Cuando este folleto vea la luz se habrá iniciado la campaña por el referéndum. En medio de la indiferencia popular y con el cínico pretexto de «informar a la ciudadanía», el Gobierno ha iniciado una descarada campaña por el Sí, a la que se han prestado los artistas y profesionales del pesebre (Antonio Gala, Gabilondo, […]
Cuando este folleto vea la luz se habrá iniciado la campaña por el referéndum. En medio de la indiferencia popular y con el cínico pretexto de «informar a la ciudadanía», el Gobierno ha iniciado una descarada campaña por el Sí, a la que se han prestado los artistas y profesionales del pesebre (Antonio Gala, Gabilondo, Miguel Ríos, Loquillo, Cruyff.). Estos «demócratas orgánicos» se cuidan muy bien de preguntar siquiera donde están las garantías democráticas más básicas para los defensores del No. Y así, tan «democrática» la farsa prosigue su curso en espera del añorado día del referenfraude.
Han iniciado la campaña cuando aún está caliente el plan de reconversión de IZAR, impuesto en nombre de esa Europa suya. Son 4000 los trabajadores de los astilleros públicos y 30.000 los de la industria auxiliar que se van a ir a la calle, según el plan de reconversión, estos últimos sin indemnización. Todos los que firmaron el plan, Gobierno, Comisión Europea y la burocracia sindical, votarán a favor del Sí.
Han iniciado la campaña cuando, en nombre de esa misma Europa, preparan para la Cumbre de primavera la llamada Directiva Bolkestein, una pieza clave para iniciar un proceso de liberalización y privatización de los servicios públicos en toda Europa.
Y la han acompañado esgrimiendo la Constitución europea como argumento de peso contra el legítimo derecho de los pueblos, y hoy en especial del pueblo vasco, a ser consultados y a decidir su futuro.
Este folleto contiene un artículo, Una «constitución» contra los trabajadores y los pueblos, sintetizando las razones del no al mal llamado texto constitucional, razones que se han esgrimido en otros materiales de mucha mayor difusión como parte de la campaña por el NO. Contiene un trabajo central, La Unión Europea, que pretende sistematizar la visión marxista sobre el devenir de la fracasada tarea histórica de la unificación del continente y su encuadre en el actual periodo de «globalización», de exacerbación de los rasgos esenciales del sistema de dominación imperialista.
Concluye el folleto con una obligada referencia a la visión de los clásicos del marxismo, Los marxistas y los Estados unidos de Europa, sobre esa tarea histórica de la unificación europea. Una tarea indisoluble de la revolución socialista y que por ello durante tantos años concentró los esfuerzos de Lenin, Trotsky y los demás revolucionarios del viejo continente. A los Chirac, Shröeder o Zapatero, les decimos, más que nunca aquello que el viejo Trotsky repitiera a los gobernantes europeos de su época: «para unificar Europa es necesario, antes que nada, arrancar el poder de vuestras manos».
LA UNION EUROPEA
Desde principios del siglo XX, el surgimiento del imperialismo llevó al extremo la contradicción entre unas economías que habían alcanzado carácter continental y en parte mundial y unos estados y unas fronteras heredadas del viejo capitalismo de la libre competencia. Esta contradicción se manifestaba con fuerza particular en el continente europeo. Su fatal consecuencia fueron las dos guerras imperialistas mundiales, que devastaron Europa y arrastraron al mundo entero a la carnicería.
«El capital -escribía Lenin- se ha hecho internacional y monopolista. El mundo está repartido entre un puñado de grandes potencias que prosperan en el saqueo y la opresión de naciones». Estas «potencias mundiales rapaces armadas hasta los dientes, arrastran al mundo entero a ‘su’ guerra por el reparto del botín».
Tanto la primera como la segunda guerra mundial fueron, en un sentido, el intento capitalista de unificar Europa reuniéndola bajo la bota de uno de sus imperialismos.
Tras la derrota del imperialismo alemán y japonés en la II Guerra Mundial, Estados Unidos (EUA) emergió como la gran e indiscutida potencia imperialista mundial, desplazando de manera definitiva a Gran Bretaña. Europa, mientras tanto, se enfrentaba a una situación marcada por una colosal devastación de sus fuerzas productivas y por el surgimiento de una situación abiertamente revolucionaria en países como Francia o Italia.
Fue dicho peligro revolucionario el que convenció finalmente al imperialismo americano de la necesidad de impulsar la reconstrucción europea con la ayuda del Plan Marshall . Pero la reconstrucción se manifestaba a su vez imposible sobre la base de las viejas fronteras estatales. Así, bajo un estrecho control americano, los debilitados imperialismos francés y alemán, con sus intereses encontrados y su hostilidad histórica, forzados por la necesidad común de la reconstrucción económica y enfrentados a la presión revolucionaria, pactaron las primeras instituciones comunes que dieron base al siempre conflictivo proceso que llevó inicialmente al Mercado Común y, después, a la actual Unión Europea.
La UE representa el último y contradictorio intento de las potencias imperialistas europeas de «unificar Europa», esta vez en el marco de la «globalización»: esta brutal ofensiva neoliberal de los últimos 20 años, dirigida a acabar con las conquistas históricas de los trabajadores y a recolonizar las naciones y los pueblos del mundo.
La globalización constituye la respuesta del imperialismo a la caída de la tasa de ganancia capitalista al final del largo boom de la posguerra. Hay que recordar, sin embargo, que la globalización imperialista no era algo históricamente inevitable, como nos predican de todos lados. En realidad, la globalización no habría triunfado sin el apoyo recibido por la política restauracionista de las burocracias del Este, sin la colaboración gubernamental de la socialdemocracia, sin el entreguismo de las grandes burocracias sindicales y sin la complicidad de las endeudadas burguesías de los países dominados.
LA HORA DE LA GLOBALIZACION
Desde los ’80 y ya de una forma sistemática desde la aprobación del Acta Única Europea en 1986, los imperialismos europeos se lanzaron a la puesta al día de la «globalización», iniciando la ola de la ofensiva neoliberal de liberalización económica, desregulación laboral, privatizaciones y agresiones a las conquistas de la clase trabajadora europea. Esta ofensiva formaba parte inseparable de su proyecto de crear un bloque económico unificado, con un mercado interior único, donde las multinacionales europeas tuvieran absoluta libertad de movimiento. Un bloque que les sirviera para atacar los derechos de los trabajadores y para defender mejor su trozo de botín en el mercado mundial frente al amo norteamericano (y al Japón).
El Acta Única estableció un calendario para suprimir las últimas trabas aduaneras y, lo que es más importante, para eliminar todos los límites que aún encontraba el movimiento de capitales, cuya completa libertad querían para principios de los ’90. La liberalización financiera debía permitir un intenso movimiento cruzado de inversiones, con fusiones y adquisiciones de empresas, donde los grandes grupos multinacionales fueron afianzando su dominio sobre el mercado europeo. Se dio un nuevo salto en el proceso de concentración y centralización de capitales, con la consiguiente reducción de puestos de trabajo, la creación de un paro estructural masivo y la reestructuración salvaje de amplios sectores industriales.
El 15 de noviembre de 1989 caía el muro de Berlín, abriendo paso a la reunificación alemana y al posterior colapso y disgregación de la Unión Soviética y de los países satélites del Este de Europa. El poderosos aparato stalinista internacional, la mayor traba que jamás ha tenido el movimiento obrero, explotó. Con él caían los viejos acuerdos de Yalta de «reparto de las esferas de influencia» establecidos entre el imperialismo norteamericano y la burocracia stalinista al final de la II Guerra Mundial. El imperialismo norteamericano emergía como la única gran potencia militar y económica del mundo.
Hacía años que las burocracias dirigentes de los países del Este alentaban la restauración del capitalismo, medidas que se aceleraron a raíz de la perestroika de Gorvachov. Las movilizaciones de masas tumbaron los regímenes burocráticos pero no revirtieron el proceso restauracionista. Por el contrario, a la caída de los regímenes stalinistas, fueron instaurados regímenes de democracia burguesa que culminaron la restauración capitalista, a costa de una caída radical en las condiciones de existencia y del empobrecimiento de millones. Al final del proceso sectores de la vieja burocracia formaban parte fundamental de una burguesía mafiosa, estrechamente vinculada y dependiente de las grandes multinacionales.
Alemania, que ya había afirmado su hegemonía industrial y financiera en Europa desde los años 70, se convertía ahora, tras la reunificación, en el gran gigante europeo.
Todos estaban contentos con el proceso de restauración capitalista que les permitía recolonizar el Este y con la fuerza que tomaba la ofensiva neoliberal en el Oeste. Firmaron en este clima, en 1991, el «Tratado de Maastrich», estableciendo el calendario y las condiciones para la unificación monetaria (moneda única, Banco Central único e «independiente» y política monetaria única, al estilo alemán).
Pero antes de la moneda única debieron sufrir en 1992 una gravísima crisis monetaria que demolió al vigente Sistema Monetario Europeo (SME). La razón de esta grave crisis fue el choque de intereses entre el capitalismo alemán y sus principales socios. Alemania todavía se encontraba en fase expansiva y necesitaba más capitales para «asimilar» Alemania del Este y para hacerse con la industria y los mercados del Este europeo. En cambio, Francia, Inglaterra, Italia… habían entrado en recesión y querían reducir los tipos de interés, demasiado altos ante la bajada de la tasa de beneficios. Sin embargo, sus gobiernos no podían hacer nada porque el tipo de interés alemán estaba alto y las monedas tenían que mantener un cambio fijo entre sí. Alemania no cedió y, al final, tras una espectacular oleada especulativa que hizo ganar millones al capital financiero, el SME explotó, llevándose el preciado sistema de cambios fijos entre las divisas europeas.
GLOBALIZACIÓN, MONEDA UNICA Y «CRITERIOS DE MAASTRICH»
El golpe había sido fuerte y dejaba heridas. Debieron cambiar el calendario. Pero no podían dejar de pedalear a riesgo de caerse de la bici. Los distintos imperialismos europeos, a pesar de estar fuertemente enfrentados entre sí, necesitan unir fuerzas para competir con su jefe de filas, EUA, que les ganaba la batalla de la productividad desde principios de los años 90. Necesitaban pesar comercialmente y financieramente como un bloque unificado para disputar a los norteamericanos su descarada preeminencia en la economía mundial.
Por otro lado, los distintos capitalismos europeos habían alcanzado un alto grado de integración económica: producción industrial de los grandes grupos integrada a nivel continental, mercado único, fuertes inversiones cruzadas en diversos países, total libertad de movimiento de los capitales. Los capitalistas europeos eran conscientes de que este nivel de integración era incompatible con fluctuaciones y crisis monetarias como la del 92. Quedó también patente que no había alternativa alguna al predominio alemán que, desde el Banco Central Alemán (Bundesbank), dictaba la política monetaria europea. En realidad, la unificación monetaria no era ya una libre opción del capital financiero europeo sino un paso obligado.
Como decía el influyente político bávaro, Stoiber: «El euro significa una competencia claramente más dura. Esta competencia agudizada en una nueva Euroland generará nuevos impulsos para la economía de Europa y también ejercerá una presión para que el mercado de trabajo sea flexible. En las nuevas condiciones de mayor competencia, habrá ganadores y perdedores. Saldrán ganando las empresas altamente competitivas que producen en Estados y regiones con buenas condiciones marco. El que no soporte la dura competencia no podrá devaluar y deberá estar dispuesto a recortar los estándares sociales y los salarios».
Se abrió así en 1994 la segunda fase hacia la Unión Monetaria, que se centró en la puesta en marcha de los llamados «criterios de convergencia» , impuestos por el capital alemán y gustosamente aceptados hasta por los más «euroescépticos». Estos criterios de Maastrich, que los estados debían cumplir para integrarse al euro, representaban un plan unificado de recortes sociales y laborales en toda Europa.
Cumplir con los criterios de Maastrich fue complicado para los gobiernos, en particular en los países capitalistas centrales, pues se encontraron con una enérgica oposición obrera y popular. Los trabajadores franceses irrumpieron en el escenario con las grandes movilizaciones de diciembre de 1995. Sectores enteros de la clase obrera, en su mayoría del sector público, dieron vida al «conflicto social más grave de los últimos 20 años», con huelgas y manifestaciones que llegaron a contar con un millón de participantes. Esta poderosa movilización hizo recular y cavó la tumba del gobierno Juppé. The Economist decía: «no es sólo la estabilidad de Francia lo que está en juego en las calles del país galo». Después les siguieron los alemanes, con las huelgas mineras y la gran manifestación de 400.000 trabajadores el 15 de junio de 1996 en Bonn: «la mayor manifestación desde la postguerra». El canciller Khöl también quedó mortalmente tocado.
DE LA MANO DE GOBIERNOS SOCIALDEMÓCRATAS, LLEGAMOS AL EURO
Al final, los gobiernos capitalistas europeos tuvieron que hacer trampas para aprobar el examen del euro de mayo de 1998. Francia y Alemania fueron incapaces de cumplir los requisitos de Maastrich, y detrás iban los demás. Tras relativizar los criterios sobre la Deuda Pública, se dieron mutua licencia para maquillar los números de tal manera que salieran las cuentas del déficit público.
El Estado español, «alumno aplicado» y nuevo inversionista estrella en Latinoamérica, superó el examen. Algunos llegaron a hablar de «milagro español». Pero también el gobierno español tuvo que hacer prodigios de «contabilidad creativa» para amañar el déficit. Además, el verdadero milagro español fue la agravación de la precariedad, los bajos salarios y los ataques a los derechos sociales y laborales. Este era el objetivo del plan de ataques graduales del primer gobierno Aznar, que llevó a cabo con la complicidad sindical y que representaba la continuidad de los anteriores planes neoliberales de Felipe González.
Gran Bretaña, por su parte, no se presentó al examen. El decadente imperialismo británico, marcado por la «relación especial» con EEUU, por el lastre del peso parasitario de la City y por la añoranza de la Comonwealth, no se acaba de decidir a dar el brazo a torcer al capitalismo alemán. Pero saben que no podrán pasar por alto que el grueso de sus intercambios económicos es con el continente y que deberán resignarse a acabar en el euro.
Los capitalismos europeos llegaron al euro perdiendo resuello. En el terreno político, la resistencia y el rechazo de los trabajadores hizo caer uno tras otro a los gobiernos de derechas de los países más importantes: Francia, Alemania, Inglaterra o Italia, que fueron sustituidos por gobiernos socialdemócratas, solos o acompañados de los Verdes en Alemania o del partido comunista en Francia (los gobiernos Blair, Jospin, Schröder, D’Alema).
Sin embargo, estos «gobiernos de izquierda» -levantados sobre millones de votos obreros y populares que exigían poner coto a la ofensiva neoliberal- lo primero que hicieron fue reafirmar en su toma de posesión el respeto a los compromisos europeos de los gobiernos anteriores, en particular al compromiso al «pacto de estabilidad» y sus recortes de los gastos sociales. Fueron estos gobiernos los que gestionaron la implantación del euro (con el monumental atraco al poder adquisitivo popular que representó) y los que prosiguieron la ofensiva neoliberal que habían dejado pendiente los anteriores «gobiernos de derechas».
En Marzo de 2000 tuvo lugar la Cumbre de Lisboa. En ella, los jefes de gobierno aprobaron la llamada «estrategia de Lisboa», que desde entonces se ha convertido en la bandera de la Unión Europea.
LA ESTRATEGIA DE LISBOA
En Lisboa los gobiernos se comprometieron a que en el término de una década Europa sería la región «más competitiva del mundo», por encima de EEUU. Este no fue un compromiso cualquiera sino una auténtica declaración de guerra al movimiento obrero europeo. Recuperar el retraso respecto al capitalismo americano (y aún superarlo), no significa ni más ni menos que imponer un retroceso histórico a las conquistas sociales y laborales conseguidas tras la II Guerra Mundial, con las que han convivido dos generaciones de trabajadores.
Un componente esencial de esta estrategia para ser «los más competitivos» es la «ampliación al Este», en realidad la «anexión colonial» de unos países condenados a ser mercado cautivo de las grandes multinacionales; bolsa de mano de obra cualificada, barata y sin derechos para los grandes fabricantes (sobre todo alemanes.y americanos) y fuente de emigración laboral al Oeste. La superexplotación de los trabajadores en el Este lleva como acompañamiento obligado deslocalizaciones y amenazas de deslocalización en el Oeste. Los amos de Europa van a utilizar hasta la náusea la ampliación al Este para aprovecharse de las enormes diferencias existentes en salarios y protección social y, sobre esa base, enfrentar unos trabajadores con otros y acabar imponiendo salarios más bajos, mayor flexibilidad, precariedad y desprotección social.
Conviene no olvidar que los campeones de la Cumbre de Lisboa fueron los «gobiernos de izquierda» de los países principales: el laborista Tony Blair, el socialdemócrata Schröder, el socialista Jospin, y el ex-stalinista Massimo d’Alema, con el acompañamiento entusiasta del gran José María Aznar.
LA CONSTITUCIÓN EUROPEA
La perspectiva de la ampliación a los nuevos «socios» del Este replanteaba de nuevo el gran problema de la distribución del poder en la UE ampliada. Y esta vez, Alemania ya no estaba dispuesta a que su hegemonía económica y financiera no se reflejara adecuadamente en las instituciones de la UE. El viejo pacto de la posguerra entre el capitalismo francés y alemán, que estuvo en la base de la constitución del Mercado Común, debía reformularse. Las protestas de Aznar, oponiéndose a la voluntad del gobierno alemán y reclamando vanamente el reconocimiento de España como «uno de los grandes», no tenían ninguna opción de prosperar. Tampoco estaba ya dispuesta Alemania a seguir financiando la agricultura francesa y a girar más cheques para los países periféricos como España.
Es en este contexto, que toman la decisión de lanzar adelante el Tratado de la Constitución Europea. En este Tratado, los dueños de Europa no se han limitado a reconocer el nuevo peso de Alemania en la UE, sino que han querido ir bastante más lejos. Así, «constitucionalizan» por primera vez el neoliberalismo y el intervencionismo imperialista, para convertirlos en ley suprema europea, a la que deberán someterse gobiernos y parlamentos. Al mismo tiempo, fijan la Constitución como algo inamovible ya que nadie la podrá modificar sin la unanimidad de los 25 gobiernos. Ya lo dijo Giscard: «queremos una Constitución que dure 50 años».
La Constitución que tratan de imponer es un engendro antidemocrático; representa un verdadero «golpe de estado neoliberal» que se apoya en el enfrentamiento de unos trabajadores contra otros; legaliza el intervencionismo militar, bajo el paraguas de la OTAN. Es la Constitución de una Europa-fortaleza, xenófoba y enemiga de las libertades democráticas, que reafirma la integridad territorial de los Estados miembros y niega el derecho a la autodeterminación a las naciones sin Estado. Es justamente la Constitución para una Europa candidata a ser «la región más competitiva del mundo».
LAS INSUPERABLES CONTRADICCIONES DE LA UE
El bloque regional imperialista que es la UE, a diferencia de la Asociación de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), no está organizado en exclusiva alrededor de los intereses de un solo imperialismo. Por el contrario, su núcleo está formado por dos grandes potencias, Alemania, Francia (rivales entre sí), más los británicos (también rivales), estos últimos con su «relación especial» con los EUA. Alrededor de este núcleo se agrupan imperialismos de segunda fila, como el español, el italiano y otros y, ahora, los países del Este, convertidos en verdaderas colonias.
La Unión Europea constituye, en primer lugar y ante todo, una plataforma común de los imperialismos europeos para agredir a los trabajadores del continente. Todos los gobiernos, de todos los colores, reconocen que jamás habrían llegado tan lejos en sus planes neoliberales si no hubiesen contado con la preciosa colaboración de la UE, compinchada con ellos mismos y con las grandes multinacionales (y habría que añadir, para completar el cuadro, con la complicidad de las burocracias sindicales cuando ha sido necesario). Es también la UE una plataforma imperialista común de defensa de los intereses de las multinacionales europeas frente a la voracidad norteamericana y frente al Japón. Pero la UE es así mismo el campo donde se libra la batalla por la hegemonía del imperialismo alemán frente a sus rivales.
La Unión Europea refleja el alto grado de unificación económica del continente, el carácter continental de sus fuerzas productivas. Refleja también la imperiosa necesidad de eliminación de las fronteras y los Estados nacionales. Pero la UE es, al mismo tiempo, la negación de todo ello, al ser fruto del acuerdo de unas burguesías imperialistas que no pueden ni quieren prescindir de su propio estado (instrumento vital de dominación, pieza clave para la defensa de los intereses de de ‘sus’ multinacionales en el mundo y una buena manera de compartimentar la lucha de clases en un marco «nacional»). Por otro lado, ningún imperialismo, mientras siga siéndolo, puede entender la unificación de Europa si no es sobre la hegemonía de sus propios intereses nacionales imperialistas.
Todas las grandes cuestiones europeas las deciden los gobiernos (en realidad los grandes gobiernos). La Comisión Europea depende de ellos y de los lobbies de las multinacionales. El Parlamento europeo no es sino una hoja de parra ‘democrática’ para «legitimar» las decisiones que toman gobiernos y grandes corporaciones.
La Unión Europea no resuelve la contradicción entre unas fuerzas productivas continentales y el mantenimiento de los Estados nacionales. Si acaso la hace más patente. Los capitalismos europeos han unificado el mercado interior y la moneda pero cada Estado va a continuar teniendo su Ejército y su policía, su presupuesto, su legislación laboral y social y sus impuestos. Van a mantener su derecho de veto en política exterior, «defensa», fiscalidad y protección social de la UE. Van a proseguir sus rivalidades y sellarán alianzas de unos frente a otros, por medio de lo que llaman «cooperaciones reforzadas». Y seguirán igualmente divididos con respecto al amo americano.
El presupuesto de la Unión Europea es ridículo en relación a su producto interior (sólo el 1,27%) y Alemania, al frente del club de los países más «prósperos», ya ha dejado claro que ese porcentaje es excesivo y que, además, los fondos deben repartirse entre los antiguos miembros y los nuevos «beneficiarios» de la ampliación al Este.
POR UNA EUROPA DE LOS TRABAJADORES Y LOS PUEBLOS, POR LOS ESTADOS UNIDOS SOCIALISTAS DE EUROPA
La negativa de la Unión Europea a soltar un euro más para los nuevos «socios» del Este (que deben conformarse con unas «ayudas» muy inferiores a las vigentes en los actuales países estados miembros), forma parte de una política deliberada para mantener las enormes diferencias laborales y sociales entre estos países y el Oeste. La Constitución excluye cualquier «armonización» que garantice un mínimo europeo de derechos laborales y protección social. Sólo valen las «legislaciones y prácticas nacionales». El objetivo no es otro que generalizar a toda Europa la precariedad, los bajos salarios y la desprotección social. La Constitución excluye también toda «armonización fiscal» de los impuestos sobre el capital y sobre la renta, para así aprovechar la fiscalidad escandalosamente favorable al capital que existe en los países del Este y otros como Irlanda y extenderla al resto. Es, de nuevo, la «estrategia de Lisboa»: generalización de la precariedad; paro estructural; ruina de sect
ores; zonas enteras condenadas a la decadencia. y así ser «los más competitivos del mundo»
La UE no puede ser «humanizada» a base de más dosis de parlamentarismo y medidas como la Tasa Tobin. La sustancia del proyecto de la UE es hacernos retroceder a las condiciones sociales de la preguerra y dar cobertura a la tendencia hacia «estados fuertes», cada vez más autoritarios. La clase trabajadora está obligada a hacer fracasar ese intento. Es a ella a quien corresponde la misión histórica de unificar Europa.
La pelea contra la «deslocalización», las privatizaciones y los despidos; por las 35 horas; por un salario mínimo interprofesional, una protección social mínima y una legislación laboral unificada en toda la UE; por la abolición de las leyes de extranjería y por los derechos de los inmigrantes; contra nuestro propio imperialismo y en solidaridad con los pueblos y países agredidos; contra las agresiones a los derechos democráticos con la excusa de la «lucha antiterrorista» y en defensa de la autodeterminación de los pueblos oprimidos de Europa; por la disolución de la OTAN; la abolición de la deuda externa; la igualdad de derechos para toda la ciudadanía; por la coordinación y unificación de la movilización a escala europea. son las bases de un combate cuyo objetivo último sólo puede ser la expropiación del gran capital europeo y la edificación, sobre las ruinas de la UE, de los Estados Unidos Socialistas de Europa; que acaben con el paro y la precariedad laboral y social en e
l continente y pongan los ingentes recursos europeos al servicio de la mayoría de la población y de los pueblos del mundo.
LOS MARXISTAS Y LOS ESTADOS UNIDOS DE EUROPA
Lenin , en plena primera guerra mundial, en agosto de 1915, se pronunciaba contra la consigna «Estados Unidos de Europa». Esta consigna había sido planteada en la última Conferencia bolchevique en el extranjero, como una consigna democrática dirigida principalmente al derrocamiento de las monarquías alemana, austriaca y el zarismo ruso.
Lenin apoyaba decididamente la lucha para tirar abajo las monarquías reaccionarias europeas y daba la mayor importancia a esta «revolución política». Para él «las revoluciones políticas siempre contribuyen a acercar la revolución socialista. Por otra parte, son inevitables en el proceso de la revolución socialista, que no debe considerarse un acto único…».
Sin embargo, Lenin cuestiona abiertamente la consigna desde el punto de vista de su contenido y significado económico. Para Lenin, en la época imperialista, «Los Estados Unidos de Europa son imposibles o son reaccionarios». Para llegar a esa rotunda conclusión, argumenta que, bajo el imperialismo, «el capital se ha vuelto internacional y monopolista. El mundo está ya repartido entre un puñado de grandes potencias que prosperan en el saqueo y opresión de las naciones». Y, en consecuencia, mientras persistan estas condiciones, «los Estados Unidos de Europa equivalen a un acuerdo sobre el reparto colonial» entre los diferentes imperialismos europeos.
Lenin veía históricamente inviable la Unión de los distintos imperialismos europeos, porque en el reparto del botín colonial, al final, «en el capitalismo no puede haber otra base ni otro principio de reparto que la fuerza (.) Y la fuerza cambia en el curso del desarrollo económico (.) En el capitalismo, para restablecer de cuando en cuando el equilibrio alterado, no hay otro medio posible que la crisis en la industria y las guerras en la política».
La vigencia del pensamiento de Lenin fue atestiguada por la carnicería de la II Guerra Mundial. Aunque, hoy en día, al mismo tiempo que la guerra de agresión se ha convertido en actualidad permanente de la política imperialista, la perspectiva de la guerra directa entre las grandes potencias ha quedado relegada, como consecuencia de la aplastante superioridad militar norteamericana.
Lenin, a pesar de que no lo considerara probable, no excluía circunstancias que dieran lugar a «posibles arreglos temporales entre los capitalistas y las potencias. En este sentido son también posibles los Estados Unidos de Europa, como un acuerdo de los imperialistas europeos. ¿sobre qué? Sólo sobre el modo de aplastar juntos el socialismo en Europa, de defender juntos las colonias robadas contra el Japón y Norteamérica.»
Lenin nos presta con muchos años de antelación, una buena definición para la Unión Europea, que no es ni será nunca otra cosa que «un acuerdo de los imperialistas europeos» para «aplastar juntos» a los trabajadores y «defender juntos» los intereses comunes frente al amo norteamericano y a Japón.
UNA «CONSTITUCION» CONTRA LOS TRABAJADORES Y LOS PUEBLOS
La ampliación» a los países del Este fue la excusa para proponer una «Constitución europea». En realidad, podían haberse contentado con un reajuste de poderes para gobernar la nueva situación. Sin embargo, han querido ir mucho más lejos.
Quieren una Constitución que dure 50 años (así dice Giscard). Han «constitucionalizado» por primera vez, el neoliberalismo y el intervencionismo imperialista, para convertirlos en ley suprema europea, a la que deberán someterse Parlamentos y Gobiernos. Y la quieren inamovible, ya que nadie la podrá modificar sin la unanimidad de los 25 Gobiernos.
¿Un avance en la construcción democrática de Europa o un engendro antidemocrático?
Zapatero y la burocracia sindical dicen que la Constitución significa «un gran avance en la construcción democrática de Europa». Pero, incluso desde el punto de vista de la democracia burguesa, es un engendro antidemocrático.
En verdad ni siquiera es una Constitución sino un texto acordado entre los Gobiernos, consensuado con las grandes corporaciones y cocinado completamente a espaldas de los pueblos. Consagra un enorme y carísimo aparato burocrático que nadie controla, con la sola excepción de los grandes Gobiernos y multinacionales. Un aparato en el que al Parlamento europeo le toca dar la «cobertura democrática» a los atropellos de los amos de Europa.
En el colmo del cinismo, han llegado a decir que la Constitución trae la «democracia participativa», ya que un millón de ciudadanos de diferentes estados podría «invitar a la Comisión a que presente una propuesta». Pero no explican que la Comisión tendrá potestad para decidir lo que le venga en gana y que cualquier referéndum, vinculante o meramente consultivo, queda totalmente excluido.
¿Una «Europa social» o un «golpe de estado neoliberal»?
Los partidarios del SI dicen que apoyar la Constitución es apoyar la «Europa social». Pero ese texto hace literalmente imposible que ningún Gobierno pueda aplicar políticas contrarias al dogma neoliberal. Todo queda subordinado a una «economía de mercado abierta y de libre competencia»,a un mercado único donde las multinacionales pueden hacer y deshacer, mover con entera libertad sus capitales y mercancías, precarizar a los trabajadores, rebajar salarios y deslocalizar empresas. El Banco Central Europeo queda libre de todo control y, mientras rebajan los impuestos a los empresarios, el déficit público queda prohibido.
Una Europa unida. sólo contra la clase trabajadora
Los abogados del SI dicen que con la Constitución avanzamos hacia la «Europa unida». Pero la unidad política europea de la que hablan es pura falacia: Cada Estado va a continuar teniendo derecho de veto en política exterior, «Defensa», fiscalidad y protección social. Los diferentes capitalismos europeos van a mantener su rivalidad y las alianzas de unos contra otros (que ahora se llamarán «cooperaciones reforzadas»). Y van a seguir igualmente divididos con respecto al amo americano.
Sin embargo, donde se acaba su división es a la hora de enfrentarse a los trabajadores. La Europa de la Constitución es una coalición de las distintas burguesías europeas para cargar contra las conquistas de la clase trabajadora. Los grandes capitalistas y sus representantes políticos saben que jamás habrían llegado adonde han llegado sin el entramado de la Unión Europea. Y como quieren ir aún mucho más lejos, van a necesitar todavía más todavía de la Unión Europea.
Enfrentar a unos trabajadores contra otros
Es una mentira completa que la Constitución represente un paso hacia la «Europa social». Es justo lo contrario. Aquí todo queda a merced de «las legislaciones y prácticas nacionales». No hay ninguna «armonización» que garantice un mínimo europeo de derechos laborales y protección social. Todo está, además, «atado y bien atado»porque cualquier gobierno puede vetar el más mínimo paso en este sentido. Para el capital se trata precisamente de aprovechar las enormes diferencias entre países para enfrentar unos trabajadores con otros y así imponer un retroceso generalizado.
Ocurre exactamente lo mismo con los impuestos sobre la renta y sobre el capital: ni oír hablar de «armonización fiscal». Al contrario, aprovechan la fiscalidad escandalosamente favorable al capital en los países del Este y otros como Irlanda, para generalizarla.
Los Servicios Públicos convertidos en «Servicios de Interés Económico General»
Todos sabíamos que el «derecho al trabajo» de las actuales Constituciones nacionales era puro formalismo. Pero hasta eso es demasiado y lo han sustituido por «la libertad y el derecho a trabajar» (!). También han cambiado la fraseología del «pleno empleo»por la flexibilización del mercado laboral: «potenciar una mano de obra cualificada, formada y adaptable y unos mercados laborales capaces de reaccionar rápidamente» (Art. III-203).
Los Servicios Públicos pasan a convertirse en «Servicios de Interés Económico General» sometidos a las normas de la «libre competencia». Aquí la Constitución no obliga a nada a los Estados y se limita a «reconocer y respetar el acceso» (!) a dichos servicios, «según las legislaciones y prácticas nacionales». Caso de aprobarse, la Directiva Bolkestein presentada a la Comisión Europea en enero, abriría las puertas a un proceso generalizado de privatización y degradación de los Servicios Públicos en toda Europa.
¿Es verdad que si fracasa la Constitución ganan los EEUU?
Este es uno de los argumentos más cínicos para apoyar la Constitución. Pero cuesta sostenerlo cuando la Constitución deja bien claro que «la política exterior y de defensa» se ajustará a los compromisos de la OTAN, «que seguirá siendo el fundamento de su defensa colectiva y el organismo de ejecución de ésta». Y que sepamos, quien manda en la OTAN es Bush y sus generales
Para hacer frente a los EEUU, por el contrario, hay que rechazar la Europa de la OTAN y del nuevo militarismo europeo que se apunta al intervencionismo de Bush («misiones fuera de la Unión que tengan por objetivo garantizar el mantenimiento de la paz, la prevención de conflictos y el fortalecimiento de la seguridad internacional»). Hay que repudiar esta Europa cuya disputa principal con los EEUU es por el reparto del botín a escala mundial.
Xenofobia y ataque a las libertades democráticas
La Constitución define una Europa xenófoba, convertida en fortaleza ante una inmigración que ella misma provoca con su expolio a los países dominados. Los derechos de los inmigrantes no se regirán por la Constitución Europea sino por las leyes de extranjería de cada Estado. Ni siquiera sus condiciones laborales serán iguales a las de los trabajadores comunitarios sino «equivalentes».
La mejor muestra de la Europa que pretenden son los acuerdos que Schröder, Blair y Berlusconi están negociando con los países del Norte de África para instalar «campos de internamiento» para los inmigrantes expulsados, donde estos permanecerían en el limbo legal, sin derechos ni control alguno, el tiempo que los Gobiernos europeos consideren necesario.
Por mucho que Zapatero la defina como «garantía de libertades», «el espacio de libertad, seguridad y justicia» que establece la Constitución favorece las arbitrariedades de unos gobiernos que desde el 11-S cuentan con una legislación cada vez más represiva y autoritaria. La llamada «Cláusula de Solidaridad» legaliza la intervención, incluso militar, en un Estado miembro bajo el socorrido pretexto de la amenaza terrorista. La cooperación en materia penal, reconociendo mutuamente sentencias y resoluciones judiciales, recorta drásticamente la capacidad de defensa jurídica de las personas afectadas al suprimir los procesos de extradición.
Las naciones sin Estado no podrán decidir
La Constitución elimina toda referencia a los pueblos de Europa y sólo reconoce a los actuales Estados, a los que -a petición de Aznar y de conformidad con el PSOE- reafirma en Aznar, en sus «funciones esenciales»: «garantizar la integridad territorial del Estado, mantener el orden público y salvaguardar la seguridad interior». En la Europa del capital las naciones sin Estado deben perder toda esperanza a ejercer su derecho a la autodeterminación.
(*) Folleto publicado por el PRT – Izquierda Revolucionaria
www.marxismo.org