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El arte de la provocación

Fuentes: Editorial de Le Monde Diplomatique

Un Estado que, sin ningún motivo real, denuncia un acuerdo internacional de desarme que negoció durante mucho tiempo, ¿puede a continuación proferir una amenaza de agresión militar a otro Estado signatario? ¿Puede ordenar a los demás países que se alineen con sus posiciones caprichosas y bélicas porque, en caso contrario, también sufrirán sanciones exorbitantes? Cuando […]

Un Estado que, sin ningún motivo real, denuncia un acuerdo internacional de desarme que negoció durante mucho tiempo, ¿puede a continuación proferir una amenaza de agresión militar a otro Estado signatario? ¿Puede ordenar a los demás países que se alineen con sus posiciones caprichosas y bélicas porque, en caso contrario, también sufrirán sanciones exorbitantes? Cuando se trata de Estados Unidos, la respuesta es «sí».

En resumen, carece totalmente de utilidad perder el tiempo estudiando las razones esgrimidas por la Casa Blanca para justificar su escalada contra Irán. Podemos suponer que John Bolton, asesor de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump, y Michael Pompeo, secretario de Estado, han confiado a los diplomáticos y a los servicios de inteligencia estadounidenses una misión del tipo: «Buscad pretextos, yo me encargo de la guerra».

A Bolton no le falta experiencia ni constancia. En marzo de 2015, cuando su fanatismo a favor de la invasión de Irak menoscabó su influencia, publicó en The New York Times una tribuna titulada: «Para detener la bomba iraní, hay que bombardear Irán». Tras haber asegurado que Teherán nunca negociaría el final de su programa nuclear, concluía: «Estados Unidos podría realizar un minucioso trabajo de destrucción, pero solo Israel puede hacer lo que es necesario. (…) El objetivo será el cambio de régimen en Teherán» (1).

Unos meses más tarde, todas las grandes potencias, incluyendo a Estados Unidos, firmaban un acuerdo nuclear con Irán. Según el Organismo Internacional de Energía Atómica, Teherán respeta escrupulosamente sus términos. Sin embargo, Bolton no da su brazo a torcer. En 2018, superando las posiciones belicistas del Gobierno israelí y de la monarquía saudí, insistía más que nunca en su «cambio de régimen»: «La política oficial de Estados Unidos -escribía- debería ser el final de la revolución islámica iraní antes de su cuarenta aniversario. Limpiaría la deshonra de haber tenido a nuestros diplomáticos retenidos como rehenes durante 444 días. Y esos antiguos rehenes podrían cortar la cinta durante la inauguración de una nueva embajada en Teherán» (2).

El actual presidente de Estados Unidos hizo campaña contra la política de «cambios de régimen», es decir, de las guerras de agresión estadounidenses. Así pues, no siempre lo peor es cierto, o al menos todavía. No obstante, la paz debe de ser muy frágil para que parezca depender así de la capacidad de Trump para controlar a los asesores enfurecidos que ha elegido. Al asfixiar económicamente a Irán con la colaboración de las capitales y de las grandes empresas occidentales (presionadas y sumisas), Washington asegura que su embargo obligará a Teherán a capitular. En realidad, Bolton y Pompeo no ignoran que esta misma estrategia de guerra económica fracasó en Corea del Norte y en Cuba. Por lo tanto, esperan más bien una reacción iraní que presentarán a continuación, triunfalmente, como una agresión que requiere una «réplica» estadounidense.

Condicionamientos, falseamientos, manipulaciones, provocaciones: después de Irak, Libia y Yemen, los neoconservadores han elegido a su presa.

Fuente: https://mondiplo.com/el-arte-de-la-provocacion