Trump pone en juego la estabilidad de todo un continente con un “bloqueo total” al petróleo venezolano. Detrás de la retórica sobre seguridad y narcotráfico se esconde una peligrosa ambición por los recursos naturales y una estrategia ilegal para forzar un cambio de régimen.
El 16 de diciembre Donald Trump anunció un “bloqueo total y completo” de todos los petroleros sancionados que operen hacia y desde Venezuela. El mandatario afirma que Venezuela ha “robado” petróleo y otras riquezas a Estados Unidos, y pretende calificar al gobierno de Maduro de una organización terrorista extranjera.
Según Trump, “Venezuela está completamente rodeada por la mayor armada que jamás se haya reunido en la historia de Sudamérica”.

Este bloqueo se suma a una serie de ataques estadounidenses contra embarcaciones en la región, oficialmente realizados en nombre de la “guerra contra las drogas” (war on drugs). Sin embargo, según la jefa de gabinete de Trump, forma parte de la campaña para derrocar a Maduro. Ella declaró que Trump “quiere seguir bombardeando barcos hasta que Maduro se rinda”. Ya han muerto casi cien personas como resultado de estas acciones.
Escenario conocido
Para justificar esta agresión bélica la Casa Blanca recurre a un guion familiar. Trump firmó un decreto que calificaba el fentanilo de “arma de destrucción masiva” y afirma que los “enemigos de Estados Unidos lo usan para matar estadounidenses”, a pesar de que esta sustancia no proviene de Venezuela. Al igual que en 2003 con la invasión de Irak, un supuesto riesgo de seguridad se infla hasta convertirlo en una amenaza existencial.
En Irak no había armas de destrucción masiva, pero la invasión trajo décadas de caos e inestabilidad. El secretario de Estado, Marco Rubio, advirtió también que Irán y Hezbollah “han plantado su bandera” en Venezuela, de la misma manera que en su día se inventaron relatos que vinculaban a Al Qaeda con Saddam Hussein.
Otros políticos repiten consignas ya conocidas: Maduro representaría ahora “una amenaza existencial”, la guerra sería “un trabajo fácil” y la intervención debería “transformar” la región con “libertad y democracia”, presentándola como un nuevo “faro de esperanza”.
Los paralelismos con 2003 son innegables: de nuevo se criminaliza a un enemigo, se exagera una amenaza y se vende la guerra como una operación rápida y liberadora. Solo han cambiado los nombres y el mapa; el guion sigue siendo el mismo.
Motivos
La fijación de Washington con Venezuela no es difícil de entender. A ojos de la Casa Blanca, el país comete tres ‘pecados’ cardinales: posee las mayores reservas de petróleo del mundo sobre las que Estados Unidos no tiene control, ejerce una política exterior soberana con aliados como China, Rusia e Irán, y utiliza sus riquezas para financiar programas sociales.
Desde la elección de Hugo Chávez en 1998 Estados Unidos ha intentado imponer un cambio de régimen mediante sanciones, intentos de golpe de Estado, presión diplomática y operaciones secretas.
Pero Venezuela es solo la primera pieza del dominó. Cuba, Nicaragua, México, Brasil y Colombia son blanco de sanciones, amenazas comerciales, manipulación de elecciones y protestas orquestadas.
Esto se enmarca en la llamada “Doctrina Donroe”.i Marshall Billingslea, excolaborador tanto de Bush como de Trump, afirma que el objetivo final es toda la izquierda latinoamericana, “desde Cuba hasta Brasil, México y Nicaragua”.
La exjefa del Comando Sur, la general Laura Richardson, admitió recientemente de forma abierta de qué se trata realmente: el control de la enorme riqueza de recursos de América Latina – petróleo, litio, oro y tierras raras – como fundamento del poder militar y tecnológico occidental, con las reservas de petróleo de Venezuela como trofeo principal.
Estados Unidos necesita estos recursos para cortar su dependencia de China y prepararse para un futuro conflicto con el gigante asiático.
Consecuencias dramáticas
Las consecuencias de este bloqueo son dramáticas para Venezuela. El petróleo es la arteria financiera vital del país, ya que representa al menos el 95 % de todos los ingresos en divisas.
Las recientes sanciones de Estados Unidos, incluida la confiscación de un petrolero, dificultarán aún más la venta de crudo en el extranjero. Se estima que hasta el 30 % de las exportaciones entra en zona de riesgo, dado que navieras y compradores se retiran por temor a las represalias de Washington.
Además, la producción petrolera venezolana es hoy más de un 70 % inferior a la de finales de los noventa, lo que sitúa al país alrededor del puesto 21 a nivel mundial. Las sanciones también ahuyentan a los aliados: incluso Rusia y China se lo pensarán dos veces antes de volver a invertir en el sector petrolero venezolano.
Hasta el 80 % de los ingresos del Estado corre el riesgo de desaparecer, lo que provocaría escasez de alimentos, transporte y bienes básicos, y generaría como consecuencia una migración masiva.
Reacciones
El gobierno de Venezuela condena el bloqueo calificándolo de “grotesca amenaza” y “piratería internacional”. Desde que comenzó la amenaza de guerra, el presidente Maduro ha reaccionado con ejercicios de defensa nacional, pero al mismo tiempo ha hecho llamamientos al diálogo. En distintas partes del país, milicias ciudadanas, policía y ejército realizan maniobras para proteger la infraestructura.
A pesar de los buques de guerra y las sanciones, la vida cotidiana en Venezuela transcurre en gran medida con normalidad. En los barrios populares, la gente se organiza en consejos comunales. Según Anais Márquez, “tanto Chávez como ahora Maduro se apoyan en un pueblo organizado y movilizado”. Una encuesta de finales de septiembre otorga a Maduro un 65 % de apoyo.
El historiador Miguel Tinker Salas subraya que “los venezolanos están decididos a oponerse a una intervención de Estados Unidos” y que incluso los opositores a Maduro “no se quedarán de brazos cruzados permitiendo que se desmantelen sus derechos”.
En América Latina, diversos movimientos sociales preparan, inspirados en la Guerra Civil Española, brigadas internacionalistas para ayudar a defender a Venezuela contra la agresión estadounidense.
Dentro de Estados Unidos existe una fuerte resistencia tanto a una intervención militar como al bloqueo petrolero, debido a que los riesgos son gigantescos y los beneficios inciertos. El 70 % de la población se opone a una intervención militar.
Los ciudadanos estadounidenses están agotados de la guerra tras Irak y Afganistán, y no consideran a Venezuela una amenaza directa. Incluso sectores republicanos creen que el presidente no puede iniciar un nuevo conflicto sin la luz verde del Congreso.
¿Y Europa?
Cualquier otro país que decretara un bloqueo petrolero ilegal y cometiera crímenes de guerra recibiría una firme condena y probables sanciones por parte de la UE.
En la declaración conjunta de la cumbre del 9 de noviembre entre la UE y los países de América Latina y el Caribe se afirmaba: “Reiteramos nuestra oposición a la amenaza o al uso de la fuerza y a cualquier acción que no sea conforme con el derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas.”
Sin embargo, estas palabras suenan vacías, ya que actualmente no hay rastro de dicha “oposición”. Ni la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ni la Alta Representante para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, han condenado el bloqueo ni los actos de guerra de Estados Unidos.
Alemania no fue más allá de expresar su “preocupación”. Berlín advierte que la medida puede poner en peligro la estabilidad regional y pide evitar pasos que aviven las tensiones. Pura retórica.
Los dirigentes europeos repiten últimamente al unísono que quieren actuar de manera independiente de Washington y seguir una línea propia. Pero a la hora de la verdad, recaen una y otra vez en la misma y obstinada sumisión.
La agresión contra Venezuela no es un incidente aislado, sino un precedente peligroso que puede arrastrar a todo el continente latinoamericano a una espiral de chantaje económico, guerra y caos. Quien hoy guarda silencio sobre el bloqueo de Caracas, legitima mañana nuevos ataques contra La Habana, Managua, Bogotá o Ciudad de México.
Es urgente que las fuerzas progresistas de todo el mundo – sindicatos, movimientos sociales, partidos e intelectuales – se organicen en un frente amplio contra esta lógica imperialista de guerra.
La resistencia contra el bloqueo a Venezuela es más que solidaridad con un solo país. Es una lucha por la paz, la soberanía y la justicia social en toda América Latina y el mundo.
Nota:
i La “Doctrina Donroe” es un nuevo apodo para la actual política exterior de Trump en las Américas, un juego de palabras entre la Doctrina Monroe y “Don” (Donald Trump).
Esta doctrina considera a toda América (del Norte y del Sur) una esfera de influencia exclusiva de Estados Unidos. Justifica el uso de medios coercitivos —intervenciones militares, despliegue de buques de guerra en el Caribe, sanciones y presión económica— para frenar la migración, el narcotráfico y, sobre todo, la influencia de China y Rusia en la región.
A diferencia de la Doctrina Monroe original (1823), que esencialmente advertía a Europa que se mantuviera fuera del hemisferio occidental, la Doctrina Donroe va mucho más lejos al tratar a la región como una especie de frente interno estadounidense ampliado.
Marc Vandepitte es miembro de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad (REDH)
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