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Ecuador: Un ensayo de lucidez

Fuentes: Quincenario Tintají

Tras la última movilización indígena, surgieron diversas críticas. Unas desde «analistas» que conocen muy poco la realidad indígena y por lo tanto cada vez que hablan de ese movimiento se equivocan porque sus escritorios están demasiado lejos del día a día en las comunidades. Otras desde «dirigentes» de «movimientos sociales» urbanos vinculados a Pachakutik, que […]

Tras la última movilización indígena, surgieron diversas críticas. Unas desde «analistas» que conocen muy poco la realidad indígena y por lo tanto cada vez que hablan de ese movimiento se equivocan porque sus escritorios están demasiado lejos del día a día en las comunidades. Otras desde «dirigentes» de «movimientos sociales» urbanos vinculados a Pachakutik, que esperan la iniciativa indígena para ver si pueden sacar su partido electoral y cuando no pueden hacerlo la critican. Sectores cuya «táctica» y «estrategia» son demasiado enanas como para tener trascendencia política de largo alcance. Movilizan gente para tener mayoría en una asamblea, pero no tienen representatividad como para movilizar más de cuatro personas sosteniendo una pancarta.

En todo caso, más allá de la oportunidad de la acción, de la debilidad de la misma y de la extrema fragilidad de la dirigencia de la CONAIE (no del Ecuarunari) la movilización no significa ninguna derrota para el movimiento indígena. Su capacidad de respuesta ha tenido altos y bajos desde aquel levantamiento del Inti Raymi en 1990.

En marzo de 1999 la movilización indígena fue tardía, detrás de la paralización de los taxistas, y con un despegue similar a la última. Sin embargo, nadie percibió eso por la fuerza de la protesta de los choferes. Ahora como ningún sector urbano, exceptuando medianamente los que integran el Frente Popular pueden movilizar a nadie, la responsabilidad cayó sobre los hombros indios.

A pesar de aquella débil movida de marzo, en julio de 1999 se dio una gran manifestación de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador), y particularmente de los pueblos indígenas que integran Ecuarunari. Seis meses después, en enero de 2000 protagonizaron la movilización que provocó la caída del ex presidente Jamil Mahuad. En esa oportunidad, fueron los indios que llegados a Quito y diversas capitales, despertaron a las ciudades que no se hubiesen movido nunca si el llamado venía de «movimientos sociales» urbanos.

En las elecciones de 2000 Paco Moncayo en la Alcaldía de la ciudad de Quito, y René Yandún en la Prefectura de la provincia de Carchi sacaron partido del levantamiento de enero triunfando en las elecciones. Pachakutik y el movimiento indígena aumentaron considerablemente sus alcaldes y prefectos. En Quito y Pichincha, como había ocurrido en 1998, cuando quienes negociaron las alianzas aceptaron colocar a Cesar Montúfar como primer candidato a diputado por la provincia, el movimiento indígena como tal tuvo poca participación en la articulación electoral gestada. En el mismo año 2000 hubo dos intentos de levantamiento que no prosperaron debido al desprestigio de Antonio Vargas, uno de los principales responsables del descalabro direccional de la CONAIE. Sin embargo, en enero-febrero de 2001 surgió desde las bases que sobrepasaron a Vargas un gran levantamiento, y fue la primera vez que la FEINE (Federación Ecuatoriana de Indígenas Evangélicos), FENOCIN (Federación Nacional de Organizaciones Campesinas Indígenas y Negras) y otras organizaciones más pequeñas fueron junto a la CONAIE. La llegada india a Quito tuvo apoyos individuales, porque los «movimientos» urbanos volvieron a estar ausentes. En las elecciones de 2002 para diputados por Pichincha, Pachakutik aceptó colocar a Ricardo Ulcuango (ex presidente de Ecuarunari y ex vicepresidente de la CONAIE) detrás de Ximena Bohorquez que no representaba ni a su familia. Obviamente Ulcuango tuvo mucha más votación que la actual primera dama. Nuevamente se vio la incapacidad de cierta «dirigencia» de Pachakutik de analizar el escenario político y sumar el apoyo de Cayambe al que tiene el movimiento indígena desde sectores urbanos que lo ven como un posible articulador de las luchas sociales. Un respaldo que se debe a la propia lucha indígena y no tiene nada que ver con el trabajo de algún «movimiento» urbano, como quedó demostrado en un sondeo realizado por Tintají según el cual los representantes de esos sectores desvinculados del paraguas indígena tendrían muy poquitos votos.

Luis Macas comentaba la semana pasada en Radio La Luna de Quito que el movimiento indígena debe retomar su proceso histórico y su proyecto político y si es necesario dejar de participar electoralmente debía hacerlo. Así de drástico. Algunos jóvenes van más lejos y proponen que para hacer un llamado de atención sobre una democracia que no brinda participación y una izquierda fraccionada y sin horizonte, se debería votar masivamente nulo.

Como decía el Premio Nobel de Literatura, José Saramago, a propósito de su ultimo libro, Ensayo sobre la lucidez, un 25 por ciento de votos blancos (o nulos) provocaría un remezón en una democracia social y políticamente coja, y en una izquierda y centro izquierda social y políticamente ciega. Un 25 por ciento de votos nulos en la ciudad de Quito, en la provincia de Pichincha o cualquier localidad podría transformarse en un hecho político trascendente, e incluso revolucionario. Un acto de participación democrática de una sociedad que no se siente representada. Podría significar un ensayo de lucidez.