La Derecha más reaccionaria, coludida con la Mafia, berrea en el Perú cuando Venezuela vive una hora decisiva. En medio de tensa expectativa, al mediodía del jueves pasado la Comisión Permanente del Congreso de la República debatió el pedido del Presidente Humala para ausentarse del país y visitar Cuba en cumplimiento de funciones de Estado. El […]
La Derecha más reaccionaria, coludida con la Mafia, berrea en el Perú cuando Venezuela vive una hora decisiva.
En medio de tensa expectativa, al mediodía del jueves pasado la Comisión Permanente del Congreso de la República debatió el pedido del Presidente Humala para ausentarse del país y visitar Cuba en cumplimiento de funciones de Estado. El debate -agrio y desordenado- culminó con una votación singularmente indicativa: 12 votos a favor, 3 en contra y 7 abstenciones, sobre un total de 22 concurrentes.
Mientras eso ocurría en nuestra capital, el mismo 10 de enero las grandes avenidas de Caracas lucían abarrotadas por inmensas multitudes. De alguna manera, se repetía la jornada del jueves 4 de octubre del año pasado, cuando millones de venezolanos se volcaron a la calle para respaldar al proceso bolivariano y a su conductor, el Comandante Hugo Chávez Frías, tres días antes de los comicios que lo consagraran para un nuevo mandato popular por voluntad soberana de la ciudadanía.
Esta vez, el líder estuvo físicamente ausente, aunque todos lo llevaron consigo en sus pancartas, banderolas, consignas, y también en sus corazones. Y es que la figura del Jefe del proceso revolucionario en la patria de El Libertador, ha calado muy hondo en todos los estamentos sociales de Venezuela, pero también de América Latina.
Hoy Chávez no simboliza solamente un rumbo patriótico, liberador, o incluso socialista. Simboliza también la estoica fortaleza de un hombre que lucha por su vida, porque es plenamente consciente que ella está indisolublemente ligada al porvenir y a la esperanza de su propio pueblo, pero además, a los anhelos y expectativas de todos los pueblos de nuestro continente.
Esto lo entienden unos y otros. No sólo sus partidarios, sino también sus detractores. Si hoy estos últimos lo atacan con fiereza, si se solazan con la idea de su desaparición física, si le desean una muerte instantánea; no es sólo por que le expresan un odio cavernario, primitivo y grosero; sino también porque son conscientes que el hombre vive en la conciencia de millones. Gentes de esa calaña no parecen vivir en nuestro tiempo. De ellos, podría decirse lo del personaje de Haruki Murakami; nacieron en una época equivocada, con unos dos mil años de error.
La impotencia y el miedo se expresan en las columnas de los panegiristas del capital, en los comentarios de la «prensa grande» de nuestro país, y hasta en los decires de los politiqueros que hoy asoman como pájaros de mal agüero graznando en busca de carroña. Como sintetizando estos conceptos, Keiko Fujimori ha buscado que «aconsejar» al Presidente Humala para que «tome distancia» del Jefe de Estado Venezolano.
Su mensaje resulta aleccionador porque -además- relaciona dos hechos formalmente distintos: el viaje del mandatario peruano a la Isla del Caribe, y el «modelo chavista» que urticaria le produce. Vale la pena, entonces, reproducir sus conceptos:
«El modelo chavista digitado desde La Habana no puede tener el aval del Perú. Su viaje sería visto como un respaldo del Perú a tan oscura asunción de mando en Venezuela. Tome distancia, aléjese del cónclave».
Así se puede leer en el Twitter de la candidata derrotada de la Mafia, es decir, la versión peruana de Capriles Radonski.
Para estos -en el fondo, simples sicofantes del Imperio- todo es lo mismo. Juntan en un solo abanico Chávez, Venezuela, Cuba, Fidel, Raúl, Evo, Brasil. Cristina, UNASUR, el ideal socialista, la CELAC, y la izquierda; para poder compatibilizarlo con otro que han forjado también laboriosamente: senderismo, narcotráfico, terrorismo, muerte; a fin de presentarlo ante los peruanos como aguas de un mismo río.
En el fondo, lo que buscan con estos malabares expresivos, es mimetizar unos elementos con otros para sorprender incautos e intimidar ingenuos; haciéndoles creer que el Perú se habrá de desbarrancar si Humala saluda a Chávez, o si se desplaza por el malecón de La Habana en busca de acuerdos de cooperación racional entre Perú y Cuba, Estados Soberanos.
No conocen lo que es Soberanía. Y si expresan sus «reservas» respecto al viaje de Humala es porque piensan que la decisión del mandatario peruano inquietará a la Casa Blanca que, en relación a Cuba, guarda las mismas preocupaciones desde hace más de cincuenta años. Les inquieta a ellos, que se quedaron varados en los mares de la guerra fría, a la sombra de los halcones del Pentágono.
Por eso «no entienden» y encuentran «raro» el deseo del Presidente peruano de visitar Cuba. Ellos preferirían mil veces que vaya a Washington, o a Santiago de Chile -que está más cerca- ¿pero… a Cuba? ¡Horror!
Nadie desde al lado del gobierno peruano ha sostenido que el Presidente Humala visitará en La Habana al Jefe del Estado Venezolano, pero es igual. Podría ocurrir -suponen- Y, antes, la muerte.
Podría Ollanta Humala: visitar al Comandante Hugo Chávez Frías. Estaría no sólo en su legítimo derecho, sino también en su deber moral -son amigos desde hace varios años-; y en una saludable práctica solidaria, dado el estado de salud del dirigente venezolano; pero la sola posibilidad de que eso ocurra ha puesto los pelos de punta a lo peor del Perú. Hablan sus exponentes, entonces, de «funerales» con la sutileza de un panteonero engolosinado con la muerte, y hacen votos para que Ollanta «tome distancia».
Este año luce complicado para la reacción. Amenamente podríamos decir que lo ven con malos ojos porque el 3 -la cifra final del 2013– les resulta una cábala inamistosa. Un 3 -de 1853– nació José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba, hace 160 años; y una década más tarde -en 1863– la insurrección de Ezequiel Zamora contra la oligarquía terrateniente venezolana adquirió la forma de una insurgencia popular. Un 3 -también- de 1923, y luego de su periplo europeo, retornó José Carlos Mariátegui al Perú para quedarse; y un 3 -1953- fue el Asalto al Cuartel Moncada que marcó el inicio de la última fase de la Revolución Cubana. Y por si todo esto fuera poco, otro 3 -un 3 de octubre de 1968- vio la luz el proceso patriótico y antiimperialista de Velasco Alvarado que precisamente por serlo, les quita hasta el resuello.
¡Asustarse, entonces! El 3 se les cruza como un gato negro por los pasillos de su oscura desdicha. Motivos para el pánico, les sobran a quienes la dolencia del Presidente Chávez ha convertido en gallinazos de la pampa y agoreros de la muerte. Algo temen para el 2013, aquí, en Caracas, o en La Habana ¡qué más da!
A ellos, hay que responderles con la simpleza con la que respondió a un visitante yanqui que la interrogó en el año 2008 una campesina cubana de 14 años en la localidad de Condado, y a la que cita Antonio Capote en un apasionante relato, «Fidel es la padre de todos los cubanos, su muerte sería la peor desgracia que nos podría ocurrir», le dijo. «Si, pero si muere ¿qué va a pasar»? le insistió el visitante. «Nada – respondió ella- seguimos nosotros adelante».
Para alegría de los pueblos, Fidel vive aún rodeado del cariño de su pueblo y del respeto de la humanidad, que reconoce sus elevados méritos en la lucha por la paz, la equidad y la justicia.
Los venezolanos de hoy están convencidos también que Hugo Chávez es el Padre de la Nueva República en la que viven. Y sentirán sin duda un dolor lacerante si desaparece. Pero están preparados. Y saben que nada habrá de suceder, porque ellos seguirán adelante. Por lo demás, más allá de las circunstancias que acontezcan, todos saben que Chávez no morirá, como no murió Bolívar. Ambos vivirán siempre en la historia y en la conciencia de los pueblos.
Independientemente de coincidencias o diferencias puntuales en el campo popular, los peruanos que luchamos en cualquiera de los niveles de gestión por avanzar en el camino del progreso afirmando una ruta solidaria; estamos convencidos también que más allá de la vida de las personas, está puesta la bandera de los pueblos. Y la bandera de la Venezuela Bolivariana, no será arreada mientras existan venezolanos dispuestos a enarbolarla.
Gustavo Espinoza M. del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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