«Unidos íntimamente por vínculos de naturaleza y de intereses recíprocos, luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos «. Carta de Artigas a Bolívar. 1819 Dentro de América Latina siempre ha sido reconocido el nacionalismo del pueblo mexicano, un estado de ánimo colectivo afincado en razones históricas de bastante peso: hacia 1847 […]
«Unidos íntimamente por vínculos
de naturaleza y de intereses recíprocos,
luchamos contra tiranos que intentan profanar
nuestros más sagrados derechos «.
Carta de Artigas a Bolívar. 1819
Dentro de América Latina siempre ha sido reconocido el nacionalismo del pueblo mexicano, un estado de ánimo colectivo afincado en razones históricas de bastante peso: hacia 1847 Estados Unidos futuro imperio mundial, invade y desmiembra el 55% del territorio de México. ¿Cómo no ser nacionalista con un poder abusivo soplándote diariamente en tu frontera norte? Adicionalmente, esta afincado en la existencia prehispánica de muchos pueblos con un nivel de complejidad y de homogeneidad notable en lo que hoy es la república mexicana.
A su vez el nacionalismo argentino es también muy notable y materia de toda clase de comentarios dispares, los cuales pueden ser aclarados cuando se tiene la oportunidad de compartir con algo de profundidad una charla con un ciudadano (a) argentino (a) del común o tener el placer de sentir la hospitalidad de sus gentes. Pero si los argentinos sienten orgullo por su país, ¿esto no se relaciona con la posición de esta nación al lado de un gigante como Brasil y su pasado como continuidad del imperio portugués?
De su parte ¿el nacionalismo uruguayo no está a su vez cimentado en su calidad de país en medio de dos territorios mucho más poblados y extensos, como un reafirmador de su individualidad?
Realmente el nacionalismo en la región resulta bastante extraño frente al resto del mundo. Este inmenso continente del cual hasta ahora vamos tomando conciencia de sus posibilidades y raíces (a pesar de que hace dos siglos algunos hombres ya lo habían declarado), evidencia ante el resto del mundo una homogeneidad notable en lenguas, concepciones metafísicas de la vida, costumbres, temperamento, esperanzas, debilidades.
En la cultura esto es palpable. Por ejemplo las coordenadas musicales latinoamericanas son bien definidas: la ranchera, el tango, la música andina, la cumbia y la samba, con grandes influencias de ritmos cubanos. El carácter triétnico con los matices propios de cada zona es indiscutible en las melodías que nos resultan familiares.
Y qué decir de la historia, y no solamente la de las batallas y heroicidades del siglo XIX, sino la que aún figura como vivida. A la sazón, el clamor desesperado de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo en Buenos Aires desde aquellos años setenta clamando por el destino de hijos y nietos, tronó en nuestros oídos de la manera en que lo hizo gracias a ser sentido como el lamento común de madres y abuelas en todo el continente (http://www.youtube.com/watch?v=LAP5wlHNPZA). Esto no es algo de poca monta.
Sabemos de sobra, pero en veces lo pasamos por alto, que las actuales divisiones territoriales de América Latina no obedecen a patrones históricos, culturales o étnicos; son meros resultados de las divisiones administrativas al interior del imperio español y entre este y el portugués, basados en a su vez en la dependencia absoluta de las colonias a las metrópolis en Madrid y Lisboa, atendiendo exclusivamente a tales fines.
A partir de allí el imperio británico y luego el estadounidense patrocinando a las ambiciosas oligarquías criollas se ha esforzado por construir y sostener una mitología patriotera acorde con el divide et impera. Nuestros países y su ruidoso aparato estatal la mayoría de las veces sin contenido real, han sido en los hechos camisas de fuerza al servicio de poderes foráneos desde hace doscientos años.
Por ello la unidad nacional en muchas ocasiones se percibe como artificiosa e impuesta en estas latitudes. Esto es muy claro cuando presenciamos la vida cotidiana en Uruguay y Argentina; Perú, Bolivia y Ecuador; Venezuela, Colombia, Panamá y Costa Rica; Centro América y México; el propio Caribe y sus influencias en los países de su cuenca. Matices culturales, acentos son compartidos por varios países en sus fronteras. La impostura de los límites nacionales salta a la vista en muchos casos con sólo recorrer unos metros.
A partir de allí se ha erigido a nuestro rededor ese meloso chauvismo de opereta cuyo principal antipersonaje es una oligarquía arribista, prepotente y despiadada con su pueblo y títere y servil frente al norte, representando estos dos personajes en el escenario cartón piedra de una República Bananera; una obra que, con variaciones y diversos niveles, se continúa representando en agobiadas partes de Nuestra América por estos días.
Empero, el desarrollo de nacionalismo al interior del subcontinente tampoco puede extrañarnos del todo desde el punto de vista antropológico. Es de naturaleza humana el espíritu tribal y la pertinaz creación de grupos humanos donde refugiarse. Más bien los estados nacionales desde medio milenio para acá han planteado una gigantesca extensión de este tribalismo humano. El cual esta aún por ser arraigado con afortunadas consecuencias para el grueso de las poblaciones.
Este espíritu tribal se manifiesta muy vivamente en nuestros más cercanos lugares de la cotidianidad. De un barrio a otro de una gran urbe pueden observarse notables variaciones de comportamientos, no obstante estos se encuentran directamente relacionados con las clases sociales dentro de las cuales se ubican los grupos humanos. Lo cual nos demuestra claramente una vez más que los compartimientos reales en los cuales se dividen las sociedades son de naturaleza política y económica, es decir relacionados fundamentalmente en cómo se reparten los bienes socialmente creados.
De tal forma los chauvinismos si bien tienen explicaciones históricas, en ninguna parte del mundo son más artificiales y manipulados en favor de los intereses de los imperios que en este extremo occidente que es Abya Yala. Al interior de esta región un posicionamiento de este estilo del nacionalismo ensimismado y excluyente por parte de una persona del común resulta como un exabrupto histriónico, y en alguien que se autoestime como defensora de la justicia social, la resistencia a la opresión y la igualdad, irrumpe como contraria a dichos ideales y grotesca en este contexto. No es coherente ser en general de izquierdas, significando esto una conciencia profunda de la hermandad de todos los seres humanos del planeta, y a la par adoptar posiciones de rechazo o minusvalor a los inmigrantes de cualquier continente, y qué decir del propio; es una antinomia.
El ‘nacionalismo revolucionario’ en el contexto latinoamericano no puede existir sin servir de una u otra manera a los beneficios de quienes son ínfima minoría y usurpadores del poder económico en cada nación, los cuales tienen como dogma que su lealtad se encuentra muy lejos del continente, lejos de la chusma.
Es una realidad que los proyectos transformadores que en la región se están produciendo sufren de este problema de estimar que su independencia política puede no tener como pilar fundamental la unidad de los pueblos al sur del Rìo Bravo. Los ampulosos aparatos de propaganda contrarios a cualquier forma de unidad, difunden sin desmayo mensajes donde se pondera un tosco nacionalismo cargado de simbolismo vacìo de contenido en el cual sobresalen la valoración de abstracciones y mitologías que rayan con el culto al sufrimiento humano, con ritos externos y convencionales exagerados. Aquì es pertinente recordar aquella frase de Samuel Johnson: «El patriotismo es el último refugio de los canallas».
Sería tan sólo risible si no significara a la larga una forma de dominación prolongadora de múltiples sufrimientos, como mediáticamente se hace creer que cada nación de este subcontinente es una especie de ombligo del mundo, sin el cual el planeta entero no puede existir, prescindiendo absolutamente del entorno geográfico y cultural. Los medios en su abrumadora mayoría han sido útiles para aislar a los pueblos unos de otros, y a la vez reafirmar la dependencia de las nuevas metrópolis. Son una forma actualizada del tipo de colonialismo padecido hasta el siglo XIX.
Ante una situación como la expuesta, ¿puedo exibir un orgulloso nacionalista cuando mi país no es soberano, depende directamente de alguna o algunas potencias extranjeras, en ál campea una inveterada opresiòn violenta, injusticia social, y es explotado sin provecho local por compañías de ultramar quienes resultan ser los verdaderos dueños de vidas y tierras en donde habito?
Tan grandes divisiones de seres humanos son sospechosas de ser funcionales a la minoría de quienes se apoderan de la riqueza producida por todos; esto es en esta región más ostensible que en cualquier otra parte del planeta.
Tengamos en cuenta como «El poder brota donde quiera que la gente se una y actúe en concierto [i] «.
De esto por estos tiempos en el mundo parece tener cada vez más plena conciencia. Los pueblos de Nuestra América pueden decir mucho al respecto.
Nota:
[i] Hanna Arendt. Sobre la Violencia. Editorial Joaquìn Moritz S.A. México 1970. Pag.48
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