Desde 1989, en casi todas las elecciones para elegir presidente en Paraguay (tanto sea en «las elecciones en sí» o en las internas de los partidos que definen las candidaturas nacionales) han habido acusaciones de fraude o de algún tipo de irregularidad, muchas veces no confirmadas y muchas veces sí. Por ejemplo: en 1989, padrones […]
Desde 1989, en casi todas las elecciones para elegir presidente en Paraguay (tanto sea en «las elecciones en sí» o en las internas de los partidos que definen las candidaturas nacionales) han habido acusaciones de fraude o de algún tipo de irregularidad, muchas veces no confirmadas y muchas veces sí. Por ejemplo: en 1989, padrones absolutamente desactualizados y leyes electorales stronistas o en 1993, la famosa interna del Partido Colorado en la que se adulteraron los votos -o mejor dicho, el número de votantes- con escandalosa obviedad, a favor de Wasmosy.
Tanto en el ’93 como en el ’99, militares se encontraban en la escena política apoyando explícitamente candidaturas, lo cual no estaba permitido por la ley.
En el 2008, el colorado Castiglioni acusa a la colorada Ovelar, candidata preferida del entonces presidente Duarte Frutos de haber hecho fraude en las internas coloradas.
En el 2013, por primera vez habilitado el voto de las y los migrantes paraguayos que viven en el exterior, se confirmaron reiteradas irregularidades en los padrones, así como una campaña de inscripción a los mismos totalmente adulterada (su vigencia fue reducida, los lugares que cubrió la campaña fueron muy pocos, no se habilitó la información necesario, mal registro de datos de los inscritos) y el TSJE no destinó los recursos necesarios para que se pudiera empadronar a todxs lxs que querían hacerlo.
Pero estas no fueron las únicas «irregularidades» de la democracia paraguaya (y nos referimos al término democracia en un sentido liberal, es decir, entendiéndola como una forma de elegir nuevas autoridades gubernamentales y no en el sentido de democracia social o popular, porque en ese casi, las irregularidades serían muchísimas más).
También se pasó por un intento de Golpe de Estado en 1996, situaciones de poder dual (es decir, poder dentro del gobierno electo y dentro de otro núcleo como el militar o el económico), asesinato de vicepresidente con presidente implicado en el hecho (este fue el caso de la muerte de Argaña con Cubas Grau acusado), represión y muerte a jóvenes que reclamaban se garantice la estabilidad democrática («Marzo Paraguayo»), acefalía y sucesión (como la de 1999) en la que no se volvía a llamar a elecciones, dejando gobiernos vigentes -que aunque legales- no tenían un «regreso» a la legitimidad cero, es decir, al voto popular. Además, como si todo esto fuera poco, el prontuario de ataques a la democracia también incluye un (así llamado) juicio político que violó todos los principios básicos de la defensa jurídica (por no contemplar el principio de inocencia y el tiempo necesario para la legítima defensa) y por esta causa fue ilegal (e inconstitucional, dado que la reglamentación de toda acción jurídica figura en el artículo 17 de la Constitución Nacional vigente desde 1992).
Esto se ha dicho muchas veces, aunque creo que es importante repasarlo: nunca en la historia del Paraguay un color partidario alternó la presidencia con otro de manera pacífica hasta el 2008. Año en el que algo más del 40% de las/los electoras/es eligieron a Fernando Lugo como presidente, encabezando una alianza multipartidaria que incluía partidos de izquierda o centro izquierda, algunos movimientos sociales y a tradicional Partido Liberal Radical Auténtico. Éste último, aliándose con el PUNACE (el partido del recientemente fallecido Lino Oviedo), con el Partido Patria Querida y con el Partido Demócrata Progresista (que también había conformado las filas luguistas) organizar el Golpe Parlamentario de 2012.
Con este historial y en este contexto llegamos a las elecciones de 2013, con un presidente en funciones que asumió tras haber ejecutado el cargo de vicepresidente durante el período presidencial de Fernando Lugo.
En estas elecciones (que también ya han sido acusadas de diferentes tipos de fraude, como compra de votos, secuestro de cédulas, boletas firmadas, sumados al ya mencionado caso de quienes viven en el exterior y desean votar y no pueden), se perfilaron nuevamente dos estructuras tradicionales: por una parte, el Partido Colorado, con amplia mayorías legislativas y con un candidato empresario (acusado de delitos relacionados al narcotráfico) que triunfó en el Ejecutivo (Horacio Cartes); por otra parte, el liberalismo que logró un alto caudal de votos (casi 37% para las perdidas presidenciales y 24% para las legislativas, quedando como primera minoría en el Parlamento) ambos totalmente «sucios» en sus registros financieros y políticos, así como totalmente atados a los procesos del enjuiciamiento del ex presidente.
Nuevamente el Parlamento estará conformado por mayorías de los partidos tradicionales. Estos partidos que permitieron todo el deterioro democrático que se mencionó brevemente más arriba. Los mismos partidos que sostuvieron una dictadura tanto sea por el apoyo explícito al dictador o por «jugar a la fachada democrática» con él. Los mismos dos partidos que planificaron la remoción presidencial de Lugo.
Respecto a las elecciones del 2013, es altísimo el porcentaje de electoras/es que votó a los partidos tradicionales.
Las jornadas tuvieron un nivel de participación promedio, incluso unos puntos porcentuales por encima de la participación del 2008. Es decir, el rechazo a la maniobra golpista de junio de 2012 no se hizo por vía de la abstención.
Los votos nulos y blancos no fueron masivos y escandalosos. Es decir, el rechazo tampoco se hizo mediante la anulación o el impacto masivo del voto en blanco.
Los partidos tradicionales (ANR Y PLRA) condensaron el 83,7% de las votaciones a presidente y si sumamos todos los partidos «golpistas», entonces tenemos casi el 85%. Asimismo, en el senado, estos partidos tuvieron el 72%. Evidentemente, votar opciones paralelas tampoco ha sido la forma de repudiar el golpe.
Es válido destacar que los sectores progresistas con sus 7 senadores (5 del frente Guasu y 2 de Avanza País, ambos desprendimientos del frente que acompañó a Lugo en 2008) se convirtieron en la segunda minoría del congreso, detrás de las 19 bancadas de la ANR y de las 12 del PLRA. Es una buena elección para los grupos que fueron desplazados del poder el año pasado. Podemos encontrar, además, que Avanza país obtuvo más votos en las ejecutivas que en las legislativas. A la inversa sucedió con el Frente Guasú. No es casual que los candidatos de Avanza País para las ejecutivas (Mario Ferreiro) y de Frente Guasú para el Senado (Fernando Lugo) eran personajes mucho más conocidos que los que encabezaban las listas de los mismos partidos para los otros poderes. Esto parecería confirmar que las elecciones (incluso dentro de los partidos progresistas) siguen teniendo una gran cuota de personalismos o caudillismos, que hacen que se vote a los personajes más reconocidos por ser tales (y no necesariamente a su agrupación política por la propuesta programática que este tenga).
Si sumamos las bancadas de la ANR, con las del PLRA, más UNACE, PPQ y PDP (todas las agrupaciones que respaldaron el golpe a Lugo) tenemos que de las 45 bancadas, ellos tienen 37. Contra 8 de los ex luguistas (7 de los frentes ya nombrados y 1 del PEN-Partido Encuentro Nacional, quién también supo aglutinarse bajo el ex obispo ex presidente).
Una cosa queda en claro de todo esto: el Partido Colorado ha sido el ganador absoluto de esta contienda. El PLRA no ha sido (ni siquiera remotamente) el gran perdedor, sino que ha hecho mejor elección que en el año 2003 -a pesar de haber perdido la presidencia- y apenas perdió menos de 3% del caudal de votos en las legislativas de este año (comparadas con las del año 2008). El personalista PUNACE parece estar destinado a desaparecer de la vida política, una vez que desapareció su creador Lino Oviedo.
Es tarea de los partidos de izquierda y progresistas preguntarse por qué el electorado no representó en sus votos, un marcado desprecio por la acción golpista ejercida por los Partidos tradicionales. Hay algo en torno al «discurso de la democracia» que no interpeló a la ciudadanía paraguaya.
Sin masivos votos nulos, sin masivos votos blancos, sin repudio representado en votar otras opciones y sin abstención de participación, estas elecciones cerraron el ciclo del «Golpe Parlamentario» con una sola certeza: los ganadores parecen ser siempre los mismos, dentro de la democracia o fuera de ella.
[1] Magui López, politóloga, se especializa en el estudio de las características de la transición y la democracia en Paraguay (desde 1989 hasta la actualidad). Es miembro del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay (GESP- Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe) y becaria doctoral de CONICET. E-mail: [email protected].
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