El presidente francés Emmanuel Macron tiene aspiraciones napoleónicas y, como su antecesor Luis Bonaparte, el presidente que después se hizo nombrar emperador, pasa continuamente por sobre su primer ministro, sus ministros y la Asamblea Nacional con una actitud decisionista, bonapartista, casi dictatorial. Sin consultar a nadie acaba de poner a Francia como «aliada eterna de […]
El presidente francés Emmanuel Macron tiene aspiraciones napoleónicas y, como su antecesor Luis Bonaparte, el presidente que después se hizo nombrar emperador, pasa continuamente por sobre su primer ministro, sus ministros y la Asamblea Nacional con una actitud decisionista, bonapartista, casi dictatorial.
Sin consultar a nadie acaba de poner a Francia como «aliada eterna de Estados Unidos», durante la vergonzosa visita de Donald Trump y, para completar la medida, también la puso «eternamente» del lado de Israel con el pretexto del reconocimiento de la responsabilidad del Estado francés en la deportación y muerte en los campos de concentración nazis de miles de niños judíos reunidos en el Velódromo de Invierno parisino durante el régimen colaboracionista y fascista del mariscal Pétain.
Ahora recorta al ejército 850 millones de euros (cerca de 17 mil millones de pesos mexicanos), al mismo tiempo que le demanda mayor empeño en África, Siria e Irak donde combate, y en el territorio metropolitano, donde realiza tareas policiales de gran envergadura.
El jefe de Estado Mayor, general Villiers, un aristócrata, con un lenguaje de cuartel propio de un sargento, declaró que no «lo cogerían tan fácilmente» y se opuso a los recortes que todos los gobiernos vienen haciendo desde hace un cuarto de siglo. Inmediatamente fue sustituido por un general prestigioso pero no «político». Pero eso no solucionó el problema de la insatisfacción en los altos mandos franceses no sólo por la reducción de los fondos sino también por la declaración de amistad eterna a EE.UU que desde hace rato está haciendo todo lo posible para reemplazar a Francia como potencia en África y Oriente Medio.
Es notable, en efecto, la protesta de las diversas oposiciones en la Asamblea Nacional. El puñado restante de socialistas, heridos porque Villiers había sido nombrado por Hollande, critican los procedimientos. Mélenchon, desde el punto de vista de la izquierda, se opone al decisionismo y al bonapartismo que impregnan la historia de Francia desde la Revolución de 1789 y que, además, están presentes en todos los gobiernos modernos (y si no, que lo digan Angela Merkel, May, Renzi, Trump). Marine Le Pen, en cambio, condena violentamente la pérdida de grandeur y de peso militar. Es evidente que cada partido buscará «su» general, «su» experto y vocero en las Fuerzas Armadas y que eso hace correr el riego de que éstas funcionen, en sus mandos, en una especie de estado de asamblea. Ahora bien, en todas partes del mundo los militares deliberando son siempre dañinos y peligrosos porque tienen tendencia a querer decidir y no faltan en Europa ejemplos recientes de esa manía, como el de los alzamientos franquista y salazarista, en España y Portugal, el de los coroneles griegos, el fracasado golpe italiano en los setenta o el turco de Erdogan.
Francia es una potencia nuclear relativamente pequeña si se la compara con China, con Rusia o con Estados Unidos. Con sus cabezas nucleares estimadas en 300 está al mismo nivel de Israel. Si quiere no alejarse demasiado de sus grandes competidores estadounidense y ruso, que están modernizando sus arsenales nucleares, debe invertir en el rearme nuclear, que es tan fundamental en la doctrina militar gollista de la force de frappe (fuerza de choque).
La reducción de los fondos militares implica que el ejército de tierra y el del aire deberán acabar o antes posible con el terrorismo y el golpismo en las ex colonias francesas, lo cual es utópico, si quiere impedir que Estados Unidos conquiste uno tras otro esos países francófonos continuamente necesitados de ayuda económica, militar y alimentaria que Francia no puede brindarles. De ahí el descontento de los oficiales, apretados entre la competencia de Washington en África y en Oriente Medio (Líbano, Siria) y la imposibilidad de modernizar su artillería nuclear táctica y estratégica.
En las Fuerzas Armadas francesas siempre ha existido un ala muy reaccionaria (el general Cavaignac en 1848, los asesinos de los sobrevivientes de la Comuna de París, los antisemitas del antidreyfusismo, los que apoyaron al régimen de Pétain y colaboraron con los nazis, los de la OAS en Argelia que quería lanzar paracaidistas sobre París y tomar el poder para evitar perder la colonia argelina). Esos individuos y grupos podrían sostener al lepenismo en las próximas luchas sociales y contra la presión de la Unión Europea ya que el propio Jean Marie Le Pen, torturador en Argelia, es uno de ellos.
El estado deliberativo instaurado entre los altos mandos provocado por la medida dispuesta por Macron y agravado por el hecho de que el ministro de Defensa es una mujer podría reforzar ese sector antisocialista y racista. Por último, la retirada del Reino Unido de la Unión Europea aumenta el peso político de las Fuerzas Armadas francesas, que son la principal fuerza militar de la U.E. y, como potencia continental, no pueden ignorar a Rusia sobre todo cuando, a diferencia de lo que dice Macron, tienen roces con Washington y no «una alianza eterna».
Macron, además, enfrenta a los notables de los municipios, las regiones y los departamentos, a los cuales pide recortes que éstos se niegan a otorgar, en particular el impuesto a la vivienda, del cual obtienen el 37 % de sus ingresos las alcaldías. También aquí ha abierto un frente de lucha prematuro en vísperas del gran conflicto con los trabajadores.
La concentración del poder parece llevarle a concentrar toda la pólvora debajo de su sillón. Eso no es sabio ni seguro.