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Crisis, despegue de la contestación en Europa y las dificultades de la construcción de un nuevo paradigma emancipatorio en la izquierda

Fuentes: Rebelión

Intentos de regulación y ayudas billonarias para una crisis terca En las últimas semanas hemos asistido a un rebote en las bolsas internacionales que consiguieron amortiguar las pérdidas que habían continuado en este primer trimestre de 2009 la senda de los últimos meses de 2008. Este frenazo al desplome de las bolsas en los meses […]

Intentos de regulación y ayudas billonarias para una crisis terca

En las últimas semanas hemos asistido a un rebote en las bolsas internacionales que consiguieron amortiguar las pérdidas que habían continuado en este primer trimestre de 2009 la senda de los últimos meses de 2008. Este frenazo al desplome de las bolsas en los meses anteriores ha sido interpretado por los analistas más optimistas como una señal de que lo peor de la crisis ya habría quedado atrás. Pero la realidad es más terca y se empeña en demostrar con otros datos que seguimos instalados en una crisis sin señales de salidas inmediatas.

Uno de esos datos se refiere, por ejemplo, al reconocimiento en la primera semana de abril de que 14 países de la UE se encontraban en recesión. O a la previsión por la OMC de una contracción del comercio mundial de un 9% durante 2009. Pero, son las cifras de destrucción de empleo uno de los datos más significativos en cuanto expresan no solo la situación de la crisis económica, sino la tragedia social que está provocando. Y las cifras en este sentido se mantienen igual de dramáticas que en meses anteriores. Por ejemplo, en la zona euro el paro ya representa el 8,5% de la población activa, ocupando España el primer puesto con un 15,5%, lo que significa 3,6 millones de parados, y unas previsiones según el Banco de España de un 19,4% de paro en 2010, lo que equivaldría a unos 4,5 millones de parados.

Pero no solamente es que la crisis provoque una dramática situación de creciente desempleo, sino que además degrada la situación de la inmensa mayoría de los que aún tienen trabajo. Recientemente la OCDE ha publicado un informe titulado ¿Es normal lo informal?1 en el que se recoge que el 60% de los trabajadores del mundo, unos 1800 millones, no están protegidos por ningún marco legal. Pronosticando un agravamiento de esta situación hasta alcanzar el trabajo informal en 2020 a los dos tercios de los empleos existentes. Aunque esta situación afecta a todos los países, sectores y grupos sociales, su impacto se centra especialmente en los países en vías de desarrollo, mujeres, jóvenes y trabajadores de mayor edad. Los estragos sociales causados por el capitalismo y agravados por el neoliberalismo, se agudizan aún más con los efectos de la crisis.

El broche de estas últimas semanas lo ha puesto la reunión del G-20 en Londres donde los dos acuerdos fundamentales alcanzados, entre posturas inicialmente divergentes que enfrentaban a anglosajones con franco-alemanes, han sido de un lado, la creación de una gran agencia de supervisión dentro del intento de modificar la regulación del sistema financiero mundial (mayor transparencia, regulación de los paraísos fiscales y fondos de altos riesgo, etc.) y, de otro, a aprobación de más de un billón de dólares más para hacer frente a la crisis, fundamentalmente orientado a multiplicar la capacidad de préstamo del FMI y la reactivación del comercio internacional. Con esta última aportación ya se alcanza la cantidad de 6 billones de euros los empleados por los distintos gobiernos desde el inicio de la crisis para evitar un colapso del sistema financiero internacional.

Evidentemente, este tipo de noticias del G-20, como la del Citigrup el 9 de marzo, comunicando que volvía a ganar dinero, puede provocar rebotes bursátiles dentro de una tendencia general de caída. El comportamiento es similar al de crisis anteriores. En la crisis de las tecnológicas de 2000-02 el punto más bajo del desplome se alcanzó después de 30 meses de caídas. En la crisis del petróleo de 1973-74, después de 20 meses, en ambas perdiendo aproximadamente el 50% de su valor. En la de 1929, se tardó en alcanzar el punto más bajo de desplome 34 meses y fue del 89%. En la actual, se calculan que llevamos unos 17 meses de caída y una pérdida del 57%. En todas los gráficos de la evolución se visualizan altibajos en la trayectoria. Si, como ya parece una opinión mayoritaria, la comparación más real de esta crisis es con la de 1929, solo tenemos que sacar cuentas de dónde nos encontramos.

La contestación social despega en Europa

Dentro de este panorama económico, el aspecto más significativo en estas últimas semanas lo constituye lo que podríamos denominar un despegue de la contestación social. Las características de ésta vienen dadas por tres elementos diferentes. El primero se refiere al protagonismo que en este sentido está teniendo Europa (entendemos que el largo conflicto desarrollado en enero-febrero pasado en Guadalupe y luego en La Martinica debe ser contemplado como un conflicto en los territorios de ultramar de Francia). El segundo es el predominio de la contestación callejera sobre la contestación en los centros de trabajo. El tercero es el protagonismo que van cobrando los sindicatos, tomando la iniciativa en las protestas más masivas. En cuanto a los objetivos alcanzados por las movilizaciones son más difíciles de evaluar por el momento.

Efectivamente, podríamos decir que el ciclo de protestas fue inaugurado en diciembre pasado en Grecia con las movilizaciones juveniles que se radicalizaron a partir de la muerte de un joven estudiante abatido por la policía en una de las primeras manifestaciones. Los estudiantes de secundaria conformaron la base de ese mes de protestas en Grecia. El 10 de diciembre tuvo lugar una huelga general, convocada por los sindicatos griegos con anterioridad al inicio de las movilizaciones estudiantiles, que fue secundada por unos dos millones de trabajadores según los propios convocantes. Pero, aparte de la coincidencia de ambas movilizaciones el día 10 y de las simpatías con las luchas de los jóvenes, no hubo una convergencia del movimiento obrero y estudiantil. Los partidos clásicos de la izquierda, socialistas y comunistas, rechazaron implicarse en un movimiento que calificaron de caótico y anarquista. El malestar quedó contenido por el momento, pero los sindicatos volvieron a convocar una huelga general el 2 de abril contra las medidas impulsadas por el gobierno para hacer frente a la crisis, protestando contra las recientes reformas de pensiones y de trabajo que elevan la edad de jubilación y recortan beneficios, así como contra medidas de privatizaciones y subidas de impuestos, reclamando la mejora de los salarios y la protección de las pensiones. Sus efectos se hicieron sentir fundamentalmente en los servicios y los transportes.

Siguiendo un cierto orden cronológico, las siguientes movilizaciones de importancia contra el deterioro de la situación económica tuvieron lugar en Letonia e Islandia a principios de año. Es en este último país donde surtieron primeramente efecto con la caída del gobierno de coalición entre conservadores y socialdemócratas el 25 de enero, que fue sustituido por otro gobierno provisional de coalición entre verdes y socialdemócratas hasta las elecciones de mayo. Casi un mes más tarde le tocará el turno al gobierno de Letonia con la caída del primer ministro de una coalición de centro derecha acosado por las movilizaciones, las acusaciones de corrupción y la mala gestión de la crisis.

Francia se sumó a la ola de protestas de manera espectacular con la huelga desencadenada en Guadalupe que duró varias semanas y que llegó a adquirir unos altos niveles de movilización y lucha. Convocada por un colectivo que reúne a 31 organizaciones sindicales, políticas y culturales consiguió después de 44 días de huelga general, bloqueos de carreteras y manifestaciones que el gobierno y la patronal accedieran a sus reivindicaciones, consiguiendo un aumento de 200 euros de aumento para los salarios más bajos y la reducción del precio de decenas de alimentos básicos. A esta primera manifestación contra los efectos de la crisis le van a seguir las movilizaciones en Martinica y la huelga general convocada por los sindicatos en Francia el 29 de enero. Los sindicatos no alcanzaron a parar el país, pero consiguieron sacar a la calle a 2,5 millones de manifestantes.

Marzo va a conocer tres nuevas manifestaciones sociopolíticas de la crisis en Europa; de un lado una nueva huelga general en Francia el día 19, ante la falta de respuesta del gobierno de Sarkozy a las demandas de los sindicatos, y de otro la caída de dos nuevos gobiernos en Europa del Este.

La huelga general en Francia expresa claramente las limitaciones que la etapa de la crisis actual impone al movimiento obrero, el seguimiento de la huelga fue inferior a la del 29 de enero, que en ese momento ya no fue capaz de paralizar el país; pero la convocatoria de las manifestaciones fue más numerosa que la de dos meses antes, consiguiendo movilizar a tres millones de manifestantes.

Los dos nuevos gobiernos que son desestabilizados por la crisis son los de Hungría y la República Checa. En el primer caso es el primer ministro socialista quien presenta la dimisión intentando buscar un reemplazante en su seno sin tener que acudir a nuevas elecciones. En el segundo caso es una censura parlamentaria la que derriba al primer ministro de centro derecha, que a la vez, ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea; en este caso la crisis se cierra dos semanas después con un pacto en la derecha y los socialdemócratas para nombrar como primer ministro a un político independiente

La primera semana de abril vuelve a estar caracterizada por las movilizaciones de masas, destacando las que se producen, de un lado, contra las expresiones más visibles del actual orden mundial, la reunión del G-20 en Londres y la reunión de la OTAN con motivo de su 60 aniversario en Estrasburgo; y, de otro, nuevas movilizaciones del movimiento obrero impulsadas por los sindicatos: la huelga general del día 2 en Grecia y la gran manifestación de la CGIL en Roma el día 4.

En España esta primera semana de abril se cierra con una remodelación del gobierno socialista, claramente desgastado por la gestión de la crisis en el país con mayor intensidad de destrucción de empleo de Europa, pese a lo cual los sindicatos no han tomado iniciativas movilizadoras, más allá de luchas puntuales en empresas con graves problemas y alta concentración de trabajadores concienciados, como, por otra parte, se han dado en otros países.

Todos estos acontecimientos imponen sacar algún tipo de conclusiones, aunque sean provisionales. La primera cuestión a explicar se refiere a la tardía y débil respuesta de la clase obrera mundial a una crisis que esta produciendo una elevación muy rápida del numero de desempleados. Es evidente que una de las principales razones se encuentra en lo que Roberto Sáenz2 denomina diversidad de situaciones de contratación en cada clase obrera nacional, y en la que las «figuras obreras» frágiles cargan en primer lugar con el ajuste de la crisis, actuando a modo de válvula de seguridad. Otra razón se encuentra en los datos citados anteriormente sobre el peso del trabajo informal a nivel mundial, dónde la penetración sindical es marginal. En estos sectores son más probables las revueltas espontáneas y violentas que expresan la desesperación, que las acciones organizadas y orientadas a la consecución de objetivos establecidos de antemano.

La segunda cuestión ya fue evocada en un artículo anterior, las distintas crisis gubernamentales ocurridas en estos meses, cuando han sido provocadas por movilizaciones de protesta, han conseguido cortocircuitar dichas movilizaciones. Hasta ahora no se han producido elecciones derivadas de dichas crisis que pudiesen medir, electoralmente, el peso de la opinión pública crítica con el desarrollo de la actual crisis. No se vislumbran opciones de izquierda que recojan ese malestar y lo transformen en posiciones de fuerza institucionales, pero tampoco es descartable, en esta situación, que aparezcan expresiones populistas de derecha que canalicen el malestar.

Una tercera conclusión es el carácter aislado de las movilizaciones, aislamiento entre las movilizaciones antisistemicas y sindicales en un mismo país (Grecia y Francia) o entre las movilizaciones sindicales de distintos países (Grecia, Francia, Italia). Puede que esta tónica se mantenga y los fuegos vayan siendo apagados según surjan, o puede que se dé, en una fase posterior de este proceso, un nivel más elevado de coordinación de las acciones y las reivindicaciones. En este sentido también es clara la diferencia de los objetivos entre ambos tipos de movilizaciones. Las impulsadas por los sindicatos contienen reivindicaciones muy concretas, generalmente de contenido económico, de tipo defensivo y negociables. Las de los movimientos antisistémicos son más difusas, generales y no negociables, normalmente se trata de una protesta y una puesta en causa sin concesiones al sistema. Las primeras pueden ser integrables, las segundas inalcanzables a falta de una estrategia definida y una organización que las mantenga. En las primeras, las organizaciones sindicales siempre tenderán a calcular el impacto sobre la propia organización, en las segundas el espontaneísmo evitará hacer ese tipo de cálculos. La ausencia notable es la de las organizaciones con programas y estrategias que sean capaces de evitar ambos riesgos.

En cuarto lugar es claramente perceptible que prima el tipo de movilización en la calle sobre la que tiene lugar en el puesto de trabajo (Francia o Italia). La razón es obvia, el miedo a la pérdida al puesto de trabajo impide una actitud más beligerante en las empresas. En las huelgas destacan los servicios públicos, las grandes empresas o aquellas en situación de crisis aguda. El pulso se libra, así, fundamentalmente contra el gobierno de turno, el impacto que se busca es claramente mediático, el impacto del elevado numero de manifestantes, o la virulencia de la contestación, y el efecto también es, en consecuencia, claramente mediático, es decir, efímero. Los manifestantes sindicales vuelven al día siguiente a su trabajo, los antisistemas vuelven a su lugar de origen cuando acaba el evento que les movilizó. No es una crítica, es simplemente la constatación de la insuficiencia de este nivel.

En quinto lugar, hay una diferencia geográfica entre las crisis gubernamentales (sobretodo en países excomunistas) y las movilizaciones antisistémicas y sindicales (sobretodo en países del sur de Europa), lo que remite, en el primer caso, a la debilidad en la consolidación de las instituciones de la democracia liberal, y, en el segundo caso, a la existencia de tradiciones de movilización y presencia sindical (Francia e Italia sobretodo).

Por último, es necesario referirse a la relación entre las movilizaciones generales impulsadas por los sindicatos, justamente en tres países gobernados por la derecha, y la actitud de espera en España, por ejemplo, con un gobierno socialdemócrata, o Gran Bretaña, con un gobierno laborista.

Es necesario, por tanto, acudir a explicaciones multicasuales para analizar los últimos acontecimientos en Europa, que, aunque tengan todas las limitaciones señaladas, han sido las más importantes que se han producido, por el momento, en relación con la crisis económica actual.

Tomemos como puntos de comparación otros escenarios. Si nos fijamos en un país desarrollado como Japón que arrastra una profunda crisis desde los años 90, y que es fuertemente golpeado por la actual, no percibiremos manifestaciones de descontento como las europeas. Ni en EEUU actualmente, epicentro de la crisis financiera, con la destrucción cuantitativamente mayor de empleo de todos los países afectados. Ni en China, donde decenas de millones de trabajadores procedentes del interior han tenido que regresar a su tierra, actuando de válvula de escape a semejanza de las migraciones exteriores en Europa o EEUU.

América Latina es un escenario totalmente distinto. Las movilizaciones que desde hace años sacuden a esa parte del mundo han conseguido derribar diversos gobiernos y elevar al poder a líderes u organizaciones que defienden las necesidades de los desfavorecidos. Pero esas movilizaciones no han sido originadas por el impacto de la crisis actual sino como respuesta a la aplicación de los programas neoliberales en América Latina años atrás. Con niveles de éxito diferente según países – Venezuela y Bolivia expresan una situación diferente de Brasil o Uruguay – sin embargo, globalmente, frenaron la ofensiva liberal y, en algunos casos la revirtieron. Hoy su reto es diferente, ante el impacto de la crisis tendrán que mantener las conquistas alcanzadas, ampliar su área geográfica de influencia, y aprovechar las oportunidades para avanzar en los procesos iniciados. En relación con lo primero el balance es positivo como han demostrado las últimas victorias de Venezuela y Bolivia, país este último donde derrotaron los intentos insurreccionales de la oligarquía; en cuanto a lo segundo, también se han producido avances como lo demuestra el triunfo del FMLN en las elecciones presidenciales de El Salvador del 15 de marzo; lo que resta por ver es si la crisis económica mundial actuará como una oportunidad o como un obstáculo para avanzar en los procesos en marcha.

La crisis, ¿puede ser la oportunidad para avanzar en un nuevo paradigma emancipatorio para la izquierda?

Todo esto nos lleva a una última cuestión de importancia vital y que es objeto de polémica desde hace ya algún tiempo. Tal cuestión puede plantearse de la siguiente manera, fracasados los intentos emancipatorios originados en el impulso de la revolución de octubre – conjunto de experiencias englobadas bajo el nombre de socialismo realmente existente, o, socialismo eurosoviético3 – aparecieron en la fase final de dicha experiencia distintos intentos, más o menos novedosos, de buscar alternativas a un modelo que se veía fracasado.

Así, primeramente, aparecieron los síntomas del agotamiento del impulso revolucionario nacido de la revolución de octubre; después se produjo el hundimiento del socialismo realmente existente o la vía china al capitalismo, dejando a Cuba como casi única herencia de una época dónde el desafío al capitalismo alcanzó sus mayores niveles4.

En la fase final del socialismo realmente existente, se originó en los PPCC de la Europa occidental una reacción que buscaba mantener las señas de identidad que los ligaban al proyecto nacido en la revolución de octubre, pero con unas prácticas adecuadas a las sociedades en las que actuaban, en las que no existían condiciones para la vía insurreccional clásica, en las que el modelo soviético no gozaba de atracción entre los trabajadores, y en las que la democracia era un valor ampliamente interiorizado después de las experiencias fascistas. Ello dio lugar al modelo conocido como eurocomunismo que, a pesar de una cierta notoriedad en un período de tiempo corto, terminó saldándose con un fracaso.

Coincidiendo parcialmente en el tiempo con el eurocomunismo, pero con una duración mayor, vemos aparecer la propuesta alternativa eco-pacifista. Su punto de origen es la amplia difusión de la toma de conciencia crítica sobre los problemas ecológicos del planeta, a lo que se une el fuerte rechazo a una carrera nuclear que ponía a la humanidad al borde del abismo, en medio de una segunda guerra fría en la que Europa asistía al despliegue de una nueva gama de mísiles nucleares en su territorio. Estas circunstancias dieron lugar a una eclosión de organizaciones ecologistas y pacifistas, a las que se unieron las reivindicaciones feministas, que desembocaron en partidos verdes5, pero sus expectativas iniciales se fueron rápidamente desinflando, especialmente a raíz de su escisión interna entre quienes mantenían una crítica radical del sistema que desaparecieron de la escena tras su derrota por el sector pragmático que, a su vez, entró en una deriva socialdemocratizante.

Ambas experiencias, que cubrieron en conjunto un período aproximado de tres décadas, fueron un producto sobretodo europeo, y no alcanzaron a convertirse en un nuevo paradigma emancipatorio que sustituyese, en las nuevas condiciones históricas de la última parte del siglo XX, al paradigma fracasado nacido de la revolución de octubre. Tampoco pudo conseguirlo la heterogénea reunión de movimientos, organizaciones, ONGs, etc. en torno a las varias convocatorias del Foro Social Mundial6.

La puesta en funcionamiento de políticas neoliberales a partir del consenso de Washington7 abrió un ciclo de grandes movilizaciones en América Latina que se presentó como el origen de un incipiente nuevo paradigma. Si sus efectos perduran en el tiempo y mantienen aún su influencia es porque en algunos casos consiguieron no solamente victorias de tipo defensivo (derrocar gobiernos, bloquear privatizaciones), sino también ofensivo (contribuyeron a instalar gobiernos de carácter antineoliberal que iniciaron transformaciones sociales más o menos profundas).

El protagonismo lo tomaban los pueblos originarios de América Latina y los sectores más pobres y marginales de los suburbios de las grandes ciudades de esa parte del mundo. La estrategia se basaba en las grandes movilizaciones populares, los bloqueos de las ciudades con los cortes de carreteras, etc. Las organizaciones principales que han impulsado este ciclo de protestas no han sido los partidos clásicos, sino movimientos. El corte era profundo respecto de los presupuestos que habían informado la alternativa anticapitalista desde el último tercio del siglo XIX, basada en el predominio de la forma organizativa de partido, en la centralidad de la clase trabajadora (aunque en la práctica esto último no fue muy cierto), y en el proyecto social de una justicia social basada en un mayor desarrollo de las fuerzas productivas. Su eficacia para oponerse a las políticas neoliberales quedó demostrada en la práctica, pero lo que ya es más problemático es que puedan servir para construir un paradigma alternativo al capitalismo.

Fueron contempladas con desconfianza no solamente las viejas organizaciones comunistas o de tipo vanguardista, sino casi todo lo que fuese organización política clásica, orientada a la lucha electoral o a la revolucionaria. En ese profundo cambio cultural cobraron protagonismo los liderazgos personales (como los del subcomandante Marcos, Chávez o Evo Morales), o los movimientos sociales. Lo primero no era en absoluto novedoso, lo segundo sí en cuanto a las características de los movimientos sociales de América Latina que impulsaron este ciclo8.

Emergían del desconcierto inicial y de las recientes experiencias, nuevas propuestas de perfiles no definidos como el «socialismo del siglo XXI» o el «otro mundo es posible», por cierto, evocadora de aquella otra de los viejos anarquistas españoles de «llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones». A pesar de su atractivo, tales consignas siguen vacías de contenido, no se sabe muy bien a que nueva sociedad está apuntando y como alcanzarla. Esto no significa negar el hecho de que, efectivamente, surgieron también intentos de teorizaciones en torno a estas nuevas realidades (Toni Negri, Raúl Zibechi, John Holloway, etc.) que buscaban encontrar un paradigma nuevo frente al anterior fracasado, con nuevos sujetos revolucionarios, nuevas formas de plantear la lucha, nuevas estrategias, nuevos proyectos emancipatorios. Pero el resultado final más que como una alternativa distinta se percibe como ensayos de teorizaciones abstractas. No se puede negar lo novedoso de los fenómenos descritos más arriba en América Latina, pero tampoco es posible negar la persistencia de algunos de los elementos nucleares del viejo paradigma, la conquista del Estado, la utilización de los mecanismos electorales clásicos (elección representantes) o más novedosos (referéndum), la necesidad de partidos para esa tarea (el MAS, el PSUV), etc.

Esto no significa que hayan desaparecido las organizaciones o proyectos más «clásicos» del movimiento socialista en general, persisten los partidos comunistas, una gran cantidad de partidos trotskistas, enfrentados en distintas tendencias, los sindicatos, con distintas orientaciones ideológicas, los partidos verdes, etc. Y desde muchas de estas posiciones situadas en el universo de la izquierda más clásica, se ha polemizado críticamente con estas nuevas teorizaciones9.

La actual crisis capitalista ha abierto, al menos inicialmente, un nuevo ciclo de movilizaciones cuyo epicentro se encuentra en Europa. Si, como pronostican la mayoría de los analistas, la actual crisis se prolonga durante los próximos meses, incluso puede ser que los próximos años, entonces puede que ese desafío obligue a la izquierda europea a realizar un nuevo esfuerzo en busca de una estrategia viable al capitalismo. Las dificultades son enormes porque los desafíos, en general, se han hecho más complejos: los problemas que arrastra la sociedad, (la conjunción de las distintas crisis que se han evocado en numerosos análisis), la estructura social en la que operan; el sistema productivo desarrollado en el capitalismo; la interdependencia profunda de la mayor parte de las sociedades actuales y el tamaño de la población mundial; etc.

No es muy seguro que la solución se encuentre en algunas de las fórmulas simplistas que miran a modelos pasados o la dejan en manos de la creatividad de las masas autoorganizadas. Algunas de estas dificultades ya se han hecho patentes en la experiencia en curso en América Latina. Veremos si desde Europa se contribuye a dar solución a los problemas que tiene planteados la izquierda; si la incipiente contestación se transforma en un ensayo de alternativa al capitalismo, si fracasa en su intento, o si, simplemente, no avanzan en esa dirección.