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De Chipre al fin del mundo pasando por el FMI

Fuentes: Rebelión

Vivimos tiempos apasionantes. No a todas las generaciones que nos precedieron les fue dado vivir la transición hacia una tiranía global. Lo de Chipre de estas semanas, sin ser un gran acelerón histórico, supone un nuevo paso relevante hacia ese Nuevo Orden Mundial.


«Es irracional que los ahorradores mantengan su dinero en los bancos españoles». (Wolfgang Münchau, Financial Times).



Con la explosión de Chipre se confirmó que los meses de calma en la Europa periférica solo eran el preludio de una nueva tempestad. Antes de que esa calma generase una visión optimista del futuro, el mazazo chipriota desencadenó una nueva oleada del pesimismo más crudo, nuevamente prefabricado por los maquiavelos que manejan el mundo a su antojo y construyen la realidad. Quedó demostrado que «2014», el año fijado por tecnócratas y políticos para la ansiada recuperación, no era más que un nombre dado a la línea del horizonte. Del mismo modo que esta se aleja cuanto más te acercas, se asigna a la recuperación económica una fecha que podrán ir reemplazando a discreción (por «2015», «2016», «2017»…).

Se sentaba así la base «realista» (si las perspectivas vuelven a ser negras, algo habrá que hacer) para las nuevas exigencias destructivas. Estas no tardaron en volver a hacerse patentes sobre España. Hace escasos días los medios informaron acerca de las órdenes de Bruselas (léase, de la Troika) para proceder a más «reformas» urgentes. Primero sonaron las presiones de Durao Barroso, el presidente de la Comisión Europea y anfitrión, años atrás, de «Los Azores» que emprendieron la metódica destrucción de Irak. Al día siguiente, las del comisario europeo de Asuntos Económicos, Olli Rehn. Exigen, por ejemplo, más recortes en los derechos laborales, nuevas subidas de impuestos y otro «pensionazo». Y lo quieren ya. De hecho, se espera que el 26 de este mes el dócil Rajoy -aunque a la vez algo remiso por puro cálculo electoral- anuncie el paquete.

Casi al mismo tiempo llegaban los últimos datos sobre el desplome de la producción industrial en España: un 8,5% en el mes de febrero. Por si quedaran dudas de que «algo habrá que hacer»…

Así es como la realidad se sigue acomodando a las directrices del FMI, ministerio de Economía de un Gobierno Mundial cada vez más visible. Recordemos, por ejemplo, que este organismo lleva tiempo reclamando una subida adicional del IVA, insatisfecho con las que ya elevaron el tipo máximo al 18 y al 21% sucesivamente. Algo similar venía ocurriendo con las pensiones, por limitarnos a otro ejemplo.

Chipre en la diana

Hace unas semanas estallaba la noticia: anuncio del corralito chipriota y de la confiscación de parte de sus fondos a los depositantes ricos y pobres de varias entidades bancarias. Ambas medidas suponían un verdadero salto cualitativo en la «crisis económica» europea. La primera violaba un principio básico de la UE, la libre movilidad de capitales. La segunda era, con todo, aún más llamativa: de repente saltaba por los aires la seguridad oficialmente provista, en toda la Zona Euro, por la garantía de los depósitos de hasta cien mil euros.

Diseñada por los poderes internacionales que suelen resumirse en la llamada Troika, esta medida finalmente no llegó a concretarse tal cual. Como ocurre a menudo en el juego de los políticos, el anuncio inicial seguramente tenía no poco de globo sonda, en el marco de los experimentos con la realidad (tanto dialécticos como materiales) que tanto le gustan al Sistema en los últimos tiempos. La formulación inicial de la medida era una manera de probar reacciones, que ciertamente fueron muy adversas y «obligaron» a modificarla. Pero el mensaje sobre las torvas intenciones de quienes manejan Europa quedó claro para todos aquellos que no se dejan (auto)engañar: el Poder Global está dispuesto a saltarse, a la primera ocasión, las propias normas que él mismo establece. Es, de paso, una manera de ir preparando al personal. La inseguridad creada con ello hace añicos cualquier remanente de confianza en la llamada «construcción europea».

Pero un mínimo análisis, como el que aquí nos proponemos siquiera a modo de tentativa, revela otros detalles de importancia y no menos alarmantes.

Principios de usar y tirar

La razón usada para dedicar miles de millones de dinero público a «rescatar» bancos, en particular los grandes, apelaba a salvaguardar los depósitos de la gente. De este modo, el conjunto del pueblo (no solo, como suele decirse, los «contribuyentes», lo que ya sería mucho) soportaba el coste de «sanear» una entidad bancaria -caso de Bankia-, aunque no todos tuviéramos dinero en ella. A esto se lo llama(ba), con justicia, «socializar las pérdidas». O sea, una forma de robar al conjunto de la sociedad para auxiliar a una empresa privada arruinada.

Ahora, súbitamente, esa razón ha cambiado. Según Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo, «sacar el riesgo del sistema financiero y hacerlo caer sobre las espaldas de los contribuyentes -tal y como ha sucedido hasta la fecha con Irlanda y con España- no es la aproximación correcta». La pregunta inmediata es, entonces, a qué esperan para devolver ese dinero a los «contribuyentes» irlandeses, españoles y del resto de Europa.

Pero no parece que tengan tan buenas intenciones. El propio Dijsselbloem, en el marco de un nuevo globo sonda, anunció que la «solución» aplicada a Chipre puede ser válida en el futuro para otros países, lo que supondrá más golpes económicos a la ciudadanía (?) europea, en principio la «periférica». Tras algún posterior desmentido (más o menos parcial), la propia Comisión Europea reconoció que ese es el plan. Así pues, se ha empezado a consagrar un principio opuesto al que se venía utilizando: los depósitos dejan de ser «sagrados» y los depositantes (de momento, dicen, solo los de más de cien mil euros) son tratados como los accionistas -y otros inversores- de las entidades bancarias en crisis.

Vamos a tratar de ver más gráficamente lo que implica este (aparente) cambio de lógica:

Lógica A: «Tenemos una crisis económica grave que, entre otras cosas, afecta a la solvencia de la banca. No se puede consentir que los bancos se vengan abajo porque entonces peligrarían los depósitos de millones de ahorradores. Así pues, financiemos con dinero de todos el rescate de las entidades afectadas, de manera que se diluya el perjuicio económico.»

Una excusa falaz. Primero, por la mencionada socialización de pérdidas que implica, máxime cuando se puede hacer pagar a los dueños -empezando por los opulentos banqueros, principales responsables de la mala gestión- y cuando apenas se atajan las enormes bolsas de fraude fiscal (en muchos casos, refugiadas en «paraísos» de esa índole por los propios bancos afectados). Segundo, porque, como implica dicha socialización de pérdidas, los fondos para ese «rescate» se detraen de un erario común, restándolos de partidas socialmente básicas como las más típicas del estado del bienestar: sanidad, educación…

Lógica B: «Lo verdaderamente correcto es que quienes paguen los rescates bancarios sean las personas más directamente relacionadas con los propios bancos, por ser las que han confiado en ellos, con el riesgo consiguiente. Esto incluye a los ahorradores, en particular a los que tienen los depósitos más voluminosos.»

Esta opción es (aún) más acorde con la ideología «neoliberal», sobre todo con sus escuelas teóricas. Por eso tiene sentido que haya encontrado el aplauso de conspicuos portavoces de la misma. Sostienen que, frente a la socialización de las pérdidas de un banco, es más justo «privatizarlas» (¡como si no fueran privadas ya!); es decir, que sea el propio ámbito interno de la banca afectada la que peche con las pérdidas y la recapitalización de la entidad.

En principio, esta «solución» suena bien, pero en realidad no es menos falaz. Primero, porque no es una verdadera alternativa de facto a la lógica A, sino que podría acumularse a ella: como ya hemos visto, no parece que la lógica B vaya a aplicarse con «efecto retroactivo». Esto significa que muchas personas pueden pagar por ambas (p. ej., como «contribuyentes» que ya lo hicieron antes y como ahorradores si a partir de ahora se ven afectados por las medidas contra los depósitos).

Pero es que además hay un grave «error» conceptual aquí, dada la naturaleza del bien (dinero) con que comercia la banca. Por decirlo escuetamente, no se puede equiparar el dinero de un accionista (propietario en cuanto tal) con el de un ahorrador. El primero es claramente capital de la compañía, no así el segundo. A este se le considera contablemente «pasivo», pero sin duda es de otra índole (ajena, no propia), y hasta esa misma denominación resulta problemática.

Los ahorradores son, sencillamente, los clientes de la empresa llamada banco. Jamás se pueden equiparar a los accionistas por el hecho de que ambos tengan dinero en ella. Son dineros distintos. El de los primeros es la propia mercancía con que se transa, mientras que el de los segundos -aunque las acciones sean negociables- es esencialmente la base o prerrequisito para que el negocio pueda ponerse en marcha o crecer; es decir, el capital.

La trampa está, por tanto, en hacernos creer que, como en ambos casos se trata de «dinero en el banco», accionistas y clientes pueden entrar por igual en el «saco» de los acreedores y, por tanto, es exigible que se responsabilicen igualmente de las pérdidas. Pero esto es como si al venirse abajo una compañía propietaria de garajes públicos, se quedasen con tu coche (o con el volante, un par de ruedas…) en caso de que tuvieras la desgracia de tenerlo allí guardado. O si por quebrar la peluquería a la que asiste Doña María, esta señora tuviera que quedarse calva. Por supuesto, usamos ejemplos y, como tales, aproximados. Pero se trata en los tres casos de empresas de servicios y no es difícil comprender que el dinero de los ahorradores es a los bancos lo que el vehículo es a los parkings y las cabelleras a las peluquerías.

Lo quieren todo

Resulta particularmente lamentable que se equipare a un ahorrador con un especulador o incluso con un inversor. ¡No es lo mismo ahorrar, poco o mucho, que invertir o especular!, ni siquiera cuando se obtiene un interés a cambio (con esto tampoco estamos afirmando que todo accionista -ni que todo bonista o inversor- sea un especulador). Pero en la práctica se los está equiparando. ¿Por qué estas semanas, en relación con el ataque a Chipre, ciertos medios tienden a hablar de «depositantes» con preferencia sobre «ahorradores»?

El hecho es que robar a los ahorradores sigue siendo recapitalización externa, no interna, respecto a la empresa (bancaria) en cuestión. Sigue tratándose de una socialización de las pérdidas (con un ámbito más restringido, pero no por ello menos cierta). Esto, aunque lo disfracen, es lo que vienen bendiciendo tanto los «liberales» ortodoxos como el respetable gurú Juan Ramón Rallo (de quien ya hemos citado antes), cuanto el influyente diario El País, viejo emblema de la progresía, que en su editorial «Sembradores de miedo» afirmaba: «Incluir sin más a los depósitos en la secuencia de activos responsables carece de sentido jurídico, porque un depósito difiere esencialmente de una inversión». En principio, un interesante reconocimiento de lo que aquí venimos diciendo. Pero el «sin más» ya nos preparaba para lo que se añadía tras el punto y seguido: «Por eso solo puede someterse al riesgo de pérdida en casos especialísimos, como el de Chipre.» ¿Solo la Troika siembra miedo? [Más chocante es que algunas voces de la izquierda real no hayan sido mucho más críticas con la experiencia chipriota, pese a sus sin duda rotundas discrepancias de fondo: ver.]

En este aspecto, y aunque no debiera sorprendernos demasiado, la incoherencia es realmente aún mayor entre los «liberales» como Rallo (versión «escuela austríaca»), que suelen oponerse al sistema bancario de reserva fraccional; es decir, a que se permita a los bancos mantener en sus arcas solo una fracción de los depósitos totales de sus clientes. Esa es la causa, llegadas las crisis, de los corralitos financieros, pero también lo es, en última instancia, de atropellos como el sufrido por los ahorradores chipriotas, finalmente solo aquellos con más de cien mil euros en sus cuentas. Si el banco no hubiera jugado con su dinero de la manera en que se lo permite el sistema de reserva fraccional, es obvio que no se habría llegado a la bancarrota presente.

Nos decían que garantizarían los depósitos en caso de crisis, pero quienes lo decían son los que ahora llegan con las «quitas» sobre esos ahorros. Los que deberían proteger al pueblo, y así se comprometieron, no solo no lo protegen sino que lo esquilman (de momento solo a una parte de él, pero no olvidemos el precedente en clave de intento más masivo).

Al pueblo se le vende la idea de que lo que pasa en Europa, y lo que viene sufriendo sobre todo la Europa periférica, es básicamente un problema económico de tipo nacionalista. «La Merkel» es la mala bestia que lo quiere todo para su país, no hay que darle más vueltas. Pero, aun cuando esa señora sea parte del problema, hay que estar muy ciegos para no ver que lo es solo en grado ejecutor (o sea, como criada -aunque con cierto caché- de instancias superiores a ella). Desde luego, el plan para asegurar la destrucción de las economías no parte de Alemania, aunque de momento este país se beneficie relativamente de él a escala macroeconómica (y microeconómica en el caso de sus grandes bancos).

La Troika tiene tres patas siniestras, pero la más feroz y poderosa es la del FMI, que por algo es el representante directo del Gobierno Mundial. Esa entidad, con la Troika o sin ella, es responsable en grado máximo de todo lo que está aconteciendo en Europa. Estuvo, pese a que luego se quisiera culpar en exclusiva al mediocre gobierno chipriota, detrás del plan inicial de robar a todos los ahorradores (ver 1, 2 y 3). Fue quien dictó el tope de deuda pública sobre el PIB (un 100%) que se impone a Chipre. Enseguida, una vez aplicada su «solución», empezó a presionar públicamente para que ese gobierno despidiera a miles de funcionarios y rebajase sueldos públicos. Y ahora, al socaire de la crisis chipriota, aprovecha para seguir promoviendo la «unión bancaria» europea, como parte de sus planes globalistas. Las directrices del Fondo, ya lo venimos diciendo (y ver de nuevo), las acaban siguiendo escrupulosamente sus lacayos de la Europa muerta. Una Europa que se ha creído rica y poderosa antes de la «crisis», pero que ya entonces era un continente cautivo del Imperio y, sobre todo, de la falta de unidad entre los pueblos que la componen.

Nos tienen atrapados, en realidad bajo un corralito permanente, aunque de momento, salvo el caso chipriota, solo latente. Ya llevan años enajenándonos derechos que antaño ellos mismos proclamaban intocables, y cada vez se atreverán con más, negándonos hasta el derecho a protestar (ver también). Tienen programada la destrucción del mundo tal cual lo conocemos, y está en sus manos decidir cuándo procederán a las próximas «quitas», pero entretanto -y callamos- nos siguen quitando algo todavía más importante que el dinero y que el estado del bienestar: el estado de derecho. La libertad.

Fuente: http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2013/4/13/de-chipre-al-fin-del-mundo-pasando-el-fmi