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Coronavirus en Guatemala

Distancia física y comunidades solidarias

Fuentes: Rebelión

¿La crisis de salud por la posible propagación del coronavirus saca lo mejor de nosotros mismos o solamente define nuestros contornos? Por ahora gana la segunda opción. 

Al oído de los empresarios: si hoy la opción posible (o la utilizada mayoritariamente) para evitar la expansión del coronavirus es el distanciamiento y la paralización de la actividad económica, no se puede justificar que cientos de miles de trabajadores sean obligados a trabajar, poniendo en riesgo su salud y el de todas las personas cercanas, con tal de no afectar el beneficio empresarial.   

Al oído del gobierno: si su estrategia es la cuarentena preventiva (todavía limitada), su obligación es adoptar medidas para que la población que sobrevive en la economía informal, el día a día, la calle y la socialización como opciones únicas, reciba temporalmente ayuda (a través de cualquier mecanismo) que le posibilite subsistir mientras la epidemia no se expande o se controla.

Ante la disyuntiva de defender la salud y defender la vida versus defender la inversión y la actividad empresarial, los empresarios y finalmente el gobierno optan por esto último, sin rubor y sin preocuparse por maquillar sus incoherencias. Solo así se explica que el ejecutivo -tras anunciar lo contrario- permita la continuación de la actividad de maquilas, call center y otras grandes empresas. Solo así se comprende la ausencia de medidas económicas y sociales de choque que beneficien a sectores empobrecidos.

Plan de emergencia económica o campaña electoral

En Guatemala, el 69.7% de la población ocupada se desempeña en la economía informal; el 23.4% de la población vive en pobreza extrema (39.8% en poblaciones indígenas) y el 59.3% en pobreza; el 46.5% de niñas y niños menores de cinco años sufre desnutrición crónica (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, 2014). Esta es la población más vulnerable a cualquier tipo de enfermedad y crisis, que debería ser prioridad en las políticas económicas y sociales.

El Programa Nacional de Emergencia y Recuperación Económica anunciado el miércoles 18 por el Ejecutivo pasa por encima de esta realidad. Medidas para las empresas (crédito fiscal), leyes que favorecen el comercio y la inversión (leasing, alianzas público-privadas), megaproyectos (Metro Riel, Tren Rápido, zonas francas, nuevos puertos), construcción e infraestructura como motores de crecimiento (vivienda vertical, carreteras). Muchas de las propuestas anunciadas por Giammattei forman parte de su programa de gobierno y de la agenda de competitividad negociada con los empresarios. Muchas de las medidas no responden a la actual emergencia sino al impulso de nichos de acumulación. Su lógica macroeconómica es simple: si la economía crece (aunque sea para los de siempre) nos beneficiamos todas y todos. Socialmente, esta lógica se desmorona: la continuidad de lo que ya veníamos haciendo profundizará las desigualdades existentes.

Una de las contradicciones implícitas en el Programa es que uno de los ministerios más corruptos y contrarios en su actuación al bien común, el Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda, está llamado a ser el abanderado de la supuesta reactivación económica. Otras instituciones de actuar clientelar y transparencia dudosa (Ministerio de Desarrollo Social) se fortalecen en la coyuntura.

Estado al servicio de las élites 

El Estado guatemalteco no está concebido para la garantía del bien común. Funciona históricamente como instrumento al servicio de intereses empresariales (exenciones fiscales, criminalización y judicialización de los movimientos sociales). Hasta ahora, los intentos tímidos de controlar la actividad empresarial durante la crisis han chocado con la resistencia empresarial: el gobierno retrocede y el Estado regresa a sus orígenes, capturado y cautivo por las élites económicas y el pensamiento dominante.


El Estado que piensa en colectivo y actúa para la colectividad es una anomalía histórica. Este Estado (ideal, soñado) que otorga derechos a la mayoría de la población y la empodera para enfrentar la crisis, carece de identidad, recursos, vocación y en la mayoría de los casos, voluntad.

La solidaridad en cuarentena y por ahora confinada 

¿La crisis activa lo mejor de la sociedad, la solidaridad, el apoyo mutuo? Estructuralmente, el modelo de control de la expansión de la pandemia es, por sí mismo, desestructurador. En su artículo Coronavirus o reingeniería social a escala planetaria, Luis Bonilla describe la anormalidad del encierro en el que estamos aceptando vivir (sin negar la necesidad de medidas de prevención): 

«Del terror a viajar se pasa al horror por el contacto humano, como si el vecino, el amigo, la persona que encontramos en el metro, el autobús o la calle fuera un potencial vector, un peligro para nuestra salud. Los cimientos de la vieja sociabilidad de la primera, segunda e incluso de la tercera revolución industrial se ven cuestionados. La deshumanización adquiere una nueva escala y el desencuentro se convierte en un «acto responsable». Se naturaliza el desencuentro humano. Podemos vivir sin estar en contacto con los otros y otras pareciera ser el mensaje que se instala en la civilización humana». 

La comunicadora y feminista boliviana María Galindo se hace eco de la contradicción entre la necesidad de aislamiento y las relaciones colectivas y solidarias: 

«El coronavirus es un miedo al contagio. El coronavirus es una orden de confinamiento, por muy absurda que esta sea. El coronavirus es una orden de distancia, por muy imposible que esta sea. El coronavirus es un permiso de supresión de todas las libertades que a título de protección se extiende sin derecho a réplica, ni cuestionamiento. El coronavirus es un código de calificación de las llamadas actividades imprescindibles, donde lo único que está permitido es que vayamos a trabajar o que trabajemos en teletrabajo como signo de que estamos vivos. El coronavirus es un instrumento que parece efectivo para borrar, minimizar, ocultar o poner entre paréntesis otros problemas sociales y políticos que veníamos conceptualizando. De pronto y por arte de magia desaparecen bajo la alfombra o detrás del gigante. El coronavirus es la eliminación del espacio social más vital, más democrático y más importante de nuestras vidas como es la calle, ese afuera que virtualmente no debemos atravesar y que en muchos casos era el único espacio que nos quedaba. El coronavirus es un arma de destrucción y prohibición, aparentemente legítima, de la protesta social, donde nos dicen que lo más peligroso es juntarnos y reunirnos». 

En Guatemala, la epidemia nos atrapa en un contexto de debilidad de las luchas sociales, a nivel nacional y sobre todo comunitario, en parte agudizada durante el pasado periodo electoral (cooptación, división del campo social). Sin embargo, aunque de forma limitada, los debates y la reflexión se incrementan, al menos en estos temas:  

·       ¿Cómo enfrentamos la crisis y asumimos la distancia física (prefiero este término al de distancia social), buscando al tiempo la rearticulación?

·       ¿Cómo promovemos solidaridad y comunidad, frente al cómodo individualismo y el sálvese quien pueda?

·       ¿Cómo actuamos en la emergencia y lo inmediato, al tiempo que cuestionamos la responsabilidad de las personas y el modelo de desarrollo en la propagación del coronavirus, como alertan entre otros, Alejandro Tena, Silvia Ribeiro o Raúl Zibechi?

·       ¿Cómo difundimos la idea fuerza de una pandemia acelerada por la permanente destrucción de la madre tierra y de los vínculos entre personas y naturaleza, y por tanto la necesidad de recuperar el equilibrio y las relaciones naturales? (ver Mario López, de Asociación Ajkemab, entrevistado por Asociación Maya Uk´ux b´e). En este sentido las cosmovisiones de los pueblos indígenas y las prácticas de resistencia plantean lecciones para la prevención de la crisis. 

En definitiva, estamos pensando cómo recuperar una normalidad que ya no va a ser y no puede ser la misma, si no está construida sobre la comunidad, el equilibrio entre todos los seres vivos y la solidaridad.

Toca redefinirnos y redefinir nuestras márgenes y formas de lucha, para que lo mejor de nosotras y nosotros se ponga al servicio de la emergencia coyuntural y la histórico-estructural.

Lecturas posibles

Coronavirus, agronegocios y estado de excepción. Silvia Ribeiro  

La destrucción de los ecosistemas, el primer paso hacia las pandemias. Alejandro Tena

Epidemia de neoliberalismo. Raúl Zibechi