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Sarkozy, la Bruni, la Bettencourt, los romaníes

Culebrón francés

Fuentes: La Jornada

A medias despierta, sumida todavía en la oscuridad de la noche que empieza a alargarse con el fin del verano, enciendo el radio. Las últimas escenas del radioteleinternetnovelón de la política francesa de la actualidad se tropiezan en mi mente, revueltas como el agua de un río tumultuoso cuyo torrente amenaza con desbordarse; En favor […]

A medias despierta, sumida todavía en la oscuridad de la noche que empieza a alargarse con el fin del verano, enciendo el radio. Las últimas escenas del radioteleinternetnovelón de la política francesa de la actualidad se tropiezan en mi mente, revueltas como el agua de un río tumultuoso cuyo torrente amenaza con desbordarse; En favor de los diarios impresos -la prematuramente enterrada prensa escrita-, debo decir que éstos se comportan a la altura: a la vez informantes, de investigación, progenitores de scoops, argumentistas y actores.

Pero, ¿cómo recordar en qué me quedé? A la manera de los más incitantes culebrones, que no dejan caer un instante la atención del espectador, la trama se despliega, las intrigas se vuelven enredos.

Recordar cuál fue la última escena resulta casi imposible porque hay al menos veintitantas últimas escenas que mantienen jadeante al público.

Asimismo, como en las mejores series policiacas, folletón latino con visos de thriller estadunidense, un culebrón que se respeta y respeta a su auditorio sigue el gusto de éste y cambia de argumentistas como de calcetines. Cierto, los cambios y el trabajo colectivo producen contradicciones, cuando no inverosimilitudes, pero qué importa: la intensidad de un nuevo episodio hace olvidar detalles que sólo irritan a los envidiosos. Cuando la crítica se acentúa, se cambia de aventura: un clavo saca otro clavo. Tal es la política profundamente sabia de la exitosa actual telenovela francesa. Principio que pareció alcanzar su pedagógica ilustración con el despampanante matrimonio del héroe Sarkozy, abandonado por la adúltera, con la top model Bruni. Los aplausos del público ante las conmovedoras escenas de la pareja recompuesta no se hicieron esperar -en un mundo acomplejadamente moderno, ¿quién se atrevería a criticar el pasado de la heroína?

Si el novelón es apasionante, es imposible reducirlo a una intriga. Hay quien pretende que comienza con una primera película de suspenso: Bomba H, donde el héroe aparece con un niño en los brazos, milagrosamente salvado de la explosión con que el terrorista amenazó una maternal. Otros prefieren la serie que podría titularse Un clavo saca otro clavo: la primera fuga de la adorada esposa con su jefe de comunicación y propaganda, el regreso de la prófuga, el triunfo electoral, la bella infiel en el palacio del Elysée, el divorcio, el bálsamo de su casamiento con Bruni. El éxito de las series no podía sino conducir a terceras, cuartas, quintas partes, nuevos episodios. El triunfo produce triunfo, el público se multiplica. El gusto por la com se vuelve vicio: aparecer en la televisión es una droga cuya adicción aumenta cada día. Y, después de todo, un clavo saca otro clavo. Así, cuando se produce, cada vez más frecuente, un escándalo, pues… se lanza otro, más ruidoso.

El folletón Bettencourt posee los elementos para mantener el suspenso segundo a segundo: la mujer más rica de Francia regaló a un fotógrafo mil millones de euros, su hija le hace un proceso. Las cosas se complican: abogados célebres se enfrentan, jueces contra procuradores, un ministro a la vez tesorero del UMP (partido en el poder) desmiente haber otorgado la legión de honor al encargado de negocios de la millonaria a cambio de donaciones al partido. Cosa extraña: los productores quisieran ver acabada la serie pero el público exige su continuación. Se lanza, entonces, otro escándalo más ruidoso: se expulsa a los romí. Dos pájaros de un tiro: ganar además votos a la extrema derecha. ¿La comunidad europea protesta? Se llora ante las cámaras: se ayuda a los romí a no vivir entre ratas, por eso se expulsan. Se gime, se desmiente y se miente: Sarkozy cree escuchar excusas de la comisaria europea cuando no las hubo y dice que la canciller alemana le anunció que ella también expulsaría romís. Merkel desmiente. Sarkozy calla: es el intermedio publicitario. La imaginación al poder, ¿no se decía en 68?

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/09/22/index.php?section=opinion&article=a05a1cul

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