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La tarea del Gobierno griego es prepararse para la proxima crisis financiera

El apocalipsis griego

Fuentes: Página 12

El tratamiento que la Unión Europea da a Grecia no es tecnocrático, sino político en su estado más puro, incluso en contra de sus intereses económicos. No hay salida fácil. El milagro de Syriza y el riesgo para la izquierda.

Cuando mi breve ensayo sobre Grecia El coraje de la desesperación (publicado el 25 de julio en Página/12) fue reeditado en la revista estadounidense In These Times, después del referéndum, su título fue cambiado a «Cómo Alexis Tsipras y Syriza manipularon a Angela Merkel y los eurócratas». Aunque creo que aceptar efectivamente los términos de la Unión Europea (UE) no fue una derrota fácil, estoy muy lejos de tener una visión tan optimista. La inversión del No del referéndum al Sí a Bruselas fue un verdadero impacto devastador, una catástrofe demoledora y dolorosa. Más precisamente, fue un apocalipsis en ambos sentidos de la palabra, la habitual (catástrofe) y la original literal (revelación): el antagonismo básico, el punto muerto de la situación estaba claramente revelado.

Muchos comentaristas de izquierda (Habermas incluido) se equivocaron al leer el conflicto entre la Unión Europea (UE) y Grecia como el conflicto entre la tecnocracia y la política: el tratamiento de la UE a Grecia no es tecnocrático, sino político en su estado más puro, incluso en contra de sus intereses económicos (como lo aseguró claramente el Fondo Monetario Internacional, un verdadero representante de la fría racionalidad económica, que declaró inviable el plan de rescate). En todo caso, era Grecia la que representaba la racionalidad económica y la UE la que representaba la pasión política ideológica. Después que los bancos griegos y Bolsa reabrieron, hubo una tremenda fuga de capitales y una caída de las acciones que no fueron principalmente una señal de la desconfianza en el gobierno de Syriza, sino la desconfianza de las medidas impuestas por la UE, el claro brutal mensaje que (como estamos acostumbrados a decirlo en términos animistas) el capital mismo no cree en el plan de rescate de la UE. (Y, por cierto, la mayor parte del dinero dado a Grecia va a los bancos privados occidentales, lo cual significa que Alemania y otras potencias de la UE están gastando el dinero de los contribuyentes para salvar a sus propios bancos, que cometieron el error de dar préstamos incobrables. Por no hablar del hecho de que Alemania se benefició enormemente con la huida del capital griego de Grecia a Alemania.)

Cuando Varoufakis justificó su voto en contra de las medidas impuestas por Bruselas, comparó el tratado con el Tratado de Versalles, que fue injusto y albergaba una nueva guerra. Aunque su paralelo es correcto, yo preferiría otro, el tratado de Brest-Litovsk entre la Rusia soviética y Alemania a principios de 1918, en el que, para consternación de muchos de sus partidarios, el gobierno bolchevique cedió a las indignantes demandas de Alemania -es verdad que se retiraron, pero eso les dio un respiro para fortalecer su poder y esperar. Y lo mismo pasa con Grecia hoy en día: no estamos al final, la retirada griega no es la última palabra por la sencilla razón de que la crisis golpeará de nuevo, en un par de años, si no antes, y no sólo en Grecia. La tarea del gobierno de Syriza es prepararse para ese momento, para ocupar pacientemente posiciones y planear opciones. Mantener el poder político en estas condiciones imposibles, sin embargo, proporciona un espacio mínimo para la preparar el terreno para la acción futura y para la educación política.

Ahí reside la paradoja de la situación: si bien el plan de rescate no va a funcionar, no hay que ponerse nervioso y abandonar sino seguir hasta la próxima explosión -¿por qué? Por la obvia falta de preparación de Grecia para el Grexit- no había Plan B para saber cómo hacer esta muy difícil y compleja operación. Hasta ahora, el gobierno de Syriza operaba sin controlar realmente el aparato del Estado con sus dos millones de empleados: la policía y el Poder Judicial pertenecen en su mayoría a la derecha política, la administración es parte integrante de la máquina clientelista corrupta, etc. Y es precisamente en esta vasta maquinaria estatal que uno tendrá que depender en el caso de la inmensa obra de Grexit. (Nosotros deberíamos también tener en cuenta que Grexit era el plan del enemigo, incluso hay rumores de que Schauble, el ministro de Finanzas alemán, ofreció 50 mil millones de euros a Grecia si dejaba la zona euro.) Lo que hace que al gobierno de Syriza tan preocupante es precisamente el hecho de que es el gobierno de un país dentro de la Eurozona. La vehemencia con la que se le ha opuesto se debe precisamente a la existencia de Grecia en la Eurozona. ¿A quién le importaría realmente, llegar al poder en un pequeño país con el dracma como su moneda?

¿Qué espacio de maniobra tiene el Gobierno de Syriza cuando se ve reducido a promulgar la política de su enemigo? (N. de la Ed. este artículo fue escrito antes de la renuncia de Tsipras.) ¿Debería dimitir y convocar a nuevas elecciones en lugar de impulsar una política opuesta directamente a la de su programa? Tal medida es muy fácil, es en última instancia una nueva versión de lo que Hegel llamaba el Alma Hermosa. Como dijo Etienne Balibar, más que nada Syriza necesita ganar tiempo, y las potencias de la UE están haciendo todo lo posible para privar de tiempo a Syriza -tratan de arrinconar a Syriza, forzando una decisión rápida: capitulación completa o Grexit. ¿Tiempo para qué? No sólo para prepararse para la próxima crisis. Siempre debemos tener en cuenta que la tarea básica del Gobierno de Syriza no es ni el euro ni el ajuste de cuentas con la UE, sino, sobre todo, la reorganización radical de las largamente corruptas instituciones políticas y sociales de Grecia: el extraordinario problema que enfrenta Syriza -que no sería enfrentado por ningún otro partido político en el Gobierno- es el de reformar los marcos institucionales internos bajo un asalto institucional externo (como la propia Alemania lo hizo a principios de 1800 bajo la ocupación francesa).

El problema que Grecia enfrenta ahora es el uno de «gobernabilidad de izquierda»: la dura realidad de lo que significa para la izquierda radical gobernar en el mundo del capital global. ¿Qué opciones tiene el Gobierno? Los candidatos obvios -simple socialdemocratización, Estado-socialismo, abstinencia de Estado y dependencia de los movimientos sociales-, obviamente, no son suficientes. La verdadera novedad del Gobierno de Syriza es que es un evento gubernamental, la primera vez que una izquierda radical occidental (y no al viejo estilo comunista) tomó poder del Estado. Discursos enteros tan queridas por la Nueva Izquierda, como el de actuar por fuera del Estado, tienen que ser abandonados: uno tiene que asumir heroicamente la plena responsabilidad del bienestar de todo el pueblo y dejar atrás la actitud crítica básica de la izquierda de encontrar una perversa satisfacción en brindar explicaciones sofisticadas de por qué las cosas tenían que tomar un giro equivocado.

La elección que el Gobierno Syriza enfrentaba es una real elección difícil que no debería ser tratada en términos pragmáticos brutales, no es una gran elección de principios entre el acto verdadero y la traición oportunista. Las acusaciones al Gobierno Syriza de «traición» están hechas para evitar la verdadera gran pregunta: ¿cómo enfrentar al capital en la forma que tiene hoy? ¿Cómo gobernar, cómo dirigir un Estado, «con la gente»? Es muy fácil decir que Syriza no es sólo un partido de gobierno, sino que tiene sus raíces en la movilización popular y los movimientos sociales: Syriza es una coalición contradictoria floja en sí misma, e internamente antagónica del pensamiento y la práctica de izquierda, muy dependiente de la capacidad de los movimientos sociales de todo tipo, totalmente descentralizada y conducida por el activismo de las redes de solidaridad en un amplio campo de acción a través de líneas de conflicto de clase, de género y del activismo sexual, temas de inmigración, movimientos antiglobalización, defensa de derechos civiles y humanos, etc». Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿cómo afecta o debería afectar las prácticas de gobierno esta confianza en la autoorganización popular?

En su «Grecia ha sido traicionada», Tariq Ali escribió: «A principios de mes estaban celebrando el voto No». Estaban dispuestos a hacer más sacrificios, a arriesgar sus vidas fuera de la Eurozona. Syriza les dio la espalda. La fecha 12 de julio 2015, cuando Tsipras llegó a un acuerdo con la UE, se convertirá en el tristemente célebre el 21 de abril de 1967. Los tanques han sido sustituidos por los bancos, como Varoufakis dijo después de ser nombrado ministro de Finanzas. «Considero este paralelismo entre 2015 y 1967 convincente pero a la vez profundamente engañoso. Sí, tanques riman con los bancos (tanks-banks en inglés), lo que significa: Grecia está ahora de facto bajo la ocupación financiera, con su soberanía severamente reducida, todas las propuestas del Gobierno tienen que ser aprobadas por la troika antes de su presentación al Parlamento, no sólo decisiones financieras, sino incluso datos bajo control extranjero (Varoufakis no tuvo acceso a los datos de su propio ministerio, ahora es acusado de traición por intentar hacerlo), y, para colmo de males, en la medida en que el Gobierno democráticamente elegido obedece estas reglas, proporciona voluntariamente una máscara democrática a este dictado financiero. (En cuanto a las acusaciones recientes contra Varoufakis por traición, muestran obscenidad en su estado más puro: mientras miles de millones desaparecieron en las últimas décadas, y el Estado dibujaba informes financieros, la única persona acusada fue el periodista que hacía públicos los nombres de los propietarios de cuentas ilegales en bancos extranjeros, pero ahora se lo acusa a Varoufakis sin más con un pretexto ridículo. Si hay un auténtico héroe en toda la historia de la crisis griega, es Varoufakis.)

¿Debe entonces arriesgarse el Grexit? Estamos confrontando aquí la tentación «evental» (concepto de Alain Badiou), la tentación, en una situación difícil, de llevar a cabo el acto de locura, de hacer lo imposible, de asumir el riesgo de irse cualquiera sean los costos, con la lógica subyacente de que «las cosas no pueden ser peores de lo que son ahora.» El problema es que ciertamente se pueden poner peor, hasta explotar en una crisis social y humanitaria completa. La pregunta clave es: ¿existió realmente una posibilidad objetiva de un acto emancipador adecuado para aprovechar todas las consequencias político-económicas del No del referéndum? Cuando Badiou habla de un evento emancipatorio, siempre enfatiza que un hecho no es un evento en sí mismo, que sólo se convierte en uno con carácter retroactivo, a través de sus consequencias, a través de la dura y paciente «obra de amor» de los que luchan por ella, que son fieles a la misma. Por lo tanto uno debería abandonar («deconstruir», incluso) el tema de la oposición entre la marcha «normal» de las cosas y el «estado de excepción» caracterizado por la fidelidad a un acontecimiento que interrumpe la «normal» sucesión de las cosas. En un suceder normal de las cosas la vida continúa, siguiendo su inercia, estamos inmersos en nuestras preocupaciones y rituales diarios, y entonces algo sucede, algo, un despertar, la versión secular de un milagro (explosión social emancipadora, encuentro de amor traumático …); si optamos por la fidelidad a este evento, toda nuestra vida cambia, nos comprometemos con la «obra de amor» y nos esforzamos para inscribir el Evento en nuestra realidad; en algún momento, entonces, la «evental» secuencia de acontecimientos se agota y volvemos al normal flujo de las cosas… Pero, ¿qué pasaría si el verdadero poder de un evento se midiera precisamente por su desaparición, cuando el evento se borra en su resultado, en el cambio de la vida «normal»? Tomemos un evento sociopolítico: lo que queda de él al final, cuando se agota su energía extática y las cosas vuelven a la «normalidad», ¿cómo es esta normalidad diferente de la normalidad pre «evental»?

Así que, volviendo a Grecia, es fácil contar con el gesto heroico de prometer sangre, sudor y lágrimas, para repetir el mantra que la política auténtica significa uno no debe permanecer dentro de los límites de la posible, sino arriesgar lo imposible, pero ¿qué implicaría esto en el caso de Grexit? En primer lugar, no olvidemos que el referéndum no era ni sobre el euro (el 75 por ciento de los griegos prefieren quedarse en el euro), ni sobre la permanencia en la UE o no. La pregunta era: «¿Quieres que esta situación continúe o no?» Por lo tanto, el resultado no puede ser leído como una señal de que el pueblo griego está dispuesto a soportar sacrificios y más sufrimiento para hacer valer su soberanía. El No fue un No a su situación continuada, que era la situación de austeridad, pobreza, etc. Era una demanda de una mejor vida, no una preparación para más sufrimiento y sacrificio. (Por lo general, el postulado «disposición para un inmenso sufrimiento» es extremadamente problemático.) En segundo lugar, en el caso de Grexit, el Estado griego no se vería obligado a cumplir una serie de medidas (nacionalización de los bancos, impuestos más altos, etc.) que son simplemente el renacimiento de la vieja soberanía política económica nacional estatal-socialista. No tengo nada en contra de ese tipo de política, pero ¿funcionaría en las condiciones específicas de la Grecia de hoy, con su aparato estatal ineficiente y siendo parte de la economía global? Estos son los tres puntos principales del plan de la Plataforma de Izquierda antiausteridad, que enumeran una serie de medidas «absolutamente manejables»:

1) La reorganización radical del sistema bancario, su nacionalización bajo control social y su reorientación hacia el crecimiento.

2) El rechazo total de la austeridad fiscal (superávit primarios y presupuestos equilibrados) con el fin de abordar con eficacia la crisis humanitaria, cubrir necesidades sociales, reconstruir el Estado social, y sacar a la economía del círculo vicioso de la recesión.

3) La implementación de los primeros procedimientos que conduzcan a la salida del euro y la cancelación de gran parte de la deuda. Son decisiones absolutamente manejables que pueden llevar a un nuevo modelo económico orientado hacia la producción, el crecimiento y el cambio en el equilibrio de fuerzas sociales en beneficio de la clase obrera y el pueblo.

Más dos especificaciones adicionales:

La elaboración de un plan de desarrollo basado en la inversión pública, pero que también permitirá la inversión privada en paralelo. Grecia necesita una nueva y productiva relación entre los sectores público y privado para entrar encaminarse hacia el desarrollo sostenible. La realización de este proyecto será posible una vez que se restablezca la liquidez, combinada con el ahorro nacional.

Recuperar el control del mercado interno de los productos importados revitalizará y mejorará el papel de las pequeñas y medianas empresas, que siguen siendo la columna vertebral de la economía griega. Al mismo tiempo las exportaciones se verán estimuladas por la introducción de la moneda nacional.

Es difícil de ver en todo esto nada más que el juego habitual de medidas intervencionista del Estado: el retorno a la moneda nacional, la impresión de dinero, la financiación de grandes obras públicas, apoyo a la industria nacional… Tales medidas, bien calibradas, pueden funcionar, pero ¿funcionarían en la Grecia de hoy, con una enorme deuda externa de individuos privados y empresas (que no se puede cancelar), una economía plenamente integrada con y dependiente de Europa Occidental, dependencia que incluye exportaciones de alimentos, de productos industriales y de insumos médicos? En otras palabras, ¿dónde, en qué «afuera» se encontraría Grecia? ¿En el «afuera» de Bielorrusia y Cuba? Como Paul Krugman escribió hace poco, uno tiene que admitir que nadie sabe realmente lo que serían las consequencias del Grexit, es un territorio desconocido. Sin embargo, una cosa es clara: «Grexit es un nombre para nada menos que la política de independencia nacional», por lo que no es de extrañar algunos partidarios de la Plataforma de Izquierda incluso recurran a la extremadamente problemática y (para mí) totalmente inaceptable autocaracterización «populismo nacional». (Por cierto, uno tiene que rechazar ambos mitos optimistas, el mito Plataforma de Izquierda de que hay una manera claramente racional de hacer el Grexit y traer una nueva prosperidad, así como el mito opuesto, defendido por, entre otros, Jeffrey Frankel, de que, si cumple fielmente el plan de rescate, Tsipras puede convertirse en un nuevo Lula.)

Así que ahora la elección no es simplemente «Grexit o capitulación»: el Gobierno de Syriza se encuentra en una situación única, obligado a hacer lo que le es opuesto. Persistir en una situación tan difícil y no dejar el campo es coraje verdadero. El enemigo del Gobierno Syriza ahora no es principalmente la Plataforma de Izquierda, sino los que toman «sinceramente» la derrota y quieren jugar la carta de la UE. Este peligro resulta claro cuando uno toma en cuenta el efecto de la capitulación en Syriza: la capitulación des-radicalizó a los que se quedaron en los ministerios, con el resultado de que o bien son incapaces o no desean (para no alterar a la troika) planear la próxima ruptura. Además, la troika los manteniene como conejillos de Indias en una rueda giratoria, haciéndolos correr más rápido y más rápido para implementar sus medidas tóxicas. Han sido cooptados en cuestión de días y son incapaces de planear nada de eso.

Por último: en este punto, y de manera crucial, la troika está hábilmente imponiendo al Gobierno legislación que agranda y afianza aún más sus propios feudos dentro del Estado. Por lo tanto, las unidades recaudadoras de impuestos han sido absorbidas por la Secretaría General de Ingresos Públicos (que como ya expliqué, es manejada por la troika) y por lo tanto el Gobierno no tiene instrumentos a su disposición para combatir la evasión fiscal por parte de los oligarcas. Lo mismo ocurre con las privatizaciones. La troika está estableciendo nuevos «órganos» que controla totalmente.

¿Queda alguna esperanza? El verdadero milagro de la situación, y una de las pocas fuentes de esperanza modesta, es que, a pesar de la capitulación ante Bruselas, parece que alrededor del 70 por ciento de los votantes griegos todavía apoyan el Gobierno Syriza. Y la explicación es que la mayoría percibe que el Gobierno de Syriza está haciendo lo correcto en una situación imposible.

Hay un riesgo de que la capitulación de Syriza llegará a ser solamente eso y nada más, permitiendo el completo reingreso de Grecia a la UE como un humilde miembro en quiebra, de la misma manera que existe un riesgo de que el Grexit se convierta en una catástrofe a gran escala. No existe una clara respuesta a priori aquí, cualquier decisión sólo puede ser retroactivamente justificada por sus consequencias. Lo que uno debiera temer no es sólo la perspectiva de más sufrimiento por parte del pueblo griego, sino también la perspectiva de otro fiasco que desacreditará a la izquierda en los próximos años, mientras que los izquierdistas sobrevivientes argumentarán cómo su derrota demuestra una vez más la perfidia el sistema capitalista.

Slavoj Zizek, Filósofo y crítico cultural, es profesor en la European Graduate School, director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities (Universidad de Londres) e investigador senior en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana. Su obra Menos que nada, Hegel y la sombra del materialismo dialéctico (Ediciones Akal) se publicará en septiembre de este año.

Traducción: Celita Doyhambéhère

Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-279805-2015-08-21.html