Traducción Maria Luján Leiva
Ya se sabe, los cuerpos más vulnerables se encuentran siempre en la región simbólica de la alteridad indistinta, que inspira agresividad, en el sentido de anularla o también indiferencia, en el sentido de dejar morir
Cuando estaba vivo, a Sher Khan han tratado de anularlo, de doblegar su fuerza y su coraje, de hacerlo caer en el fondo de la condición social: con la discriminación y la privación de derechos, con el secuestro del cuerpo sufriente en las galeras y lagers para inmigrantes. Después han dejado que una noche muriese en la calle, de enfermedad, de frío, de desconsuelo.
Comenzaron a circular las primeras noticias, la mayor parte del tipo «un mendigo muerto de frío» vacías de cualquiera pietas; y luego, la mal oculta indiferencia del primer ciudadano de Roma, su alcalde, pronunciando gélidas declaraciones burocráticas: «El Plan de Emergencia Frío se pondrá en funcionamiento como cada año», luego llega la prohibición por parte de la Jefatura de Policía para realizar el cortejo fúnebre en honor de Sher Kahn justificándose en nombre de la santa navidad y del consumo.
Sin embargo honrar a un hombre que ha dado testimonio, con sus límites, de interés y solidaridad por los últimos, él mismo hecho devenir un último, hubiera sido un modo digno, para quien es cristiano, de honrar al Hombre que se sacrificó por los últimos.
Pero la retórica de las raíces cristianas y de los crucifijos es ahora nada más que uno de los tantos eslogans publicitarios que el poder marchitándose utiliza para corromper las conciencias y la cualidad civil del país.
Hay cuerpos y cuerpos.
Está la ostentación repetida y dramatizada, obscena e histérica, del rostro del Poder ensangrentado por una leve herida, propuesta casi como un santo sudario. Para recordarnos nuestros pecados mortales: nuestra carente idolización del poder, la pretensión de criticarlo, substraernos a ello, contestarlo.
Está la anulación de los cuerpos de los cuales el poder hace estragos en las cárceles, en las travesías del Mare Nostrum, en el infierno líbico, en las misiones de paz, en las canteras, en las fábricas y los campos, en los lagers para inmigrantes, en los hospitales riesgosos, en las calles de nuestras ciudades, hostiles e inseguras para los otros.
Sher Khan ha sido uno de aquellos para primero anular y ahora ocultar.
Respetarlo y honrarlo en cambio es un deber moral y político para nosotros que cuando estaba vivo no lo protegimos suficientemente, no hemos sabido impedir que sus veinte años en Italia lo redujeran a un cuerpo tan sufriente como irreducible.
Sabemos lo que él hubiera hecho frente a la prohibición de un cortejo: con su vozarrón ronco, su gestualidad inmoderada, su sonrisa astuta, se hubiera colocado sin dudar a la cabeza del cortejo.
Proceder como él puede ser un bello modo para recordarlo.
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