El viaje del ser humano en el tiempo está vinculado, sine qua non, a la simbología y a la mitificación de lugares y situaciones que nos acercan mentalmente a lo que nosotros consideramos correcto. Lo cotidiano pierde valor y lo extraordinario y lo simbólico nos acerca a lo místico. Cuando hablamos de lucha ideológica, los […]
El viaje del ser humano en el tiempo está vinculado, sine qua non, a la simbología y a la mitificación de lugares y situaciones que nos acercan mentalmente a lo que nosotros consideramos correcto. Lo cotidiano pierde valor y lo extraordinario y lo simbólico nos acerca a lo místico.
Cuando hablamos de lucha ideológica, los sacros lugares que desde la lectura histórica de la izquierda tienen una dimensión simbólica, ocultan en ocasiones a quienes desde su labor diaria permiten el mantenimiento y la supervivencia de las personas en condiciones infrahumanas y además lo hacen compatibilizándolo con la lucha cuerpo a cuerpo. A lo largo de la historia casi todos estos héroes anónimos de lo cotidiano han sido mujeres.
Paul Gauguin pintaba las Lavanderas en Arlés en 1888. En el cuadro el autor pretendía, según los expertos, dar mayor preponderancia a la expresión sobre la representación formal. Esta representación, que huye de la copia del medio natural, hace que en la silueta, la figura de las lavanderas, cuyos colores se separan por una línea oscura, toma una actitud central donde ellas pueden adoptar el rostro de cualquier persona. Mejor dicho, de cualquier mujer.
Arlés además de centro histórico y cultural durante diversas épocas, políticamente quedó bajo el mando de la Francia de Vichy durante el falso armisticio de la Segunda Guerra Mundial entre Francia y Alemania. Decía André Malraux en 1975 que «aquellos que quisieron confinar a la mujer a simple papel auxiliar de la Resistencia francesa, se equivocaron de guerra». Ya en 1941, cuando las autoridades francesas trataron de trasladar el campamento de brigadistas y refugiados de Argelès al norte de África fueron ellas quienes tomaron la iniciativa y lo impidieron.
Si bien similares en el nombre pero geográficamente diferentes, Arlés y Argelès permanecieron bajo la dictadura fascista del mariscal Petain y tendrán una vinculación reconocida y reconocible con los refugiados provenientes del Estado español, a través del maquis y a través del socorro y auxilio que diariamente recibían. Lavar en el rio seguía siendo entonces sinónimo de higiene, pero también de ocultar manchas de sangre, ropa de lucha reciclada, comunicaciones en clave y sobre todo silencio, miedo y soledad ante una labor nada reconocida aunque si reconocible… al menos desde Gauguin.
Un poquito antes ya el fascismo había ensayado en Gernika la guerra moderna basada en el aplastamiento total y letal de inocentes. Gernika era un pueblo pequeño, símbolo de las libertades vascas pero apenas conocido más allá de las viejas fronteras del reino de Navarra. Picasso lo inmortalizó y lo sacó del anonimato con su cuadro viajero. Otro pinto, convirtió en mítico un lugar y a unas imágenes sin rostro definido en completamente humanas. En terriblemente cercanas. Lo que años más tarde se definiría como daños colaterales, el cubismo ya las había vaciado, dejado sin nombre para acentuar aún más el sufrimiento y la expresión.
La figura de la madre con hijo muerte del cuadro del malagueño ha sembrado dudas en su interpretación pero no en su cotidianidad. Después de la guerra viene el llanto. Después de los lloros vuelve el día a día. Recuerdo a mi abuela cuando después de la muerte de su madre me dijo «bueno voy a poner unas vainitas». Lo cotidiano se imponía a lo simbólico en medio de una crisis de sentimientos sin parangón.
A ellas, a estas lavanderas del siglo pasado, a estas luchadoras de la resistencia francesa, a estas madres «gernikesas» que además de llorar siguieron bajando al río Lea para reconstruir su mundo de lo imperceptible, a estas cocineras de sentimientos en tiempos adversos, a estas mujeres hechas de roca viva les debemos el tiempo que vivimos.
El sábado 29 de abril miles de personas se reunirán para tratar de pedir políticas solidarias a Europa sobre refugiados. Ese día y también en los posteriores, acordémonos de las silenciosas heroínas que siguen desde un recatado papel aportando en la resolución de conflictos. Acordémonos de quienes en algunos lugares siguen yendo al río. Convirtamos lo cotidiano en simbólico y serán ellas quienes ocupen un lugar destacado en nuestras crónicas. Y si de paso encontramos a algún artista que quiera retratarlas que lo hagan como siempre, abriéndonos los ojos y mostrándonos toda su belleza moral y esplendor.
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