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Grecia

De la frustración social a la crisis política bajo Kyriakos Mitsotakis

Fuentes: Al’Encontre

Kyriakos Mitsotakis se jacta regularmente en diversos foros internacionales de que, tras la crisis de 2011-19 y el shock de la pandemia covid, “la economía griega está funcionando mejor que la de la eurozona”.

Esta afirmación no cuenta toda la historia. El presupuesto del Gobierno se basa en una previsión de crecimiento del PIB del 2,2% en 2025. De hecho, esta previsión es superior a las tasas actuales y previstas en la eurozona. Sin embargo, si tenemos en cuenta la mala posición de partida de la economía griega, tras su colapso durante la crisis, probablemente podamos concluir que este crecimiento es demasiado poco y demasiado tarde. Sobre todo, porque estas previsiones ni siquiera son compartidas por los principales socios del Gobierno, ni los cuatro grandes bancos griegos sistémicos, que estiman que el crecimiento en 2025 se situará probablemente en torno al 1,5%.

El Gobierno de derechas está decidido a preservar esta imagen de éxito a toda costa. A pesar de la caída de su partido en las encuestas, Mitsotakis subrayó que cualquier relajación de la austeridad queda en suspenso hasta 2027 (año de las próximas elecciones generales). El ultraneoliberal Kostis Hatzidakis -ministro de Economía, que rechaza a diario todas las reivindicaciones de las y los asalariados, agricultores, –clases medias más modestas, etc.– sigue repitiendo que la recuperación de la economía se producirá “a pasos lentos pero firmes”.

¿Cómo de lentos son estos pasos? Según los datos de Eurostat (2024), ¡el salario medio anual real de los trabajadores y trabajadoras griegos en 2023 seguirá siendo un 19% inferior al de 2009! En el mismo periodo, la inflación ha aumentado un 21%. El poder adquisitivo real de quienes viven de su trabajo se ha esfumado. Grecia ocupa ahora el penúltimo lugar entre los Estados miembros de la UE, justo por delante de Bulgaria. Para volver a los niveles de 2009, sería necesaria una oleada de aumentos salariales y de las pensiones de alrededor del 40%.

Sobre esta base, el Gobierno aboga por medidas adicionales de flexibilidad destinadas a reducir aún más los salarios medios reales. En el momento de escribir estas líneas, el Parlamento está debatiendo una ley crucial sobre el salario mínimo legal, que ha sido impugnada incluso por la oposición moderada. El Gobierno está introduciendo un algoritmo extremadamente complejo que otorgará al ministro de Trabajo de turno el poder de fijar el salario mínimo legal de forma arbitraria. El objetivo de la ley es eliminar la cuestión del salario mínimo –actualmente 830 euros brutos[1]– de las negociaciones entre empresarios y sindicatos, para eliminar el riesgo de conflictos relacionados con huelgas en sectores de bajos salarios que emplean a categorías dinámicas y generalmente jóvenes de la clase trabajadora (por ejemplo, en la mensajería). Pero, como señaló Dimitris Koutsoumbas, Secretario General del Partido Comunista, en un airado discurso ante el Parlamento, el Gobierno está institucionalizando un concepto de salario mínimo que actuará como un imán, atrayendo a categorías cada vez mayores de trabajadores hasta el nivel del salario mínimo, es decir, reduciendo aún más el salario medio.

El panorama de devastación social no se limita a la cuestión salarial. Según datos de Eurostat, en Grecia el porcentaje de hogares que tienen que gastar más del 40% de su renta mensual total sólo para cubrir sus necesidades de vivienda (alquiler, facturas de electricidad y agua) ya ha superado el 50%. El colapso de las escuelas y hospitales públicos ha hecho que el gasto privado en sanidad y educación, en proporción a la renta media, alcance el nivel más alto de todos los Estados miembros de la UE.

La experiencia política actual indica que la devastación social por sí sola no conduce necesariamente a un aumento de la actividad militante. A menudo conduce a la desesperación y al repliegue, al aislamiento de los sectores activos del movimiento con respecto a la población en general. En el período posterior a los años de intensa lucha previos a 2015, las centrales sindicales de los sectores privado (GSEE-Confederación General de Trabajadores Griegos) y público (ADEDY-Confederación de Sindicatos de Empleados Públicos) podrían haber ganado fácilmente un Premio Nobel a la pasividad.

El 20 de noviembre, la GSEE y la ADEDY (¡por fin!) convocaron una huelga nacional. La participación en la huelga y en las manifestaciones fue elevada. Fue un atisbo alentador de lo que podría ocurrir si el aparato del movimiento sindical adoptara una orientación de lucha y coordinación de los sectores más activos. Lo que no es el caso. Las movilizaciones sindicales cotidianas (por ejemplo, en hospitales, escuelas, en el transporte marítimo, mensajería, etc.) son siempre un indicador importante de la evolución de la situación. Sin embargo, será necesario un trabajo serio y persistente por parte de la izquierda organizada -que, al menos por el momento, no ha dado sus frutos- para llegar a un punto en el que la movilización social pueda desafiar eficazmente la política dominante. No obstante, la indignación que crece entre la mayoría de los trabajadores y trabajadoras tiene un significado político.

En las elecciones europeas de junio de 2024, en un contexto de abstención generalizada sin precedentes para la politizada sociedad griega, Nueva Democracia (ND) cayó al 28%, 13 puntos menos que cuando ganó Mitsotakis en las elecciones parlamentarias de junio de 2023 ( 41% de los votos). El líder derechista se vio obligado a reconocer los reveses e incluso admitir que el declive de su partido no era temporal, utilizando la famosa frase: “nuestro 41% ya no existe”. La dirección de ND necesitaba consolidar su influencia electoral si quería reafirmar su centralidad en la formación de cualquier gobierno en futuras elecciones.

La dirección de ND no lo ha conseguido, al menos hasta ahora. En todas las encuestas, Nueva Democracia se sitúa entre el 21% y el 22% o, en el mejor de los casos, se estabiliza en el 27,5%. En otras palabras, sigue por debajo del porcentaje que obtuvo en las elecciones europeas. Si bien es cierto que Mitsotakis dispone de un margen de tiempo hasta 2027, también lo es que las políticas económicas y sociales del Gobierno han convertido el 28% en un techo y no en un punto de partida para el partido gobernante.

Se trata de un problema político estratégico para el régimen en su conjunto. Con un nivel tan alto de apoyo al partido más fuerte, y dada la difícil y polémica relación de ND con los partidos de centro-izquierda, ¿cómo podría formarse el próximo gobierno? O como dice el buque insignia de la prensa burguesa, To Vima: “se ha instalado una crisis política, como un elefante en la habitación”.

En estas condiciones, ya se han avivado las tensiones internas en Nueva Democracia. Mitsotakis se vio obligado a expulsar al ex primer ministro [junio de 2012-enero de 2015] y ex líder del partido [2009-2015] Antonis Samaras cuando este último pidió la destitución del ministro de Asuntos Exteriores, George Gerapetritis, acusándole de “connivencia con los turcos”. Esto ocurrió en una reunión con el ministro turco de Asuntos Exteriores, Hakan Fidan, en Atenas, durante la cual exploraron las posibilidades de una política de diálogo en las relaciones competitivas entre Grecia y Turquía. Antonis Samaras es conocido como el líder del ala de la derecha dura de Nueva Democracia. Se refiere a la tradicional tríada ultraconservadora «Patria – Religión – Familia».

Pocos días después, otro gurú de la derecha, también ex primer ministro [2004-2009] y ex líder de ND [1997-2009], Kostas Karamanlis, rompió momentáneamente su habitual silencio amenazador para declarar su desacuerdo con la expulsión de Anonis Samaras. Karamanlis es un referente para el ala de la derecha del llamado liberalismo social, una corriente que ha estado latente durante años pero que recientemente ha empezado a darse cuenta de que el neoliberalismo desenfrenado del grupo de Mitsotakis está “llevando al partido Nueva Democracia a una crisis histórica”. Está claro que las verdaderas dificultades acechan a los actuales dirigentes de la derecha. ND se ha convertido en una caldera en ebullición y, por el momento, Mitsotakis, con el apoyo significativo de ciertos sectores de la clase dominante y una base mediática militante, está consiguiendo mantener el partido a raya. Pero esta capacidad podría verse pronto limitada.

La expulsión de un ex primer ministro de su propio partido es un acontecimiento sin precedentes en la historia política moderna postdictatorial del país [julio de 1974]. Es en sí mismo indicativo de la fragilidad de las instituciones políticas en las condiciones que prevalecían cuando se crearon. Pero hay otra razón para no subestimar este acontecimiento. A la derecha de Nueva Democracia, se abre un espacio para la extrema derecha. Según los sondeos, ya supera el 20%. Es la suma de tres partidos diferentes, que se diferencian por su énfasis en el nacionalismo, el racismo y el ultraconservadurismo religioso. Hasta hace poco, el peligro que representaban era bastante limitado, porque sus líderes son personalidades caricaturescas fácilmente manipulables. Pero la liberación de Samaras de la ND, la liberación de las peligrosas redes nacionalistas que reforzó dentro y alrededor de la ND, y el viento internacional del auge de la extrema derecha, podrían facilitar las condiciones para una recomposición verdaderamente peligrosa de la extrema derecha. En los periódicos y páginas web de extrema derecha ya ha comenzado la búsqueda de un Meloni griego, lo que demuestra que se han propuesto medirse con el objetivo de participar en el poder gubernamental, rompiendo el tabú creado en 1974, cuando la caída de la dictadura convirtió a la extrema derecha organizada en un paria político.

Comparativamente, la crisis de la oposición de centro-izquierda ha sido cualitativamente superior. Hace un año, tras sucesivas derrotas políticas y electorales, el líder de Syriza, Alexis Tsipras, se vio obligado a dimitir, dejando al partido con alrededor de un 18% de influencia, según las encuestas.

Mediante un procedimiento acelerado, Stefanos Kasselakis, un yuppie –griego-americano, de familia de armadores, que, según sus propias palabras, podría haber sido algún día ministro de Mitsotakis– fue elegido nuevo líder, en un partido que seguía definiéndose como de izquierda radical. En mi opinión, se trataba de otra cínica maniobra táctica de Alexis Tsipras. Quería confiar la inevitable expulsión de los últimos radicales de Syriza a una dirección títere que, una vez expuestas sus debilidades, no tendría más remedio que volver a llamar a Alexis Tsipras para que dirigiera el partido como su salvador.

Pero Stefanos Kasselakis se negó a devolver el regalo que tan inesperadamente había recibido: conservando sus antiguos vínculos con los demócratas estadounidenses, trató de transformar Syriza en un nuevo partido centrista, que sería aún más favorable a las empresas, mucho más amistoso con la OTAN y aún más patriótico (es decir, más alineado con las políticas del imperialismo estadounidense en la región). Las políticas y la inconsistente egolatría del nuevo líder han desesperado a las bases del partido y han sembrado el pánico a su burocracia que, en diversos grados, se ha mantenido leal a Alexis Tsipras. Por decisión del Comité Central, Kasselakis fue destronado y finalmente obligado a abandonar Syriza. Con amplios recursos y el apoyo de algunas poderosas familias navieras griegas, formó un nuevo partido, el Movimiento Democrático, llevándose consigo a varios políticos centristas que previamente habían sido atraídos a Syriza por la oportunista política de apertura de Alexis Tsipras.

Entre los miembros de la izquierda se ha señalado la gran responsabilidad de toda la dirección de Syriza por el fiasco de Kasselakis. En las encuestas actuales, Syriza, bajo la dirección de Sócrates Famelos (antiguo socialdemócrata), tiene una influencia inferior al 8%, mientras que el partido de Kaselakis ronda el 4%. Se trata del fin de una era para Syriza, al menos en lo que respecta al mantenimiento de sus ambiciones políticas en torno a desempeñar un papel protagonista.

El proceso de desintegración de Syriza ha sido un auténtico regalo político para el Pasok. Bajo el liderazgo de Nikos Androulakis –que ha crecido a la sombra del aparato del Pasok desde sus días de estudiante– que sucedió a Fofi Gennimata el 21 de noviembre de 2024, el partido se ha embarcado en una reconstrucción lenta y gradual. En las recientes elecciones internas, Nikos Androulakis obtuvo otra victoria bastante holgada, imponiéndose a la candidata social-liberal más derechista (Anna Diamantopoulou), al competidor más centrista (Pavlos Geroulanos) y al alcalde de Atenas, Harris Doukas, partidario de una rápida reconstitución del centro-izquierda uniendo las fuerzas del Pasok y Syriza. Su estrategia de seguir una vía autónoma para el partido socialdemócrata parece estar dando sus frutos: según los sondeos, el Pasok se sitúa ahora en torno al 20%. Y, tras la escisión del grupo parlamentario de Syriza en noviembre de 2024, Nikos Androulakis se ha convertido en el líder de la principal oposición oficial en el Parlamento. Sin embargo, no son pocos los que, dentro del Pasok, creen que el buen soldado Androulakis, aunque ha demostrado ser adecuado para la fase inicial de la reconstrucción del Pasok, no es capaz de generar una contraofensiva política general por parte de la socialdemocracia con vistas a una victoria electoral y el acceso al Gobierno. En cualquier caso, dentro del centro-izquierda más amplio, el equilibrio de poder se ha desplazado y la iniciativa política se ha transferido a la dirección del Pasok, en detrimento de Syriza, que se enfrenta a una semiparálisis.

Esta evolución también podría servir de regalo al Partido Comunista (KKE). Pero el grupo dirigente en torno a Dimitris Koutsoubas (en el cargo desde abril de 2013) se niega a aceptarlo. En las encuestas, el KKE ha vuelto a rozar el 10%, lo que demuestra que su influencia se ha recuperado del retroceso de 2010-12, cuando su base electoral de apoyo fue devorada por el ascenso entonces radical de Syriza.

Pero el KKE se niega sistemáticamente a utilizar su influencia para tomar iniciativas más audaces que realmente amenazarían las políticas de Mitsotakis. La escuela del reformismo estalinista, a la que se adhiere el KKE, sabe combinar la verborrea izquierdista con una pasividad política que pospone todas las tareas y obligaciones hasta más adelante, cuando el partido se haya hecho más fuerte. El ejemplo más claro es el ámbito crucial de la lucha contra la privatización. El análisis del KKE propaga la idea de que, ya sea bajo control público o privado, las grandes empresas seguirán siendo… ¡capitalistas en cualquier caso! Por lo tanto, se abstiene de cualquier compromiso particular, incluso en aquellos sectores (como los ferrocarriles griegos) en los que el régimen de privatización ha llevado literalmente a su destrucción.

La situación política actual en Grecia está marcada por un periodo de transición. Los profundos cambios económicos y sociales de los últimos 15 años implican cambios radicales, la relación de fuerzas entre los partidos que han dominado la escena durante este periodo y probablemente una transformación más profunda del panorama político general. La dirección de estos cambios se verá ciertamente afectada por la posibilidad de intervención del movimiento de masas desde abajo, pero también por la orientación de la izquierda radical y anticapitalista, que conserva fuerzas significativas. Volveremos sobre este tema más adelante.

Traducción: viento sur___

[1] El 5 de diciembre de 2024, la página web del importante diario To Vima, comentando la promesa del ministro de Trabajo, Niki Kerameos, de aumentar el salario mínimo a 950 euros de aquí a 2027, escribía: “Muchos griegos tienen dificultades para conseguir este salario mínimo. Los salarios llevan años estancados, mientras que la inflación se ha disparado. Aunque el salario mínimo es oficialmente de 830 euros, la subida del elevado índice de precios al consumo significa que el salario mínimo real ronda los 693 euros”. (N de la R.)

Fuente original: https://vientosur.info/de-la-frustracion-social-a-la-crisis-politica-bajo-kyriakos-mitsotakis/