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Alemania vista desde Grecia

Criticar a Alemania: tres principios para una justa valoración de las naciones orgullosas

Fuentes: Sin Permiso

Traducido para www.sinpermiso.info por Lucas Antón

Generalizar es el primer paso hacia el racismo. Toda frase que principie con «Los alemanes creen tal cosa» o «Los griegos hacen tal otra» supone un resbalón inicial por una pendiente deslizante que conduce a su término a la intolerancia. Como he argumentado anteriormente (véase aquí una versión en vídeo), no hay nada parecido a los alemanes, o los británicos, o los griegos, por lo que a esto respecta. Nuestras diversas naciones lucen tanta variedad en su seno como divergencias observamos entre ellas. Además, no existe nada semejante al alemán, griego o norteamericano ‘representativo’. El hecho de que los grupos, y naturalmente las naciones, estén sujetas a normas sociales que generan patrones de conducta y mentalidades no anula esta observación. En la medida en que ha habido alemanes valientes que lucharon contra los nazis y murieron en Auschwitz, la afirmación de que ‘los alemanes’ tienden al nazismo, o son responsables de ello, resulta absurda. De modo parecido, el hecho de que la evasión fiscal y la corrupción sean frecuentes en Grecia no es excusa para hablar a la ligera de ‘esos griegos corruptos, evasores de impuestos’. ¿Significa esto que no puede articularse una crítica legítima de Alemania, de Grecia, de las naciones en general? En los últimos meses, con la galopante crisis del euro, se han vertido muchas críticas contra Alemania. Muchas de ellas (como sus equivalentes en contra de Grecia, Italia, etc.) están mal encauzadas y son directamente ofensivas, aunque se basen en muchas verdades discretas (nota bene, todas las grandes mentiras tienen esa base). Así y todo, es imposible habérselas con la persistencia y evolución del a crisis del euro a menos que se valore de forma crítica la postura de Alemania. Por lo tanto, ¿cuáles son los límites de una crítica racional y justa? Esta es la pregunta que deseo abordar a continuación ofreciendo tres principios de crítica justa y útil.

Comienzo por poner bajo el microscopio mi último enunciado, a saber, que hace falta evaluar de modo crítico la postura de Alemania. ¿Qué, o más pertinentemente, quién es Alemania? Ya he afirmado que existe nada semejante a «los alemanes». ¿Pero Alemania? A buen seguro existe una Alemania. En primer lugar, está el país mismo, como geografía con sus confines que comprenden gente, instituciones, economías, gobiernos, etc. Luego tenemos un lenguaje, una cultura, mitos nacionales, costumbres, etc. Por supuesto, estas partes constituyentes no pueden, in toto, ser objeto de la valoración crítica que he juzgado importante en nuestra búsqueda de pistas sobre la naturaleza de la crisis del euro. Está claro que necesitamos una respuesta más centrada a la pregunta: «¿Qué es Alemania y cómo puede valorarse su papel antes y durante la crisis?»

Una posibilidad es que, al investigar ‘la falta de Alemania’, nos refiramos sencillamente a su gobierno, y desde luego al trío de notables germanos que forman la canciller, el ministro de Economía y el jefe del Bundesbank. Esta parece una forma apropiada, si bien forzada, de valoración crítica de la postura de Alemania durante la crisis. Por un lado, está libre de generalizaciones, y se predica de lo que determinados individuos han dicho o hecho, pero por otro lado, no consigue investigar el trasfondo que lleva a estos tres individuos a las decisiones y creencias a las que han llegado. Está claro que pide una valoración crítica más amplia. El truco consiste en producirla sin caer presa de las generalizaciones que son tan odiosas políticamente como desorientadoras analíticamente. He aquí algunos principios guía para una crítica legítima de la posición de un país, con particular referencia a Alemania en la presente coyuntura.

Primer principio – Análisis: resistirse a la fantasía de una Alemania monolítica

Coherente con mi argumento que de no hay tal cosa como ‘los alemanes’, resulta imperativo que cualquier análisis de Alemania haya de basarse en un análisis del choque de intereses en la sociedad alemana. Bien puede argumentarse que «Alemania se ha beneficiado del euro» pero, una vez hecha, esa afirmación o argumento debe reconstruirse de inmediato siguiendo las líneas de un relato empírico de cómo, por ejemplo, una franja de la clase trabajadora alemana vio decaer su nivel de vida, deteriorarse sus condiciones de trabajo y restringirse sus derechos democráticos. Sólo entonces podemos entender los niveles de resentimiento en el seno de la sociedad alemana que, si bien enormemente estimulada en conjunto por la creación de la eurozona, se ha dividido entre triunfadores de fábula, lastimeros perdedores y un sector de ciudadanos entre medias que nunca dejan de temer al futuro en una sociedad tan seriamente dividida.

Por ende, a menos que nuestro análisis arroje luz sobre la ‘lucha de titanes’, es decir, la pelea entre los financieros de Frankfurt y la poderosa industria alemana, nunca lograremos articular un análisis útil de las vacilaciones de Alemania respecto a una mayor integración, los eurobonos, la unificación de los sistemas bancarios europeos, las políticas de inversión mediante el Banco Europeo de Inversión, etc. Desde luego, nuestra tendencia a descubrir conflictos más hondos, a menudo inadvertidos, en la sociedad alemana debe estar siempre viva y dispuesta. Una vez investigada la ‘lucha de titanes’ entre el capital financiero y el capital industrial, deberíamos pasar rápidamente a la ‘brecha de interés’ entre las empresas industriales alemanas de tamaño medio que dependen de las exportaciones sin contar con una base de producción en el extranjero y los conglomerados alemanes que han desplazado buena parte de su producción fuera de Eurolandia. A menos que comprendamos las tensiones que recorren también esta división, lograremos muy escaso entendimiento del trasfondo que comunica el enorme sector industrial alemán de tamaño medio con Frankfurt y Berlín.

En resumen, le compete a quienes valoran de modo crítico a Alemania tomar en consideración y estudiar con cuidado el drama que se desarrolla y prosigue en el país como contienda de intereses, facultades y funciones de las diferentes clases sociales, los diversos sectores y los diferentes segmentos de estos sectores de la economía social de Alemania. Si lo hacen, resulta absolutamente imposible mantener una visión monolítica, estereotipada y por tanto potencialmente racista (y por ello equívoca) de Alemania.

Segundo principio – Síntesis: ensamblar la ‘postura alemana’ sobre la base de un funcionalismo sofisticado

El primer principio se centraba en descomponer, en un análisis de la relación de la ‘postura alemana’ o el ‘interés alemán’, en elementos que están en conflicto unos con otros. Pero como siempre, cualquier fase analítica debe verse seguida de otra sintética si ha de ensamblarse una visión legítima de la ‘postura alemana’. ¿Cómo se puede hacer esto de manera sensata y de forma que esté libre de generalización, de estereotipos y frases que comiencen con «los alemanes…»? Mi respuesta se centra en el método que llamo funcionalismo sofisticado.

Lo primero es lo primero: ¿qué es el funcionalismo? Es la tendencia a explicar ciertas entidades sobre la base de su función. A saber, los biólogos explican el estómago en términos de una narración que gira alrededor de la digestión. Mucho antes de que se descubriera el ADN, todas las teorías acerca de nuestros estómagos y su funcionamiento se basaban en la presunción de que los estómagos evolucionaron porque los animales habían digerido mejor la comida y, por tanto, experimentado una mejora importante en su ‘aptitud evolutiva’. Luego llegó el ADN y nuestra explicación funcional de los estómagos se volvió sofisticada.

Ahora bien, el problema de las explicaciones funcionales en teoría social (a menudo, empero, también en biología y neurociencia) es que los teóricos descuidados pueden utilizarla para articular toda clase de sinsentidos. Tomemos, por ejemplo, la absurda teoría de que la pertenencia de Grecia en la eurozona resultaba funcional para los intereses de cierta Logia Masónica. O que la creación del FEEF era funcional para el plan de larga data de Alemania de conquistar el sur de Europa. Ciertamente, si se piensa, todas las teorías de la conspiración idiotas y racistas se basan en algún estúpido argumento funcionalista (por ejemplo, la hiperinflación alemana de entreguerras era funcional para los intereses de los judíos). Si bien el funcionalismo resulta esencial para la teoría social (como lo es para la biología), debe ser una forma sofisticada de funcionalismo la que apuntale cualquier valoración crítica de Alemania, si quiere serle útil no sólo al crítico sino también a los alemanes. Pero, ¿a qué se parecería el funcionalismo sofisticado? Aquí va una respuesta:

FUNCIONALISMO SOFISTICADO

Las explicaciones funcionales se consideran a veces peculiares porque parecen explicar algo por sus efectos beneficiosos. Es efecto de una acción, más que de una intención que yace tras la acción que se utiliza para explicar por qué se adoptó esa acción. Esas explicaciones deben consistir en los siguientes cinco pasos si han de pasar nuestra ‘prueba de sofisticación’ y ser algo que rebase lo conspirativo:

(1) debe mostrarse que X determina a Y

(2) debe mostrarse que Y es beneficioso para algún ‘agente’ o ‘agentes’ Z

(3) Y debe ser algo no buscado por Z

(4) Debemos mostrar que la relación causal entre X e Y no es reconocida por Z

(5) Nuestro análisis debe demostrar cómo Y mantiene X por un bucle de retroalimentación causal a través de Z.

Ejemplo 1: Y=cuello largo de jirafa, X=ADN de la jirafa, Z= población de jirafas. Aquí no necesitamos preocuparnos acerca de (3), pues no hay intenciones presentes o detectables. En primer lugar, el biólogo debe demostrar as de qué modo el ADN de la jirafa produce el largo cuello de la jirafa. Luego debe demostrar cómo los largos cuellos de las jirafas incrementan su aptitud evolutiva que, en círculo interminable, mantienen las estructuras del ADN que producen cuellos largos.

Ejemplo 2: Y= jerarquía en sociedades premodernas, X= intercambio desigual de obsequios, Z= gobernantes.

Hemos pasado al terreno de la teoría social. Esta teoría, si tiene fundamento, debe explicar de qué modo los fastuosos regalos de los gobernantes a sus siervos, a los que estos no pueden corresponder, no sólo son producto de rígidas jerarquías sino que, por añadidura, ayudan a mantener esas jerarquías. Nótese que aquí la teoría se hace más interesante cuando los lazos causales no los detectan ni los gobernantes ni sus siervos. Cada uno actúa sobre la base de sus intenciones (a saber, el placer de obsequiar con regalos) pero, a su espalda, se desarrollan procesos sociales que co-determinan sus intenciones, creencias y, por supuesto, la estructura jerárquica del poder.

Veámos ahora de qué modo puede ofrecer el funcionalismo sofisticado una crítica legítima de la ‘postura alemana’. Tómese, por ejemplo, mi propia ‘acusación’ (véase It’s the German Banks Stupid! ) de que, para comprender la estructura tóxica del FEEF (el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera) se necesita primero comprender el calamitoso estado de los bancos alemanes. ¿Se puede presentar esa argumentación sin generalizaciones y sin teoría conspirativa alguna? La respuesta es afirmativa y llega en forma de sofisticada teoría funcionalista cuyos elementos son:

X=decisiones de los líderes europeos,

Y= estructura tóxica del EFSF,

Z=banqueros alemanes   

Para que mi teoría se tenga en pie, debo empezar por dar cuerpo (2) supra [puesto que (1) es de suyo evidente], explicar luego la importancia de (3) y (4) [es decir, que los banqueros no necesitan siquiera ser conscientes de la manera en que el FEEF les beneficia] y, por último, ilustrar el bucle de retroalimentación por el que la existencia del FEEF ayuda a mantener, mediante las acciones de los banqueros alemanes, la tendencia de los políticos europeos a estas acciones.

Desconozco si mi análisis de estos pasos es el adecuado o no. Desde luego, mi intención consiste en fortalecer aun más el análisis de cada uno de estos pasos. Lo que sé, sin embargo, es que esta forma de crítica es legítima, no recurre a generalizaciones y, lo que es importante, no contiene ni pizca de teoría conspirativa.

Tercer principio – Impugnar la teoría propia del ‘interés alemán’: un ejemplo

Consideremos la crítica del mercantilismo de Alemania por parte de Heiner Flassbeck (que aparecíó en un post invitado aquí ). Simpatizo ampliamente con la tesis de Heiner (que es la razón por la que he vuelto a colgar su artículo) y creo que delimita bien los desequilibrios que iban acumulándose antes de 2008 como resultado de las medidas políticas a las que recurrió el gobierno alemán durante la década de 1990 y de los primeros años de la del 2000. Es una tesis que he invocado a menudo en el curso de debates y presentaciones. Sin embargo, aplicando mi primer principio supra, siento la necesidad de reevaluar estas críticas y someterlas, a su vez, a una valoración crítica. Pues si la crítica de Alemania no está sujeta a la autocrítica, se habrán infringido los límites del ‘reproche’ racional y legítimo.

Déjenme ofrecer dos ejemplos de esa autocrítica. La primera crítica de la crítica de Heiner del neomercantilismo alemán (que yo mismo he subscrito en el pasado) es que se centra exclusivamente en Alemania, suponiendo que el resto de Europa se comportaba como un plácido espectador. La segunda crítica es más analítica y se refiere a un error común que cometen tanto críticos como defensores de las medidas políticas alemanas.

Para empezar con la primera crítica, la cuestión no estriba tanto en el llamado ‘interés alemán’ sino en los intereses combinados de la comunidad de negocios de Europa (también conocida como capital europeo). Como nunca deja de recordarnos nuestro amigo Joseph Halevi, el capital europeo se muestra extremadamente entusiasta respecto a mantener la Unión Europea como ‘terreno libre de caza’, como garante de rentas financieras, como ejecutor de medidas políticas que convierten la redistribución en algo extremadamente difícil de llevar a cabo, de la deflación salarial y del desplazamiento de la competencia del mercado de bienes y servicios al mercado de trabajo (es decir, asegurando el mantenimiento del poder oligopólico en el mercado de productos, a la vez que se obliga a las poblaciones trabajadoras a competir de modo salvaje unas con otras). Sin embargo, banqueros nacionales, rentistas (y en menor medida industriales) no tienen ningún interés en ver menguar el poder del Estado-nación. Su cómoda relación, enormemente lucrativa, con los políticos nacionales se tambalearía si menguase. Si esto es correcto, entonces centrarse de modo singular en Alemania es insensato e injusto. Las élites de Francia fueron tan responsables del mercantilismo de Alemania como la industria alemana, en el sentado de que estuvieron encantadas de conceder derechos oligopólicos a la industria alemana (incluso en Francia) con el fin de colocarse bajo el paraguas del DM (poniendo por lo tanto límites a los sindicatos franceses).

Volviendo a la segunda crítica, la mayoría de nosotros da por hecho que el exitoso recorte alemán de los costes por unidad de trabajo antes de la crisis impulsó su competitividad en relación con el resto de la eurozona (con efectos perjudiciales para la balanza de pagos de la periferia). Lo que es interesante es que esta tesis la propagan tanto los economistas y políticos alemanes dominantes como los críticos del mercantilismo. Pero, ¿es correcta esta tesis? O, para ser más precisos, ¿es tan franca como suena?

Lo primero que hay que recordar es que la periferia siempre ha mantenido un déficit comercial con Alemania. ¡Siempre! ¿Cómo resultaba sostenible? Por medio de la continua devaluación de la lira, la peseta, el dracma, es la respuesta convencional. No obstante, debemos hacer notar que, con la excepción del norte de Italia, al resto de la competitividad de la periferia nunca le ayudaron estas devaluaciones. Grecia, por ejemplo, nunca produjo automóviles y, por tanto, la devaluación del dracma sólo ralentizó el ritmo al que se importaban los Volkswagen; lo que nunca consiguió, por definición, fue que se produjera un aumento de la exportación de coches griegos a Alemania. ¿Qué hay de otros productos, como las naranjas y el aceite de oliva? La demanda de los mismos era más o menos inelástica en Alemania y, así pues, todo lo que en verdad ocurrió fue que la devaluación del dracma incrementó los márgenes de ganancia de los agricultores griegos (sobre todo cuando las devaluaciones provocaban hiperinflación en el país). Lo mismo se aplica a la era del euro, cuando Alemania tuvo éxito en recortar el crecimiento del coste por unidad de trabajo (por debajo del de la periferia más Francia) y mantener una tasa de inflación muy por debajo de la media de la zona euro: Los precios de los bienes industriales en el resto de la eurozona no descendieron en Grecia, en Italia, en Francia. Todo lo que sucedió fue que aumentaron los beneficios del oligopolio alemán mientras se derrumbaba la rentabilidad de Grecia, España, Italia y Portugal (especialmente después de que la marea de capital financiero alemán se retirase rápidamente).

En resumen, una crítica matizada del papel de Alemania en la crisis del euro no sólo requiere un ‘análisis’ adecuado (véase el primer principio), una síntesis funcionalista sofisticada (véase segundo principio) sino además, una valoración crítica de las teorías críticas mismas.  

Resumen y conclusiones

Comencé este artículo argumentando que las generalizaciones son el primer paso en el camino a un racismo puro y duro y, por si fuera poco, a un análisis económico enormemente equívoco. Alemania lleva estando, desde hace ya algún tiempo, en la línea de fuego desde varios rincones (incluyendo el mío) por lo que toca a su gestión del a crisis del euro. ¿Puede someterse la ‘postura alemana’ a una valoración y crítica racionales sin generalizaciones? Creo que sí, aunque – reconozcámoslo – exige una considerable habilidad permanecer en una ‘delgada línea’. En los párrafos precedentes, traté de esbozar esa ‘delgada línea’ en el contexto de los tres principios que deberíamos respetar al desarrollar la crítica de Alemania, pero también de las posturas de otros gobiernos nacionales.

El primer principio se centraba en la necesidad de evitar tratar a Alemania como un monolito con preferencias, intereses y creencias. En una reciente anotación digital, dirigida a mí, Kantoos Economics me lee la cartilla por afirmar que Alemania se ha beneficiado de forma significativa del euro. ¿Viola esta afirmación el primer principio? Sí y no. En cierto sentido, no hay duda de que la balanza comercial se benefició. Sin embargo, es importante hacer notar que esto no significa que los beneficios del rápido crecimiento de la exportación neta se distribuyeran entre todos los segmentos de la sociedad alemana. Antes bien, hay multitud de evidencias que sugieren que partes considerables de la clase trabajadora alemana vieron caer de modo substancial su nivel de vida. En resumidas cuentas, si bien es posible apuntar a medidas agregadas (tales como la balanza comercial o el PIB del país), resulta esencial que se tengan en cuenta las cuestiones distributivas, así como las cuestiones que tienen que ver con el relativo de negociación de diversos estratos o clases, poder de modo que quiebren cualquier opinión monolítica.

El segundo principio se refiere al método adecuado o legítimo de acercarse a los efectos inconscientes y no buscados de retroalimentación entre diferentes intereses económicos, las decisiones de los responsables políticos alemanes y la suerte de la eurozona. En este método resulta crucial reconocer que muchos de los resultados no son buscados y que las relaciones causales (incluyendo el efecto de retroalimentación) que llevan a cabo la mayor parte de la labor de los resultados que se diseñan escapan a la mentalidad de los agentes cuyas elecciones impulsan la historia. En resumen, no hay conspiración tras las acciones que parecen movidas por ciertos intereses y creencias. He dado un ejemplo de cómo puede funcionar esa explicación en el contexto del FEEF y la banca del sector privado alemana. Hay otro ejemplo proveniente de un artículo que escribí hace dos años (titulada A New Versailles hunts Europe [Un nuevo Versalles acecha a Europa] – en el que caractericé las condiciones de rescate impuestas a Grecia como un Nuevo Tratado de Versalles). En ese artículo había escrito las siguientes líneas:

«El castigo estaba en la agenda, especialmente en la mentalidad de una nación [nota bene, Alemania] que, en el siglo pasado, aceptó su castigo colectivo con elegancia y logró salir del lodazal gracias al trabajo puro y duro y a amplias reformas. Grecia debería pagar también por sus pecados. Para los alemanes, la cuestión no consistía en salvar al estado griego de las garras de los mercados. La cuestión era que Grecia debería sufrir un merecido castigo por poner en riesgo un club que había forzado cortésmente las normas para que se le admitiera como miembro. Y cuando el mencionado club es el que emite la moneda con la que el pueblo alemán comercia, ahorra y siente orgullo colectivo, ese castigo adoptó el significado de un decisivo ritual de vinculación emocional».

Kantoos Economics , nuevamente, me leyó la cartilla por estas líneas: «Esto es totalmente erróneo» afirmó (en negrita en el original), añadiendo: «Y ofensivo. La motivación de Alemania no fue nunca el castigo. Muchos responsables políticos hicieron simplemente un diagnóstico equivocado de la crisis como crisis únicamente de deuda pública y sostuvieron, correctamente de acuerdo con su diagnóstico, que Grecia debería sencillamente gastar menos e imponer más impuestos para salir de ella». Me permito discrepar. Si bien mi Primer Principio me prohíbe generalizar, esta prohibición funciona en ambos sentidos: si la visión de Alemania no es monolítica ni se puede decir que busque el castigo (contra Grecia) ¡ni que no lo busque!

No obstante, resulta perfectamente legítimo ejecutar el siguiente experimento mental: supongamos que hubiese un botón que la canciller alemana pudiera apretar para hacer que la deuda y el déficit por cuenta corriente griegos desaparecieran sin dolor alguno para el pueblo de Grecia. ¿Querría una mayoría de votantes alemanes que la señora Merkel lo apretara? ¿O preferirían un resultado significativamente menos eficiente (en términos de combatir la crisis griega) que se viera acompañado de significativas penalidades para los griegos?

No tengo ninguna duda de que tanto la opinión pública alemana como una gran mayoría de los responsables políticos germanos optarían por lo ultimo; motivados por una mezcla de (a) un apremio por ver que se les ‘da’ una lección (castigo) a los griegos y (b) la opinión de que ese dolor es importante para disuadir a los despilfarradores griegos (y a ese surtido de periféricos) de volver a cometer sus ‘pecados’ en el futuro. En este sentido, mi afirmación de que el que Alemania buscara un ‘castigo’ fue la fuerza motriz tras el paquete del rescate griego es absolutamente legítima. Dicho esto, con el fin de impedir la tendencia de otros a opiniones racistas antialemanas, si tuviera que editar esa cita, habría substituido «alemanes» por «visiones convencionales dominantes en Alemania».

Finalmente, el tercer principio apela a un impulso constante a criticar nuestras propias críticas de Alemania; a mantenernos sobre nuestros pies respecto a la posibilidad de que sea errónea nuestra valoración crítica del estado miembro de mayor entidad de eurozona. Sin esa postura autocrítica, nuestra crítica está destinada a rayar en el reino tanto del sinsentido moralizante como de la penuria analítica.

Por último, volviendo una última vez a mi artículo de hace (más de) dos años sobre la mentalidad de Alemania cuando se impusieron las condiciones de rescate en mayo de 2010, y leyéndolo de nuevo en el contexto de los tres principios de este artículo, me complace que parezca pasar de nuevo la prueba. Concluye de este modo:

«En este contexto, convertir países como Grecia en baldíos bañados por el sol, y obligar al resto de la eurozona a una más rápida espiral deflacionaria hacia abajo a causa de la deuda es una forma eficientísima de minar la economía alemana. Asumiendo, por mor del argumento, que Grecia tiene lo que merece, ¿merecen los laboriosos alemanes una élite política que les despacha con presteza directamente a una catástrofe económica?» Yo no lo creo. Pero ha sucedido antes y bien puede suceder de nuevo en el futuro. Por citar una última vez el libro de Keynes de 1920 sobre el Tratado de Versalles: «Acaso sea históricamente cierto que ningún orden social perece jamás salvo por su propia mano».

(*) Yanis Varoufakis es un reconocido economista greco-australiano de reputación científica internacional. Actualmente, es profesor de política económica en la Universidad de Atenas y consejero del programa económico del partido griego de la izquierda, Syriza..

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5169