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Reino Unido

Días de ira

Fuentes: El diario [Imagen: miembros de la extrema derecha protestan en Sunderland, Inglaterra, contra la acogida de refugiados Drik/Getty Images]

Rectos británicos blancos se lanzan a incendiar casas y hoteles, a saquear tiendas, a robar lo que no les pertenece, a herir a quien ningún daño les ha hecho, llevando a sus hijos a aprender el arte de masacrar al diferente mientras hunden sus rodillas en el fango en loa a sus manipuladores. Y la plaga se extiende

Esta vez, tras el fracaso cosechado en los años 30 del siglo pasado, los fascismos se han preparado mejor. Y aun así no es probable que sus guías y agitadores esperaran el éxito que están obteniendo ahora. La ultraderecha ya se ha metido en las instituciones de numerosos países y en la Unión Europea, y ahora se echan a la calle a tomar la injusticia por su mano. Nunca soñarían, imagino, que rectos británicos blancos se lanzaran a incendiar casas y hoteles, a saquear tiendas, a robar lo que no les pertenece, a herir a quien ningún daño les ha hecho, llevando a sus hijos a aprender el arte de masacrar al diferente mientras hunden sus rodillas en el fango en loa a sus manipuladores. Y lo peor es que la plaga se extiende.

Los violentos disturbios de la extrema derecha en el Reino Unido parten del asesinato el 29 de julio de tres niñas en la ciudad costera de Southport, Inglaterra, y la propagación del bulo que atribuyó los crímenes a un solicitante de asilo. Ahí saltó la chispa que prendía sobre miles de litros de gasolina racista dispuesta a arder. Es la misma que anega países enteros. Y tiene a quienes diseminan cerillas de odio irracional en terreno propicio, porque ése es un dato fundamental. 

Se veía venir desde hace tiempo el acceso al poder decisorio de millones de seres incapaces de razonar, sin el mínimo respeto hacia sí mismos y sus semejantes. Tragando bulos descomunales porque refuerza sus absurdas creencias y les hace sentir menos miserables. Porque hace falta cerrar mucho la mente para creerse superiores a otros humanos solo por tener la piel blanca y haber nacido circunstancialmente en un país todavía homologado como de primera clase.

Tan cretinos, en el caso de los británicos adscritos a esas huestes, como para haber sido engañados como párvulos con el Brexit, y volver a caer ahora en una sima si cabe mayor. Les contaron que toda la culpa de sus males era de Europa, los buscaron hasta de casa en casa, y al abandonar la UE la burocracia volvió a exigir visados y documentos de control fronterizo y atascar la salida y entrada de productos. Puede que todo se resumiera en lo que dijo el diputado Jacob Rees- Mogg en los primeros días cuando sus peces se pudrían en sus hangares: “Al menos ahora los peces son mejores y más felices porque son británicos”.

Catorce años de gobiernos conservadores, con algunas estrellas como Liz Truss que se cargó la economía en siete semanas  -apenas las que se tardaron en enterrar a una longeva reina- les han llevado a una debacle completa en servicios esenciales y en cuanto es útil a los ciudadanos. Cambiaron al primer ministro por fin eligiendo a un laborista “de centro”, no dieron vueltas a mucho más.

Esos gobiernos conservadores contaban que la culpa de todo era de los emigrantes, hablaban de “invasión” y los medios contribuían incrustando bulos y retoricas xenófobas de políticos y tertulianos.

Créanme que ver a un -presunto- periodista de la BBC -de ¡la BBC!- calificando a los violentos de extrema derecha de “marcha probritánica” ha sido lo más que podíamos esperar para entender cuanto ocurre. La cadena pública británica era la envidia de la profesión, el modelo a seguir, y ya ven.

En España hemos visto esto muchas veces. Pásense por los países que quieran. Y comprobarán que españoles, americanos, franceses… de los de pata negra, también creen que sus peces moribundos se sienten mejor al ser oriundos del mejor lugar para nacer en la tierra: aquel en el que dio a luz la madre de un “patriota” como ellos.

Y busquen las razones de las crisis que en modo alguno las producen los migrantes que llegaron para tener “un trabajo de negros”, -como dice otro ejemplar de cuidado, Donald Trump- o de cualquiera que tenga la piel distinta de la blanca. Y atiendan al saqueo mayor con el que fuimos pagando los abusos del capitalismo incluyendo sus colosales quiebras.  

Hace falta ser radicalmente imbécil para creer que los políticos ultraliberales como Milei o como Ayuso van a salvar otra cosa que los bolsillos a rebosar de sus patrocinadores. Que la sanidad pública mejora con recortes y privatizaciones o que los ancianos desatendidos hasta la crueldad inapelable en las residencias de Madrid “iban a morir igual”. O que botarates manifiestos que solo dicen mentiras y estupideces van a hacer algo por los ciudadanos.

O para no querer darse cuenta de cómo operan los cómplices del gran timo social. De sus chanchullos, de las precisas acciones de la justicia tuerta y de cómo, en cualquier país ya, los medios corruptos son el mejor aliado de la involución difundiendo consignas y bulos con claro sesgo político e incluso buscando la desestabilización de gobiernos. ¿El de Pedro Sánchez es el peor que le ha pasado a España? ¿En qué país viven y han vivido?

Tertulias nefastas también el Reino Unido. Con ellas se fue al cuerno la información en España. Son demasiadas las que no cumplen otra labor que la de confundir y extorsionar. Inicialmente las tertulias eran el medio más barato para llenar programación -en algunos medios de las TDT ultras cobraban en vales de un gran centro comercial-, después se han revelado como una de las más rentables inversiones para manipular en política.

Y las redes. Quien iba a decirlo, ¿verdad? Con la cantidad de “amigos” virtuales que se acumulan para hablar cuando se quiera y enterarse de todo. De todo lo que quieren que nos enteremos. Pero es que para algo tienen la cabeza los humanos.

Las redes en el punto de mira como difusores de la industria de la desinformación con fines políticos. Agitadores de extrema derecha como Tommy Robinson y Alex Jones usan sus canales de difusión de bulos para orquestar campañas de odio con el apoyo de Elon Musk, informa El País, para explicar como se fraguaron los disturbios en el Reino Unido. El tal Robinson es un prototipo -similar a otros que conocemos- que se considera “informador” cuando sus desmanes múltiples se encuentran en los tribunales. El estadounidense Alex Jones, del canal de bulos de extrema derecha InfoWars, fue incluso condenado por difundir reiteradamente que la matanza de Sandy Hook, con 20 niños asesinados, fue una farsa. 

La extrema derecha se ha trasladado a Internet, donde su voz es más peligrosa que nunca” titula por su parte The Guardian un artículo en el que atribuyen “el resurgimiento de la violencia de extrema derecha en el Reino Unido” en buena parte “a la decisión de Elon Musk de permitir que figuras como Tommy Robinson regresen a la plataforma de redes sociales X”, en palabras de los investigadores. Los agitadores de extrema derecha y sus seguidores están unidos “por redes digitales laxas, activadas por influencias profundamente cínicas –muchas de ellas de fuera del país– y galvanizadas por la desinformación viral en línea procedente de fuentes desconocidas y poco fiables”.

Y cada poco se vuelve a intentar. En todas partes.

Antes la gente se reía de las víctimas -nada inocentes en culpa- del timo de la estampita y similares; ahora les roban su vida y su futuro mostrándoles un falso señuelo y van a muerte tras él. Lo malo es la cantidad de gente inocente que dañan.

Con los gendarmes del mundo averiados, al punto de disparar en Estados Unidos una crisis bursátil mundial por las dudas fundadas de recesión de su economía. Con las bombas pendientes para vengar la extensión que Israel busca del conflicto en el que masacran a diario salvajemente a los palestinos. Y millones de personas sin saber ni donde tienen la cabeza o lo que es mucho peor: para qué les sirve.

Lo cierto es que vivimos días de ira. La manifiestan en violencia quienes desde la extrema derecha la vuelcan con mentiras y contra inocentes. Y se extiende entre quienes ven cada vez más cerca la eclosión del cataclismo sin que nadie corte las vías por las que llega.

Pero, tranquilos, es agosto, media España está de vacaciones si puede y en ciudades como Madrid nos cocemos a 65 º en la Plaza de Callao, 63º en la Plaza Mayor y 54º en la Puerta del Sol según la medición que ha realizado Greenpeace con cámaras termográficas. Son las llamadas “islas de asfalto” y cada vez hay más aquí, al revés que en el resto del mundo. Los mandos de Madrid, votados por mayoría absoluta, no paran de cortar árboles. Pero lo importante es que vuelve a romperse España, dicen.

Fuente: https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/dias-ira_129_11574272.html