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El belicismo estadounidense se cobra la pieza finlandesa

Fuentes: Mundo Obrero

Más de siete décadas de neutralidad de Finlandia se tiran por la borda con el señuelo de la «amenaza rusa».

A las cinco oleadas de expansión de la OTAN, que ha llevado a duplicar sus miembros; al despliegue del escudo antimisiles en Polonia y Rumanía (que, en su día, mintiendo, Washington aseguró diciendo que era para prevenir ataques de Irán), y a la avalancha de sanciones contra Rusia impuestas desde 2014, el belicismo estadounidense se cobra ahora la pieza finlandesa. Más de siete décadas de neutralidad de Finlandia se tiran por la borda con el señuelo de la «amenaza rusa».

Desde su inicio, la expansión de la OTAN era innecesaria, y no solo porque se hubiese disuelto el Pacto de Varsovia, sino porque tras la desaparición de la URSS la principal preocupación de Moscú no era mantener su influencia en Europa oriental sino recuperar su economía y restablecer lazos, con cautela, con las antiguas repúblicas soviéticas. Por el contrario, Estados Unidos (que incumplió la seguridad dada por su secretario de Estado, James Baker, de que la OTAN no se ampliaría en el Este de Europa, y engañó a Gorbachov) se lanzó pronto a engullir la Europa oriental y atar a los países que formaron el Pacto de Varsovia a su dispositivo militar. Washington hizo más: empezó a instalar bases, tropas y armamento en toda Europa oriental, y ya en 2004 se lanzó a romper el precario equilibrio de las fronteras rusas con el apoyo a la «revolución naranja» en Ucrania que llevó a Víktor Yúshchenko, un hombre ligado a la CIA, al poder en Kiev en 2005, y después a derribar a su sucesor, Víktor Yanukóvich, con el golpe de Estado del Maidán en 2014, que inició la acelerada conversión de Ucrania en una pieza central para acosar a Rusia. Después, llegó en Ucrania la proliferación de grupos nazis, su integración en el ejército, la persecución e ilegalización del Partido Comunista y de la izquierda, la represión política, la prohibición del idioma ruso, la xenofobia, la matanza de Odessa, y la continua llegada de asesores y de grupos de operaciones especiales del ejército estadounidense y del británico: Ucrania se convirtió en un puñal dirigido contra Rusia. Es obvio que todo ello no podía verse con tranquilidad en Moscú; mientras, Ucrania ha visto destruida su industria, se ha convertido en un pozo siniestro de corrupción y de robo de la propiedad pública, ha perdido aceleradamente población y millones de ucranianos han tenido que emigrar a otros países.

El único presidente ucraniano que quiso mantener la neutralidad del país fue Yanukóvich, curiosamente acusado de ser prorruso por la propaganda occidental. ¿En la mente de qué estratega cabe pensar que aproximar un agresivo dispositivo militar hasta las puertas de otro país no iba a tener consecuencias? ¿Cómo podía pensarse que Rusia no iba a responder? El propio Henry Kissinger ha advertido de la poco prudente decisión de continuar expandiendo la OTAN.

Estados Unidos y sus aliados justifican ahora la probable integración de Finlandia en la OTAN, y tal vez de Suecia, con el ridículo argumento de que la alianza mantiene una política de «puertas abiertas» y que la soberanía de cada país decide o no su ingreso, y que la invasión rusa de Ucrania ha sido el detonante que ha hecho saltar todas las alarmas en Helsinki y en Estocolmo. Todos esos argumentos son falsos, útiles para la propaganda entre la población occidental, y para conseguir limitar las protestas por la nueva expansión y el delirante programa de rearme que está impulsando Estados Unidos, pero ni la OTAN tiene «puertas abiertas» porque la decisión última para cualquier integración siempre ha estado en manos de Washington, ni se ha reparado nunca en la soberanía de otros países, como demuestra el rosario de intervenciones, ataques y guerras desatadas por el Pentágono en los últimos años; ni la guerra en Ucrania se ha iniciado con la operación rusa de febrero de 2022, porque estalló en 2014 cuando el nuevo gobierno golpista de Kiev lanzó una dura operación de castigo en toda Ucrania contra quienes resistieron a los golpistas: solamente en el Donbás y en Crimea pudieron hacerlo. La guerra ucraniana hace ya ocho años que dura, y han muerto en ella miles de personas sin que en Washington y Bruselas se conmovieran. Tampoco en Helsinki o en Estocolmo.

En Finlandia, el gobierno de Sanna Marin es una coalición entre los socialdemócratas, los centristas, el Partido Popular y los verdes. Tanto el SDP socialdemócrata de Marin, como los centristas o la extrema derecha de los Verdaderos Finlandeses (con aproximadamente el 17 % de los votos cada uno), apuestan por la integración en la OTAN. También lo hace el gobierno sueco de Magdalena Andersson, un gabinete socialdemócrata inestable y débil. La explicación del giro de la socialdemocracia escandinava hacia la OTAN no está en Ucrania, sino en Washington. Los socialdemócratas finlandeses y suecos no han sabido ni querido oponerse a las exigencias estadounidenses, algo por otra parte común en toda la socialdemocracia europea y particularmente en la del norte de Europa: el gobierno danés de Mette Frederiksen, otra mujer socialdemócrata, mantiene también el apoyo a los planes de Washington; sin olvidar el gobierno noruego de Jonas Gahr Støre, una coalición entre la socialdemocracia y los centristas, y que el propio secretario general de la OTAN, el halcón Jens Stoltenberg, también es miembro de la socialdemocracia noruega. La deriva de la socialdemocracia europea es una desgraciada noticia para el continente, porque su apuesta por enviar armamento pesado a Ucrania, su apoyo al rearme exigido por Washington, y su aval a la escalada del conflicto, no van en la dirección de asegurar un nuevo equilibrio en Europa ni pretende la negociación de un nuevo esquema de seguridad: es una rendición en toda regla ante los planes de Washington de intentar retener su hegemonía en el mundo, planes que hoy le exigen acosar a Rusia y, tras ello, atacar a China. Ucrania es apenas un pobre peón en ese juego, y Finlandia, Suecia y otros países, como España, los cómplices necesarios para hacer retroceder a sus adversarios.

La OTAN no defiende la paz, entre otras cosas porque ha sido siempre una organización terrorista. Baste recordar los atentados que protagonizaron sus tentáculos en Luxemburgo en los años ochenta, organizados por alemanes de simpatías nazis ligados a los servicios secretos de Bonn; el atentado de Múnich de 1980, que causó trece muertos, o el rosario de atentados en Italia durante los «años de plomo» preparados por la red Gladio de la OTAN que causaron casi quinientos muertos, para impedir la llegada del Partido Comunista Italiano al gobierno, o la creación de unas fantasmales Células Comunistas Combatientes (en realidad, grupos de extrema derecha) para realizar atentados en Bélgica. Todas esas iniciativas se gestaron en los servicios secretos norteamericanos y en la OTAN y tuvieron como objetivo presionar a sus propios aliados y dinamitar a la izquierda.

Si, como afirman los portavoces de Estados Unidos, la expansión de la OTAN tenía como objetivo asegurar la paz y la estabilidad en Europa, hay que concluir que se ha saldado con un sonoro fracaso. La invasión de Ucrania no es la causa de otra ampliación, sino la consecuencia de toda la expansión anterior, y la entrada de Finlandia abrirá otra frontera caliente en Europa, cuando lo que necesitamos es que se preste atención a la seguridad de todos los países del continente, como pidió Rusia en la propuesta para negociar que hizo llegar a Washington en noviembre de 2021 y que fue rechazada por el gobierno de Biden. Finlandia no debería entrar en la OTAN, y Ucrania debería seguir apostando, como hizo Yanukóvich, por la neutralidad, y Washington y Moscú harían bien en sentarse a negociar una nueva arquitectura de seguridad para Europa. Pero las perspectivas son malas, mientras se prodigan los gestos agresivos: Letonia acaba de aprobar la demolición del monumento a los soldados soviéticos que liberaron Riga de los nazis, en un innecesario y siniestro movimiento que indica hasta que punto los aplicados clientes de Washington, a los que ahora se une Finlandia, se han subido al amenazador y espeluznante carro del belicismo estadounidense.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.