en sus países: hasta 40% de afiliación en Irlanda, 22% en Grecia, 20% en España, 16% en Portugal. Pero han sido incapaces, desde hace más de treinta años, de resistir al avance del capitalismo neoliberal. Han ido desarrollando y consolidando así una cultura de la negociación a la baja, abandonando a la gente más vulnerable: hombres y mujeres en paro, inmigrantes, jóvenes en empleo precario… Una consecuencia clarificadora de estas políticas es la caída de cinco puntos, por término medio, de la participación de los salarios en la renta nacional en la última década. No tienen ni la voluntad política, ni ya tampoco la conciencia y la tensión militante para protagonizar la lucha por una alternativa a la «dictadura de los mercados». Así se entiende que en una encuesta publicada recientemente por el periódico El País, sobre la confianza de la ciudadanía en organizaciones e instituciones, los sindicatos estén al final de la escala, por debajo de los bancos, y sólo por encima de los partidos políticos y las multinacionales.
En cuanto al sistema político, se basa en un «bipartidismo» turnante, en que la derecha y los partidos llamados «socialistas» (en el caso irlandés, la alternativa está entre dos partidos nacionalistas de «centro-derecha», Fianna Fáil y Fine Gael) se reemplazan periódicamente. En condiciones de crisis económica, pierde las elecciones la fuerza que gobierna (quizás pueda haber una excepción el 5 de junio en Portugal) sin que ello signifique desplazamientos políticos significativos de la población a la derecha o a la izquierda, ni cambios respecto a las orientaciones económicas fundamentales /1.
En fin, la izquierda anticapitalista no avanza donde había alcanzado un peso político importante (Portugal, Grecia) y sigue lejos de alcanzar el nivel de referente político en Irlanda y en el Estado español; en Irlanda, la oposición popular a la política de ajuste se ha dirigido al partido nacionalista Sinn Fein. Si relacionamos estos datos con la difícil situación del NPA en Francia y los sucesivos retrocesos electorales de Die Linke en Alemania, mientras avanzan los Verdes, el panorama no admite una interpretación general simple -porque el Bloco, el NPA, Syriza o Die Linke, por referirnos a las organizaciones más grandes, desarrollan políticas muy diferentes, pero ninguna está permitiendo avanzar- e invita a una reflexión a fondo y prolongada, preferentemente en un marco europeo.
III.
Como una contribución muy elemental a esa reflexión, propongo algunos temas:
En primer lugar, siguiendo una idea muy atractiva de Alain Bihr, los partidos gobernantes, cualquiera que sea su orientación política no buscan ya prioritariamente la legitimación de la población, sino la de los mercados. En estas condiciones, el repertorio tradicional de acciones de masas de protesta (grandes manifestaciones, huelgas generales) en sí mismas, es decir cuando no forman parte de planes de lucha más amplios y prologados, apenas les afectan. Hay que pensar en nuevos repertorios.
En segundo lugar, las políticas de ajuste aparecen ante las poblaciones como «mandatos imperativos» sobre los que no hay capacidad de influir por los procedimientos legalmente establecidos, sean votos en elecciones o huelgas y otras acciones que aceptan los marcos legales, cada día más restrictivos y adaptados a los intereses de las «instituciones de la izquierda».
En tercer lugar, la magnitud y multiplicidad de las agresiones (empleo, jubilaciones, cuidados, políticas energéticas, servicios públicos, privatizaciones, flujo de fondos públicos al sector privado… directa o indirectamente determinados por el «ajuste estructural»…) hace poco creíbles los objetivos de reforma sobre problemas particulares y plantea las alternativas como necesariamente globales, aunque no necesariamente anticapitalistas. En condiciones de débil relación de fuerzas estas alternativas, incluso una versión actualizada de un programa de reformas tipo Estado social, aparecen inalcanzables.
En cuarto lugar, la ausencia de resultados de las luchas debilita la confianza en la acción colectiva. Un proceso de acumulación de fuerzas tiene que basarse en éxitos parciales.
En conclusión, el conjunto de estos factores confluye en la ausencia de expectativas de cambios positivos en la mayoría de la población. Se confirma así la vigencia del lema neoliberal: «No hay alternativas», no en sentido programático, pero si en cuanto a las posibilidades de cambiar significativamente el curso de la situación. El desafío está en cómo conseguir que objetivos que las clases trabajadoras consideran justos, sean considerados también posibles. Sólo así las mayorías sociales víctimas de la crisis capitalista creerán, o volverán a creer, en la utilidad de la lucha.
IV.
¿Qué hacer, cómo hacer? Sólo la experiencia de nuevas luchas sociales puede revelarlo. Como máximo, podemos considerar algunas pistas muy generales y que intentan ser razonables:
En primer lugar, los problemas son urgentes, pero las alternativas y las relaciones de fuerzas para afrontarlos tienen que enfocarse a medio plazo. Esta discordancia de tiempos aconseja priorizar campañas con cierta estabilidad y de carácter ampliamente unitario. Para ello es fundamental evitar los consensos obligados y aprender a gestionar democráticamente desacuerdos y conflictos inevitables.
En segundo lugar, hay una gran coincidencia en la izquierda social y política sobre importantes reivindicaciones básicas (política fiscal, empleo, oposición a la energía nuclear, servicios sociales: sanidad, educación, cuidados… …); el problema está en dotarlas de credibilidad y apoyo social. En este sentido, podría ser muy útil una campaña común a medio plazo: por ejemplo, las auditorías de la deuda, que afecta a una cuestión central de la política económica, puede servir de «puente» para relacionar problemas inmediatos con objetivos anticapitalistas y puede alcanzar una legitimidad social amplia.
En tercer lugar, es necesario ampliar el repertorio de acciones, atendiendo sobre todo a las nuevas formas de lucha que se crean «abajo»: por ejemplo, las actuales acampadas; también, las experiencias de bloqueo de funcionamiento de la economía en las huelgas de Francia de octubre del año pasado. Este tipo de acciones desbordan la legalidad y tienen que protegerse frente a la represión policial, que constituye ya un problema gravísimo en Grecia, y judicial. Conseguir una fuerte legitimidad social para la «desobediencia» es la primera condición.
En cuarto lugar, habría que basar el sentido de la izquierda política anticapitalista en la política a medio plazo. La reflexión y los debates sobre problemas teóricos y estratégicos son necesarios, pero no contamos con la imprescindible base de experiencias prácticas actuales para poder vincularlos con la política concreta. Precisamente, una de las mayores dificultades para la política anticapitalista está en encontrar «puentes» con eficacia práctica, que relacionen las resistencias y las indignaciones ya presentes con los objetivos futuros de derrocar al capitalismo. Por ello, habría que evitar lo que podríamos llamar una «huída estratégica», en el sentido de sustituir con debates conceptuales y analogías históricas la dificultad para desarrollar políticas concretas, orientadas a medio plazo.
Finalmente, hacen falta objetivos fuertes, que den sentido a las necesarias resistencias inmediatas. Pero hay que saber medir bien los tiempos. Por ejemplo, entre esos objetivos, me parece especialmente importante romper el actual mapa político de la izquierda. Un proyecto, que aspire a ser socialmente creíble para hacer frente a la crisis capitalista defendiendo los intereses de las clases trabajadoras, debería incorporar la necesidad de crear una fuerza política que ponga fin a la mayoría política de los «partidos socialistas» en el «pueblo de izquierdas» y al régimen bipartidista de partidos turnantes. Pero si este objetivo se enfoca como una tarea inmediata, sin contar con la necesidad previa de construir una relación de fuerzas social potente -que no parece existir en ninguno de los países que estamos considerando- que lo sostenga y le dé credibilidad, puede convertirse en un slogan de propaganda vacío o una operación táctica sin futuro.
V.
Vuelvo, para terminar, a las acampadas. Sería aventurado prever que conseguirán convertirse en un movimiento social con proyección a medio plazo, capaz de confluir y articularse con otros movimientos: feminista, ecologista, sindicalismo militante… Algo que incluso pueda llegar a sustituir a escala internacional al moribundo movimiento «altermundialista». Quizás sólo llegue a ser, durante un tiempo, la expresión activa de sentimientos y aspiraciones muy ampliamente compartidas, pero difícil de formular en términos concretos con acuerdo colectivo. En todo caso, para la izquierda anticapitalista -al menos, pero creo que no sólo, en el Estado español- es vital estar allí dentro, compartiendo experiencias, debates, esperanzas…
¿Cómo estar «allí dentro»? Parafraseando al Manifesto Comunista, sin tener intereses propios que nos separen del movimiento; teniendo como única distinción propugnar siempre los intereses del conjunto del movimiento y su dimensión internacional. Así buscaremos convertir la indignación individual de tanta gente en la lucha colectiva por la dignidad. Finalmente, éste es ahora un buen resumen de la política anticapitalista.
20/5/2011
Notas:
1/ He desarrollado estas ideas en una crónica sobre la elecciones del 22 de mayo en el Estado español: «Arriba y abajo».
http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=3946
Versión francesa: http://alencontre.org/?p=2747.
Ver también el texto de Jaime Pastor «¿Del divorcio al choque de legitimidades?».
http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=3947
Versión francesa: http://alencontre.org/?p=2779
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR
Este texto es la versión escrita de mi intervención en la Universidad de Primavera de la organización de izquierda anticapitalista suiza Solidaritès, el pasado viernes 20 de mayo