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A propósito del Tratado constitucional

Dar gato por liebre

Fuentes: Rebelión

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice que » dar gato por liebre » consiste en » engañar en la calidad de una cosa por medio de otra inferior que se le asemeja «. Pues bien, ese es, exactamente, el engaño que se pretende llevar a cabo con los ciudadanos europeos […]

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice que » dar gato por liebre » consiste en » engañar en la calidad de una cosa por medio de otra inferior que se le asemeja «.

Pues bien, ese es, exactamente, el engaño que se pretende llevar a cabo con los ciudadanos europeos cuando, para lograr su apoyo o aprobación, se quiere hacer pasar lo que es un Tratado ( el gato del refrán ), por lo que es una auténtica Constitución ( la liebre ). Y es que el Tratado constitucional se asemeja a una Constitución, pero no es una Constitución, porque su calidad, en términos históricos, jurídicos y políticos, es inferior.

En efecto, no es lo mismo un Tratado entre Estados, que eso es el Tratado que se ofrece a la ciudadanía europea, que una Constitución que, ante todo y sobre todo, es la expresión de la soberanía de los ciudadanos, lo que equivale a reconocer que es en ellos, en su voluntad, y no en la de los gobernantes, donde reside el poder supremo. De ahí que no haya sido el Parlamento europeo, elegido directamente por los ciudadanos, quién ha tenido la responsabilidad y la competencia exclusiva de actuar como un Parlamento constituyente. Sinceramente pienso que de haber sido así la Constitución habría sido mucho más equilibrada y plural que el Tratado que se nos propone, porque el espectro social e ideológico que abarca un Parlamento es siempre superior, en valores democráticos, al que representa una Comisión, por muy variada y legítima que esta sea.

Entre otras cosas, de haber sido el Parlamento europeo quién fijase los términos de la Carta Magna, dudo mucho que hubiese consagrado como doctrina económica única el valor de la competencia, dogma supremo del pensamiento neoliberal que arroja inquietantes sombras sobre el proyecto económico, social y político que se propone a los europeos.

¿ Por qué, entonces, el empecinamiento en hacer pasar un Tratado por una Constitución?

Se me ocurre, recurriendo de nuevo a los refranes de gatos, que en eso también puede » haber gato encerrado», es decir, » causa o razón, oculta o secreta» que, me temo, pudiera ser la de hacer irreversibles, con la coartada constitucional, las medidas de gobierno que por su carácter impopular, piénsese, por ejemplo, en más recortes al Estado del Bienestar, pudieran suscitar el rechazo del ciudadano común. No, el Tratado constitucional no es una Constitución y, además, tiene muy malas trazas.

Por eso espero y confío en que algún día no muy lejano, un Parlamento representativo, dotado de poderes legislativo plenos, redacte la Constitución que verdaderamente reclama el interés de la inmensa mayoría de los ciudadanos.

Mientras tanto, sería de desear que el fantasmagórico Día de Europa, que como casi todo el mundo ignora se conmemora el 9 de mayo, se hiciera de una vez visible declarándolo festivo a todos los efectos en el conjunto de la Unión. Naturalmente una frivolidad semejante no sería del gusto de los ultraliberales, pero sí contribuiría a desarrollar en los europeos esa conciencia paneuropeísta cuya ausencia tanto se lamenta.