Traducido para Rebelión por Juan Alba Martínez
Tenemos un problema. ¿Cuánta credibilidad tiene el estado italiano? Tras ocho años de guerra en Afganistán hemos gastado mas de 2.500.000.000 euros (más o menos dos presupuestos) y enviado en sucesivos contingentes al menos 10.000 soldados, de los cuales 3.000 siguen actualmente allí y solo 22 de ellos han vuelto a Italia en ataúdes envueltos en la bandera tricolor.
Todo esto porque entre los principales objetivos de la misión está el garantizar la seguridad y una vida tranquila a millones de afganos. Pero, ¿seremos realmente capaces de proteger a 25 millones de afganos de los feroces talibanes, de las balas de los Ak-47 y de los LED cuando en el corazón de Roma, en la estación Ortiense, no somos capaces de proteger a 150 afganos de las ratas, las pulgas y la lluvia y, sobre todo, de preservar su dignidad? El lunes tendrán que vivir el enésimo desalojo.
Calle capitán Bavastro, Roma por la tarde. El aire esta está mojado. La humedad entra en los huesos. En la plaza junto a las vías de los trenes están las caravanas de Medu, los médicos por los derechos humanos, que desde hace tres años se ocupan de los 150 Afganos. Sus tiendas de campaña y sus chabolas están distribuidas en un espacio de tierra situado a mas de diez metros bajo el nivel de la carretera. Alberto, encaramado a la balaustrada, mira hacia abajo en ese agujero y cuenta su angustia. El 23 de octubre la policía llegó para una «operación de limpieza ambiental». Las excavadoras se llevaron la basura pero también sus pocos preciadísimos objetos personales: las mantas con las que se tapaban, las medicinas y la documentación sanitaria. Después llegó la orden de dejar las chabolas en diez días. El plazo concluye el lunes 2 de noviembre. Por eso los voluntarios de Medu (Alberto, Francesca, Maria Rita, Francesco y Mariaud, que acaba de tener un bebé que duerme tranquilo en la caravana) protegen el campamento, sobre todo de noche, cuando hay más posibilidades de que llegue el gobierno con sus luces blancas y su megáfono y los eche.
Ground Zero. Una pancarta blanca da la bienvenida a quien quiera ir a ver cómo se vive cuando se es un refugiado político. «Bienvenidos a nuestra zona cero». En efecto, las fotografías mentales del gran agujero en Manhattan se presentan ante tus ojos en rápidas secuencias. Echan a los afganos para dejar sitio a los cimientos de un gran edificio. Se dirá que es normal, que es propiedad privada. La cuestión es justamente ésta. Medu se dirige a las autoridades, a la administración: «hay que encontrar un lugar alternativo para estas personas». La respuesta, en estricto lenguaje politiquesco, invoca proyectos, procedimientos, ordenanzas. Pero la única vez que comparece el Estado lo hace en uniforme, lo hace para hacer advertencias : «tenéis que iros de aquí». Pero, ¿a dónde van a ir? Al parecer no es un problema del gobierno. Delegar en los particulares, en los ciudadanos, se ha convertido en la norma del Estado. Si no hubiera «particulares» como los voluntarios de Medu, la comunidad de Santo Egidio y algunos otros que se ocupan de proporcionar alimentos a estas víctimas de una guerra que no han elegido ellos, se verían abandonados a su suerte.
Los afganos de Capitan Bavastro. Son mayoritariamente jóvenes, casi adolescentes. Son de etnia pashtun, hazara, tayika. Han viajado mucho huyendo de la guerra. Casi todos llegaron a través de Grecia y muchos de ellos han dejado sus huellas dactilares a la policía griega. Muchos tienen marcas de palizas dejadas en sus cuerpos por la policía de ese país. Son demandantes de asilo político o de permisos de residencia por motivos humanitarios y como tales tienen, deberían tener los mismos derechos de asistencia social que un italiano. Quieren integrarse y trabajar. Quieren que los italianos beban un té con ellos. Maria Rita y Francesca les enseñan italiano durante los fines de semana. A cambio los afganos les enseñan a hacer cometas y pan en el pequeño horno que se han construido.
Los tiempos en los cuales Sandro Pertini abrazaba al pequeño Mustafà liberado de la guerra en Líbano están muy lejos. Hoy, en Roma, Italia, la cuestión del decoro urbano tiene más dignidad que el deber de la hospitalidad y acogida.
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